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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

El bueno, el feo y la bruja (17 page)

BOOK: El bueno, el feo y la bruja
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Ella no se atrevía a levantar la vista de la mesa. Piscary volvió a mirarme a los ojos. El corazón me dio un vuelco al notar un leve cosquilleo en el cuello, en el mordisco del demonio. De pronto la mesa parecía demasiado atestada. Me sentía presionada por todas partes y me embargó una sensación de claustrofobia. Sorprendida por el cambio exhalé y contuve la siguiente respiración. Maldición.

—Esa cicatriz de tu cuello es muy interesante —dijo Piscary con una voz que parecía escudriñar mi alma. Me dolía y era agradable al mismo tiempo—. ¿Es de un vampiro?

Levanté la mano inconscientemente para tapármela. La mujer de Jenks me la había cosido y los diminutos puntos eran casi invisibles. No me gustaba que se hubiese fijado.

—Es de un demonio —dije sin importarme que Glenn se lo contase a su padre. No quería que Piscary pensase que me había mordido un vampiro, ni Ivy ni ningún otro.

Piscary arqueó las cejas ligeramente sorprendido.

—Parece de vampiro.

—Eso parecía también el demonio en ese momento —dije notando un nudo en el estómago al recordarlo. El viejo vampiro asintió.

—Ah, eso lo explicaría todo. —Sonrió dejándome helada—. Una virgen asaltada cuya sangre no ha sido reclamada. Resultas una combinación deliciosa, señorita Morgan. No me extraña que mi pequeña Ivy te haya estado escondiendo de mí.

Abrí la boca, pero no se me ocurrió nada que decir.

Se levantó sin previo aviso.

—Os tendré la cena lista en un momento. —Inclinándose hacia Ivy murmuró—: Ve a hablar con tu madre. Te echa de menos.

Ivy bajó la mirada. Con una gracia natural, Piscary cogió una pila de platos y colines de pan de una bandeja que pasaba.

—Disfrutad de la velada —dijo dejándolos en la mesa. Se abrió paso hacia la cocina, deteniéndose varias veces para saludar a los clientes mejor vestidos.

Cuando se marchó, miré fijamente a Ivy, esperando una explicación.

—¿Y bien? —le dije mordazmente—. ¿Me quieres explicar por qué piensa Piscary que soy tu sombra?

Jenks se rió por lo bajo adoptando su pose de Peter Pan con los brazos en jarras posado sobre el pimentero. Ivy se encogió de hombros, sintiéndose obviamente culpable.

—Sabe que vivimos bajo el mismo techo. Simplemente dio por hecho…

—Sí, ya lo pillo. —Molesta, cogí un colín y me dejé caer contra la pared. Nuestro acuerdo era extraño desde cualquier ángulo que lo mirase. Ella intentaba abstenerse de beber sangre, pero la atracción por romper su ayuno era casi irresistible. Siendo una bruja yo podía rechazarla con mi magia cuando sus instintos daban rienda suelta a lo mejor de sí. Una vez la tumbé con un conjuro y era este recuerdo el que me ayudaba a controlar sus ansias y a mantenerla en su lado del pasillo.

Pero lo que más me molestaba era que le había dejado pensar a Piscary lo que quisiese por vergüenza… vergüenza por darle la espalda a su linaje. Ella no lo quería. Con una compañera de piso podía mentirle al mundo, fingiendo llevar una vida normal de vampiro con una fuente de sangre viviendo con ella y a la vez mantenerse fiel a su vergonzoso secreto. Me decía a mí misma que no me importaba, que ella me protegía del resto de vampiros. Pero a veces… a veces me dolía que todo el mundo asumiese que yo era el juguetito de Ivy.

