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Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

El Ángel caído: El Gremio de los Cazadores 1 (6 page)

BOOK: El Ángel caído: El Gremio de los Cazadores 1
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—Hace unos veinte años. Lo estudiamos en las clases del Gremio.

No habían pasado veinte años, pensó Elena, sino dieciocho.

—Slater Patalis. —El nombre salió de sus labios como una pesadilla, una que jamás había compartido con nadie, ni siquiera con la mejor amiga a la que le había confiado todo lo demás—. ¿A cuántos acabó matando? —se obligó a preguntar... antes de que las antenas de Sara empezaran a dar señales de aviso.

—La cifra oficial fue de cincuenta y dos muertos en un mes —fue la tétrica respuesta—. De manera extraoficial, nosotros creemos que hubo algunos más. —Se oyó un crujido, y Elena casi pudo ver cómo Sara se acomodaba en la butaca de cuero que su amiga adoraba como si fuera su segundo hijo—. Ahora que soy directora, tengo acceso a todo tipo de información supersecreta.

—¿Quieres compartirla conmigo? —Vaciló unos instantes, ignorando los ecos de un pasado que nada podría cambiar.

—Mmm... ¿Por qué no? Después de todo, eres mi número dos en todos los sentidos salvo en el nombre.

—Puaj... —Elena chasqueó la lengua—. Nada de despachos para mí, gracias.

Sara se echó a reír por lo bajo.

—Aprenderás. De cualquier forma, el informe oficial de Slater dice que el tipo padecía una enfermedad psíquica antes de que fuera Convertido, una enfermedad que consiguió ocultar de alguna manera.

—Una especie de trastorno sociópata grave. —Antes de oír el comentario de Sara, Elena había creído que conocía cada perturbador detalle sobre la vida y los crímenes del vampiro asesino más terrible de la historia reciente—. Pruebas de abusos infantiles y maltrato de animales. El perfil clásico de un asesino en serie.

—Demasiado clásico —señaló Sara—. No es más que un montón de mierda. El Gremio lo inventó bajo la presión del Grupo de los Diez.

Por un segundo, Elena tuvo la aterradora sospecha de que Slater Patalis no estaba realmente muerto, de que el Grupo lo había salvado por alguna perversa razón oculta. Sin embargo, un instante después recobró la cordura: no solo había visto el vídeo de la autopsia, sino que además se había colado en los almacenes y había cogido el tubo de ensayo que preservaba la sangre de Slater. Sus sentidos habían reaccionado.

«Vampiro», le había susurrado la sangre, «vampiro». Y cuando le había quitado el tapón al tubo, había oído un susurro con la voz hipnótica e inconfundible de Slater: «Ven aquí, pequeña cazadora. Pruébala».

Se mordió con fuerza el labio inferior y arrancó su propia sangre para desterrar aquel recuerdo. Al menos hasta que llegaran las pesadillas.

—¿No vas a contarme la verdad? —le preguntó a Sara.

—Slater era normal cuando ingresó como Candidato —dijo su amiga—. Ya sabes lo meticulosos que son los ángeles a la hora de comprobar la lista de aspirantes seleccionados. Fue escaneado, analizado, y casi abierto en canal con todas las pruebas que le hicieron. El hombre estaba limpio y saludable, tanto de cuerpo como de mente.

—Hay rumores... —susurró Elena, que tenía los ojos abiertos como platos—, que siempre hemos considerado leyendas urbanas, pero si lo que dices es cierto...

—... significa que ser Convertido tiene un efecto secundario muy malo. A una diminuta, ínfima y casi inexistente minoría de Candidatos se les fastidia el cerebro sin remedio. Y lo que resulta de esa jodienda no siempre es humano.

