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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

El bueno, el feo y la bruja (4 page)

BOOK: El bueno, el feo y la bruja
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—Es Jenks —dijo con frialdad—, solo Jenks.

—Jenks, de acuerdo. ¿Te apetece tomar algo? Azúcar, agua, mantequilla de cacahuete… —Se giró hacia mí sonriendo tras su bigote—. ¿Café, señorita Morgan? —me ofreció alargando las vocales—. Pareces cansada.

Su sonrisa hizo desaparecer cualquier resto de mal humor.

—Me encantaría —dije, y Edden le hizo un gesto indicativo con la mirada a Glenn. El detective apretaba la mandíbula y ya le habían aparecido varios verdugones más en el cuello. Edden lo agarro por el brazo cuando el frustrado agente se daba la vuelta. Tirando de él hacia abajo, Edden le susurró:

—Es demasiado tarde para quitarse el polvo de pixie, pruebe con cortisona.

Glenn me miró fijamente al erguirse y luego se fue caminando por donde había venido.

—Te agradezco que hayas acompañado a Glenn —continuó diciéndome Edden—, he recibido una visita esta mañana y tú eras la única a la que podía llamar para gestionarla.

Jenks se rió con sorna.

—¿Qué pasa, ha venido un hombre lobo con una espina en la pata?

—Cállate, Jenks —dije más por costumbre que por otra cosa. Glenn había mencionado a Trent Kalamack y eso me había puesto de los nervios. El capitán de la AFI se detuvo frente a una puerta lisa. Había otra puerta igualmente lisa a unos treinta centímetros de la primera: salas de interrogatorios. Abrió la boca para explicar algo, pero luego se encogió de hombros y abrió la puerta para mostrar una habitación vacía a media luz. Me invitó a entrar y esperó a cerrar la puerta antes de dirigirse al espejo falso y abrir la persiana silenciosamente.

Miré hacia la otra sala.

—¡Sara Jane! —susurré quedándome pálida.

—¿La conoces? —dijo Edden cruzando sus cortos y robustos brazos sobre su pecho—. ¡Qué casualidad!

—Las casualidades no existen —saltó Jenks abanicándome la mejilla con la brisa que levantaban sus alas al planear a la altura de mis ojos. Tenía las manos en las caderas y sus alas habían pasado de su habitual translucidez a un tono rosado—. Es una encerrona.

Me acerqué más al cristal.

—Es la secretaria de Trent Kalamack. ¿Qué está haciendo aquí?

Edden se puso a mi lado con los pies separados.

—Buscando a su novio.

Me giré sorprendida ante la tensa expresión de su redonda cara.

—Un hechicero llamado Dan Smather —dijo Edden—. Desapareció el domingo. La si no hará nada hasta que lleve desaparecido treinta días. Ella está convencida de que su desaparición está ligada a los asesinatos de brujos. Y creo que tiene razón.

Se me hizo un nudo en el estómago. Cincinnati no era famosa por sus asesinos en serie, pero en las últimas seis semanas habíamos sufrido más asesinatos sin resolver que en los tres últimos años. La reciente oleada de violencia tenía a todo el mundo alterado, humanos e inframundanos por igual. El cristal se empañó con mi aliento y me retiré.

—¿Encaja en el perfil? —pregunté sabiendo que la si no la habría despachado si lo hiciese.

—Si estuviese muerto encajaría, pero por ahora solo está desaparecido.

El áspero ruido de las alas de Jenks rompió el silencio.

—¿Y para qué quiere meter a Rachel en esto?

—Por dos motivos. El primero porque al ser la señorita Gradenko una bruja —dijo señalando con la cabeza a la guapa mujer al otro lado del espejo con un tono de frustración en la voz—, mis agentes no pueden interrogarla como es debido.

Observé a Sara Jane mirar el reloj y frotarse los ojos.

