El Ángel caído: El Gremio de los Cazadores 1 (41 page)

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Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

BOOK: El Ángel caído: El Gremio de los Cazadores 1
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Lo cierto era que Uram podría haberlo matado, pero por lo visto se había decidido por la opción más rápida y solo lo había inutilizado a fin de tener el camino libre para llegar a su verdadero objetivo.

Despierta, Illium
.

Rafael se mantuvo por encima de la capa de nubes, con el cuerpo destrozado de Illium acunado en sus brazos. Las alas del ángel estaban retorcidas, ya que los huesos se habían roto debido a la velocidad del impacto contra el agua. Su piel mostraba cortes y moratones allí donde había chocado con algo en el río. Había perdido un ojo.

Todo se curaría. Aunque la recuperación podría ser dolorosa. Aun así, dejando su vistoso aspecto a un lado, Illium era un soldado, un guerrero. Y por eso Rafael no le permitiría descansar. Concentró sus habilidades mentales y despertó al ángel abofeteando su mente. Illium soltó una exclamación ahogada. Pero no gritó.

El ojo en buen estado se abrió.

—El cabrón estaba esperando entre las nubes —susurró, sin perder tiempo con disculpas innecesarias—. Glamour. Ellie... —Se estremeció mientras luchaba contra la necesidad de su cuerpo de sumirse en un sueño reparador—. Creo que ella me vio caer. C... Cer... Cerca. Él parecía curado... sin embargo estaba débil. —La última palabra resultó casi inaudible, ya que su cuerpo lo sumió literalmente en un estado de coma del que nadie sería capaz de despertarlo en al menos una semana.

Aunque era mucho más joven que Rafael, debía de ser lo bastante anciano como para entrar en el anshara. Aquello le permitiría curarse mucho más rápido, suavizar la agonía y reconstruir su cuerpo antes de despertar. De otro modo, cuando saliera del coma sentiría tanto dolor como cualquier otra criatura. Y con tantos huesos rotos, sería un dolor insoportable.

Rafael lo sabía de primera mano. Cuando había oído las últimas palabras que le había dirigido su madre, se encontraba en el suelo sobre un charco de sangre, con las alas tan destrozadas que no habían podido disminuir la velocidad de la caída. Había caído sobre la tierra a una velocidad que habría hecho pedazos a cualquier mortal. Su cuerpo tampoco había sobrevivido muy bien. Había perdido algunos miembros. Aunque era joven, había tardado años en recuperar su forma. Aquellos que accedían al anshara se recuperaban a una velocidad muchísimo mayor. Pero no existían las curas mágicas.

No a menos que fueras un nacido a la sangre con la sangre llena de toxinas.

Las alas negras de Jason aparecieron entre las nubes. El ángel extendió los brazos con una expresión tensa.

—Yo me haré cargo de él.

Rafael le entregó el cuerpo de Illium.

—¿Y el resto del escuadrón?

—Les dije que buscaran a la cazadora.

—Lleva a Illium con el sanador. —Regresó al muelle, aunque aquella vez se cubrió con el glamour antes de salir de las nubes.

Illium se había esforzado para decirle algo muy importante. Si Uram no se había recuperado a todos los niveles, no podría volar muy lejos con el peso del cuerpo de Elena.

Vive, Elena
, le dijo en un intento por obligarla a luchar, a romper la oscuridad que mantenía su mente en una agobiante prisión.
Vive. No te he dado permiso para morir
.

Nada. Silencio. Un silencio diferente a todos los que había experimentado en su vida.

Vive, Elena. Un guerrero no se derrumba ante el enemigo. ¡Vive!

37

—C
állate ya —murmuró Elena, que había abandonado la bendición del sueño por culpa de una voz arrogante que insistía en que despertara—. Quiero dormir.

—¿Te atreves a darme órdenes, mortal?

El agua, fría como el hielo, le salpicó la cara e hizo que despertara a una pesadilla.

Al principio no asimiló del todo lo que veía. Su mente se negaba a ensamblar las piezas. Y había muchísimas piezas. Piezas desgarradas, retorcidas, imposibles. Se le encogió el estómago. Sentía náuseas, tanto por la herida que le había causado Uram al aplastarle la cabeza contra el salpicadero como por el horror de la situación en la que se encontraba en aquellos momentos.

Luchó para contenerlas, ya que se negaba a dejar que aquel monstruo viera su miedo. Pero le resultó difícil. Todos se habían equivocado: Sara, Ransom, e incluso Rafael. Las víctimas de Uram no eran solo quince. Se había llevado también a otras personas, personas a las que nadie echaría de menos. Miembros descompuestos, una resplandeciente caja torácica... muchas evidencias de su perversa locura esparcidas por la habitación. Una habitación sin luz, sin aire. Una celda. Una cripta. Una...

¡Acaba con eso de una vez!

Le había hablado su sentido de cazadora, aquella cosa que la había marcado desde su nacimiento.

