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Authors: Mari Jungstedt

El arte del asesino (26 page)

BOOK: El arte del asesino
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—¿Ah, sí? ¿Y qué tienen que ver con Gotland las inclinaciones sexuales de Dardel?

Knutas parecía cansado; aquello no era tan interesante como se había imaginado. A Karin le brillaban los ojos. No era difícil advertir que le fascinaba la vida del artista.

—Espera, verás. Lo que pasó es lo siguiente. ¿Has oído hablar de Wilhelmina von Hallwyl, la archicondesa que mandó construir el Palacio Hallwylska de Estocolmo?

—No, nunca he oído hablar de eso.

—Está en la calle Hamngatan, frente al restaurante Berns y el parque Berzelii, al lado de la plaza de Norrmalmstorg. Un lugar maravilloso. La condesa era riquísima, y dedicó su vida a coleccionar los objetos que se exponen allí: arte, plata, porcelana oriental, cerámica… Creo que hay más de cincuenta mil objetos. La noble donó toda la colección y el palacio al Estado. Sólo tienes que visitarlo la próxima vez que vayas a Estocolmo —expuso Karin entusiasmada—. Escucha, la historia es francamente increíble. La condesa Von Hallwyl tuvo cuatro hijas; una de ellas era Ellen, que se casó con Henrik de Maré, un militar de alta graduación. Tuvieron un hijo, Rolf, y se trasladaron a Berlín, donde Henrik fue nombrado agregado militar. El hijo necesitaba un preceptor, y entonces Ellen contrató a un hombre joven que se llamaba Johnny Roosval. El caso es que Ellen y Johnny se enamoraron perdidamente. Él era doce años más joven que ella y un donnadie, mientras ella era una dama de la alta nobleza. Es decir, se daban todos los ingredientes de un drama clásico. Ellen se saltó los convencionalismos sociales: ¡se divorció del militar de alta graduación y se casó con el joven Johnny Roosval!

Karin dio una palmada satisfecha, mientras que Knutas continuaba perplejo.

—Sí, pero ¿y Gotland? —preguntó agotado.

—Sí, sí, ya llegaremos a ello. Naturalmente, aquello supuso un gran escándalo. ¡Recuerda que esto sucedió en 1910! La condesa rompió totalmente con su hija y le quitó al nieto, Rolf de Maré. Pero Ellen y Johnny estaban muy enamorados y se construyeron la casa de sus sueños en Gotland; estamos hablando de Muramaris. El edificio estuvo terminado en 1915 y Ellen mandó construir una casita de verano para su hijo; el edificio aún se conserva, y se conoce como la casa de verano de Rolf de Maré. Ellen, que era pintora y escultora, trabajó en Muramaris. Fue ella quien esculpió la mayoría de las esculturas que hay en el jardín. Johnny Roosval progresó con el tiempo y llegó a convertirse en el primer profesor sueco de historia del arte. Con ello se le abrieron las puertas de los refinados salones y, ¿adivinas lo que ocurrió después? Pues que la malhumorada condesa Von Hallwyl perdonó a Ellen y ésta pudo reanudar el contacto con su hijo. De manera que Rolf de Maré pasó mucho tiempo en Muramaris durante el verano y ¿sabes quién lo acompañaba con frecuencia? Nils Dardel, que llegó incluso a diseñar el jardín de Muramaris; como sabrás, hay allí un jardín barroco precioso. Y está en un sitio tan bonito, justo al lado del mar… ¿A que es una historia muy romántica?

Satisfecha, volvió a apoyar la espalda en el respaldo de la silla y al fin dio un sorbo al café, que para entonces ya estaba frío.

—¡Pues no es un mal relato! —respondió Knutas, agradecido de que por fin hubiera terminado—. Así que ese es el vínculo entre Nils von Dardel y Muramaris. Pero, por todos los demonios, ¿qué tiene eso que ver con Egon Wallin?