La llegada del vino interrumpió mi enfurruñamiento. Estaba ligeramente tibio, como le gustaba a la mayoría de los vampiros. Ya estaba abierto e Ivy se hizo con la botella, evitando cruzarse con mi mirada al servir las tres copas, Jenks se conformó con la gota que quedó en la boca de la botella. Aún molesta, me eché hacia atrás con mi copa y observé al resto de los clientes. No pensaba bebérmelo porque el azufre en el que se descomponía me causaba estragos. Se lo habría dicho a Ivy, pero no era asunto suyo. No era cosa de brujas, solo era una singularidad mía que me producía dolor de cabeza y me volvía tan sensible a la luz que tenía que esconderme en mi cuarto con un paño sobre los ojos. Era un efecto secundario prolongado por una enfermedad infantil que me tuvo entrando y saliendo del hospital hasta que llegué a la pubertad. Prefiero la sensibilidad que he desarrollado al azufre mil veces a una infancia de sufrimiento, débil y enfermiza debido a que mi cuerpo intentaba matarse.

La música había vuelto a sonar y mi malestar por Piscary lentamente se me fue pasando gracias a la música y las conversaciones de fondo. Todo el mundo ignoraría a Glenn ahora que Piscary había hablado con nosotros. El nervioso humano se bebió el vino como si fuese agua. Ivy y yo intercambiamos miradas mientras él se volvía a llenar la copa con manos temblorosas. Me preguntaba si pensaba beber hasta desmayarse o si aguantaría sobrio. Dio un sorbo de la segunda copa y sonreí. Iba a tomar la calle de en medio.

Glenn miró a Ivy con recelo y se inclinó hacia mí.

—¿Cómo has podido sostenerle la mirada? —me susurró tan bajo que apenas pude oírle con el ruido que nos rodeaba—. ¿No tenías miedo de que te embelesara?

—El hombre tiene más de trescientos años —dije cayendo en la cuenta que su acento era inglés antiguo—, si quisiese embelesarme no le haría falta mirarme a los ojos.

Se puso amarillo bajo su corta barba y se retiró. Lo dejé para que reflexionase sobre aquello un rato y levanté la cabeza para llamar la atención de Jenks.

—Jenks —dije en voz baja—, ¿por qué no vas a echar un vistazo a la parte de atrás? Mira en la sala de descanso de los empleados a ver qué se cuece por allí.

Ivy se llenó la copa hasta el borde.

—Piscary sabe que hemos venido por algún motivo —dijo—. El nos dirá lo que queramos saber. Lo único que Jenks va a conseguir es que lo pillen.

El pequeño pixie se encrespó.

—Que te den, Tamwood —le espetó—. ¿Para qué he venido si no es para husmear? El día en el que no sea capaz de burlar a un panadero… —interrumpió su discurso—. Eh —reiteró—, sí, ahora vuelvo. —Se puso un pañuelo rojo en la cintura a modo de cinturón. Era la versión pixie de una bandera blanca de la paz, una declaración para los demás pixies y hadas de que no estaba de caza furtiva en caso de entrar en el territorio celosamente guardado de alguien. Salió zumbando justo bajo el techo en dirección a la cocina.

Ivy sacudió la cabeza.

—Lo van a pillar.

Yo me encogí de hombros y me acerqué más los colines de pan.

—No le harán daño. —Me eché hacia atrás y observé a la gente divirtiéndose satisfecha y me acordé de Nick y del tiempo que hacía que no salíamos. Había empezado a comerme el segundo colín cuando apareció un camarero. Permanecimos aún en silencio y expectantes mientras limpiaba la mesa de miguitas y platos usados. El cuello del hombre debajo de la camisa azul de satén era una maraña de cicatrices. La más reciente aún tenía el borde rojo y parecía dolorosa. Su sonrisa hacia Ivy me pareció demasiado deseosa por complacerla, demasiado parecida a la de un cachorrito. Lo odiaba. Me preguntaba cuáles habrían sido sus sueños antes de convertirse en el juguetito de alguien.

