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Authors: Baltasar Gracián

Tags: #Ensayo, Filosofía

El arte de la prudencia (13 page)

BOOK: El arte de la prudencia
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227. No decidas guiado por la primera impresión.
No seas como muchos, que se dejan arrastrar y comprometer con lo primero que les dicen, y luego esta decisión les impide tomar en cuenta aquello de lo que se enteran luego. Y como lo primero que se ve es casi siempre falso, pierden la oportunidad de sacar provecho a lo verdadero. No dejes que tu voluntad sea seducida por lo primero que veas ni tu entendimiento se conforme y siga su primer razonamiento, pues con eso mostrarás que eres superficial y no profundo. No seas como la copa nueva, que se impregna del olor del primer licor que le vacían, aun siendo de mala calidad. Cuando conozcan tu defecto, maliciosamente se aprovecharán de ti. Vendrán siempre con coloridas impresiones para seducir tu credulidad. Deja siempre lugar para revisar luego. Haz como Alejandro, que guardaba el segundo oído para escuchar otra versión. Deja siempre espacio para una segunda y tercera información, y procede a compararlas. Si dices que nadie puede impresionarte, estás equivocado y muy cerca de apasionarte. Es mejor que sepas que pueden impresionarte, y deja que te llegue una segunda, una tercera y otras impresiones, antes de decidir.

228. No tengas la mala voz del difamador.
No te ganes la fama de ser un contrafama, que ataca al que es notable. No te hagas conocer a costa de dañar la fama ajena, pues serás muy odiado y tendrás grandes dificultades. Todos querrán vengarse de ti, diciendo todo tipo de improperios sobre tu persona. Y como atacas a tantos y eres sólo uno, será fácil vencerte. Nunca te alegres de lo malo que les ocurre a los demás, y mucho menos se lo manifiestes a otros. El murmurador será siempre aborrecido, y aunque en algún momento tenga un encuentro con algún personaje importante, será escuchado para burlarse de él más que por apreciar su cordura. Que nunca podrán apreciarla en quien no la tiene. Y el que habla mal de otros siempre tendrá que oír cosas peores de sí.

229. Reparte tu vida en tres: libros, gente y pensamiento.
No dejes que tu vida sea guiada por las ocasionales circunstancias, sino por el trabajo y la lectura. Penosa es la vida si se vive como una larga jornada sin descanso ni medidas. Haz la tuya dichosa, hazla variada con el placer de la fina erudición. La juventud es tu primera estancia. Dedícala a aprender la belleza de la vida, conversando con los grandes muertos que viven en los libros, y enriquecerás tu persona. La segunda edad debes dedicarla a los vivos: ver y aprender todo lo bueno del mundo. Y recuerda que no todo está en un solo país o en una misma persona, pues Dios repartió los dones de modo tan variado, que a veces hizo ricas a las feas y pobres a las bellas. La tercera etapa has de aprovecharla plenamente. Tu última felicidad es el filosofar: el gozo de buscar y conocer la razón de cada cosa.

230. Apúrate por ver, y ver a tiempo.
Muchos de los que ven no han abierto los ojos, porque no saben lo que miran, ni cómo aquello los afecta. Algunos, miran y no ven, y son ciegos porque no quieren que sea cierto lo que miran. Otros se dan cuenta muy tarde, y reaccionan contra el mal que han visto, cuando ya no hay remedio, y sufren el pesar. Hay hombres que comienzan a observar cuando han perdido la oportunidad de ganar con ello. Quien no tiene conciencia de lo que está pasando, es muy difícil que tenga voluntad de hacer algo. Y viceversa, no hará nada con tener voluntad de actuar sin saber qué hacer. De esto se aprovechan los maliciosos que le rodean, y se burlan con risa de su tonto proceder. Son sordos para oír, y no abren los ojos para ver. Si no haces el esfuerzo y cultivas la voluntad de actuar, no faltará quien te impida ver e impida que te vean, porque sus negocios y su vida se alimentan de tu ceguera. Y así lo irás perdiendo todo sin ver que lo pierdes. Serás como el infeliz caballo cuyo amo no lo ve: no engordará jamás.