Debería haberle parecido raro que alguien insinuara que los vampiros eran humanos en algún sentido, pero entendía lo que Sara pretendía decir. La humanidad, como un todo, también incluía a los vampiros. Como Elena sabía por su propia familia, los vampiros podían aparearse e incluso reproducirse con los seres humanos. La concepción era muy difícil, pero no imposible, y aunque los niños (todos mortales) a veces padecían anemia o trastornos similares, por lo demás eran normales. La primera regla de la biología: si pueden aparearse, lo más probable es que pertenezcan a la misma especie.

Aquella regla no podía aplicarse a los que eran como Rafael. Los ángeles atraían a cantidades industriales de fans: en su mayoría vampiros, aunque a veces se permitía también la presencia de algún humano imponente. Pero, a pesar de la lujuria que despertaban, Elena jamás había oído hablar de un hijo procedente de una relación entre un humano y un ángel; ni siquiera de una relación entre un vampiro y un ángel. Quizá los ángeles no puedan tener hijos, pensó. Tal vez consideren a los vampiros sus hijos.

Sangre en lugar de leche, inmortalidad en vez de amor.

Una mierda de infancia. No obstante, ¿qué sabía ella de la infancia?

—Sara... voy a necesitar pleno acceso a los ordenadores y los archivos del Gremio.

—Nadie salvo la directora tiene acceso pleno. —El tono de Sara tenía un matiz del famoso acero Haziz—. Si me prometes que te pensarás lo del puesto como ayudante de directora, te daré acceso total.

—Eso sería mentirte —dijo Elena—. Me volvería loca detrás de un escritorio.

—Yo misma pensé eso mismo una vez, y ahora estoy feliz como una perdiz.

—¿Qué tienen que ver las perdices con todo esto? —murmuró Elena.

—No tengo ni la menor idea. Dime que te lo pensarás.

—Existe una diferencia crucial entre tú y yo, señora directora. —Dejó que su tono hablara por ella—. Elige a alguna de las cazadoras casadas. No desperdicies tu tiempo conmigo.

Se oyó un suspiro.

—El hecho de que estés soltera no significa que te quiera ahí fuera, en la línea de fuego. Eres mi mejor amiga, mi hermana... en todo salvo en la sangre.

A Elena se le llenaron los ojos de lágrimas.

—Lo mismo digo. —Cuando su familia la repudió, fue Sara quien la ayudó a recuperarse. El vínculo que las unía era prácticamente irrompible—. Sabes tan bien como yo que la seguridad no es para mí. Nací para ser lo que soy. —Una cazadora. Una rastreadora. Una solitaria.

—¿Por qué me molesto en discutir contigo? —Elena casi pudo ver cómo sacudía la cabeza—. Te estoy dando acceso en estos mismos momentos.

Aquello era lo que a Elena le encantaba del Gremio. No había necesidad de papeleo: los cazadores elegían a su director, y confiaban en que tomara buenas decisiones. Nada de reuniones ni de juntas. Nada de gilipolleces.

—Gracias.

—Oh oh... —Ruido de tecleo rápido—. Una ligera advertencia: tengo la impresión de que alguien supervisa quién accede a los archivos de alta seguridad.

—¿Quién? —preguntó, aunque conocía la respuesta—. ¿Con qué autoridad?

—Con la misma que les permite contratar a mi gente sin decirme qué demonios pasa —replicó Sara—. Me convertí en directora para poder mantener a los cazadores a salvo. Rafael va a descubrir que...

—¡No! —gritó Elena—. Por favor, Sara, no te acerques a él. La única razón, la única, por la que sigo viva es que necesita que haga un trabajo para él. De no haber sido por eso, lo más probable es que hubieras pasado una tarde estupenda intentando identificar mi cuerpo (o lo que quedara de él) en el depósito de cadáveres.

—Maldita sea, Ellie... Juré proteger a mis cazadores, y no voy a incumplir ese juramento solo porque ese Rafael sea aterrador...

—En ese caso, hazlo por Zoe —la interrumpió Elena—. ¿Quieres que crezca sin una madre?

