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Authors: Mari Jungstedt

El arte del asesino (24 page)

BOOK: El arte del asesino
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Aunque se encontraba en Estocolmo, no podía dejar de preguntarse qué sucedía en Gotland con la investigación del asesinato. Concluida la reunión de la mañana, dedicó varias horas a tratar de obtener información al respecto. Estuvo toda la mañana tratando de localizar a Knutas y a Karin, sin conseguirlo. Pia Lilja estaba en casa, en cama con gripe, así que no le podía servir de ayuda. Finalmente, tuvo que conformarse con Lars Norrby. Le preguntó si había alguna novedad en la investigación del caso.

—Bueno, no hay nada de lo que pueda hablar.

—Algo me podrás decir, ¿no? Tenemos que mantener viva esta historia y a vosotros os interesa también. Para que la gente que sepa algo se ponga en contacto con la policía.

—No me vengas con argucias, llevo demasiados años en esto.

Johan pudo oír cómo Norrby se reía al otro lado del hilo telefónico. Como tras el percance del año anterior aún recibía un trato de favor por parte de los policías de Visby, decidió insistir. Después de más de un cuarto de hora tratando por diferentes medios de tirar de la lengua al portavoz de la policía, por fin lo llevó a su terreno. Fue al preguntarle si Karin estaba de viaje, porque no había forma de localizarla, cuando Norrby le informó de que se encontraba en Estocolmo en un viaje en misión de servicio.

—¿Por qué? —preguntó.

—¿Cómo que por qué?, pues por el asunto ese del robo, claro.

Johan se quedó tan perplejo que no supo cómo continuar.

—¿Cómo? —dijo tontamente.

—El robo en Waldemarsudde, hombre. Estamos investigando qué tiene que ver con el asesinato de Egon Wallin.

Eso hizo que Johan se pusiera en guardia. ¿Qué demonios estaba diciendo aquel hombre? Aguardó unos segundos con la esperanza de que Norrby soltara algo más.

El silencio le resultó claramente incómodo al policía, pues continuó.

—Bueno, esto que quede entre nosotros dos: resulta que la escultura dejada en el lugar del crimen en Waldemarsudde era la que robaron de la galería de Egon Wallin.

Johan, que no tenía ni idea de que hubieran robado una escultura en la galería de Visby, hizo como si estuviera al tanto.

—Ah, sí, ésa. Ya, ya. Bien, Norrby, pues muchas gracias.

Capítulo 58

Max Grenfors se agitaba en su silla de redactor frente a la mesa —el punto central de la redacción—, con un teléfono pegado a la oreja, como de costumbre. A su lado, la presentadora del programa, con la mirada fija en la pantalla del ordenador, contemplaba una secuencia con los auriculares puestos. En aquel momento lo mejor era no interrumpir. El productor del programa estaba ocupadísimo buscando imágenes para un reportaje sobre la violencia de género, un tema para el que siempre resultaba complicado seleccionar imágenes, si no se quería correr el riesgo de repetir las mismas una y otra vez.

Todos los periodistas se afanaban en las tareas de edición; se notaba que sólo quedaban unas horas para estar en el aire. Entonces aumentaba siempre la tensión en la redacción.

Johan estaba a punto de reventar por no poder contarle a alguien aquella increíble información. Dio un golpecito a Grenfors en el homibro y le indicó por señas que tenía algo importante de lo que informar. Por una vez, el redactor jefe comprendió al momento que se trataba de algo serio y terminó la conversación. Se pasó la mano por el pelo y suspiró.

—Algunos reporteros necesitan ayuda para todo. ¡Esto es una locura! ¡Pronto habrá que darles también la entrevista hecha!

Sabedor de lo mucho que Grenfors solía entrometerse en el trabajo de los reporteros, Johan no dio mayor importancia a sus quejas.

—Escucha esto —le dijo, y acercó una silla para sentarse a su lado—. El robo de Waldemarsudde no es sólo el robo de una obra de arte normal y corriente.

—¿Ah, no?

En la mirada de Grenfors hubo un destello de curiosidad.

—No. El ladrón no sólo ha robado un cuadro. También dejó algo.

—¿Qué?

—Colocó una escultura delante del marco vacío donde había estado la tela.

—¿Ah, sí?

—Sí; y no una escultura cualquiera. Se trata de la misma escultura que desapareció durante la inauguración de la exposición en la galería de Egon Wallin el mismo día que lo asesinaron.

—¿Y eso qué significa? ¿Que quien ha robado el cuadro es el asesino de Egon Wallin?

—Es muy posible.

—¿Son fiables esos datos?

—Proceden directamente de la policía.

Grenfors se quitó las gafas que había empezado a usar últimamente. De una marca de moda, desde luego.

—Así que existe una conexión entre el robo y el asesinato. ¿Qué diablos tiene que ver una cosa con otra? —Echó una rápida ojeada al reloj y exclamó—: ¡Mierda! Tenemos que darlo. Entra en edición, tendrás que preparar inmediatamente un
flash
corto de esto.

