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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

El bueno, el feo y la bruja (37 page)

BOOK: El bueno, el feo y la bruja
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—¡Sí! —exclamé, devolviéndole la amplia sonrisa a Jenks—. ¡Mira eso! ¡Ha funcionado!

Jenks voló hasta la encimera para coger otra bola.

—Prueba de nuevo —me soltó, lanzándola impacientemente hacia el techo.

Esta vez me salió más rápido. Descubrí que podía decir el encantamiento y hacer el gesto simultáneamente mientras mantenía la energía de la línea luminosa con la voluntad hasta que decidía liberarla. Así conseguía gran capacidad de control y enseguida logré no golpear la bola con tanta fuerza como para romperla al golpear contra la pared. Mi puntería mejoraba también y pronto el fregadero se llenó de las bolas que había ido rebotando de la ventana. El
señor Pez
no parecía muy contento.

Jenks era un compañero muy colaborador. Revoloteaba por toda la cocina lanzando las bolas rojas hacia el techo. De pronto abrí los ojos de par en par cuando me lanzo una directamente hacia mí.

—¡Eh! —grité lanzando la bola por el agujero para pixies del cristal—. ¡A mí no!

—Qué buena idea —dijo y después sonrió maliciosamente y dando un agudo silbido. Tres de sus niños entraron velozmente desde el jardín, hablando todos a la vez. Trajeron el olor a diente de león y a aster.

—Lanzádselas a la señorita Morgan —dijo Jenks dándole su bola a la niña de rosa.

—¡Un momento! —protesté agachándome cuando la niña pixie me la tiró con tanta habilidad y fuerza como su padre. Miré a mis espaldas para ver la oscura mancha en la pared amarilla y luego volví a mirarlos a ellos. Me quedé boquiabierta. En el instante en el que había apartado la vista, todos habían cogido una bola de líquido.

—¡A por ella! —gritó Jenks.

—¡Jenks! —exclamé entre risas e intentando desviar una de las cuatro bolas. Las otras tres cayeron rodando al suelo. El pixie más pequeño volaba a ras de suelo para lanzárselas hacia arriba a su hermana—. Cuatro contra una no es justo —grité cuando volvían a apuntarme. Entonces miré hacia el pasillo al oír el teléfono sonar.

—¡Tiempo! —grité cuando me dirigía dando bandazos hacia la salita—. ¡Tiempo muerto! —Aún sonriendo cogí el teléfono. Jenks se quedó esperándome suspendido en el aire debajo del arco—. Hola, Encantamientos Vampíricos, le atiende Rachel —dije esquivando la bola que me había lanzado. Podía oír las risitas de los pixies en la cocina y me preguntaba qué andarían tramando.

—¿Rachel? —oí decir a la voz de Nick—. ¿Qué demonios estás haciendo?

—Hola, Nick. —Me detuve para repetir en silencio el ensalmo. Contuve la energía hasta que Jenks me lanzó una bola. Iba mejorando y casi le doy a él con la bola de líquido—. Jenks, para —protesté—, estoy al teléfono.

Jenks sonrió y luego salió disparado. Me dejé caer en uno de los sillones de ante de Ivy, sabiendo que no se arriesgaría a mancharlos de agua y que Ivy se cabrease con él.

—Eh, ¿ya te has levantado? ¿Te apetece hacer algo? —le pregunté mientras colocaba las piernas sobre el brazo del sillón y apoyaba el cuello en el otro. Jugueteé con la bola roja que estaba usando como punto focal entre dos dedos, arriesgándome a que se rompiese bajo la presión.


Mmm
, puede —dijo—. ¿Por casualidad no estarás conectándote a una línea luminosa?

Le hice un gesto con la mano a Jenks cuando volvió a entrar.

—¡Sí! —dije sentándome derecha de golpe y poniendo los pies en el suelo—. Lo siento. No creí que lo notases. No la estoy canalizando a través de ti, ¿verdad?

Jenks aterrizó sobre el marco de un cuadro. Estaba segura de que podía oír a Nick a pesar de estar al otro lado de la habitación.

