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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

El bueno, el feo y la bruja (9 page)

BOOK: El bueno, el feo y la bruja
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—¿Mejor? —le pregunté cuando sus dedos se cerraron sobre el disco de madera.


Mmm
, sí —dijo relajando de pronto su cara de mandíbula cuadrada—. Mejor.

—Claro que sí —mascullé. Más aplacada, colgué el resto de amuletos en mi armario de los conjuros, Glenn contempló en silencio mis provisiones. Cada gancho estaba convenientemente etiquetado gracias a la necesidad compulsiva de Ivy de organizarlo todo. Allá ella. Eso la hacía feliz y a mí me daba igual. Cerré la puerta con un fuerte golpe y me giré.

—Gracias, señorita Morgan —dijo sorprendiéndome.

—De nada —respondí, contenta de que por fin hubiese dejado de llamarme señora—. No dejes que le caiga nada de sal y te durará un año. Te lo puedes quitar y guardarlo si quieres cuando desaparezcan las ronchas. También sirve para la hiedra venenosa. —Empecé a limpiar todo el desaguisado—. Siento haber dejado que Jenks te hiciese eso —dije pausadamente—. No lo habría hecho si llega a saber que eras sensible al polvo de pixie. Normalmente las ronchas no se expanden.

—No te preocupes. —Alargó la mano para coger uno de los catálogos de Ivy en una esquina de la mesa y retiró la mano al ver la foto de los cuchillos curvos de acero inoxidable en oferta.

Guardé mi libro de hechizos bajo la encimera de la isla central, contenta al ver que se estaba soltando.

—En cuanto a los inframundanos, a veces las cosas más pequeñas pueden darte una desagradable sorpresa… —Entonces sonó un fuerte golpe al cerrarse la puerta principal. Me erguí y me crucé de brazos al darme cuenta de que era la moto de Ivy la que había oído en la calle hace un momento. Glenn cruzó su mirada con la mía y se sentó más derecho al darse cuenta de mi inquietud. Ivy había llegado a casa—. Pero no siempre.

5.

Con los ojos clavados en el pasillo desierto, le hice un gesto a Glenn para que se quedase allí sentado. No tenía tiempo para explicaciones. Me preguntaba cuánto le había contado Edden, o si esta sería una de sus desagradables pero efectivas tácticas para pulirlo.

—¿Rachel? —dijo la melodiosa voz de Ivy y Glenn se levantó, alisándose las arrugas de sus pantalones grises. Sí, eso ayudaría—. ¿Sabías que hay un coche de la AFI aparcado frente a la casa de Keasley?

—Siéntate, Glenn —le advertí, y cuando no lo hizo me acerqué para interponerme entre él y el arco abierto hacia el pasillo.

—¡Agg! —oí la voz amortiguada de Ivy—. Hay un pez en mi bañera. ¿Es el de los Howlers? ¿Cuándo vienen a recogerlo? —Hubo una pausa y esbocé una enfermiza sonrisa hacia Glenn—. ¿Rachel? —me llamó Ivy ahora desde más cerca—. ¿Estás aquí? Oye, podríamos ir al centro comercial esta noche, Baño y Burbujas ha vuelto a lanzar un antiguo perfume con base cítrica. Tenemos que conseguir las muestras, ver si funciona, ya sabes, para celebrar que te has ganado el alquiler. ¿Cuál es el que llevas puesto ahora?, ¿el de canela? Ese me gusta, pero solo dura tres horas.

Habría estado bien saberlo antes.

—Estoy en la cocina —dije en voz alta.

La alta silueta de Ivy vestida completamente de negro pasó por delante del arco dando grandes zancadas. Llevaba una bolsa de lona cargada de comida colgada al hombro. Su guardapolvo de seda negra ondeaba alrededor de los tacones de sus botas y la oí rebuscar algo en la salita.

—No creí que fueses capaz de solucionar lo del pez —dijo. Hubo un titubeo en su voz—. ¿Dónde demonios está el teléfono?

