El Ángel caído: El Gremio de los Cazadores 1 (4 page)

Read El Ángel caído: El Gremio de los Cazadores 1 Online

Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

BOOK: El Ángel caído: El Gremio de los Cazadores 1
8.39Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿En contacto? Desde luego que sí. Pero no como cazadora. Usted es un ángel: sabe a la perfección que ellos no funcionan muy bien durante el primer mes después de ser Convertidos. —Era una etapa de su desarrollo que alimentaba el mito de que los vampiros eran zombis sin vida.

Lo cierto era que los vampiros resultaban bastante espeluznantes durante las primeras semanas. Tenían los ojos abiertos, pero parecían seres sin vida; su piel estaba pálida y llena de manchas, y se movían de manera descoordinada. A la mayoría de la gente le resultaba mucho más fácil torturar y mutilar a alguien que parecía un cadáver andante que a alguien que podría ser su mejor amigo. O su cuñado, en el caso de Elena.

—Cuando son tan jóvenes no son capaces de alimentarse, y mucho menos de huir —añadió.

—De cualquier forma, haremos una prueba. —El arcángel cogió el vaso de zumo que había junto a su plato y dio un trago—. Coma.

—No tengo hambre.

Él dejó el vaso.

—Es un agravio de sangre rechazar algo de la mesa de un arcángel.

Elena jamás había oído ese término, pero si estaba relacionado con la sangre no podía ser nada bueno.

—He comido antes de venir aquí. —Una mentira descarada. No había sido capaz de retener nada que no fuera agua, e incluso aquello le había costado esfuerzo.

—En ese caso, beba. —Fue una orden tan categórica que Elena supo que el arcángel esperaba una obediencia inmediata.

Algo se rebeló en su interior.

—¿Y si no lo hago?

El viento se detuvo. Incluso las nubes parecieron paralizarse.

La muerte le susurró al oído.

3

L
os instintos de Elena la instaban a sacar la daga que llevaba en la bota, a realizar unos cuantos cortes y a salir de allí pitando, pero se obligó a quedarse donde estaba. Estaba claro que no conseguiría dar más de un par de pasos antes de que Rafael le rompiera todos los huesos del cuerpo.

Aquello era justo lo que le había hecho a un vampiro que pensaba traicionarlo.

Aquel vampiro había sido encontrado en medio de Times Square. Todavía estaba vivo. Y aún intentaba gritar «¡No, Rafael! ¡No!», pero para entonces su voz no era más que un susurro, ya que su mandíbula se sujetaba tan solo con unos cuantos tendones visibles y le faltaban trozos de carne en varios lugares.

Elena (que había salido del país debido a una partida de caza), había visto las imágenes en un noticiero poco después. Sabía que el vampiro había agonizado durante tres horas antes de que un par de ángeles lo recogieran. Todo el mundo en Nueva York (qué coño, todo el mundo en el país) sabía que estaba allí, pero nadie se había atrevido a ayudarlo, no cuando la marca de Rafael estaba grabada en su frente. El arcángel había deseado que todo el mundo presenciara el castigo para recordarle a la gente quién y qué era. Y había funcionado. Ahora la mera mención de su nombre provocaba un temor visceral.

Sin embargo, Elena no estaba dispuesta a arrastrarse. Ante nadie. Era algo que había decidido la noche en que su padre le exigió que se arrodillara y le suplicara para que tal vez, solo tal vez, reconsiderara la idea de readmitirla en la familia.

Hacía más de diez años que no hablaba con su padre.

—Deberías tener cuidado —dijo Rafael, que rompió así el silencio sobrenatural y empezó a tutearla.

Aquello no la alivió en absoluto: el ambiente seguía cargado con la promesa de una amenaza.

—No me gustan los jueguecitos.

—Pues empieza a apreciarlos. —El arcángel se apoyó en el respaldo del asiento—. Tu vida será muy corta si esperas solo honestidad.