—No sé, pero ha sido muy entretenido leer acerca de él, de Dardel, quiero decir. Fue un personaje muy interesante, una figura compleja —dijo Karin, soñadora.

Pensando que por aquella mañana ya había tenido más que suficiente de Nils Dardel, el comisario apuró el café y se levantó.

—Muy buen trabajo, Karin. Es hora de ir a la reunión. Luego, seguramente me acercaré hasta Muramaris.

No se atrevió a confesarle que nunca había puesto un pie en aquel lugar, pese a haber pasado por el lado del letrero miles de veces al ir a su casa de verano o al regresar de ella.

Capítulo 64

Por la mañana, cuando Hugo Malmberg fue a recoger el periódico, que cayó sobre la alfombra de la entrada, descubrió una nota que había ido a parar casi bajo el costoso zapatero de roble de Norrgavel. El papel era rojo y destacaba. Tal vez no fuera sino una pequeña hoja de propaganda; sin embargo, notó un creciente malestar al abrirla. Dentro sólo se leía una palabra:
Pronto.
Entró y se sentó en la cocina. Los perros ladraban a sus pies, como si ellos también sintieran que había algo amenazador en aquel misterioso comunicado.

Instintivamente se ciñó el albornoz alrededor del cuerpo aún más fuerte y volvió a leer la palabra. Estaba escrita con rotulador negro y letras grandes, el mismo tipo de letra que uno utilizaría para escribir una invitación para una fiesta.
Pronto.
¿Qué demonios significaba aquello? Sintió sudores fríos sólo de pensarlo: era una prueba evidente de que, en efecto, lo habían seguido, de que no eran figuraciones suyas.

Desde que se encontró con el hombre misterioso en el puente de Västerbron aquel viernes por la noche, tuvo la sensación de que alguien lo espiaba. Poco a poco había empezado a preguntarse si no estaría a punto de perder el juicio.

Ahora no cabía ninguna duda. Alguien iba tras él. De pronto se sintió inseguro en su propia casa y angustiado, echó un vistazo al piso. Aquella persona sabía dónde vivía, había accedido al portal y estado al otro lado de la puerta de su apartamento. Con los dedos temblorosos, marcó el número de teléfono de la policía. Tuvo que esperar largo rato hasta que lo pasaron con un individuo que le explicó que si quería poner una denuncia tenía que ir personalmente a la comisaría de policía. Exasperado, colgó el auricular.

Se dejó caer en una butaca de la sala de estar y trató de ordenar sus pensamientos. El único ruido que se oia era el monótono tictac del antiguo reloj de pared. Tenía que pensar con lucidez, mantener la cabeza fría. ¿Guardaría aquello alguna relación con el asesinato de Egon?

Repasó mentalmente los acontecimientos de los últimos días, con quién había estado y qué había hecho, sin que pudiera recordar nada digno de mención.

Pensó de nuevo en el joven que lo observaba desde el exterior de la galería. Había algo en su mirada.

Cuando se sosegó, se presentó en la comisaría de Kungholmen y denunció los hechos. El inspector de policía que tramitó la denuncia parecía escasamente interesado. Le aconsejó que volviera si era víctima de nuevas amenazas.

Cuando salió de la comisaría no se sentía más seguro.

Capítulo 65

Knutas abrió la reunión de la mañana con un asunto que había estado rondando por su cabeza todo el fin de semana, y que mantuvo de lado por puro instinto de supervivencia. Quería dedicarse a la familia con paz y tranquilidad.

Dejó sobre la mesa primero el periódico del sábado y luego el del domingo. Los titulares clamaban: «Un asesino tras el robo del cuadro», «Persiguen al asesino en el museo», «Pánico en el mundo del arte».

Todos los periódicos aludían al informativo de la Televisión Sueca en el que Johan Berg revelaba que la escultura robada en Visby en la galería del asesinado Egon Wallin había aparecido colocada delante del marco vacío en Waldemarsudde.

—¿Qué significa esto?