El martes por la noche, la noticia de que entre el audaz robo en Waldemarsudde y el asesinato del galerista Egon Wallin existía una conexión evidente, y que el autor, además, había querido advertir a la policía de ello, acaparó la cabecera de todos los informativos.

Johan se alegró de ser el autor de la noticia más candente por segundo día consecutivo y, sobre todo, porque antes de irse a casa le dieron instrucciones para que a la mañana siguiente saliera en el primer vuelo a Visby.

Capítulo 59

Karin le sostuvo la mirada a su jefe, al otro lado de la mesa, y pronunció las palabras que él habría preferido no tener que oír.

—Me voy, Anders.

La frase le daba vueltas en la cabeza. Su significado no calaba en su mente, sino que rebotaba hacia fuera, lejos, muy lejos.

El comisario bajó muy despacio el tenedor, en el cual había pinchado un buen trozo de merluza cocida con salsa holandesa.

—¿Qué dices? No lo dirás en serio, ¿verdad?

Echó una mirada al reloj de la pared como si quisiera documentar el instante en que su colaboradora más cercana le informaba de que iba a abandonarlo.

Karin miró comprensiva a Knutas.

—Sí, Anders, lo digo en serio. Me han ofrecido un puesto en Estocolmo. En el Departamento de la Policía Nacional.

—¿Qué?

El tenedor bien cargado permanecía aún suspendido en el aire en su camino de vuelta al plato. Como si el brazo se le hubiese quedado inmovilizado, paralizado, en razón de cuanto había de terrible en lo que Karin acababa de decirle. Ella bajó la mirada y empezó a remover la comida. Al hombre le pareció de repente que todo el comedor apestaba a salsa holandesa; el olor le hizo sentir náuseas.

—De hecho, es el jefe de Kihlgård quien me ha ofrecido el puesto. Voy a trabajar en el grupo de Martin. Eso supone un aliciente para mí, Anders, tienes que comprenderlo. No tengo nada que me retenga aquí.

Knutas la miró estupefacto. Las palabras retumbaban en sus oídos, Martin Kihlgård de nuevo. Lógicamente, era él quien estaba detrás de la propuesta. En el fondo, nunca se había fiado de su cordialidad. Una serpiente, eso era. Resbaladizo y desleal detrás de aquella fachada inofensiva.

Entre Karin y Kihlgård hubo una química especial desde el primer momento y eso a él siempre le molestó, aunque nunca lo reconocería en voz alta.

—¿Y nosotros dos, entonces?

Karin suspiró.

—Pero Anders, por favor, que no somos pareja. Trabajamos muy bien juntos, pero yo quiero probar algo nuevo. Además, me he cansado de estar en esta isla y enmohecer. Cierto que me encuentro a gusto aquí en el trabajo, contigo y con los demás, pero en otros aspectos mi vida está estancada. Pronto cumpliré cuarenta años, y quiero realizarme, tanto en mi profesión como en mi vida personal.

Observó que había unas manchas rojas en el cuello de Karin, una señal inequívoca de que estaba enojada o que la situación le resultaba desagradable.

Permanecieron en silencio. Knutas no sabía qué decir. Miraba con estupor a la mujercita de ojos negros que tenía al otro lado de la mesa. Ella suspiró y se levantó.

—De todos modos, ya lo tengo decidido.

—Pero…

No le dio tiempo a decir nada más. Ella alzó su bandeja y se marchó.

Se quedó sentado a la mesa solo, con la mirada perdida en el gris aparcamiento cubierto por la nevada al otro lado de la ventana. Sintió, para su irritación, que se le saltaban las lágrimas. Enseguida miró con disimulo en derredor. El comedor estaba a rebosar de colegas que comían, charlaban y reían.

No sabía cómo iba a arreglárselas en adelante sin Karin. Ella era su válvula de escape. Aunque su relación pudiera considerarse en cierto modo unilateral, le aportaba muchísimo. Al mismo tiempo, la comprendía perfectamente. Estaba claro que también quería oportunidades de progresar en su trabajo, conocer a alguien y formar una familia. Como todos los demás.

Volvió a su despacho desolado, cerró la puerta, buscó la pipa en el cajón de arriba del escritorio y empezó a cargarla, pero esta vez no se contentó sólo con chupar sin encenderla como solía hacer, sino que abrió la ventana, se colocó en plena corriente y la encendió. ¿Lo diría realmente en serio? ¿Dónde se iba a alojar? Kihlgård y ella se llevaban francamente bien, pero, a la larga, ¿podría soportarlo Karin, con su constante glotonería? Cierto que era divertido, en dosis adecuadas, pero ¿todos los días…?

Sólo de pensarlo lo asaltó una terrible sospecha. ¿Qué tal estaba él en cuanto a simpatía? Mientras Karin cargaba con el trabajo, a él le parecía que tenían una relación profesional estupenda; le gustaba aquella mujer, su viveza y su temperamento, que muchas veces se manifestaba de manera sorprendente. Karin le alegraba la existencia, lo hacía sentirse vivo en el trabajo; le subía la autoestima, eso sin duda. Pero si uno daba la vuelta a la tortilla, ¿quién creía que era él, Knutas, para ella? Él, con sus lamentaciones y suspiros por los recortes en el cuerpo de policía? Rebuscó en su memoria y se examinó con lupa a sí mismo. En realidad, ¿qué le aportaba él a Karin? ¿Qué obtenía de él? No mucho, la verdad.

