Read El Ángel caído: El Gremio de los Cazadores 1 Online
Authors: Nalini Singh
Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico
—Es hora de que esta guerrera se gane sus honorarios.
S
e sentía perezoso, saciado. La sangre llenaba su estómago.
Había abusado... pero había sido un abuso glorioso.
Hundió los dedos en el cuenco de sangre del cadáver que había descuartizado y luego se los llevó a la boca para lamérselos.
Insulsa. Sin vida.
Decepcionado, arrojó el cuenco al suelo, dejando una enorme mancha roja sobre la alfombra blanca. No obstante, aún tenía a la belleza en lo alto. Alzó la vista mientras la pesadez de sus extremidades empezaba a convertirse en algo parecido a la expectación.
Ahora lo sabía... Sabía que la sangre tenía que ser fresca.
La próxima vez la tomaría directamente de los corazones palpitantes. Sus ojos se volvieron rojos a causa de la violencia de su hambre.
Sí, la próxima vez no mataría... Reservaría.
E
lena no se sorprendió en absoluto al ver que la mansión de Michaela era un lugar hermoso y elegante. Quizá la arcángel fuera una zorra hipócrita, pero no había sido considerada una musa artística durante siglos por simple casualidad.
—Aquí fue donde encontramos el... regalo —le dijo el guardia al tiempo que señalaba una zona de césped manchada de sangre.
Allí el olor ácido era intenso, aun a pesar de la presencia de otros vampiros. O bien Uram había mezclado cierta cantidad de su propia sangre con la de los corazones, o bien había aterrizado en aquel lugar. Algo temerario... y espeluznante. A Elena se le erizó el vello de la nuca.
—¿Podrías alejarte de esta zona?
El tipo asintió con la cabeza, pero no se movió ni un milímetro.
—A mí me dieron caza una vez.
Elena miró hacia el lugar donde hablaban Rafael y Michaela, un balcón con vistas al jardín, y se preguntó si alguno de aquellos ángeles se ofendería si tumbaba al imbécil que tenía a su lado de un puñetazo: no tenía tiempo para lidiar con aquella clase de mierda.
—No habrá sido tan malo si aún sigues aquí.
—Mi ama me arrancó la piel de la espalda y se hizo un bolso con ella.
Ella se preguntó qué le parecería aquello a la gente que les atribuía un origen celestial a los ángeles.
—Y aun así, sigues a su lado. —Estaba claro que aquella zorra era muy capaz de hacer algo así.
El vampiro sonrió y mostró sus dientes.
—El bolso era muy bonito. —Y tras decir aquello, se alejó por fin.
Tendría que guardarse las espaldas cuando estuviera cerca de aquel tipo, pensó Elena. Fuera lo que fuese lo que le había hecho Michaela a lo largo de los siglos, el vampiro se había quedado sonado.
—La inmortalidad tiene muchos inconvenientes —murmuró antes de sumar a su lista mental la posibilidad de convertirse en un bolso.
Clavó la mirada en la hierba ensangrentada una vez más. Se arrodilló, confirmó la esencia y luego empezó a explorar el área en círculos cada vez mayores.
La esencia de Uram impregnaba la zona. Era evidente que el arcángel había aterrizado allí. Había permanecido en aquel lugar envuelto en el glamour, y los guardias de Michaela no se habían enterado. A Elena le habría preocupado la posibilidad de topar con él, pero la esencia, aunque intensa, no era tan fuerte como lo habría sido si el monstruo se encontrara todavía en las inmediaciones. Aquello le hizo cuestionarse otra cosa: ¿los arcángeles eran capaces de ver a los de su especie a pesar del glamour?
Si la respuesta era negativa, no era de extrañar que Michaela estuviera asustada.
Como era de esperar, la esencia era mucho más intensa cerca del borde de la zona ajardinada. Elena levantó la mirada y descubrió que estaba frente al grupo de ventanas de la tercera planta. El dormitorio de Michaela se encontraba justo en el medio.
Si aquella hubiese sido una caza normal y corriente, en aquellos momentos habría sonreído de oreja a oreja. Con un rastro tan reciente, habría atrapado a su presa antes de que anocheciera. Pero los vampiros no volaban. Aun así, pensó con los ojos entrecerrados, ahora sabía cuál era el talón de Aquiles de Uram. Su obsesión por Michaela limitaría la amplitud de sus territorios de caza.
Volvió a alzar la vista y despejó la mente para concentrarse. Necesitaba el mapa de movimientos de Michaela que Rafael había prometido conseguir.
Rafael era consciente de que Elena se alejaba más y más mientras llevaba a cabo su metódica búsqueda. No apartó los ojos de Riker, el guardia favorito de Michaela. Riker haría cualquier cosa que Michaela le pidiera... sin tener en cuenta si Elena estaba o no bajo su protección.
No obstante, sabía que debería haberla matado él mismo en cuanto se recuperó del disparo. Porque si Lijuan tenía razón, Elena era su punto débil más letal.
