Read El Ángel caído: El Gremio de los Cazadores 1 Online
Authors: Nalini Singh
Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico
—Se ha vuelto loco —dijo cuando Rafael se agachó junto a ella y tomó su mano. De su boca salían burbujas de sangre—. No queda nada en él del ángel que fue.
Rafael vio que Elena daba un paso atrás y supo que su cazadora pretendía concederles intimidad. Michaela la habría matado en cuanto hubiera hablado con ella y hubiera percibido su compasión. Elena era tan humana...
—Volverá a por ti. —Matar a un arcángel era uno de los despiadados pasos del ritual, una compulsión que los nacidos a la sangre no eran capaces de resistir. Y una vez que se obsesionaban con alguien, jamás cambiaban de objetivo.
—Me dijo... —Michaela empezó a toser. Su corazón aún era visible a través del hueco del pecho—... que yo era lo último que lo ataba a esta existencia, que una vez que estuviera muerta, él sería libre para Ascender. ¿Ascender a qué?
—A la muerte. A la muerte eterna —respondió Rafael, que aún sujetaba su mano. Michaela era una víbora, pero una víbora necesaria. Si la perdían, el Grupo de los Diez quedaría peligrosamente desequilibrado. Había alguien que tenía muchas posibilidades de ocupar el lugar de Uram, pero no encontrarían dos candidatos adecuados.
—¿Dónde te encontrabas?
—Se apoderó de mi corazón antes de ir a por mis guardias y me dejó inconsciente en el tejado. Casi me había recuperado lo suficiente para volar cuando... —otro acceso de tos, aunque ya la sangre había desaparecido—... introdujo el fuego en mi interior. No tuvo tiempo para extenderlo.
Ambos sabían que, de haberlo tenido, ella habría sufrido una muerte agonizante e inevitable.
—Vete —añadió ella al ver su ala—. Estás herido. Tienes que recuperarte antes que él.
Rafael asintió y se puso en pie, consciente de que su compañera estaría bien en unos minutos.
—Vi a uno de los guardias en el vestíbulo, a Riker, empalado junto a la biblioteca. ¿Dónde están los demás?
—Todos muertos —respondió ella antes de levantar la mano izquierda. Un diamante ensangrentado resplandeció en su dedo anular—. En la azotea.
—Conseguiré más protección para ti.
Esa vez, Michaela no se opuso.
—¿No me invitas a tu casa? —Empezaba a recuperarse y ocultaba su miedo, tal como los inmortales aprendían a hacer a muy temprana edad.
Rafael se enfrentó a su mirada.
—Debes seguir siendo un objetivo tentador.
El terror regresó a sus ojos.
—Él no regresará esta noche.
—No... su herida es demasiado grave. Haz que reparen el edificio mientras él se recupera. —Observó el enorme agujero de la pared—. Todo lo que sea posible, al menos. Te enviaré a algunos de los miembros de mi escolta de ángeles.
Michaela se sentó sin molestarse en cubrir su pecho desnudo. Su cuerpo era un arma, una que ella no vacilaba en utilizar. Sin embargo, en aquellos momentos no estaba preocupada por eso.
—¿No estropeará eso mi posición como objetivo tentador? —En aquel instante era una arcángel que sabía que Uram debía morir.
—Él es lo bastante arrogante como para no preocuparse por la presencia de otros arcángeles, y lo sabes mejor que nadie.
Michaela alzó la mirada, y en sus ojos apareció una chispa de auténtico dolor.
—Yo lo amaba. Tanto como puede amar un arcángel.
Rafael no dijo nada y se fue a buscar a Elena mientras la arcángel reflexionaba sobre las consecuencias de la inmortalidad. La cazadora lo esperaba fuera, al final de la zona ajardinada, donde empezaba el bosque. Clavó los ojos de inmediato en su ala.
—Te ha herido. —Su furia atravesó el aire como una espada.
—Yo le he causado una herida peor.
—El cabrón ha huido. —Le dio una patada a un grupo de hojas mientras caminaban—. ¿Cómo está Su Alteza la Zorra Real?
—Viva.
—Qué lástima. —Eran palabras cáusticas, pero Rafael recordaba la compasión que había mostrado.
La agarró del brazo.
—No sientas lástima por Michaela. Ella utilizará esa vulnerabilidad para destruirte.
—Aun así, le has salvado la vida.
Rafael deslizó la mano por su antebrazo antes de apartarla.
—Es necesaria. Aunque te parezca increíble, Michaela es más humana que Charisemnon y Lijuan.
Elena no dijo nada mientras atravesaban su jardín y entraban en su casa. Montgomery los esperaba. La angustia que el mayordomo sintió al ver su herida acabó con su discreción habitual.
—¿Sire? ¿Quiere que llame al sanador?
—No será necesario. —Al ver que el vampiro no dejaba de retorcerse los dedos, Rafael le puso una mano sobre el hombro—. Tranquilízate. Estaré curado cuando llegue la noche.
Montgomery se relajó.
—¿Quiere que traiga la comida? Es casi mediodía.