Todos los congregados alrededor de la mesa parecían molestos, pero nadie dijo nada, aparte de susurros y movimientos de cabeza.

—¿Quién lo ha filtrado a la prensa? —rugió, mientras clavaba la mirada en sus colaboradores.

—Bueno, ya basta, a ver si te tranquilizas un poco —intervino Wittberg enojado—. No tiene por qué ser nadie de aquí, también puede haber sido la policía de Estocolmo la que lo ha filtrado. Dada la cantidad de gente que hay involucrada allí, mayor es el riesgo.

—Entonces, ¿ninguno de vosotros ha hablado de la escultura con nadie de fuera de esta sala?

Antes de que recibiera respuesta entró Lars Norrby.

—Siento llegar tarde —dijo entre dientes—. El coche no quería arrancar. Estoy ya más que harto de este jodido frío.

Observó los titulares de uno de los periódicos vespertinos que Knutas tenía ante él y luego vio el resto de los periódicos que había sobre la mesa.

—Una historia lamentable —comentó moviendo la cabeza.

—¡Eso como mínimo! —gruñó el comisario—. ¿Tienes alguna idea de cómo se han filtrado esos datos?

—En absoluto. Yo no he dicho a la prensa más que lo estrictamente necesario. Como de costumbre.

—Es que la directora de la policía provincial se ha puesto en contacto conmigo y exige una explicación. ¿Qué creéis que puedo decirle?

El silencio alrededor de la mesa era denso, hasta que Kihlgård abrió la boca.

—Déjalo, Anders. ¿Qué te hace pensar que la filtración procede de aquí? Puede haber sido cualquiera que supiese que la escultura apareció en Waldemarsudde. El personal del museo, por ejemplo. ¿Te parece que se puede confiar en su discreción?

Enseguida obtuvo el apoyo del resto de sus colegas.

—No vamos a abrir una investigación para averiguar quién filtra información, pero quiero señalar una vez más lo importante que es que todos mantengamos la boca cerrada —subrayó Knutas—. Estas cosas perjudican la investigación y no podemos permitírnoslo. Lars, ¿puedes enviar un correo interno en este sentido?

Norrby asintió sin pestañear.

Capítulo 66

Knutas no pudo esperar y después del almuerzo se marchó directamente a Muramaris. Había llamado a la dueña después de la reunión matinal. Le explicó por encima la razón por la que quería ver el lugar, pero sin entrar en detalles. Tampoco fue necesario. Ella había leído la prensa y comprendió perfectamente el motivo de su visita.

Cuando giró para bajar hasta Muramaris pensó que era sorprendente que nunca hubiera estado allí. La carretera descendía serpenteando hacia el mar, bordeada por ambos lados de pinos bajos y bosques de abetos. Al doblar una curva, vio ante él la casa con todas sus instalaciones. Estaba en una llanura rodeada de bosque y con el mar al fondo bajo las escarpadas rocas. El edificio principal, grande y de color arena, parecía una villa mediterránea, con sus grandes ventanales con parteluces. La casa estaba rodeada por un muro, tras el cual se extendía el jardín, meticulosamente organizado con setos y arbustos bajos bien podados, cuajados ahora de nieve. Esparcidas por todas partes había esculturas, que conferían al solitario lugar un aspecto fantasmal. En una de las esquinas se alzaba un edificio más pequeño del mismo estilo, que parecía una galería o el taller de un artista. Al fondo de la planicie se veía un grupo de casitas de madera.

Aparcó junto al edificio principal. Se apeó y echó una mirada a su alrededor. No veía a la dueña. Consultó su reloj y advirtió que era aún algo pronto. Aspiró el aire fresco. ¡Qué lugar más curioso! El edificio parecía abandonado, como una belleza en decadencia. Se notaba que había estado abandonado muchos años. Las esculturas estaban allí como el recuerdo de un tiempo desaparecido. Así que en aquel lugar florecieron un tiempo el arte y el amor… Claro que de eso hacía ya mucho.