—Aquí —dije cruzándome de brazos y sintiéndome cada vez más incómoda.

Ivy se detuvo en seco en el arco al ver a Glenn. Su rostro ligeramente oriental se quedó en blanco por la sorpresa. Casi pude ver cómo se le desmoronaba un muro interior cuando se dio cuenta de que no estábamos solas. La piel alrededor de los ojos se le tensó. Su pequeña nariz aleteó, olfateando su olor, catalogando su miedo y mi preocupación en un instante. Con los labios apretados dejó la bolsa de lona sobre la encimera y se apartó el pelo de los ojos. La melena le cayó hasta la mitad de la espalda en una suave onda negra y supe que se había metido el pelo tras la oreja por desagrado y no por nervios.

Ivy había sido rica, y todavía se vestía como tal, pero toda su herencia había ido a parar a la si para finiquitar su contrato cuando les abandonó a la vez que yo. En resumen, parecía una modelo espeluznante: ágil y pálida, pero increíblemente fuerte. Al contrario que yo, no llevaba las uñas pintadas, ni joyas, aparte de su tobillera de cadena doble negra con un crucifijo en un pie y llevaba muy poco maquillaje. No lo necesitaba. Pero al igual que yo, estaba prácticamente arruinada, al menos hasta que su madre se muriese del todo y el resto del patrimonio de los Tamwood fuese para ella. Yo imaginaba que eso no sería hasta dentro de unos doscientos años… como mínimo.

Las finas cejas de Ivy se arquearon al mirar a Glenn de arriba abajo.

—¿Te has vuelto a traer el trabajo a casa, Rachel?

Respiré hondo.

—Hola, Ivy. Este es el detective Glenn. Hablaste con él esta tarde, lo enviaste a recogerme. —Mi mirada se volvió mordaz. Íbamos a hablar sobre aquello más tarde.

Ivy le dio la espalda a Glenn para sacar la comida.

—Encantada de conocerle —dijo con tono inexpresivo y luego dirigiéndose a mí murmuró—. Lo siento, me surgió algo.

Glenn tragó saliva. Parecía tembloroso, pero mantenía el tipo. Imagino que Edden no le había hablado de Ivy. Edden me caía verdaderamente bien.

—Eres una vampiresa —dijo.

—Oooh —dijo Ivy—. Tenemos un genio aquí.

Jugueteando con los dedos con la cuerda de su nuevo amuleto se sacó una cruz de debajo de la camisa.

—Pero el sol no se ha puesto todavía —dijo sonando como si le hubiesen engañado.

—Vaya, vaya, vaya —dijo Ivy—. ¡Pero si también es el hombre del tiempo! —Se giró con una mirada sarcástica—. No estoy muerta todavía, detective Glenn. Solo los verdaderos no muertos tienen restricciones diurnas. Vuelva dentro de sesenta años y puede que me preocupen las quemaduras solares. —Al ver su cruz sonrió condescendientemente y sacó de su camisa negra de licra su propio y extravagante crucifijo—. Eso solo funciona con los vampiros no muertos —dijo y se giró hacia la encimera—. ¿De dónde has sacado tus estudios? ¿De las películas de serie B?

Glenn retrocedió un paso.

—El capitán Edden nunca me dijo que trabajabas con una vampiresa —tartamudeó el agente de la AFI.

Al oír el nombre de Edden, Ivy se dio la vuelta de golpe. Fue un movimiento sorprendentemente rápido y me sobresaltó. Esto no iba bien. Estaba empezando a proyectar su aura. Maldición. Miré por la ventana. El sol pronto se pondría. Doble maldición.

—He oído hablar de ti —dijo el agente y me espanté ante la arrogancia de su voz, obviamente para ocultar su miedo. Ni siquiera Glenn podía ser tan estúpido como para contrariar a una vampiresa en su propia casa. La pistola de su costado no iba a servirle de nada. Claro que podría dispararle, y matarla, pero entonces estaría muerta y le arrancaría la cabeza de cuajo. Y ningún jurado del mundo podría condenarla por asesinato cuando él la había matado antes—. Eres Tamwood —dijo Glenn sacando su bravuconería de una falsa sensación de seguridad—, el capitán Edden te obligó a cumplir trescientas horas de servicios a la comunidad por dejar sin sentido a todo su equipo, ¿no? ¿Qué es lo que te mandó hacer? ¿No era de voluntaria en el hospital?