Sentí un hormigueo en la cicatriz del demonio y recorrí con la mirada la sala abarrotada de gente hasta ver al propio Piscary que nos traía la comida. Las cabezas se giraban a su paso, atraídas por el fabuloso aroma que emanaba de los platos en alto. El volumen de las conversaciones bajó considerablemente. Piscary depositó la bandeja frente a nosotros con una complaciente sonrisa. La necesidad de que se reconociese su habilidad culinaria resultaba extraña en alguien con tanto poder oculto.

—Lo llamaré «Necesidad de
temere
» —dijo.

—¡Oh, Dios mío! —dijo claramente Glenn asqueado por encima del silencio—. ¡Tiene tomate!

Ivy le dio un codazo en el estómago lo suficientemente fuerte como para cortarle la respiración. La sala se quedó completamente en silencio, excepto por el ruido que llegaba de arriba, y me quedé mirando a Glenn.

—Uff, ¡qué maravilla! —dijo respirando con dificultad.

Sin dedicarle a Glenn ni una mirada, Piscary cortó la
pizza
en porciones con destreza profesional. Se me hizo la boca agua ante el olor del queso fundido y la salsa.

—Huele estupendamente —dije con admiración. Mi desconfianza anterior se había desvanecido ante la perspectiva de la comida—. Mis
pizzas
nunca me salen así.

El hombrecito arqueó una de sus finas y casi inexistentes cejas.

—¿Usas salsa de bote?

Asentí y luego me pregunté cómo lo sabía.

Ivy miró hacia la cocina.

—¿Dónde está Jenks? Debería estar aquí para esto.

—Mi personal está jugando con él —dijo Piscary animadamente—. Supongo que saldrá pronto. —El vampiro no muerto sirvió la primera porción en el plato de Ivy, luego en el mío y después en el de Glenn. El detective de la AFI apartó el plato con un dedo, asqueado. Los demás clientes murmuraban, expectantes por ver nuestra reacción ante la última creación de Piscary.

Ivy y yo cogimos inmediatamente nuestras porciones. El olor a queso era potente, pero no lo suficiente como para ocultar el de las especias y el tomate. Le di un bocado. Cerré los ojos extasiada. Tenía la justa cantidad de salsa de tomate para arropar al queso y el queso suficiente para aguantar el resto de ingredientes. Estaba tan buena que no me importaba si tenía azufre psicotrópico.

—Oh, ya podéis quemarme en la hoguera —dije con un gemido mientras masticaba—. Está absolutamente deliciosa.

Piscary asintió y la luz se reflejó en su cabeza rapada.

—¿Y qué te parece a ti, pequeña Ivy?

Ivy se limpió la salsa de la barbilla.

—Por esto merece la pena volver de entre los muertos.

El cocinero suspiró.

—Ya puedo descansar tranquilo al amanecer.

Mastiqué más despacio y me volví como todos los demás para mirar a Glenn. Estaba sentado inmóvil entre Ivy y yo, con la mandíbula apretada en una mezcla de determinación y náuseas.


Mmm
—balbuceó mirando a la
pizza
. Tragó saliva y parecía que las náuseas iban ganando terreno.

La sonrisa de Piscary desapareció e Ivy fulminó a Glenn con la mirada.

—Come —le dijo lo suficientemente alto como para que lo oyese todo el restaurante.

—Y empieza por la punta, no por la corteza —le advertí. Glenn se pasó la lengua por los labios.

—Tiene tomate —dijo y apreté los labios. Esto era exactamente lo que esperaba evitar. Cualquiera diría que le habíamos pedido que comiese larvas vivas.

—No seas imbécil —dijo Ivy cáusticamente—. Si de verdad piensas que el virus T4 Ángel se ha saltado cuarenta generaciones de tomates y ha vuelto a aparecer en una especie completamente nueva solo para ti, le pediré a Piscary que te muerda antes de irnos. Así no te morirás sino que simplemente te convertirás en vampiro.