La dueña vino caminando hacia él por el sendero de grava desde las casas de madera. Era una mujer elegante, de unos cincuenta años, con el cabello rubio recogido en un moño en la nuca. Salvo los labios pintados de color rojo vivo, no llevaba ningún tipo de maquillaje. Pese a que eran más o menos de la misma edad, Knutas no conocía a Anita Thorén. Habían ido a distintas escuelas y aunque coincidieron en el instituto, no se movieron en los mismos grupos.

Parecía una mujer amable, aunque cuando lo saludó se mantuvo a la expectativa.

—Bueno, en realidad no sé muy bien lo que hago aquí —le explicó él—. Pero me gustaría ver la escultura original de la copia que se encontró en Waldemarsudde.

—Sí, claro.

Dieron la vuelta a la esquina y allí estaba, pegada a la pared.

—Se llama
Añoranza
y no me diga que no se le nota en la cara, ¿verdad?

—¿Es una mujer? Resulta difícil verlo.

—Sí, sin duda tiene un aspecto un tanto ambiguo. Y eso encaja muy bien con Dardel, lo andrógino, vagamente indefinido…

Parecía como si Anita Thorén observara la escultura por primera vez. Una entusiasta de verdad, pensó Knutas. Lo indicaba el mero hecho de hacerse cargo de un lugar así, que con toda seguridad exigiría muchísima dedicación. Admiraba a las personas que sentían pasión por algo.

—Anna Petrus, la autora de la escultura fue contemporánea de Dardel y una buena amiga de Ellen Roosval.

—Sí, he oído que pasaba mucho tiempo aquí y que incluso fue él quien diseñó el jardín —dijo Knutas dándoselas de entendido.

—Sí, y no sólo eso —corroboró Anita—. Ese ladrón de arte sabía lo que hacía cuando colocó una escultura de Muramaris ante el marco vacío. Porque fue aquí donde Dardel pintó
El dandi moribundo.

Knutas enarcó las cejas. Aquello era nuevo.

—¿Ah, sí?

—Al menos, eso dice la gente. Ven, que te lo enseño.

Cruzó una chirriante verja de madera. El policía la siguió. Sin duda, la casa, en su momento, habría sido elegante y suntuosa, pero ahora se veía vieja y deteriorada. Las paredes estaban agrietadas por varios sitios, la pintura se había desconchado y las ventanas necesitaban una reparación urgente.

Entraron por la puerta de servicio y accedieron a una vieja cocina.

—Aquí fue donde se pintó
El dandi moribundo,
el mismo verano en que Dardel diseñó y dispuso el jardín. Por aquí anduvo dirigiendo y dando órdenes a los jardineros acerca de cómo lo quería. Todo ello aparece descrito en cartas y documentos de aquella época. Al mismo tiempo estaba trabajando en
El dandi moribundo.
Primero lo pintó con acuarelas en otros colores y con tres hombres alrededor del dandi, que en aquella versión llevaba un abanico en la mano. El primer cuadro tenía una impronta homosexual mucho más acentuada.

Knutas escuchaba cortésmente. No sentía un interés especial por la historia del arte.

Pasaron a una sala presidida en el centro por una magnífica chimenea realizada en arenisca de Gotland.

—Ellen, como se sabe, era música y pintora, pero, ante todo, era escultora —le contó AnitaThorén—. Estudió, entre otros, con Carl Milles. Ella esculpió esta enorme chimenea. Tiene casi tres metros de altura, y toda la casa se construyó alrededor de ella. Los relieves simbolizan los cuatro elementos: aire, tierra, agua y fuego. Otros representan el amor, el sufrimiento y el trabajo. Esa figura de ahí es la diosa del amor —comentó señalando uno de los bellos relieves esculpidos en la chimenea—. En su cara se reflejan los últimos rayos de sol del 21 de junio, el día del solsticio de verano, la noche más corta del año; bueno, en realidad ni siquiera llega a hacerse de noche.

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