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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

El bueno, el feo y la bruja (10 page)

BOOK: El bueno, el feo y la bruja
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Le eché un vistazo a Glenn.

—Eh, sí. Es por una persona desaparecida. —La miré furtivamente a los ojos y me sentí aliviada al ver que sus pupilas habían vuelto casi a la normalidad.

—¿Puedo ayudarte? —preguntó.

Ivy prácticamente no había hecho otra cosa que buscar personas desaparecidas desde que abandonó la si, pero sabía que se pondría del lado de Jenks en lo de que esto era una estratagema de Trent Kalamack en cuanto supiese que buscaba al novio de Sara Jane. Sin embargo, posponer el contárselo solo empeoraría las cosas. Y quería que viniese conmigo a Piscary's, así conseguiría más información.

Glenn seguía allí de pie con fingida naturalidad, sin importarle que lo estuviésemos ignorando, mientras Ivy y yo guardábamos la comida.

—Oh, vamos, Rachel —exclamó Ivy poniéndose zalamera—. ¿Quién es? Puedo tantear el terreno. —Ahora parecía algo tan alejado de un depredador como un pato. Estaba acostumbrada a sus cambios de temperamento, pero Glenn parecía desconcertado.


Mmm
, es un brujo llamado Dan. —Me giré escondiendo la cabeza en la nevera para guardar el queso fresco—. Es el novio de Sara Jane y antes de que te mosquees, Glenn viene conmigo a registrar su apartamento. Me imagino que podemos esperar hasta mañana para ir a Piscary's. Trabaja allí de repartidor. Pero de ninguna manera va a venir Glenn conmigo a la universidad. —Hubo un instante de silencio y me encogí, esperando un grito de protesta, pero no llegó nunca.

Miré desde detrás de la puerta de la nevera y me quedé blanca por la sorpresa. Ivy se había ido hasta el fregadero y se inclinaba sobre él con las manos a ambos lados. Era su sitio para «contar hasta diez». Hasta ahora no le había fallado nunca. Levantó los ojos y los clavó en mí. Se me quedó la boca seca. Le había fallado.

—No vas a aceptar esa misión —dijo y el suave sonido monótono de su voz me recorrió como un escalofrío de hielo negro. El pánico me invadió para asentarse como un fuego vivo en la boca de mi estómago. Lo único que existía ahora eran las negras pupilas de sus ojos. Ivy inhaló y me robó todo el calor. Su presencia parecía arremolinarse tras de mí, tanto que tuve que esforzarme para no girarme. Se me tensaron los hombros y se me agitó la respiración. Estaba proyectando su aura, robándome el alma. Sin embargo había algo diferente. No era rabia ni hambre lo que veía. Era miedo. ¿Ivy tenía miedo?

—Voy a hacerlo —dije oyendo un fino hilo de miedo en mi voz—. Trent no puede tocarme y ya le he dicho a Edden que lo haría.

—No, no lo vas a hacer.

Se puso en movimiento bruscamente y el guardapolvo ondeó tras de ella. Me sobresalté al encontrármela junto a mí casi en cuanto me di cuenta de que se había movido. Con el rostro más pálido de lo habitual, cerró la puerta de la nevera de un empujón. Salté para quitarme de en medio. La miré a los ojos sabiendo que si dejaba entrever el miedo que me estrangulaba el estómago, ella se alimentaría de él aumentando su fervor. Había aprendido mucho en los últimos tres meses, algunas cosas por el camino más difícil y otras que deseaba no haber tenido que saber.

—La última vez que te enfrentaste a Trent casi mueres —dijo con el sudor corriéndole por el cuello hasta desaparecer bajo el profundo escote de pico de su camiseta. ¿Estaba sudando?

—La palabra clave aquí es «casi» —dije descaradamente.

—No, la palabra clave es «mueres».

Notaba el calor que despedía y di un paso atrás. Glenn seguía en el arco, observándome con los ojos como platos mientras yo discutía con una vampiresa. Debía de ser todo un espectáculo.