—No sabe hacer hechizos —dije en voz baja—, solo es capaz de invocarlos. Técnicamente, es una hechicera. Ojalá los humanos entendiesen de una vez que es el nivel de conocimientos y no tu sexo lo que te hace ser una bruja o una hechicera.

—De cualquier forma mis agentes no saben interpretar sus respuestas.

Un rayo de ira me atravesó. Me volví hacia él con los labios apretados.

—No sabéis distinguir si está mintiendo.

El capitán encogió sus robustos hombros.

—Si quieres llamarlo así.

Jenks se quedó suspendido en el aire entre ambos, con las manos en las caderas en su mejor pose de Peter Pan.

—Vale, o sea que lo que quiere es que Rachel la interrogue. ¿Y cuál era el segundo motivo?

Edden apoyó un hombro contra la pared.

—Necesito que alguien vuelva a la universidad y como no tengo a ninguna bruja en nómina, he pensado en ti, Rachel.

Durante un momento me quedé mirándolo sin articular palabra.

—¿Cómo dices?

La sonrisa del capitán lo asemejaba aun más a un intrigante trol.

—¿Has estado siguiendo las noticias? —preguntó innecesariamente y yo asentí.

—Las víctimas eran todos brujos —dije—. Todos excepto los dos primeros y todos ellos experimentados en la magia de líneas luminosas. —Reprimí una mueca. No me gustaban las líneas luminosas y evitaba usarlas siempre que podía. Eran puertas de entrada hacia siempre jamás y hacia los demonios. Una de las teorías más populares era que las víctimas trajinaban con las artes negras y simplemente perdieron el control. Yo no lo creía. Nadie era tan estúpido como para hacer un trato con un demonio; excepto Nick, mi novio. Y solo lo hizo para salvarme la vida.

Edden asintió, enseñándome la parte de arriba de su cabeza cubierta de pelo negro.

—Lo que no se ha contado es que todos ellos, en un momento u otro, fueron alumnos de la doctora Anders.

Me froté las palmas arañadas de las manos.

—Anders —murmuré buscando en mi memoria y encontrando a la mujer de cara delgada y amargada, con el pelo demasiado corto y la voz demasiado estridente—, yo tuve una asignatura con ella. —Miré a Edden y me giré hacia el espejo falso avergonzada—. Vino de profesora invitada de la universidad mientras uno de nuestros instructores se tomaba un año sabático. Nos dio la asignatura de Líneas luminosas para brujos terrenales. Era una mujer despreciable y condescendiente. Me suspendió a la tercera clase porque no quise tener un espíritu familiar.

Edden gruñó.

—Intenta sacar notable esta vez para que me devuelvan el precio de la matrícula.

—¡Vaya! —exclamó Jenks con su vocecita aguda—. Edden, ve a echar piedras a otro tejado. Rachel no va a acercarse a esa Sara Jane. Esto no es más que un intento de Kalamack de echarle el guante.

Edden se apartó de la pared frunciendo el ceño.

—El señor Kalamack no está implicado en esto en absoluto y si aceptas esta misión buscando hacerle daño, Rachel, mando tu culito blanco al otro lado del río volando hasta los Hollows. La doctora Anders es nuestra sospechosa. Si quieres la misión, tienes que dejar al señor Kalamack al margen.

Las alas de Jenks zumbaron de irritación.

—¿Es que le habéis echado anticongelante al café esta mañana? —chilló—. ¡Es una trampa! Esto no tiene nada que ver con los asesinatos del cazador de brujos. Rachel, dile que esto no tiene nada que ver con los asesinatos.

—Esto no tiene nada que ver con los asesinatos —dije inexpresivamente—. Acepto la misión.

—¡Rachel! —protestó Jenks.