231. No permitas que tus cosas queden a medio hacer.
Disfruta su terminación. Todas las cosas, al principio se ven feas e irregulares, y si no las terminas, tu imaginación y la de los demás quedarán con la idea de que es algo mal hecho. Esto puede evitarse acabando por completo lo que se inicia. Pero tienes otra gran ventaja: si lo terminas, quien no haya visto el proceso de construcción, quedará impactado por la elegancia y solidez de tu obra. Todo es nada al comenzar, y lo que se deja sin terminar está más cerca de convertirse en nada que de convertirse en algo. A muchas mujeres no les gusta comer lo que cocinan, porque han visto las imperfecciones del proceso, y eso les produce desazón. No sienten la maravilla de la comida terminada. Trata por eso de que no vean tus obras antes de terminadas. Aprende de la naturaleza, que no rompe el huevo hasta que no está formado el pollito.

232. Aprende a aplicar tus teorías y hazte un comerciante práctico.
No estés todo el tiempo expresando teóricas especulaciones, sin que puedas poner en práctica una idea exitosa en los negocios. Cuídate de la debilidad de los sabios. Son fácilmente engañados, porque conocen las generalidades, pero se pierden en las particularidades: ignoran el vivir cotidiano, que es más precioso. Dedican tanto tiempo a las cosas sublimes que apenas les alcanza para los detalles concretos. A pesar de ser sabios, ignoran lo primero que deben saber: que siempre es por un pequeño detalle que todos son admirados o abominados. Si quieres ser un varón verdaderamente sabio, procura tener aunque sea una pizca de comerciante práctico, lo bastante para no ser engañado o ridiculizado. Sé un hombre hábil, que aunque no es la mayor virtud, es la más necesaria para la vida en sociedad. ¿De qué sirve el vivir sin un sentido práctico? El saber vivir es hoy el verdadero saber.

233. Cuídate de no decir o hacer una cosa por otra.
Confundirte en qué decir o hacer es como dejar un placer y tomar un penar. Muchos se dedican a algo que luego no les gusta, por no comprender cuál es su vocación. Como todo depende de a qué oficio te inclines, hay cosas que para unos son elogios y para otros, ofensas. Y lo que parecía ser un buen servicio, fue un agravio. En este caso podría costar más lo que se hizo y resultó un disgusto, que lo que costaría hacer lo que le complazca. Por eso, pierdes la oportunidad de que te agradezcan y el don de satisfacer. Algunos pensaron que elogiaban, cuando en realidad vituperaban, y por esto recibieron merecido castigo. Muchos piensan que es agradable elocuencia su palabrerío, cuando es todo lo contrario: aporrean el alma con su necedad.

234. Nunca te comprometas con alguien que no se comprometa contigo.
Cuando hagas un negocio, debes fijarte en qué te aprovecha y en qué te daña. En asuntos en que esté comprometida tu honradez, trata de que los deberes sean conjuntos, de los dos, de suerte que cada uno, al cuidar su reputación está cuidando la ajena. Nunca debes fiarte de nadie, pero si alguna vez quieres hacerlo, ha de ser con tal sabiduría que si en algo no actúas con prudencia, tengas la protección de tu cautela. Que tu riesgo sea igual, y recíproca la causa.

235. Debes saber cómo pedir las cosas.
No hay nada más dificultoso para muchos que pedir. Y los hay peores: los que no saben decir que no. Hay otros, en cambio, que están siempre listos para decir que no; y para conseguir el sí de ellos, hay que poner mucho esfuerzo, tiempo y sabiduría. Pero lo correcto, lo que debes hacer es hablarles de las cosas que complacen sus sentidos o las que agradan a su alma. Si ya has logrado crear un ambiente de tal confianza que el otro no siente necesario reflexionar antes de decidir, es muy probable que te conceda lo que le pides. Disfruta este triunfo plenamente, en cuerpo y alma. No debes pedir en el momento en que la persona a quien le pedirás, acaba de decir que no a otro. Pues tenderá a igualarte al anterior, y a decir no. Tampoco hagas tu pedido en el instante en que haya tristeza en tu solicitado. Y jamás obligues a nadie a dar lo que no quiere, porque eso es inmoral.