—No —dijo Nick con una risita en la voz que sonó muy lejos a través del teléfono—. Estoy seguro de que si fuese así lo notaría, pero es una sensación rara. Estoy aquí sentado leyendo y de pronto parece que estás aquí conmigo. La mejor forma de describirlo es como cuando estás aquí y yo estoy haciendo la cena mientras te observo mirar la tele. Estás a lo tuyo, sin llamar mi atención, pero haciendo mucho ruido. Me distrae.

—¿Me observas mientras veo la tele? —le pregunté sintiéndome incómoda y él soltó una risita.

—Sí, es muy divertido. Das muchos brincos.

Arrugué el ceño cuando oí a Jenks reírse por lo bajo.

—Lo siento —murmuré, pero entonces un débil hormigueo de alerta me hizo ponerme tensa. Nick estaba levantado leyendo. Normalmente se pasaba las mañanas del sábado recuperando el sueño perdido—. Nick, ¿qué libro estás leyendo?

—Eh, el tuyo —admitió.

Solo tenía un libro que le interesase.

—¡Nick! —protesté sentándome en el borde del asiento y apretando el teléfono con más fuerza—. Me dijiste que se lo llevarías a la doctora Anders. —Tras cancelar la visita a la AFI porque me sentía agotada, Nick me había traído a casa. Creí que se había ofrecido a llevarle el libro a la doctora Anders por mi nueva y comprensible fobia hacia el literalmente maldito libro. Obviamente Nick tenía otros planes y no había llegado a su destino final.

—No iba a mirarlo anoche —dijo a la defensiva—, y está más seguro en mi apartamento que tirado en una garita, sirviendo de posavasos para el café. Si no te importa, me gustaría quedármelo otra noche más. Dice una cosa que me gustaría preguntarle al demonio. —Hizo una pausa obviamente esperando a que yo protestase.

Me subió el calor a la cara.

—Idiota —le espeté cumpliendo sus expectativas—. Eres idiota. La doctora Anders te dijo lo que ese demonio intentaba hacer. Casi nos mata a los dos, ¿y tú sigues queriendo sacarle información?

Oí un suspiro de Nick.

—Tengo cuidado —dijo y le solté una carcajada de miedo—. Rachel, te prometo que se lo llevaré a primera hora de la mañana. No lo va a mirar hasta entonces de todas formas. —Titubeó y casi pude oír cómo tomaba una decisión—. Voy a invocarlo. Por favor, no me obligues a hacerlo a tus espaldas. Me sentiría mejor si alguien más lo sabe.

—¿Para que? ¿Para que pueda decirle a tu madre quién te mató? —dije amargamente para luego callarme. Cerré los ojos y apreté la bola roja entre los dedos. Nick permanecía en silencio, esperando. Odiaba no tener derecho a pedirle que lo dejase. Ni siquiera siendo su novia. Invocar a un demonio no era ilegal. Simplemente era algo verdaderamente estúpido—. Prométeme que me llamarás cuando acabes —le pedí sintiendo un temblor en el estómago—. Estaré levantada hasta las cinco, más o menos.

—Claro —dijo en voz baja—, gracias. Luego quiero saber cómo te ha ido la cena con Trent.

—Por supuesto —le contesté—, hablamos más tarde. —
Si es que sobrevives
.

Colgué y crucé la mirada con Jenks, que planeaba en mitad de la habitación con una bola bajo el brazo.

—Los dos vais a terminar reducidos a una mancha negra en un círculo de líneas luminosas —dijo y le tiré la bola que tenía en la mano. La atrapó con una de las suyas, retrocediendo varios centímetros hasta detener el impulso. Me la devolvió y me aparté. La bola chocó contra el sillón de Ivy sin romperse. Agradecida por haber tenido suerte en eso, al menos, la cogí y me dirigí hacia la cocina.

—¡Ahora! —gritó Jenks cuando entré en la iluminada habitación.

—¡A por ella! —chillaron una docena de pixies.

Me hicieron salir de golpe de mi depresión y me encogí cuando una granizada de bolas me golpeó, estrellándose contra mi cabeza aunque intenté protegerme con las manos. Corrí hasta la nevera y abrí la puerta para esconderme detrás. Parecía que mi sangre cantaba por la adrenalina. Sonreí al oír que seis o más bolas se estrellaban contra la puerta metálica.