—Sí. —Se volvió hacia Elena mientras el mayordomo se alejaba por el pasillo—. Parece que compartiremos un segundo baño. —Tanto Geraldine como Michaela habían dejado su marca en él, por no mencionar la mancha escarlata originada por sus propias heridas.
Ella se encogió y se tocó los cortes de las mejillas... causados por los escombros que habían salido volando.
—A mí me vale con una ducha rápida. Si me pongo en remojo, se me levantará la piel. —Echó un vistazo a sus ropas y descubrió cuál había sido el resultado de que él la llevara en brazos—. Joder, creo que no metí más ropa en la bolsa de viaje.
Rafael estaba a punto de responder cuando oyó el sonido de unas alas que se aproximaban, un susurro que anunciaba la presencia de otro ángel... uno al que no le importaba ser oído. Cuando levantó la vista, descubrió que se trataba de Jason. El ángel inclinó la cabeza en una muestra de respeto. Llevaba el pelo negro recogido en una coleta.
—Sire, tenemos un problema.
E
lena no pudo evitar mirar fijamente al ángel recién llegado. Su rostro... Nunca había visto nada parecido. Todo el lado izquierdo estaba cubierto por un exótico tatuaje formado por finas curvas y pequeños puntitos de tinta negra que resaltaba contra la resplandeciente piel marrón. Tanto la piel como el tatuaje tenían cierto aire de la Polinesia, pero la severidad de sus rasgos faciales indicaba también que aquel ángel tenía ancestros del mismo origen que los suyos. La vieja Europa mezclada con los vientos exóticos del Pacífico... en una combinación increíblemente atractiva.
—Jason —dijo Rafael a modo de saludo.
—Estás herido. —El ángel recién llegado se fijó en el ala de Rafael—. Esto puede esperar.
Cambió de posición, y el susurro de sus alas hizo que Elena se diera cuenta de que aún no había visto sus plumas. Frunció el ceño y entrecerró los ojos en un intento por atisbar algo en la penumbra del vestíbulo (la vidriera permanecía a oscuras sin la luz del sol), pero no consiguió ver nada más que una sombra.
Tenía que preguntar.
—¿Dónde están tus alas?
Jason la miró con expresión indescifrable antes de extender una de sus alas en silencio. Era negra como el hollín. Y no reflejaba la luz, sino que parecía absorberla. Sus límites se desvanecían en la penumbra reinante.
—Vaya... —dijo ella—. Seguro que eres un explorador nocturno de primera.
Jason apartó la mirada de ella para fijarla en Rafael.
—El informe puede esperar, pero es importante que lo escuches.
—Me reuniré contigo dentro de una hora.
—Si no te importa que sea a primera hora de la tarde, sire, me gustaría volar para inspeccionar una cosa.
—Ponte en contacto conmigo cuando regreses.
Tras una breve inclinación de cabeza, Jason se marchó. Elena no dijo nada hasta que Rafael y ella terminaron de lavarse y empezaron a comer el almuerzo que les había llevado «Ambrosio».
Lo primero era lo primero.
—Tu mayordomo me ha hecho la colada —dijo, sentada en la cama con las piernas cruzadas. Al llegar había descubierto que los pantalones y la camiseta que había llevado el día anterior estaban limpios y planchados.
Rafael alzó una ceja. También se había sentado en la cama; tenía una pierna apoyada en el colchón y el pie de la otra en el suelo. El ala herida descansaba sobre las sábanas para que su curación fuera óptima. Para su enorme placer (y estaba demasiado dolorida y frustrada para mentirse sobre lo que sentía por él), Rafael le había pedido que le aplicara un bálsamo especial en la zona de la herida. Ella sabía a la perfección que el hecho de que él permitiera que estuviera a su lado mientras estaba herido era un indicio de lo mucho que había cambiado su relación. Aquella vez, Dmitri no la había atado a un sillón.
—Lo dudo mucho —dijo él—. Montgomery dirige la casa... Jamás se dignaría lavar la ropa con sus propias manos.
—Ya sabes lo que quiero decir, Arcángel. Es como un duendecillo doméstico... ¡solo que aún mejor!
—Por alguna razón, imaginarme a Montgomery como un duendecillo no tiene el mismo efecto en mí que el que parece tener en ti.
—Espera y verás. —Le dio un enorme mordisco a su sándwich, que llevaba de todo—. Así que Jason es tu espía. ¿O debería decir el jefe de tus espías?
—Muy bien, cazadora del Gremio. —Rafael se comió la otra mitad del sándwich en tres bocados—. Algunos dirían que su rostro hace que resalte demasiado.
—Ese tatuaje... debió de doler. —Se estremeció. A ella le daba demasiado miedo meterse tinta bajo la piel. Ransom había intentado convencerla de que se hiciera uno cuando él se tatuó una banda alrededor del brazo. Ver la sangre que rezumaba su piel no la había animado a imitarlo—. ¿Cuánto tiempo crees que llevaría terminarlo?
—Diez años exactamente —dijo Rafael, que la miró con aquellos ojos que parecían ver hasta su alma.
Ella sacudió la cabeza mientras se terminaba el sándwich.
—Hay muchos tipos de locura, supongo.
Rafael le ofreció una manzana.