Inspiré hondo, sabiendo que nunca sería capaz de explicarlo. Sara Jane era más honesta que la mitad de los agentes de la si con los que había trabajado. Era una chica de granja que luchaba por hacerse un hueco en la ciudad y ayudaba a su familia esclavizada. Aunque ella no lo supiese, estaba en deuda con ella. Fue la única persona amable conmigo durante los tres días de purgatorio que pasé atrapada con forma de visón en la oficina de Trent Kalamack la pasada primavera.

Físicamente no podíamos ser más diferentes. Mientras que Sara Jane se sentaba muy derecha a la mesa con su inmaculado traje de oficina con todos y cada uno de sus rubios cabellos en su sitio y el maquillaje tan bien aplicado que era casi invisible, yo estaba aquí, con mis pantalones de cuero rasgados, mi salvaje y encrespado pelo rojo y despeinado. Mientras que ella era bajita y tenía aspecto de muñeca de porcelana, con la piel clara y delicadas facciones, yo era alta y con una complexión atlética que me había salvado la vida más veces que pecas tenía en la nariz. Mientras que ella tenía amplias curvas y redondeces donde había que tenerlas, yo ni tenía curvas y mi pecho era apenas una insinuación. Pero sentía afinidad con ella: ambas estábamos atrapadas por Trent Kalamack; y a estas alturas ella probablemente ya lo sabía.

Jenks revoloteó en el aire junto a mí.

—No —dijo—, Trent la está utilizando para llegar hasta ti.

Irritada lo espanté.

—Trent no puede tocarme. Edden, ¿sigues teniendo la carpeta rosa que te di la primavera pasada?

—¿La que tenía un disco y una agenda con pruebas de que Trent Kalamack fabrica y distribuye productos de ingeniería genética ilegales? —El achaparrado hombre sonrió abiertamente—. Sí, la tengo en la mesita de noche para cuando no puedo dormir.

Me quedé boquiabierta.

—¡Se supone que no debías abrirla a menos que me pasase algo!

—Solo he curioseado un poco mis regalos de Navidad —dijo—. Relájate. No voy a hacer nada a menos que Kalamack te mate. Aunque sigo pensando que chantajear a Kalamack es arriesgado…

—¡Es lo único que me mantiene con vida! —dije acaloradamente y luego hice una mueca al preguntarme si Sara Jane me habría oído a través del cristal.

—… Pero probablemente sea más seguro que intentar llevarlo ante los tribunales, al menos por ahora. Sin embargo, ¿esto? —dijo Edden señalando a Sara Jane—. Es demasiado listo para esto.

Si hubiésemos estado hablando de cualquier otro en lugar de Trent, habría tenido que darle la razón. Sobre el papel, Trent Kalamack era intachable, tan encantador y atractivo en público como despiadado y frío a puerta cerrada. Lo había visto matar a un hombre en su oficina y hacer que pareciese un accidente con una serie de preparativos rápidamente orquestados. Pero mientras Edden no interviniese en mi chantaje, el intocable Trent me dejaría en paz.

Jenks se interpuso como una flecha entre el cristal y yo. Se quedó suspendido en el aire con una expresión de preocupación arrugando su carita.

—Esto apesta peor que ese pez. Sal de aquí. Tienes que alejarte.

Mi mirada se centró detrás de Jenks, en Sara Jane. Había estado llorando.

—Se lo debo, Jenks —susurré—. Tanto si ella lo sabe como si no.

Edden se acercó a mí y juntos observamos a Sara Jane.

—¿Morgan?

Jenks tenía razón. Las casualidades no existían, a menos que pagases por ellas, y nada sucedía alrededor de Trent sin un motivo. Mis ojos estaban clavados en Sara Jane.

—Sí, acepto.

3.

Las uñas de Sara Jane atrajeron mi atención mientras se revolvía nerviosa frente a mí. La última vez que la vi las tenía limpias pero gastadas hasta la carne. Ahora las llevaba largas y limadas, pintadas con un elegante tono rojo de esmalte.