Ivy se puso tensa y yo me quedé boquiabierta. Sí, era tan estúpido.

—Mereció la pena —dijo Ivy en voz baja con los dedos temblorosos mientras colocaba cuidadosamente la bolsa de malvaviscos en la encimera.

Se me cortó la respiración. Mierda. Los ojos marrones de Ivy se habían vuelto negros al dilatarse sus pupilas. Me quedé allí parada, sorprendida por lo rápido que había sucedido. Hacía semanas desde la última vez que se había puesto en plan vampiresa conmigo y nunca lo hacía sin avisar. Encontrarse con la desagradable sorpresa de un agente de la AFI en su cocina puede que hubiera contribuido, aunque pensándolo bien, tenía la desagradable sensación de que dejar que se encontrase de pronto con Glenn no había sido la mejor idea. Ivy había percibido su miedo de golpe, sin darle tiempo para prepararse ante la tentación. El repentino miedo de Glenn había cargado el aire con feromonas que actuaban como un potente afrodisíaco que solo ella percibía, despertando los instintos con mil años de antigüedad que estaban fijados en lo más profundo de su ADN modificado por el virus. Con una bocanada la habían hecho pasar de una compañera de piso ligeramente perturbadora a un predador que podría matarnos a ambos en tres segundos si el deseo de saciar su reprimida hambre superaba las consecuencias de drenar a un detective de la AFI. Era ese equilibrio lo que me daba miedo. Sabía en qué puesto estaba yo en su escala de hambre y razón. En cuál estaba Glenn, no tenía ni idea.

Cambió de postura con un movimiento tan fluido como el de la arena en un reloj, se inclinó contra la encimera y apoyó un codo en la cadera ladeada, inmóvil, como si estuviese muerta, recorrió con la vista a Glenn hasta que sus miradas se cruzaron. Ladeó la cabeza con una seductora lentitud hasta mirarlo directamente desde debajo de su flequillo recto. Únicamente ahora inspiró lenta y deliberadamente. Sus largos y pálidos dedos acariciaron el escote en pico de la camiseta de licra que llevaba por dentro de los pantalones de cuero.

—Eres alto —dijo y su voz gris me recordó miedos pasados—. Eso me gusta. —No buscaba sexo sino dominación. Lo habría embelesado si pudiese, pero tendría que esperar a estar muerta para tener poderes sobre los que no estaban dispuestos a colaborar.

Estupendo, pensé cuando se incorporó de la encimera y se dirigió hacia él. Estaba descontrolada. Era peor que la vez que nos encontró a Nick y a mí retozando en su sofá ignorando la lucha libre profesional de la tele. Sigo sin saber qué la hizo explotar entonces… ella y yo habíamos acordado explícitamente que yo no era ni su novia, ni su juguetito, ni su amante, sombra, o como quiera que se llame a los lacayos de los vampiros ahora.

Mis pensamientos se atropellaban, buscando una forma de detenerla sin empeorar las cosas. Ivy se detuvo frente a Glenn. El dobladillo de su guardapolvo parecía moverse a cámara lenta, acercándose hacia delante hasta tocar los zapatos de Glenn. Ivy se pasó la lengua por sus blanquísimos dientes, ocultándolos conforme destellaban. Con una fuerza obviamente comedida le puso ambas manos a los lados de la cabeza, atrapándolo contra la pared.


Mmm
—dijo inspirando a través de los labios entreabiertos—. Muy alto. Largas piernas. Preciosa, preciosa piel oscura. ¿Te ha traído Rachel a casa para mí?