—Ivy —dije con voz calmada aunque por dentro temblaba—, voy a aceptar esta misión. Si quieres venir con Glenn y conmigo cuando vayamos a Piscary's… —Me quedé sin respiración. Los dedos de Ivy rodeaban mi garganta. Todo el aire que tenía dentro salió en una bocanada explosiva cuando me lanzó contra la pared de la cocina.

—¡Ivy! —logré gritar antes de que me levantase con una mano y me inmovilizase allí mismo. Respirando entrecortada e insuficientemente me dejó colgando sin tocar el suelo.

Ivy acercó su cara a la mía. Sus ojos estaban negros pero muy abiertos por el miedo.

—No vas a ir a Piscary's —dijo con un lazo plateado de pánico en su aterciopelada voz—. No vas a aceptar esta misión.

Me apoyé en la pared y empujé. Un poco de aire logró pasar bajo sus dedos y mi espalda volvió a golpear contra la pared. Le lancé patadas y ella se apartó a un lado. Su presión nunca disminuyó.

—¿Qué coño estás haciendo? —dije con voz ronca—. ¡Suéltame!

—¡Señorita Tamwood! —gritó Glenn—. ¡Déjela y camine hacia el centro de la habitación!

Hundiendo mis dedos en su apretada mano, miré por encima del hombro de Ivy. Glenn estaba detrás de ella, con las piernas separadas y listo para disparar.

—¡No! —Mi voz chirrió—. ¡Vete, vete de aquí!

Ivy no me escucharía si él seguía aquí. Tenía miedo. ¿Qué demonios le daba miedo? Trent no podría tocarme. Entonces sonó un fuerte silbido de sorpresa al entrar Jenks.

—Hola, hola, campistas —dijo sarcásticamente—. Ya veo que Rachel te ha contado lo de su misión, ¿no, Ivy?

—¡Sal de aquí! —le pedí, notando los fuertes latidos en mi cabeza al apretar Ivy la mano.

—¡Madre mía! —exclamó el pixie desde el techo mientras sus alas adquirían un tono rojo por el miedo—. No está de broma.

—Ya lo sé… —Me dolían los pulmones. Hice palanca entre los dedos que apretaban mi cuello y logré respirar entrecortadamente. El pálido rostro de Ivy estaba demacrado. El negro de sus ojos era total y absoluto y traslucía miedo. Ver ese sentimiento en ella era terrorífico.

—¡Ivy, suéltala! —demandó Jenks volando a la altura de sus ojos—. No es para tanto, de verdad. Basta con que vayamos con ella.

—¡Vete! —le dije al lograr respirar plenamente cuando la atención de Ivy se distrajo y aflojó la mano. El pánico me invadió cuando noté un temblor en sus dedos. El sudor caía por su frente, arrugada por la confusión. El blanco de sus ojos resaltaba junto al negro.

Jenks salió volando hacia Glenn.

—Ya la has oído —dijo el pixie—, sal.

El corazón se me desbocó al oír a Glenn susurrar:

—¿Estás loco? ¡Si nos vamos esa zorra la va a matar!

Ivy emitió un quejido al respirar. Fue tan suave como el primer copo de nieve. Pero lo oí. El olor a canela llenó mis sentidos.

—Tenemos que salir de aquí —dijo Jenks—. O bien Rachel logrará que Ivy la suelte, o Ivy la matará. Puede que seas capaz de separarlas disparándole a Ivy, pero Ivy la seguirá y la matará a la primera ocasión que tenga si supera la dominación de Rachel.

—¿Rachel es dominante?

Percibí la incredulidad en su voz y frenéticamente recé para que se fuesen antes de que Ivy terminase de ahogarme. El zumbido de las alas de Jenks sonaba tan fuerte como la circulación de mi sangre en mis oídos.

—¿Cómo si no crees que Rachel consiguió que Ivy te dejase? ¿Te crees que una bruja podría hacer eso si no estuviese al mando? Sal de aquí como nos ha dicho.