236. Lo que estás obligado a dar, hazle ver a la gente que lo das como premio a su mérito.
Es una especial destreza de los grandes políticos: hacer aparecer la ejecución de sus deberes como una gracia que su bondad otorga. Dar la idea de que estás premiándole sus méritos a quien tienes que darle algo, lo hará agradecértelo, y pensará que eres un hombre tan bondadoso que haces algo más que cumplir tus compromisos. Este “favor” te otorga dos ventajas: una es que si lo das pronto, se te agradecerá más, y otra, que con el regalo conviertes al beneficiario en deudor tuyo. Es una sutil manera de transformar las responsabilidades a que el cargo te obliga en regalos que ofrece tu magnanimidad. Las haces ver como ventajas que brindas a quienes están bajo tu mando para que se sientan bien. Esta astucia funciona bien cuando tratas con gente que sabe cumplir sus deberes, porque si es con viles malagradecidos, mejor es alejárteles que acercarte, entendiendo por anticipado que no van a sentir obligación de honor contigo. Aunque, de todos modos, si el ingrato no te lo agradece, la gente a la que le hiciste ver el acto como una de tus bondades, te agradecerá el gesto.

237. Nunca compartas secretos con tus superiores.
Pensarás que compartes el privilegio de comer peras con él, pero a la larga se convertirán en piedras duras de masticar para ti. Muchos han perdido la vida por ser confidentes. Como cuchara con que se come, fueron usados y tirados. No es un favor sino un dolor lo que te da el príncipe al comunicarte sus secretos. Así como muchos rompen el espejo para no ver su fealdad, puede el príncipe destruirte a ti, si sabes sus secretos defectos. Llega un momento en que le provoca rabia ver al que conoce su mal. Trata tú de no tener obligaciones con nadie, y menos con los poderosos. Es mejor que los superiores te deban por beneficios que les hayas hecho y no que les debas favores recibidos. El favor más peligroso que pueden otorgarte es el de su amistad y confidencias, pues el que te dice sus secretos se hace esclavo tuyo, y eso produce en los poderosos una furia que no puede durar mucho sin explotar. Desean volver a tener la libertad perdida, y para esto atropellarán todo, hasta lo más razonable, y principalmente contra quien conoce sus faltas. Los secretos, pues, ni saberlos ni hacer saber que los sabes.

238. Conoce bien qué defectos tienes.
A todas las personas les falta algo para ser perfectas. Hay gentes que si mejoraran algunos detalles les faltaría poco para ser excelentes. Por ejemplo, a unos les hace falta tomar las cosas en serio, y eso desluce sus otras virtudes. Otros son muy rudos en el trato, que es un defecto que la gente cercana les nota enseguida, y más si ocupan cargos importantes. En algunos se desea que decidan rápidamente, y en otros, que sean más reflexivos. Todos estos defectos, si tomas conciencia de ellos, puedes eliminarlos o reducirlos con facilidad, que si te vigilas a ti mismo, irás acostumbrándote a librarte del defecto, hasta convertir la costumbre en hábito, y éste en parte de tu naturaleza.

239. No seas nunca pedante.
Es mejor ser prudente. Saber mucho es ser demasiado agudo, y como la punta de los lápices, lo muy agudo hiere y se quiebra. Es más ventajoso conocer sólo lo básico. Bueno es tener entendimiento y no pedantería. El mucho explicar provoca duda y discusión. Es mejor un buen juicio breve y bien fundamentado, que discurrir y extenderse más de lo necesario.