—Zorra... —El tono de Sara se parecía bastante a un gruñido—. Si no te quisiera tanto, te daría una paliza. Eso es chantaje emocional, joder.

—Prométemelo, Sara. —Aferró con mucha fuerza el auricular del teléfono—. Esta caza va a ser la más difícil que haya llevado a cabo nunca... No quiero tener que preocuparme por ti también. Prométemelo.

Se hizo un silencio muy, muy largo.

—Te prometo que no me acercaré a Rafael... a menos que crea que te encuentras en peligro de muerte. Eso es todo lo que vas a conseguir de mí.

—Con eso bastará. —Solo tenía que asegurarse de que Sara no descubriera jamás que la caza era en sí misma el equivalente a una muerte casi segura. Un paso en falso y adiós Elena P. Deveraux.

Algo emitió un pitido.

—Tengo otra llamada... Lo más probable es que sea Ash —dijo Sara.

Según lo último que había oído Elena, Ashwini (también conocida como Ash o como Ashblade) estaba en la región de los pantanos cazando a un vampiro cajún de voz aterciopelada que tenía la mala costumbre de enemistarse con los ángeles... y de jugar al gato y al ratón con Ash.

—¿Todavía sigue en Luisiana?

—No. El cajún decidió «darse una vueltecita» por Europa. —Sara soltó un resoplido muy poco elegante—. ¿Sabes? Uno de estos días la va a cabrear de verdad y va a acabar empalado desnudo en un lugar público, cubierto de azúcar y con un cartel de «Muérdeme» colgado del cuello.

—Quiero entradas para verlo. —Colgó tras oír la risotada de Sara.

Se frotó la cara con las manos y decidió que ya era hora de ponerse a trabajar. Tendría que llevar a cabo aquella caza sí o sí... por tanto, más le valía intentar salir de una pieza.

Se sacó la camisa blanca de la cinturilla, se cambió los pantalones negros por unos vaqueros y se recogió el pelo en una coleta suelta antes de abrir el ordenador portátil por segunda vez. Como no le gustaba la idea de que el Grupo observara todos sus movimientos (a pesar de que eran ellos los que la habían contratado), abrió el navegador de internet y utilizó un conocido buscador en lugar de entrar en la base de datos del Gremio.

Luego tecleó en el cuadro de búsqueda: «Uram».

5

R
afael cerró la puerta después de entrar y se dirigió a la enorme biblioteca del sótano, oculta bajo la elegante belleza de una cabaña situada en Martha’s Vineyard. El fuego que ardía en la chimenea era la única fuente de iluminación aparte de los candelabros de las paredes, que creaban más sombras que luz. El lugar irradiaba una sensación de antigüedad, de sosegada sabiduría, que indicaba que había estado allí mucho antes de que la casa actual se construyera encima.

—Está hecho —dijo mientras se sentaba en el semicírculo de sillones que había frente al fuego. Hacía demasiado calor para él, pero algunos de sus hermanos llegaban de climas más cálidos y sentían la inminencia del otoño en los huesos.

—Cuéntanos —dijo Charisemnon—. Háblanos sobre el cazador.

Tras reclinarse en el sillón, Rafael echó un vistazo a los que estaban acomodados en la estancia. Era una sesión del Grupo de los Diez, aunque incompleta.

—Habrá que sustituir a Uram.

—Todavía no. No hasta después de... —susurró Michaela con una expresión azorada—. ¿Es realmente necesario darle caza?

Neha colocó la mano sobre el hombro de la arcángel.

—Sabes que no tenemos elección. No podemos dejar que satisfaga sus nuevos apetitos. Si los humanos llegan a descubrirlo... —Sacudió la cabeza, y sus ojos almendrados estaban cargados de oscuros conocimientos—. Nos tomarían por monstruos.

—Ya lo hacen —dijo Elijah—. Para ostentar el poder, todos debemos convertirnos en algo parecido a monstruos.