—¿Quieres darle un mordisco?
—¿Me estás tentando, Arcángel?
—Siento decírtelo, pero tú ya has caído, cazadora. —Utilizó un cuchillo afilado para partir la fruta y le colocó una rodaja entre los labios antes de observar cómo la masticaba con absorto interés—. Tu boca me fascina.
El calor lánguido que la invadía, presente cuando estaba cerca de Rafael, pareció intensificarse, extenderse hasta llenar cada parte de su cuerpo como un latido vivo y exigente. Tragó el trozo de manzana y apartó la comida para arrodillarse delante de él. Cuando el arcángel situó el resto de la rodaja de fruta junto a sus labios, ella lo mordió y le sujetó la muñeca.
Se miraron a los ojos. Sentir su calidez en las yemas de los dedos era mucho más erótico que el beso de cualquier hombre. Le rozó los dedos con los labios.
Algo salvaje y varonil atravesó su rostro, una expresión que le decía dónde deseaba él que pusiera sus labios. Sin embargo, lo único que dijo fue:
—¿Quieres otra rodaja?
Elena sacudió la cabeza con pesar.
—Tienes que curarte, y yo debo empezar a seguir el rastro de nuevo. —Uram no podía haber ido muy lejos. Lo más probable era que se hubiera visto obligado a regresar a uno de sus escondites previos. Lo que significaba que había altas probabilidades de que se encontrara dentro del circuito que ya habían cartografiado.
—Esta puede ser nuestra mejor oportunidad.
Rafael dejó el cuchillo y el resto de la manzana para recorrer sus labios con los dedos.
—¿Oíste lo que dijo Michaela?
—¿Lo de que ya es un monstruo por completo? —Se encogió de hombros. La lujuria empezaba a envolverla como un perfume intenso—. No me extraña en absoluto después de lo que vimos en el almacén.
—Si me convirtiera en un nacido a la sangre, ¿me cazarías, Elena?
La cazadora sintió que el corazón se paralizaba en el interior de su pecho.
—Sí —respondió—. Pero tú nunca te convertirás en un monstruo. —No obstante, recordó el cuchillo que le había cortado la mano, y también al vampiro de Times Square.
Esbozó una sonrisa desprovista de humor.
—Eso es esperanza, no certeza. —Rafael sacudió la cabeza—. Todos somos susceptibles a la tentación del poder. La sangre lo ha hecho más fuerte, más difícil de derrotar.
Elena le cubrió la cara con las manos y observó aquellos ojos que habían visto miles de amaneceres antes de que ella fuese siquiera un pensamiento en el esquema general del universo.
—Pero tú tienes una ventaja —susurró—. Ahora eres un poquito humano.
C
reían que estaba vencido.
Aquel era su error.
La agonía se apoderó de su ala y de su pecho cuando los vestigios del fuego azul de Rafael intentaron penetrar a más profundidad. Apretando los dientes, él abandonó su escondite y voló una corta distancia hasta una zona pública de la ciudad, por lo general acogedora, que se había vuelto lúgubre a causa del clima húmedo. Estaba llena de rincones oscuros que la convertían en el lugar perfecto para cazar. El glamour lo ayudaba mucho, y ya había desgarrado la garganta a dos vagabundos antes de que ellos se percataran siquiera de que alguien los acechaba.
La sangre humana recorrió sus venas a la velocidad del rayo y obligó al fuego azul a retirarse hasta que se disipó en el aire, inofensivo. Puesto que ya no debía concentrarse en repeler un ataque, su cuerpo se dedicó a reparar los músculos y cartílagos desgarrados. Para el momento en que inclinó la cabeza sobre la quinta garganta (la piel suave y delicada de una joven, su alimento favorito), estaba listo para volar de nuevo... al menos para sacar a la cazadora mortal de la ecuación. Una vez que ella estuviera muerta, nadie sería capaz de localizarlo.
Sonrió y se limpió la sangre de la boca con un pañuelo blanco limpio. Sí, la sangre caliente era la mejor. Durante un instante se planteó la posibilidad de matar a alguien más, pero decidió que no tenía tiempo. Tenía que atacar antes de lo esperado, mientras las defensas de Rafael estaban bajas y la cazadora se creía a salvo.
Después de aquello, podría hundir los colmillos en el corazón de Michaela, beber su sangre directamente de la fuente. Y se quedaría con ella, decidió. El impulso de descuartizarla era abrumador, pero lo resistiría. ¿Por qué matar a alguien que podía proporcionar un poder tan exquisito? Los mortales eran demasiado débiles, pero una arcángel... Ah, podría beber de Michaela durante toda la eternidad. Porque ella se curaría siempre.
Se preguntó si Michaela le habría contado a Rafael que ya se había alimentado con su sangre en una ocasión. Se lamió los labios. Tenía un sabor dulce. Poderoso. Estimulante. Y ahora llevaba parte de él en su interior. Sí, una arcángel sería el más perfecto de los aperitivos. Le construiría una hermosa jaula para que ella pudiera ver cómo jugaba con el resto de sus mascotas... para que supiera que era la afortunada, la mujer a la que había elegido para alimentarse durante el resto de la eternidad.