Glenn contempló las caras expectantes y se dio cuenta de que iba a tener que comerse un trozo de la pizza si quería salir de allí por su propio pie. Tragó saliva ostentosamente y torpemente cogió la porción de
pizza
. Cerró los ojos con fuerza y abrió la boca. El jaleo de arriba parecía más fuerte mientras todo el mundo abajo lo observaba, conteniendo la respiración.

Glenn le dio un bocado haciendo una terrible mueca. El queso formó un doble puente entre la pizza y su boca. Masticó dos veces antes de entreabrir los ojos. El movimiento de su mandíbula se ralentizó. Ahora la estaba degustando. Su mirada se cruzó con la mía y asentí. Lentamente tiró de la
pizza
hasta que el queso se soltó.

—¿Y bien? —dijo Piscary inclinándose para apoyar sus expresivas manos en la mesa. Parecía verdaderamente interesado en lo que pensaba un humano de su cocina. Glenn era probablemente el primero en cuatro décadas en probarla.

La cara del agente estaba desencajada. Tragó.


Mmm
—gruñó con la boca medio llena—, está… eh… buena. —Parecía sorprendido—. Realmente buena.

El restaurante pareció suspirar. Piscary se irguió en toda su escasa estatura, claramente encantado, mientras las conversaciones se reiniciaban con entusiasmo renovado.

—Es bienvenido aquí cuando quiera, agente de la AFI —dijo y Glenn se quedó helado, obviamente preocupado de que lo hubiese descubierto.

Piscary agarró una silla de detrás de él y le dio la vuelta. Encorvado sobre la mesa frente a nosotros nos observó mientras comíamos.

—Bueno —dijo a la vez que Glenn levantaba el queso para mirar la salsa de tomate que había debajo—, obviamente no habéis venido para cenar, ¿en qué puedo ayudaros?

Ivy dejó su
pizza
en el plato y alargó la mano a por su vino.

—Estoy ayudando a Rachel a encontrar a una persona desaparecida —dijo echándose su larga melena hacia atrás sin necesidad—. A uno de tus empleados.

—¿Hay algún problema, pequeña Ivy? —preguntó Piscary y su resonante voz sonó sorprendentemente dulce y apesadumbrada. Bebí un sorbo de vino.

—Eso es lo que queremos averiguar, señor Piscary. Se trata de Dan Smather.

Las escasas arrugas de Piscary se replegaron al fruncir levemente el ceño cuando miró a Ivy con reveladores movimientos, tan sutiles que resultaron casi imposibles de detectar. Ella movió nerviosamente los ojos con expresión a la vez preocupada y desafiante.

Mi atención pasó de pronto a Glenn, que seguía tirando del queso de su
pizza
. Horrorizada observé cómo cuidadosamente lo apartaba en un montoncito.

—¿Puede decirnos cuándo fue la última vez que lo vio, señor Piscary? —preguntó el agente, obviamente más interesado en despojar su
pizza
que en nuestro interrogatorio.

—Por supuesto —dijo Piscary con los ojos clavados en Glenn. Fruncía el ceño como si no estuviese seguro de si sentirse insultado o complacido de que el hombre se comiese la
pizza
, que ahora no era nada más que masa y tomate—. Fue el sábado por la mañana después del trabajo. Pero Dan no ha desaparecido. Se despidió.

Se me desencajó la cara por la sorpresa, que me duró tres latidos, y luego entorné los ojos, furiosa. Todo empezaba a encajar y el puzzle era más pequeño de lo que yo había imaginado: tuvo una entrevista importante, abandona las clases, deja su trabajo y deja a su novia plantada en una cena después de decirle «tenemos que hablar». Volví a mirar a Glenn. Dan no había desaparecido, había conseguido un buen trabajo y había dejado tirada a su novia pueblerina. Alejé la copa de mí esforzándome por ahuyentar una sensación de abatimiento.

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