240. Puedes aparentar ser necio, pero sólo hasta donde te conviene.
Muchas veces la mejor sabiduría consiste en dar la idea de que no sabes. No debes mostrar ser ignorante, pero en ocasiones te conviene hacer ver que ignoras. Si quieres llevarte bien con gente necia y torpe, no le eches en cara que eres sabio: con el necio, necio; con los locos, loco. Debes hablarle a cada uno en su propia lengua. No es necio el que en una circunstancia se hace pasar por serlo, sino el que realmente lo es. Debes aparentar, si es necesario, la medida correcta de necedad, pues si exageras y apareces como doblemente necio, se notará que estás aparentando. Para ser bien visto, el mejor medio es ponerse la piel de gente sencilla, que se adapta a quienes la rodean.

241. Es más ventajoso para ti sufrir las burlas que usarlas contra otro.
Cuando las sufres sin responderlas, muestras tu caballerosidad, pero si la respondes verán que el burlador consiguió sacarte de tus cabales. Si sabes sufrir la burla, ella te será un gusto, pues te da la oportunidad de mostrar tu alta capacidad. El que se burla de ti, es porque en algo está molesto, y si no haces caso a la burla, conseguirás que sufra más su molestia. Lo mejor es no responderlas, pues en la discusión de las burlas, pueden salir a flote algunas verdades que no te convengan. Para manejar bien la burla, se requiere mucho cuidado y habilidad. Desde el principio, es bueno que sepas hasta dónde podrá resistir el sufrimiento quien está molesto y se burla.

242. Todo lo que comiences, no pares hasta culminarlo.
Toda la vida se le va a algunos en comenzar cosas que no acaban: tienen carácter inestable. Nunca consiguen que los admiren, porque nada terminan. Líbrate del defecto español de la impaciencia, y ten la virtud belga de la paciencia. Estos acaban las cosas, aquellos acaban con ellas. Luchan y sudan hasta vencer la dificultad, pero sin alcanzar la victoria de culminarlas bien: prueban que pueden, pero no quieren. Siempre es un gran defecto la débil voluntad y el no pensar bien antes de decidir si se hará o no algo. Si la obra es buena, debe acabarse. Y si es mala, no debió comenzarse. Termina, pues la casa que haces, y no se te vaya la vida en terminarla.

243. No seas todo bondad.
Al actuar muévete siempre entre la vivacidad de la serpiente y la candidez de la paloma. No hay nadie más fácil de engañar que un hombre de bien. Como nunca miente, cree siempre que le dicen la verdad, pues confía mucho el que nunca engaña. No siempre al que engañan es por tonto. En muchos casos, es por bueno. Dos tipos de personas saben librarse de los engaños: aquellos que han sido ya muy engañados y los muy astutos, que han visto engañar a otros o los han engañado ellos. Cultiva también la habilidad de ser receloso, al igual que el astuto se entrena para enredar a otro. Y no llegues al extremo de ser tan bueno, que tiente a otro a hacerte un mal. Sé una mezcla de serpiente y de paloma: no engañador, sino cuidadoso.

244. Evita que tu favorecido aparente ser tu favorecedor.
Hay algunos que invierten los papeles: hacen pensar que son quienes le hacen un favor a quien en realidad se lo hace a ellos. Son tan advertidos que dejan la impresión de que hacen un honor a quien le piden. De tal modo tuercen las cosas que parecerían dar, cuando lo cierto es que reciben, trastocando con trucos el orden del deber. Al menos logran confundir, poner duda sobre quién hace el bien a quién. Dan tantas alabanzas y lisonjas vanas al que les hizo el favor, que éste llega a sentir que les debe agradecer al otro haberle pedido la ayuda. Convierten así el agradecimiento en deuda. De ser el pasivo que debe, pasan a ser el activo al que se le debe. Son tan buenos políticos como expertos en el uso de la lengua. Muestran con esto ser muy hábiles, pero tú lo serías más si les haces entender su necedad, al demostrar a todos y a ellos, con fina agudeza, que te deben agradecimiento.

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