Rafael estaba de acuerdo. Elijah era uno de los más longevos. Había gobernado de un modo u otro durante milenios, y sus ojos aún no mostraban la menor señal de tedio. Quizá fuera porque Elijah tenía algo que los demás no poseían: una amante cuya lealtad era incuestionable. Elijah y Hannah llevaban juntos novecientos años.

—No obstante —observó Zhou Lijuan—, es diferente ser temido y respetado que ser totalmente aborrecido.

Rafael no tenía claro que existiera aquella diferencia, pero Lijuan era una arcángel de otra época. Gobernaba en Asia a través de una red de matriarcados que inculcaban en sus hijos el respeto hacia ella, y así había sido durante eones. Si Elijah era viejo, Lijuan era toda una anciana: se había fundido con el tejido de su patria, China, y el de las tierras que la rodeaban. Se narraban historias sobre Lijuan entre susurros, y era considerada una semidiosa. En cambio, Rafael solo había gobernado durante quinientos años, un brevísimo lapso de tiempo. Aunque aquello podía resultar una ventaja.

A diferencia de Lijuan, Rafael no había ascendido tanto como para dejar de comprender a los mortales. Incluso antes de su transformación de ángel a arcángel, había elegido el caos de la vida y no la elegante paz de sus hermanos. Ahora vivía en una de las ciudades más ajetreadas del mundo y vigilaba a sus ciudadanos sin que estos se dieran cuenta. Igual que había vigilado a Elena Deveraux aquel mismo día.

—No es necesario que discutamos sobre la discreción —dijo, interrumpiendo los suaves sollozos de Michaela—. Nadie puede saber en qué se ha convertido Uram. Ha sido así desde que existimos.

El comentario fue seguido por una ronda de asentimientos. Incluso Michaela se enjugó las lágrimas y se apoyó en el respaldo, con los ojos despejados y las mejillas sonrojadas. Su belleza no tenía parangón. Incluso entre los ángeles, siempre había sido la más brillante de las estrellas, y nunca había carecido de amantes o de atenciones. En aquel momento, sus miradas se encontraron y en los ojos de Michaela apareció un interrogante sensual que Rafael decidió no responder. Así que era eso... No lo sentía por Uram; lo sentía por ella. Aquello encajaba mucho mejor con su personalidad.

—El cazador es una mujer —dijo ella un segundo después, con un tono algo molesto—. ¿La has elegido por eso?

—No. —Rafael se preguntó si debía avisar a Elena de aquella nueva amenaza. A Michaela no le gustaba la competencia, y había sido la amante de Uram durante casi medio siglo, un compromiso sorprendente para alguien de una naturaleza tan voluble—. La elegí porque puede detectar una esencia que nadie más puede percibir.

—Vaya, en ese caso, ¿por qué esperar? —preguntó Titus, con un tono suave que no encajaba con su musculoso cuerpo. Parecía un hombre esculpido en azabache, tan tosco como el baluarte de la montaña que él consideraba su hogar.

—Porque... —respondió Rafael—... Uram aún no ha atravesado la última frontera.

Silencio.

—¿Estás seguro? —inquirió Favashi en tono afable. Era la más joven de todos, y sus ideas se parecían más a las de los mortales que la de cualquiera de ellos. Su corazón y su alma habían salido ilesos del inexorable paso del tiempo—. Si todavía no ha...

—Tienes demasiadas esperanzas —la interrumpió Astaad con su característico tono brusco—. Mató a todos sus sirvientes y criados la noche que se marchó de Europa.

—En ese caso, ¿cómo es que no ha atravesado el límite... que jamás debemos atravesar? —preguntó Favashi, que no estaba dispuesta a echarse atrás. Aquella era la razón por la que, a pesar de su juventud, gobernaba Persia. Se doblaba, pero no se rompía. Jamás—. ¿Seguro que no puede recuperarse?

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