—¡Malditos pordioseros! —grité asomándome para verlos revolotear al otro lado de la cocina como luciérnagas enloquecidas. Abrí los ojos como platos, ¡debía de haber al menos unos veinte!

Las bolas de líquido cubrían el suelo, rodando lentamente al alejarse de mí. Con gran excitación repetí rápidamente el ensalmo tres veces y devolví los siguientes tres misiles directamente hacia ellos.

Los niños de Jenks chillaban encantados, formando un remolino de colores con sus alegres vestidos y pantalones de seda. El polvo de pixie atrapaba los rayos del sol poniente. Jenks estaba sentado en el cazo que colgaba sobre la isla central con la espada que usaba para luchar contra las hadas en la mano, blandiéndola en alto mientras les gritaba consignas de ánimo. Bajo su ruidosa dirección los niños se agrupaban. Al organizarse, los susurros y risitas salpicadas de gritos de entusiasmo llenaban el ambiente. Con una amplia sonrisa, me volví a esconder tras la puerta de la nevera. Se me estaban enfriando los tobillos por la corriente de aire que despedía. Repetí el ensalmo una y otra vez, sintiendo que la fuerza de la línea luminosa aumentaba detrás de mis ojos. Me iban a atacar en masa sabiendo que no podría desviarlas todas.

—¡Ahora! —gritó Jenks blandiendo su diminuto sable y lanzándose desde el cazo.

Grité ante la alegre ferocidad de sus niños, que se lanzaron como un enjambre contra mí. Protesté entre risas y desvié las bolas rojas. Recibí pequeños golpes de las que no pude alcanzar. Jadeante, rodé hasta debajo de la mesa y me siguieron, continuando con el bombardeo.

Me había quedado sin ensalmos.

—¡Me rindo! —grité con cuidado de no golpear a ninguno de los niños de Jenks al poner las manos debajo de la mesa. Estaba cubierta de manchas de agua y me aparté de la cara los mechones de pelo empapados—. ¡Me rindo! ¡Vosotros ganáis!

Gritaron alborozados y el teléfono volvió a sonar. Orgulloso y engreído, Jenks empezó a cantar a grito pelado una canción acerca de echar al invasor de su tierra y de volver a casa para plantar semillas. Con la espada en alto, dio una vuelta a la cocina con sus niños en fila detrás. Todos cantaban en gloriosa armonía y fueron saliendo por la ventana hacia el jardín.

Me quedé sentada en el suelo bajo la mesa en el repentino silencio. Todo mi cuerpo se estremeció al inspirar profundamente y sonreí al exhalar.

—¡Uff! —resoplé riéndome aún al pasarme la mano por debajo de un ojo. No me extraña que las hadas asesinas enviadas para matarme el año pasado no tuvieran nada que hacer. Los niños de Jenks eran listos, rápidos… y agresivos.

Sin dejar de sonreír, me puse en pie y caminé lentamente hacia la salita para coger el teléfono antes de que saltase el contestador. Pobre Nick. Estoy segura de que había notado el último ensalmo.

—Nick —le solté al auricular antes de que pudiese decirme nada—, lo siento. Los niños de Jenks me habían acorralado bajo la mesa de la cocina arrojándome bolas de líquido. Que Dios me perdone, pero ha sido muy divertido. Ahora están en el jardín, dando vueltas alrededor del fresno y cantando algo acerca del frío acero.

—¿Rachel?

Era Glenn y mi alegría se desvaneció ante su tono preocupado.

—¿Qué? —dije mirando hacia los árboles a través de las ventanas. Las manchas de agua que me cubrían me dieron frío de repente y me rodeé con los brazos.

—Llegaré allí en diez minutos —dijo—, ¿estarás lista?

Me eché hacia atrás el pelo mojado.

—¿Por qué? ¿Qué ha pasado? —le pregunté.

Noté que cubría el auricular y le gritaba algo a alguien.

—Tenemos la Orden para registrar la propiedad de Kalamack como tú querías —dijo cuando termin\1.