Elena se tragó el pánico y, en cuanto se concentró, se dio cuenta de que la habitación no estaba completamente a oscuras. Uram había tapiado las ventanas, pero algo de luz (demasiado intensa, demasiado blanca para ser natural; y eso significaba que había permanecido inconsciente el tiempo suficiente para que se hiciera de noche) se colaba por las rendijas. Fue aquella luz lo que le permitió ver la repugnante realidad de la habitación. Cuerpos desgarrados y desperdigados como si fueran basura. Aunque no todos estaban desmembrados. Contra la pared opuesta, con las muñecas encadenadas, vio el cuerpo marchito de alguien que una vez fue humano.

En aquel preciso instante, aquel cascarón reseco parpadeó y Elena comprendió que seguía con vida.

—¡Joder! —La exclamación brotó de sus labios sin que pudiera evitarlo.

El monstruo que se encontraba delante de ella, la cosa disfrazada de arcángel, siguió la dirección de su mirada.

—Veo que ya has conocido a Robert. En su día fue un hombre leal y me siguió a través de los océanos sin rechistar. ¿No es así, Bobby?

Elena observó la cruel diversión que apareció en el rostro de Uram y comprendió que nunca había sabido lo que era la verdadera maldad hasta aquel preciso momento. Robert era un vampiro, eso estaba claro. Ningún humano tan deshidratado seguiría con vida. Parecía que el vampiro había perdido hasta la última gota de humedad de su cuerpo, salvo la de sus enormes y brillantes ojos. Unos ojos que le suplicaban que lo liberara.

Uram volvió a mirarla y sus ojos, de un hermoso verde claro, estaban cargados de diversión.

—Creyó que era especial porque lo llevé conmigo. Por desgracia, me olvidé de él durante un tiempo. —Aquella mirada cargada de poder se llenó de furia, se tiñó de rojo. El tono adquirió de repente el verde de la putrefacción.

Elena permaneció muy, muy quieta en el rincón donde él la había dejado y se preguntó si el monstruo se habría molestado en quitarle las armas. No sentía ninguna sobre su cuerpo, pero tal vez el tipo hubiera pasado por alto un par de ellas... como el picahielos que llevaba en el pelo o la hoja plana que guardaba en la suela de la bota. Flexionó los dedos del pie y notó la reconfortante dureza de sus botas. Ransom le había regalado aquellas botas medio en broma... y ella nunca había querido al idiota de su compañero tanto como en aquellos momentos.

Uram clavó sus ojos en ella.

—Sin embargo, mi leal Bobby resultó muy útil al final. —Volvió a mirar a Robert—. ¿No es así, Bobby? Se convirtió en un ávido espectador de mis jueguecitos.

Elena observó cómo se retorcían las manos del vampiro entre las cadenas, cómo se encogía su cuerpo marchito, y sintió estallar su propia furia. Uram debía de saber lo que estaba haciendo: los vampiros eran casi inmortales, pero necesitaban la sangre para sobrevivir. Al no permitir que se alimentara, lo que hacía era provocar que el cuerpo de Robert se devorara a sí mismo. El vampiro no moriría, no de hambre. Pero a aquellas alturas, cada respiración debía de provocarle un tormento. Y si aquello continuaba mucho más...

La cabeza de Elena regresó al único caso de inanición vampírica que había conocido. Había leído sobre él en un libro de texto que había tenido que estudiar durante su último año en la Academia del Gremio. El vampiro de aquel caso, un tal S. Matheson, se había visto atrapado en una contienda familiar relacionada con su amo. Alguien lo había encerrado en un ataúd de cemento y lo había enterrado en los cimientos de un edificio en construcción.

Lo habían encontrado diez años después.

Vivo.

Si aquello podía llamarse estar vivo...

El contratista que se topó por casualidad con el ataúd, pensó que encontraría un esqueleto y llamó a las autoridades. El forense estaba entusiasmado ante la posibilidad de encontrar restos momificados. Llegó al lugar con un pequeño grupo de científicos criminalistas y empezaron a hacer fotos y a tomar medidas mientras los obreros los observaban. En cierto momento, una de las criminalistas se hizo un corte en el dedo mientras giraba la cabeza del esqueleto y, antes de que se diera cuenta, había perdido el dedo: un colmillo afilado como una hoja de afeitar le había cortado el hueso por la mitad.

Llamaron al servicio de asistencia médica. El cuerpo de S. Matheson se recuperó gracias al flujo constante de transfusiones. No obstante, su cerebro había sufrido una especie de metamorfosis irreversible. S. Matheson no hablaba, no hacía nada más que sonreír como un bobo y esperar a que alguien se acercara demasiado. Tres médicos perdieron algunas partes de sus cuerpos antes de que S. Matheson desapareciera sin dejar rastro. La opinión general era que los ángeles se habían encargado de él. No era bueno para el negocio que hubiera un vampiro que se comía a la gente.

Robert no había llegado a aquella etapa todavía. Aún había algo en sus ojos, algo que sentía y comprendía la humanidad. Elena observó a Uram mientras este se acercaba al vampiro, hasta que bloqueó su campo de visión. Entonces Robert emitió un sonido horrible, y ella estuvo a punto de gritarle a Uram. Pero se contuvo y aprovechó aquella oportunidad para acercar su pie un poco. Un poco más.