No sabía si dominante era la palabra adecuada, pero si no se iban, sería irrelevante. Sinceramente la verdad era que de alguna forma retorcida, Ivy me necesitaba más de lo que yo la necesitaba a ella. Pero la «guía para ligar» que Ivy me había dado la primavera pasada para que así dejase de estimular sus instintos de vampiro no tenía un capítulo titulado «¿Qué hacer si descubres que eres la dominante?». Estaba en territorio desconocido.

—Salid… de aquí —dije ahogada a la vez que los contornos de mi visión se volvían negros.

Oí que Glenn ponía de nuevo el seguro al arma y a regañadientes la enfundaba. Mientras Jenks revoloteaba desde allí hasta la puerta trasera y de vuelta, el agente de la AFI se retiró con aspecto enfadado y frustrado. Me quedé mirando al techo y vi las estrellas bordeando mi campo de visión hasta que oí el chirriar de la puerta al cerrarse.

—Ivy —dije con voz ronca mirándola a los ojos. Me puse rígida frente a su negro terror. Me veía a mí misma en sus profundidades, con el pelo revuelto y la cara hinchada. De repente, mi cuello palpitó con fuerza bajo sus dedos, justo donde presionaban la marca del mordisco del demonio. Que Dios me perdone, pero empezaba a sentirme bien al recordar la euforia que me había invadido cuando el demonio que enviaron la pasada primavera para matarme me rajó el cuello y me llenó de saliva de vampiro.

—Ivy, abre los dedos un poco para que pueda respirar —logré decir, con la saliva resbalándome por la barbilla. El calor que despedía Ivy incrementaba el olor de la canela.

—Me dijiste que lo soltara —gruñó enseñando los dientes y apretando la mano hasta que casi me estallan los ojos—. ¡Lo deseaba y me obligaste a soltarlo!

Mis pulmones intentaban funcionar, moviéndose con breves convulsiones respondiendo a mis esfuerzos por respirar. Su mano se aflojó. Tomé una agradecida bocanada de aire y luego otra. Su expresión era siniestra, a la espera. Morir a manos de un vampiro era fácil. Vivir con uno requería mayor astucia.

Me dolía la mandíbula donde se apoyaban sus dedos.

—Si lo quieres —susurré—, ve a por él, pero no rompas tu ayuno por rabia. —Respiré de nuevo, rezando porque no fuese la última vez—. A menos que sea por pasión, no merecería la pena, Ivy.

Boqueó como si la hubiese golpeado. Con la expresión atónita, soltó mi cuello sin previo aviso. Caí hecha un ovillo contra la pared. Recuperé el aliento, me encorvé y di arcadas para respirar. Notaba mi garganta y estómago hechos un nudo y en mi cuello el mordisco del demonio seguía produciendo un placentero cosquilleo. Tenía las piernas retorcidas y lentamente las puse derechas. Me senté con las rodillas pegadas al pecho y agité mi pulsera con los amuletos para recolocarla en mi muñeca, me limpié la saliva y levanté la vista. Me sorprendí al descubrir que Ivy seguía allí. Normalmente cuando perdía el control de esta manera se iba corriendo a Piscary's. Pero la verdad es que nunca antes había perdido el control tanto como hoy. Tenía miedo. Me había dejado clavada a la pared porque había sentido miedo. ¿Miedo de qué? ¿De mí por decirle que no podía rajarle la garganta a Glenn? Por muy amigas que seamos me iría de aquí si la veo morder a alguien en mi cocina. La sangre me produciría pesadillas para toda la vida.

—¿Estás bien? —pregunté con voz ronca encorvándome cuando me sobrevino un ataque de tos. Ella ni se movió. Seguía en la mesa, dándome la espalda con la cabeza hundida entre las manos. Comprendí al poco de mudarnos a vivir juntas que a Ivy no le gustaba ser quien era. Odiaba la violencia a pesar de instigarla ella misma. Luchaba por abstenerse de beber sangre aunque la ansiase. Pero era una vampiresa. No tenía elección. El virus estaba instalado en lo más profundo de su ADN y no se iba a ir a ninguna parte. Era lo que era. El hecho de perder el control y dejar que sus instintos la dominasen significaba un fracaso para ella.