—¿Y eso? —le pregunté sin poder creerme que Edden hubiese cedido—. ¡No es que me esté quejando!

Glenn titubeó. Respiró hondo y oí las voces excitadas de fondo.

—La doctora Anders me llamó anoche —dijo—. Sabía que ibas a seguirla, así que cambió su reunión a anoche y me pidió que fuese con ella.

—La muy bruja —exclamé en voz baja, deseando haber podido ver lo que se había puesto Glenn. Seguro que iba elegante. Pero como seguía en silencio, la sensación de frío en el estómago se me acentuó convirtiéndose en un nudo.

—Lo siento, Rachel —dijo Glenn en voz baja—. Su coche cayó desde el Puente Roebling esta mañana, empujado por lo que parecía una enorme burbuja de fuerza de líneas luminosas. Acaban de sacar el coche del río, pero todavía estamos buscando el cadáver.

19.

Movía el pie con impaciencia mientras esperaba en la garita de la mansión de Trent, sentada junto a una pila de manuales y de vasos de cartón vacíos que ocupaban el alféizar. Jenks estaba posado en mi pendiente, mascullando improperios mientras observaba a Quen, quien pulsó un botón del teléfono. Solo había visto a Quen una vez… puede que dos. La primera iba disfrazado de jardinero y logró atrapar a Jenks en una bola de cristal. Tenía la firme sospecha de que Quen era el tercer jinete que intentó darme caza a caballo la noche que robé de la oficina de Trent el disco para chantajearlo. Era una sensación que se ratificó cuando Jenks me dijo que Quen olía igual que Trent y Jonathan.

Quen alargó el brazo justo delante de mí para alcanzar un bolígrafo y di un respingo hacia atrás. No quería que me rozase. Aún al teléfono, me sonrió con cautela, enseñándome unos dientes extremadamente blancos y uniformes.

Este
, pensé,
sabía de lo que yo era capaz
. Este no me subestimaba como había hecho continuamente Jonathan y aunque era agradable que me tomasen en serio por una vez, deseé que Quen fuese tan egoísta y machista como Jonathan.

Trent me dijo en una ocasión que Quen estaba dispuesto a aceptarme como aprendiz… una vez el vigilante hubiese superado su deseo de matarme por infiltrarme en la finca de Kalamack. Me preguntaba si habría sobrevivido a un profesor así. Quen parecía tener la edad de mi padre, si aún estuviese vivo. Tenía el pelo muy oscuro y rizado alrededor de las orejas y unos ojos verdes que parecían observarme siempre. Iba vestido con un uniforme negro de guarda jurado sin insignias. Parecía que pertenecía a la noche. Era un buen trozo más alto que yo con tacones y la fuerza que despedía su físico, algo arrugado, me estaba poniendo de los nervios. Sus dedos eran rápidos sobre el teclado y sus ojos más aun. La única debilidad que percibí fue una ligera cojera. Como el resto de las personas que había junto a mí, tampoco llevaba armas, al menos que pudiese ver.

El capitán Edden estaba de pie junto a mí, vestido con sus pantalones caqui y camisa blanca, achaparrado pero hábil. Glenn se había puesto otro de sus trajes negros e intentaba aparentar serenidad, a pesar de su evidente nerviosismo. Edden también parecía preocupado por si no encontraba nada y quedaba en ridículo.

Me subí la correa del bolso más arriba en el hombro y me moví nerviosamente. Llevaba el bolso cargado de amuletos para encontrar a la doctora Anders, viva o muerta. Había hecho esperar a Glenn mientras los improvisaba usando el trozo de papel en el que me había escrito su dirección como objeto focal. Si había algún resto de ella, por pequeño que fuese, los amuletos se encenderían en rojo. Junto con ellos tenía un amuleto detector de mentiras, mis gafas de montura metálica para ver a través de disfraces de líneas luminosas y un comprobador de hechizos. Iba a aprovechar la oportunidad mientras hablaba con Trent para averiguar si usaba un hechizo para ocultar su apariencia. Nadie tenía tan buena presencia sin ayuda.

BOOK: El bueno, el feo y la bruja
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