Se inclinó hacia él, casi tocándolo. Glenn era tan solo unos centímetros más alto que ella. Ivy ladeó la cabeza, como si fuese a darle un beso. Una gota de sudor le cayó por la cara hasta el cuello. Glenn no se movió, la tensión atirantaba cada unos de sus músculos.

—Trabajas para Edden —susurró Ivy con los ojos fijos en el rastro de sudor que se acumulaba en su clavícula—. Probablemente se disguste si mueres. —Sus ojos se clavaron en los de él ante el sonido de su respiración agitada.

No te muevas, pensé, sabiendo que si lo hacía, los instintos de Ivy tomarían el control. Ya estaba en bastantes apuros con la espalda contra la pared.

—¿Ivy? —dije intentando distraerla y evitar así tener que explicarle a Edden por qué su hijo estaba en cuidados intensivos—. Edden me ha encargado una misión. Glenn viene conmigo.

Hice un esfuerzo de voluntad para no estremecerme cuando dirigió los negros pozos en los que se habían convertido sus ojos hacia mí. Me siguieron cuando me puse detrás de la isla. Ivy permaneció inmóvil salvo por una mano que recorrió sin tocarlos el hombro y el cuello de Glenn con el dedo a exactamente un centímetro de él.

—Eh, ¿Ivy? —dije dubitativa—. Quizá Glenn prefiera irse ya. Déjalo.

Mi petición pareció surtir efecto. Ivy tomó una inspiración corta y rápida, dobló el codo y se apartó de la pared.

Glenn se apartó rápidamente de ella. Desenfundó su arma y se quedó de pie en el arco hacia el pasillo con los pies separados y apuntando con su pistola a Ivy. Quitó el seguro con un clic, mirándonos con los ojos abiertos como platos.

Ivy le dio la espalda y se dirigió a la bolsa de comida abandonada. Podía parecer que lo ignoraba, pero yo sabía que era consciente de todo, hasta de la avispa que se golpeaba contra el techo. Dobló la espalda y colocó una bolsa de queso rallado en la encimera.

—Saluda al saco de sangre de tu capitán de mi parte la próxima vez que lo veas —dijo con voz tranquila y cargada de una sorprendente cantidad de rabia. Pero el hambre, su necesidad por dominar, había desaparecido.

Solté el aire en un largo resoplido. Me temblaban las rodillas.

—¿Glenn? —dije—. Guarda la pistola antes de que te la quite. Y la próxima vez que insultes a mi compañera de piso, le dejaré que te raje la garganta, ¿entendido?

Sus ojos miraron a Ivy antes de enfundar el arma. Se quedó en el arco, respirando agriadamente.

Creyendo que lo peor debía haber pasado ya, abrí la nevera.

—Oye, Ivy —dije animadamente para intentar que todo volviese a la normalidad—, ¿me pasas el
pepperoni
?

Ivy me miró a los ojos desde el otro lado de la cocina y se libró del resto de instinto desbocado que le quedaba.

—¿
Pepperoni
? —dijo con la voz más ronca de lo habitual—. Sí. —Se palpó la mejilla con el dorso de la mano. Frunció el ceño hacia sí misma y advertí que cruzó la cocina con paso deliberadamente lento—. Gracias por apaciguarme —me dijo en voz baja al darme la bolsa de fiambre en lonchas.

—Debí avisarte, lo siento. —Guardé el
pepperoni
y me puse recta, dedicándole a Glenn una mirada enfadada. Su cara estaba pálida y hundida mientras se secaba el sudor. Creo que se acaba de dar cuenta de que estábamos en la misma habitación con un depredador contenido por el orgullo y la cortesía. Quizá haya aprendido algo hoy. Edden puede darse por satisfecho.

Rebusqué entre las provisiones y saqué las perecederas. Ivy se inclinó hacia mí al guardar una lata de melocotones.

—¿Qué está haciendo aquí? —me preguntó lo suficientemente alto como para que Glenn lo oyese.

—Le estoy haciendo de niñera.

Ivy asintió, obviamente esperando a que dijese algo más. Cuando no dije nada añadió:

—Se trata de un trabajo de pago, ¿no?

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