—¿Ivy? —Me puse en pie ligeramente escorada y me dirigí tambaleantemente hacia ella. Seguía notando la presión de sus dedos alrededor de mi cuello. Había sido fuerte, pero nada comparado con la vez que me inmovilizó contra el sillón en una nube de deseo y hambre. Me eché el lazo negro hacia atrás, donde debía estar.

—¿Estás bien? —Alargué la mano para luego retirarla antes de tocarla.

—No —respondió mientras yo bajaba la mano. Su voz sonaba amortiguada—. Rachel, lo siento. Yo… yo no puedo… —Titubeó y respiró entrecortadamente—. No aceptes esta misión. Si es por el dinero…

—No es por el dinero —dije antes de que pudiese terminar. Se giró hacia mí y mi enfado por que quisiese comprarme desapareció. Se apreciaba un brillante trazo de humedad que había intentado secarse. Nunca la había visto llorar antes y me dejé caer en la silla junto a ella—. Tengo que ayudar a Sara Jane.

Ivy apartó la mirada.

—Entonces voy contigo a Piscary's —dijo conservando en la voz un leve recuerdo de su habitual fuerza.

Me rodeé con los brazos y me acaricié con una mano la apenas perceptible cicatriz del cuello hasta que me di cuenta de que lo hacía inconscientemente para sentir el cosquilleo.

—Esperaba que lo hicieses —dije obligándome a bajar la mano.

Me dedicó una sonrisa atemorizada y preocupada y se dio la vuelta.

6.

Los niños pixie se arremolinaban alrededor de Glenn, que se había sentado en la mesa de la cocina lo más lejos de Ivy que pudo sin que pareciese demasiado evidente. Los críos de Jenks parecían haberle cogido un poco habitual cariño al detective de la AFI mientras que Ivy, sentada frente a su ordenador, intentaba ignorar el ruido y el revuelo. Me daba la impresión de ser un gato dormido frente al comedero de los pájaros, aparentemente ignorándolo todo, pero muy atenta por si un pájaro cometía el error de acercarse demasiado. Todo el mundo fingía ignorar el hecho de que casi sufrimos un incidente. Mis sentimientos por tener que cargar con Glenn habían pasado de la aversión a una ligera irritación ante su repentino e inesperado tacto.

Usando una jeringa para insulina inyecté poción para dormir en la última bola azul de finas paredes. No me gustaba dejar la cocina hecha un desastre, pero tenía que hacer estas joyitas tan especiales. De ninguna manera pensaba ir desarmada a encontrarme con Sara Jane en el apartamento de un desconocido. No había que ponérselo tan fácil a Trent, pensé mientras me quitaba los guantes protectores y los dejaba a un lado.

Saqué mi pistola de entre los cuencos apilados bajo la encimera. Antes la guardaba en una tinaja colgada sobre la isla central, hasta que Ivy señaló que tendría que exponerme a plena vista para alcanzarla. Dejarla a una altura alcanzable a gatas era mejor. Glenn dio un respingo ante el sonido del metal golpeando contra la encimera, y dejó caer a las parlanchinas adolescentes pixies vestidas de verde que tenía en la mano.

—No deberías guardar un arma así —dijo desdeñosamente—. ¿Tienes idea de cuántos niños mueren al año por estupideces como esa?

—Relájate, señor Agente de la AFI —dije limpiando el cargador—, todavía no se ha muerto nadie por culpa de una bola de pintura.

—¿Bola de pintura? —preguntó y luego se puso condescendiente—. ¿Qué?, ¿jugando a disfrazarse como los mayores?

Fruncí el ceño. Me gustaba mi minipistola de pintura. Tenía un buen tacto en la mano, pesada y reconfortante a pesar de su tamaño de bolsillo. Incluso a pesar de ser rojo cereza la gente normalmente no reconocía lo que era de verdad y asumía que iba armada. Y lo mejor era que no necesitaba licencia.

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