Al percibir que el peligro había pasado (por el momento), Elena aflojó los dedos con cierto esfuerzo. Cuando el flujo de sangre volvió a recorrerlos le causó muchísimo dolor.

—Yo no diría que espero honestidad. La gente miente. Los vampiros mienten. Incluso... —Se quedó callada.

—No irás a empezar a ser discreta ahora, ¿verdad? —La diversión había vuelto, pero estaba atemperada con cierto matiz que acarició la piel de la cazadora como si se tratara de una hoja de afeitar.

Elena contempló aquel rostro perfecto y supo que nunca en toda su vida se había enfrentado a una criatura más letal. Si lo disgustaba, Rafael la mataría con tanta facilidad como ella aplastaba una mosca. No debería olvidarlo, por más que aquello la enfureciera.

—¿No has dicho que habría que hacer una prueba?

Sus alas se agitaron ligeramente en ese instante y captaron la atención de Elena. Eran muy, muy hermosas, y no pudo evitar mirarlas embelesada. Ser capaz de volar... era un regalo extraordinario.

Los ojos de Rafael se clavaron en algún lugar situado por encima de su hombro izquierdo.

—Más que una prueba, se trata de un experimento.

Ella no se dio la vuelta, no le hacía falta.

—Hay un vampiro detrás de mí.

—¿Estás segura? —Su expresión no había cambiado ni un ápice.

Ella luchó contra el impulso de volverse.

—Sí.

Él asintió.

—Puedes mirar.

Elena vaciló, preguntándose qué era peor: darle la espalda a un enigmático e impredecible arcángel o a un vampiro desconocido. Al final, la curiosidad ganó. El rostro de Rafael mostraba una evidente satisfacción y ella deseaba saber qué era lo que la había provocado.

Se volvió hacia un lado con todo el cuerpo para poder seguir viendo a Rafael con el rabillo del ojo. Luego contempló a las «dos»... criaturas que había tras ella.

—Madre mía...

—Podéis iros. —La voz de Rafael contenía una orden que aplacó el abyecto terror dibujado en los ojos del que todavía guardaba alguna semejanza con un humano. El otro se escabulló como el animal que era.

Elena los observó mientras atravesaban las puertas de cristal y luego tragó saliva.

—¿Qué edad tenía...? —No pudo llamar vampiro a aquella cosa. Y tampoco humano.

—Erik fue Convertido ayer.

—No sabía que pudieran caminar a esa edad. —Intentaba parecer profesional, aunque estaba muerta de miedo.

—Ha tenido un poco de ayuda. —El tono del arcángel dejaba claro que aquella era la única respuesta que iba a obtener—. Bernal era... un poco mayor.

Elena cogió el zumo que había rechazado antes y dio un buen trago para intentar librarse del hedor que había penetrado en los poros de su piel. Los vampiros antiguos carecían de aquella repugnante característica. Todos ellos (salvo aquellos similares a la peculiar recepcionista) olían a vampiro, al igual que ella olía a humana. Sin embargo, los jóvenes desprendían un leve olor similar al de la calabaza podrida o la carne en descomposición, y Elena siempre debía frotarse más de tres veces para librarse de él. Por esa razón había empezado a coleccionar geles de baño y perfumes. Después de su primer contacto con un recién Convertido, creyó que jamás se sacaría aquel olor de la nariz.

—Creí que un cazador no se alteraría tanto al ver a un recién Convertido. —Rafael tenía una peculiar expresión sombría. Fue entonces cuando Elena se fijó en que había alzado un poco las alas.

Se preguntó si aquello significaba que estaba concentrado o que estaba furioso. Dejó el vaso en la mesa.

—En realidad, no estoy alterada. —Y era cierto, ahora que la oleada inicial de repugnancia había desaparecido—. Es el olor... Es como una capa que se queda pegada a la lengua. Da lo mismo cuánto te frotes, no puedes librarte de él.