La muerte era un concepto en el que no había pensado desde hacía siglos. Sin embargo, la cazadora lo había convertido en un ser «un poco» mortal. Mortal como ella. Elena moriría si Riker le cortaba la garganta. Y Michaela era lo bastante caprichosa para haberle ordenado algo así. Sabía que Rafael no iniciaría una guerra por una humana.
La Rosa del Destino.
Una imagen del antiguo tesoro apareció en su cabeza. En todos sus siglos de existencia, jamás había considerado la idea de regalarlo. No hasta que conoció a Elena. Su mortal.
Quizá sí que iniciara una guerra con Michaela, después de todo.
—¿Tienes a los escoltas en su lugar?
—Por supuesto.
Estaba claro que aquellos escoltas no eran suficientes: el Grupo sabía que Uram iría a por ella, y aun así el monstruo la había pillado desprevenida.
—¿Necesitas más hombres? Estás lejos de tu hogar.
—No. —Una palabra teñida de orgullo que Michaela pronunció mientras se acercaba a la barandilla del balcón para mirar hacia abajo y seguir los progresos de Elena—. Si tu cazadora ha captado su esencia, significa que me ha observado el tiempo suficiente para dejar una huella apreciable.
Rafael podría habérselo preguntado a Elena para confirmarlo, pero después del incidente que le había llevado al estado Silente, intentaba mantenerse fuera de su mente. Un signo de la debilidad sobre la que Lijuan le había advertido... ¿Un ataque de escrúpulos humanos? Tal vez. Pero a Rafael nunca le había gustado en lo que se convertía durante el estado Silente. Y aquella vez... aquella vez se había acercado demasiado a la locura de Caliane.
—¿Sigues siendo como eras? —inquirió al tiempo que enterraba aquel antiguo recuerdo.
La piel de Michaela se tensó; las marcadas líneas de sus huesos estuvieron a punto de atravesar la piel.
—Soy una arcángel sin glamour, sí.
—Es una lástima.
Ella soltó una carcajada, un sonido grave diseñado para que los hombres pensaran en sexo. La primera vez que había visto a Michaela, ella tenía en la boca el pene del arcángel que gobernaba la antigua ciudad de Bizancio. La mujer lo había mirado fijamente mientras llevaba al otro arcángel al orgasmo, y Rafael había comprendido que un día sería ella quien gobernaría. Dos décadas más tarde, el Arcángel de Bizancio estaba muerto.
Vio que Elena se adentraba en la zona de árboles que separaba su propiedad de la de Michaela.
—¿Has hablado con Lijuan sobre eso? —preguntó mientras contemplaba cómo la cazadora fruncía los labios en un gesto de concentración. Tenía una boca grande, seductora. Se moría de ganas por sentir aquella boca por todo su cuerpo. Sin embargo, al igual que todas las guerreras, primero tendría que ser domesticada.
—Ella habla con acertijos —se quejó Michaela—, no puede explicar por qué me elude el glamour.
En circunstancias normales, aquella falta no habría sido motivo de preocupación: Michaela poseía otras habilidades, unas conocidas y otras no, pero nadie ponía en duda que era una arcángel. No obstante, en aquella situación, aquella era una desventaja letal, porque con el glamour también se otorgaba la inmunidad a él. Rafael no podía ocultarse de Uram, pero el Ángel de la Sangre tampoco podía ocultarse de él.
—Ordena a Riker que vuelva.
—¿Por qué?
—Tú no puedes ver a Uram, pero Elena puede rastrear su esencia.
Las palabras que pronunció Michaela a continuación fueron de desprecio.
—Riker la está vigilando, nada más. Y si mi hombre pierde el control, encontraremos a otro cazador. —Hizo una pausa—. Es humana, Rafael. Ella no conoce los placeres que yo puedo darte.
Rafael extendió las alas a fin de prepararse para el vuelo.
—Me parece que Charisemnon los apreciaría mejor. Él fue tu amante una vez.
Los ojos verdes de Michaela se enfrentaron a los suyos mientras Rafael se acercaba al borde de aquella terraza creada para los ángeles: sin barandilla, sin nada que pudiera evitar una caída mortal.
—Pero a ti nunca te he saboreado. Sé hacer cosas que convertirán la eternidad en un sueño erótico.
—El problema es que tus amantes parecen vivir una vida muy corta. —Saltó y empezó a sobrevolar el jardín, y después la zona de árboles.
Riker se encontraba a unos cuantos pasos de distancia de Elena, con una sonrisa cargada de amenazas.
Lejos de asustarse, Elena hacía girar un cuchillo entre sus dedos con la postura de alguien entrenado para el combate cuerpo a cuerpo. Cuando la vio abrir la boca para decir algo, Rafael bajó en picado y aterrizó detrás de Riker. Colocó una mano sobre el hombro del vampiro y la otra sobre su espalda.
—Este es mi territorio —dijo—. Tu ama no es más que una invitada. —Aquella fue la única advertencia que recibió el vampiro antes de que la mano de Rafael atravesara su ropa, su piel y sus músculos para aferrar su aterrado corazón. Un segundo más tarde, aquel corazón se encontraba entre sus dedos, y Riker estaba bocabajo en el suelo.