La cuestión era si no sería ya demasiado tarde para hacer algo al respecto. Karin aún no había presentado su solicitud de traslado; quizá había pensado pedir un día libre, para probar. Al fin y al cabo, tenía a sus padres y a sus amigos en Gotland; ¿cómo se sentiría en la Península y en la gran ciudad? El pánico se apoderó del comisario sólo de pensar en trabajar todos los días sin ella.

Tenía que idear algo. Lo que fuera.

Capítulo 60

El viernes, avanzada ya la tarde, Knutas tuvo algo nuevo en lo que pensar. La policía de Estocolmo le envió por correo electrónico una lista con las personas que en Suecia estaban consideradas como particularmente interesadas en la obra de Nils Dardel.

Echó una ojeada a la lista, y de entrada no reconoció ni un solo nombre, pero cuando llegó a la mitad de la lista se detuvo en seco. Las letras brillaron ante sus ojos formando el nombre de alguien con quien ya se había tropezado varias veces en la investigación: Erik Mattson.

Knutas expulsó lentamente el aire por la nariz. ¿Cómo demonios era posible que volviese a aparecer aquel hombre?

Se levantó y miró por la ventana. Trató de controlar su ansiedad. Erik Mattson, el tasador de arte de Bukowskis, que, además, asistió a la exposición en Visby. Valoró los cuadros robados encontrados en la casa de Egon Wallin sin mencionar que había estado en Visby el día del asesinato. Tuvo que reconocer para sí mismo que se le había olvidado volver a llamar a Erik Mattson para pedirle explicaciones. Se interpuso el robo en Waldemarsudde.

Estaba a punto de irse a casa justo antes de que llegara el correo electrónico. De camino, había pensado comprar un par de botellas de buen vino y un ramo de flores para Line. Últimamente tenía muy desatendida a la familia.

Hoy iba a llegar otra vez tarde. Llamó a casa. Line no se mostró tan comprensiva como de costumbre. No era de extrañar. Incluso para ella existía un límite. Sintió mala conciencia, pero evitó pensar en ello precisamente entonces. Debía concentrarse en Erik Mattson. En realidad, lo que quería era llamar a Bukowskis inmediatamente, pero se contuvo. En el caso de que Erik Mattson fuera el culpable, o uno de ellos, debería avanzar con cautela. Sentia la imperiosa necesidad de hablar con Karin y salió al pasillo. Tenía cerrada la puerta de su despacho. Dio unos golpecitos. No hubo respuesta. Esperó un momento antes de entreabrir la puerta con cuidado. Vacío. Se había ido a casa sin decirle siquiera adiós, constató herido. Que pudiera recordar, Karin nunca había hecho una cosa así. Regresó a su mesa con el rabo entre las piernas. Tenía que hacer algo, así que marcó el número de Bukowskis, aunque según su página de Internet, la casa de subastas estaba cerrada. Sonaron muchas señales de llamada antes de que alguien contestara.

—Erik Mattson.

Estuvo a punto de caerse de la silla.

—Sí, hola, soy Anders Knutas de la Policía de Visby. Perdón por llamar a estas horas un viernes por la tarde, pero hay unas cuantas cosas importantes que debo preguntarle.

—¿Ah, sí? —respondió Erik Mattson fríamente.

—Cuando hablamos sobre los cuadros hallados en Visby, en casa de Egon Wallin, no dijo nada de que había asistido a la inauguración de la exposición el mismo día que fue asesinado.

Pausa corta. El silencio se tornó denso en el auricular.

—Eso tiene una explicación muy sencilla. Nunca estuve allí.

—Pues, según su jefe, recibió una invitación. Tú y un colega tuyo hicisteis noche en Visby para poder asistir a esa inauguración.

—No, no… Bukowskis recibió unas invitaciones, cierto, y mi colega Stefan Ekerot y yo pensamos asistir, puesto que íbamos a estar en Gotland justo entonces. Pero, al final, ninguno de nosotros acudió a esa inauguración. La hija menor de Stefan se puso enferma por la noche, así que él se volvió en el primer vuelo el sábado por la mañana. Bueno, debo aclarar que la niña sólo tiene un mes. En cuanto a mí, me indispuse el sábado por la tarde y me quedé descansando en el hotel, de modo que tampoco visité la exposición. Por lo tanto, no es de extrañar que no dijera nada de ello.

—Así que fue eso… —comentó el comisario, decidido a aceptar por el momento aquella explicación—. Otra cosa: tengo entendido que es experto en la obra de Nils Dardel, ¿qué puede decirme del robo de
El dandi moribundo
?

De nuevo silencio al otro lado del hilo. Knutas oyó como Erik Mattson tomaba aire antes de responder:

—Es terrible, un sacrilegio. Una tragedia si no se recupera.
El dandi moribundo
es sin duda uno de los cuadros más importantes de la historia del arte sueco.

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