El rostro del arcángel mostró un genuino interés.

—¿Tan intensa es esa sensación?

Elena se estremeció y echó un vistazo a la mesa en busca de algo que la aplacara un poco. Cuando él le acercó un trozo de pomelo, lo aceptó de buena gana.

—Ajá. —El jugo ácido del cítrico aplacó un poco el hedor. Al menos lo suficiente para que pudiera pensar.

—Si te pidiera que rastrearas a Erik, ¿serías capaz de hacerlo?

Se echó a temblar al recordar aquellos ojos casi muertos, o no del todo vivos. No era de extrañar que la gente creyera esas historias que describían a los vampiros como muertos vivientes.

—No. Creo que es demasiado joven.

—¿Y a Bernal?

—En estos momentos está en la planta baja del edificio. —El apestoso rastro del vampiro recién Convertido era tan penetrante que había impregnado todo el edificio—. En el vestíbulo.

Las alas de puntas doradas se extendieron para dar sombra a la mesa mientras Rafael unía sus palmas en un breve aplauso.

—Bien hecho, Elena. Bien hecho.

Ella apartó la mirada del pomelo y comprendió demasiado tarde que acababa de demostrar lo buena que era, cuando lo que debería haber hecho era fallar y librarse de aquel asunto, fuera lo que fuera. Mierda. Al menos él le había dado una pista sobre el trabajo.

—¿Quieres que rastree a un desertor?

El arcángel se levantó de la silla con un movimiento súbito y elegante.

—Espera un momento.

Elena observó, petrificada, cómo se acercaba al borde del tejado. Era un ser tan majestuoso que el mero hecho de observar cómo se movía le provocó un vuelco en el corazón. Daba igual que supiera que era una ilusión óptica, que aquel tipo era tan letal como el cuchillo que ella llevaba atado al muslo. Nadie, ni siquiera ella, podía negar que Rafael, el arcángel, era un ser digno de admiración. Y de adoración.

Aquel pensamiento, de lo más inapropiado, la sacó de su aturdimiento. Echó la silla hacia atrás y contempló con dureza su espalda. ¿Le había hecho algo en la cabeza? Justo en aquel momento, él se dio la vuelta y la miró con aquellos increíbles ojos azules. Durante un segundo, Elena tuvo la sensación de que estaba respondiendo a su pregunta. Luego, el arcángel apartó la mirada... y se arrojó al vacío desde el tejado.

Elena se levantó de un salto. Solo para volver a sentarse, con las mejillas ruborizadas, cuando él remontó el vuelo para reunirse con un ángel al que ella no había visto hasta ese momento. Michaela. El equivalente femenino de Rafael, con una belleza de tal magnitud que Elena podía sentir su fuerza incluso desde lejos. Comprendió con sorpresa que estaba presenciando un encuentro en el aire entre dos arcángeles.

—Sara no se lo va a creer... —De repente olvidó el hedor del vampiro joven, ya que la reunión focalizaba toda su atención. Había visto a Michaela en fotos, pero ninguna de ellas reflejaba la realidad.

La arcángel tenía la piel de un exquisito color café con leche, y un cabello brillante que le llegaba hasta la cintura en una mata salvaje. Su cuerpo era la encarnación de la feminidad, esbelto y lleno de curvas a un tiempo, con unas alas de un delicado tono bronce que contrastaban con el rico color de su piel. Su rostro...

—Vaya...

Incluso a aquella distancia, el rostro de Michaela era la definición de la perfección. A Elena le pareció que sus ojos tenían un tono verde claro imposible, pero pensó que debía de haberlo imaginado. Los arcángeles estaban demasiado lejos.

Aunque aquello tenía poca importancia. La arcángel tenía un rostro que no solo detendría el tráfico, sino que provocaría un centenar de accidentes.