—¿Por qué?
Levantó la vista para enfrentarse la mirada horrorizada de Elena, que contemplaba la constante palpitación del corazón de Riker.
—Existen límites. Y tanto los mortales como los inmortales harían bien en no cruzar esos límites.
Ella apretaba el cuchillo con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos.
—¿Y por eso lo has matado?
Rafael dejó caer el corazón al suelo y se miró la mano llena de sangre mientras se preguntaba si Uram habría arrancado el corazón de sus víctimas de la misma forma.
—No está muerto.
—Yo... —Elena tragó saliva cuando vio que él se acercaba, y luego dio un paso atrás—. Sé que pueden recuperarse después de sufrir graves daños, pero ¿también cuando les arrancan el corazón?
—Me tienes miedo otra vez. —No había visto aquella expresión en su cara desde aquel primer encuentro sobre la azotea.
—Acabas de arrancarle el corazón a un vampiro con una sola mano. —Su voz mostraba el desconcierto que sentía—. Sí, te tengo miedo.
Rafael bajó la mirada para contemplar la sangre que cubría su piel.
—Jamás te haría algo así a ti, Elena.
—¿Me estás diciendo que mi muerte será rápida y dulce?
—Puede que, en lugar de matarte —dijo—, te convierta en mi esclava.
—Espero que eso sea tu retorcida idea de una broma. —Sus palabras fueron hirientes, pero guardó la daga—. Regresemos para que puedas lavarte toda esa sangre. De cualquier forma, he perdido el rastro.
—¿Salió volando?
—Supongo que sí. —Cruzó los brazos y señaló la mansión de Michaela con un gesto de la cabeza—. ¿Has conseguido el mapa de sus movimientos?
—Me lo entregarán en menos de una hora. —Mientras caminaban, Rafael se preguntó por qué le importaba la opinión que una mortal tuviera de él—. ¿Piensas caminar por esas calles para ver si puedes detectarlo?
—Sí. —Ella empezó a avanzar a grandes zancadas—. Si está tan obsesionado como vosotros creéis (y es raro, porque, joder... ¡la está cortejando con corazones ensangrentados!), no se alejará mucho de ella.
—No, no lo hará. —Los nacidos a la sangre siempre mataban a otro ángel antes de involucionar por completo, y en la mayoría de los casos, se trataba del ángel que había estado más cerca de ellos. Era una especie de sacramento macabro, como si intentaran acabar con todo lo que habían sido una vez.
Elena asintió.
—En ese caso, tal vez seamos capaces de atraparlo en su guarida mientras aún se siente saciado por la sangre que ha tomado. A menos que eso no ocurra con los de tu raza... ¿Os pasa lo mismo o no? —Ella recorrió con la mirada su mano cubierta de sangre y su antebrazo antes de respirar hondo y apartar la vista.
—Por lo que sabemos —respondió él antes de convertir la mano en un puño—, los nacidos a la sangre...
—¿Nacidos a la sangre? —Elena frunció el ceño—. ¿Tienes un nombre para lo que le ha ocurrido a Uram, sea lo que sea? Eso significa que este no es un incidente aislado.
—Los nacidos a la sangre —continuó, pasando por alto la pregunta implícita—, se vuelven tan pasivos como los vampiros. Se sentirá perezoso, soñoliento, vulnerable.
Elena no se molestó en ocultar la furia que le provocaba su falta de respuesta, pero fuera lo que fuese lo que iba a decir, se perdió cuando sonó su teléfono móvil. Lo sacó del bolsillo, lo abrió y se lo colocó junto a la oreja.
—¿Sí? —Su mirada adquirió una expresión confundida—. ¿Qué? —Una pausa—. Yo... —Por primera vez, Rafael la vio insegura—. Sí. Allí estaré. —Colgó el teléfono—. Tengo que marcharme. Estaré de vuelta para cuando Michaela entregue por fin su mapa.
—¿Adónde vas? —inquirió él. No le gustaba la expresión de su rostro.
Era una mirada dura.
—No es asunto tuyo, joder.
Debería haberse enfadado. Una parte de él, la parte poseedora de una arrogancia acumulada a lo largo de miles de años, lo estaba. Sin embargo, el resto de su persona solo sentía curiosidad.
—¿Una dosis de mi propia medicina?
Ella se encogió de hombros y frunció los labios.
—Tu padre —añadió él.
—¿Qué pasa? ¿Ahora también oyes mis conversaciones telefónicas?
—Ni siquiera los arcángeles pueden hacer eso. —Aquello no era del todo cierto, pero sí en aquel caso, ya que había jurado no espiar su mente a escondidas—. Pero yo también he investigado.
—Me alegro por ti. —Si las palabras pudieran cortar, aquellas lo habrían dejado hecho pedazos.
Observó su puño ensangrentado y se preguntó si ella lo veía como un monstruo en aquellos momentos.