Uram se volvió con una pequeña sonrisa en los labios.

—¿Qué te parece mi obra?

Elena se preparó, a sabiendas de que había hecho algo espantoso. Pero nada podría haberla preparado para la imagen a la que tuvo que enfrentarse. Casi ahogada por la compasión, sintió que la furia empezaba a hervir en su interior. Uram le había arrancado los ojos a Robert. En aquellos momentos, mientras la observaba, se llevó los globos oculares a la boca, como si fuera a comérselos. Elena no pestañeó.

—Eres fuerte. —El monstruo soltó una risotada y arrojó los ojos al suelo antes de aplastarlos con el tacón de la bota—. No son nada nutritivos.

Haciendo caso omiso de Robert, que parecía haber dejado de moverse, se limpió las manos con un pañuelo y se acercó a ella.

—Estás muy callada, cazadora. ¿Ningún acto heroico para salvar al pobre vampiro? —Arqueó una ceja en un gesto incongruentemente majestuoso.

—No es más que otro chupasangre —dijo, aunque tenía el estómago revuelto—. Esperaba que te distrajera el tiempo suficiente para poder escaparme.

Uram sonrió, y Elena sintió un escalofrío en la espalda similar a la sensación que provocarían un millar de arañas. Luego, sin decir nada, el arcángel se agachó y colocó la mano sobre su tobillo. Su sonrisa se hizo más amplia. Y retorcida. El chasquido del hueso envió una oleada de dolor por todo su cuerpo, tan intensa e insoportable que la hizo gritar.

¡Rafael!

Notó que se le enturbiaba la vista cuando las reconfortantes alas de la inconsciencia se cernieron sobre ella una vez más. Pero algo atrapó su mente antes de que cayera en la oscuridad.

Dime dónde estás, Elena.

El sudor se deslizaba por los lados de su rostro y le pegaba la camiseta a la espalda. Sin embargo, Elena se aferró a aquella voz, a la voz de Rafael, y logró emerger de vuelta a la consciencia. Uram seguía agachado frente a ella, vigilándola con la expresión satisfecha de alguien que ha acorralado a su presa.

—Tienes un olor ácido —susurró—. Dentado, vibrante, único.

La poderosa expresión cambió; se llenó de una curiosidad casi infantil. Aunque era la versión más distorsionada de la curiosidad infantil que ella había visto jamás.

—¿Y Bobby? —Sonrió de nuevo, incluso mientras sus ojos volvían a ponerse rojos—. Él quiere saberlo.

Elena tragó saliva.
Agua
, dijo mentalmente con la esperanza de que Rafael la oyera.
Puedo oler el agua
.

—Bobby... —susurró—. Bobby huele a polvo, a tierra y a muerte. —
Y también escucho un ruido. Un ruido de martilleo, de corte, y tiene un ritmo constante. Me suena de algo.

Uram le apartó un mechón de pelo de la cara. Elena temió que le partiera el cuello, pero él apartó la mano un momento después. Aunque la invadió el alivio, se dio cuenta de que él no hacía otra cosa que alimentar su terror, torturarla con la incertidumbre. El cabrón la mantenía con vida para divertirse... ¿O no era por eso?

—¿Por qué sigo viva? —le preguntó.

Cállate, Elena.

Vamos, dame un respiro. Me pongo de muy mal humor cuando estoy herida.

Uram sonrió de nuevo y le apretó el tobillo con la mano. El dolor estuvo a punto de enviarla al abismo, pero el tipo sabía muy bien cuándo debía aflojar la presión.

—Porque tú eres su debilidad. Me pareció mucho más lógico no matarte cuando llegué a esa conclusión.

Es una trampa. No te atrevas a dejar que te haga daño, le dijo ella a Rafael.

Yo me encargaré de Uram. Tu única obligación es seguir con vida.

Aquella orden casi la hizo sonreír, a pesar de la pesadilla que estaba viviendo.

—Soy un juguete para él, nada más.

—Eso sin duda. —Uram le soltó el tobillo y descartó sus palabras con un gesto de la mano.

Que Uram aceptara aquel comentario con tanta facilidad la molestó más de lo que estaba dispuesta a admitir. Pero claro, teniendo en cuenta su esperanza de vida en aquel momento, supuso que tenía derecho a amar como una imbécil.

Amar.

No, joder...

—Si soy algo tan insignificante, ¿qué valor tengo como rehén?

—Porque, cazadora —dijo sin dejar ver los colmillos, tan suave como un vampiro con tan solo cien años de edad—, Rafael es muy posesivo con sus juguetes.

El corazón de Elena se cubrió de hielo ante la certeza que destilaba su tono.

—Pareces muy seguro.

—En la época de la belleza, en la época de los reyes y las reinas, estuvimos juntos en la misma corte durante un siglo. —Inclinó la cabeza hacia un lado—. ¿No lo sabías?

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