Frunció el ceño. A pesar de que apreciaba la hermosura de Michaela, no le costaba ningún trabajo pensar con claridad. Lo cual significaba que aquel bastardo arrogante de ojos azules había estado jugueteando con su mente. ¿Deseaba que ella lo adorara? Pues ya se vería si lo conseguía.

Nadie, ni siquiera un arcángel, iba a convertirla en una marioneta.

Como si la hubiera oído, Rafael dijo algo a su compañera y regresó a la azotea con un par de aletazos. Su aterrizaje fue mucho más vistoso en esta ocasión. Elena estaba segura de que el hombre quería mostrarle el diseño de la superficie interna de sus alas. Daba la impresión de que una brocha empapada en oro hubiese empezado por el extremo superior de las alas antes de descender hasta las puntas, que empezaban a ser blancas casi al final. Elena se vio obligada a dejar la furia a un lado y enfrentarse a la verdad: si aquel demonio (o arcángel) se acercara y le ofreciera sus alas, tal vez le vendería el alma.

Pero los arcángeles no Convertían a otros ángeles. Solo convertían a vampiros chupasangres. Nadie sabía de dónde procedían los ángeles. Elena suponía que nacían de padres angelicales, aunque, bien pensado, jamás había visto a un ángel bebé.

Sus pensamientos se descarrilaron de nuevo cuando vio la gracia con la que caminaba Rafael, tan seductor, tan...

Se puso en pie y envió la silla al suelo.

—¡Sal... de... mi cabeza!

Rafael se detuvo de inmediato.

—¿Pretendes utilizar esa daga? —Sus palabras eran puro hielo. El aire desprendía olor a sangre, y Elena comprendió que era la suya.

Bajó la mirada y descubrió que su mano aferraba con fuerza la hoja de la daga que había sacado por instinto de la funda del tobillo. Jamás habría cometido un error así. Rafael la estaba obligando a infligirse daño con la intención de demostrarle que no era más que un juguete para él. En lugar de luchar, Elena la apretó con más fuerza.

—Si quieres que haga un trabajo para ti, lo aceptaré. Pero no permitiré que me manipulen.

Los ojos del arcángel descendieron hasta la sangre que goteaba desde su puño. No hizo falta que dijera nada.

—Es posible que seas capaz de controlarme —dijo ella en respuesta a la burla silenciosa que había en su rostro—, pero si te hubiera bastado con eso para llevar a cabo el trabajo, jamás habrías pasado por la farsa de contratarme. Me necesitas a mí, a Elena Deveraux, y no a uno de tus pequeños esbirros vampiro.

Su mano se aflojó con un violento espasmo que le hizo soltar la daga. El cuchillo cayó al suelo con un ruido amortiguado por el charco de sangre que se había formado sobre él. Elena no se movió, no hizo ningún intento por contener la hemorragia.

Y cuando Rafael se acercó para situarse a menos de un paso de distancia de ella, no retrocedió.

—Así que crees que estoy en una posición de desventaja, ¿no es así? —inquirió el arcángel. El cielo estaba completamente azul, pero Elena sentía los vientos de tormenta que le agitaban los mechones de cabello y le deshacían el moño.

—No. —Permitió que la esencia de Rafael (limpia, fresca, con aroma de mar) impregnara su lengua, cubriendo los restos de sabor a vampiro que tenía en la boca—. Estoy dispuesta a marcharme sin mirar atrás y a devolverte el pago que le hiciste al Gremio.

—Eso —dijo él al tiempo que cogía una servilleta y se la enrollaba alrededor de la mano— no es una opción.

Other books

Much Ado About Mother by Bonaduce, Celia
Whizz by Sam Crescent
Leather Wings by Marilyn Duckworth
The Dance of the Seagull by Andrea Camilleri
Third Degree by Maggie Barbieri
Held & Pushed (2 book bundle) by Bettes, Kimberly A.
Danger in the Dark by Mignon G. Eberhart
Fallen Grace by M. Lauryl Lewis