—Entonces —dije levantando la vista del llamativo esmalte hasta sus ojos. Los tenía azules, antes no lo sabía con seguridad—, ¿la última vez que supo algo de Dan fue el sábado?

Desde el otro lado de la mesa Sara Jane asintió. No noté ningún atisbo de reconocimiento cuando Edden nos presentó. Parte de mi se sentía aliviada, parte decepcionada. Su perfume de lilas volvió a traerme el desagradable recuerdo de la indefensión que había sentido siendo un visón encerrado en una jaula en la oficina de Trent.

El pañuelo de papel en la mano de Sara Jane había quedado reducido al tamaño de una nuez, apretado entre sus temblorosos dedos.

—Dan me llamó al salir del trabajo —dijo con un temblor en la voz. Miró a Edden que estaba de pie junto a la puerta cerrada, con los brazos cruzados y la camisa remangada hasta el codo—. Me dejó un mensaje en el contestador, eran las cuatro de la mañana. Dijo que quería que cenásemos juntos, que quería hablar conmigo. Pero no se presentó. Por eso sé que le ha pasado algo malo, agente Morgan. —Abrió los ojos de par en par y apretó la mandíbula en un esfuerzo por no echarse a llorar.

—Soy la señorita Morgan —dije sintiéndome incómoda—, no trabajo para la AFI de forma continuada.

Las alas de Jenks se pusieron en movimiento, permaneciendo aún posado en mi vaso desechable.

—En realidad no trabaja para nadie de forma continuada —dijo insidiosamente.

—La señorita Morgan es nuestra consultora inframundana —dijo Edden frunciendo el ceño hacia Jenks.

Sara Jane se secó los ojos y con el pañuelo aún en la mano se echó el pelo hacia atrás. Se lo había cortado, haciéndola parecer aun más profesional al caerle sobre los hombros como una cortina recta amarilla.

—He traído una foto suya —dijo. Rebuscando en su bolso, sacó una foto y la empujó hacia mí. Bajé la vista para verla a ella con un joven en la cubierta de uno de los barcos de vapor que pasean a los turistas por el río Ohio. Ambos sonreían. Él la rodeaba con un brazo y ella se inclinaba hacia él. Parecía relajada y feliz con unos vaqueros y una blusa. Me tomé un momento más para estudiar la foto de Dan. Era un hombre fuerte de aspecto cuidado y vestía una camisa de cuadros. Justo el tipo de chico que se esperaba que una chica de granja presentase a sus padres.

—¿Puedo quedármela? —le pregunté y ella asintió—. Gracias. —La metí en mi bolso sintiéndome incómoda por la forma en la que tenía los ojos clavados en la foto, como si pudiese recuperarlo con solo desearlo—. ¿Sabe cómo podemos ponernos en contacto con sus parientes? Puede que haya tenido una emergencia familiar y se haya tenido que ir sin avisar.

—Dan es hijo único —dijo limpiándose la nariz con el arrugado pañuelo—. Sus padres murieron. Eran granjeros en el norte. La esperanza de vida no es muy larga para un granjero.

—Ah. —No sabía qué decir—. Técnicamente no podemos entrar en su apartamento hasta que no sea declarado formalmente desaparecido. ¿Usted no tendrá por casualidad la llave?

—Sí, yo… —empezó a decir ruborizándose debajo de su maquillaje— dejo entrar al gato cuando trabaja hasta tarde.

Miré hacia abajo al amuleto detector de mentiras que tenía en el regazo que brevemente cambió de verde a rojo. Estaba mintiendo, pero no necesitaba un amuleto para saberlo. No dije nada. No quería avergonzarla más obligándola a reconocer que tenía la llave por otros motivos más románticos.

—Estuve allí sobre las siete —dijo con la mirada baja—. Todo estaba en orden.

—¿A las siete de la mañana? —preguntó Edden descruzando los brazos y poniéndose derecho—. ¿A esa hora no están ustedes, quiero decir las brujas, durmiendo?

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