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Authors: Dorothy L. Sayers

Tags: #Intriga, Policíaco

El cadáver con lentes (10 page)

BOOK: El cadáver con lentes
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Una vez allí, lord Peter extendió sobre la mesa, unas pruebas positivas en bromuro, algunas húmedas aún y otras apenas lavadas.

–Las pruebas pequeñas son las originales de las fotos que hemos tomado –dijo lord Peter–, y las grandes son ampliaciones a la misma escala. Ésta es la huella de un pie en el linóleo. La dejaremos aparte. En cuanto a las huellas digitales, pueden dividirse en cinco series que he numerado como sigue: Uno, las huellas dactilares de Levy, observadas en el libro, y el cepillo para el cabello. Fíjate en la cicatriz del pulgar.

»Dos: las manchas dejadas por los dedos enguantados del individuo que el lunes por la noche durmió en la habitación de Levy. Se ven claramente en la botella de agua y en las botas y encima de las huellas de Levy. En las botas son muy claras y de esto deduzco que los guantes eran de caucho y se habían mojado recientemente.

»Aquí hay otro punto interesante. Como sabemos, Levy caminó mientras llovía y estas manchas oscuras son de barro. Fíjate que en todos los casos aparecen encima de las impresiones dactilares de Levy. Ahora mira. En el zapato izquierdo encontramos la huella del pulgar del desconocido encima del barro que hay al lado del tacón. Es algo extraordinario encontrar en una bota la huella dactilar de un dedo pulgar. Eso es en el supuesto de que Levy se descalzara. Pero también está en el lugar en que podríamos imaginárnoslas si alguien, a la fuerza, le hubiese descalzado. Además una gran parte de las huellas dactilares del desconocido se advierten por encima de las manchas de barro, pero aquí hay una de ellas que aparece por encima de las huellas dactilares, lo cual me da a entender que el desconocido volvió a Park Lane, llevando el calzado de Levy, en un coche de cualquier clase, pero que, en un lugar determinado, anduvo durante un corto trecho, lo bastante para chapotear y mancharse el calzado de barro. ¿Qué te parece?

–Muy bonito –contestó Parker–. Sin embargo, un poco complicado y, además, esas huellas no son tan claras como yo desearía.

–No haremos mucho caso de ellas, pero no se puede negar que coinciden con nuestras ideas anteriores. Ahora fijémonos en el número siguiente.

»Tres: las huellas amablemente dejadas por el criminal en el borde del baño de Thipps, donde tú las descubriste, y que yo no vi. La mano izquierda, la base de la palma y de los dedos, pero no las yemas, parecen indicar que se apoyó en el borde del baño cuando se inclinaba hacia él, para arreglar algo del fondo, tal vez los lentes. Desde luego, ese hombre iba enguantado, pero en el guante no se advierte costura de ninguna clase, lo cual me da a entender que tal prenda debía ser de caucho. Ahora fíjate bien.

»El cuatro y el cinco proceden de una tarjeta de visita mía. En la esquina está señalado el sexto, pero no es preciso tomarlo en consideración. En el documento original es una señal pegajosa, que dejó el dedo pulgar de un joven que tomó la tarjeta de mi mano, después de haberse quitado de la boca, con los dedos, un pedazo de goma de mascar, para decirme que el señor Milligan estaba o no estaba muy ocupado.

»El cuatro y el cinco son las huellas dactilares del señor Milligan y de su secretario de cabello amarillento. No sé cuál pertenece a uno de ellos, porque entregué la tarjeta en la puerta, y luego, al entrar en el despacho, vi que Milligan la tenía en la mano. Pero, de momento, no importa desconocer este detalle. Al salir me llevé la tarjeta.

»Ahora vas a saber, Parker, lo que hemos estado haciendo Bunter y yo durante la noche. He dado vueltas al asunto hasta marearme, pero no he llegado aún a tomar una decisión. Primera pregunta: ¿el número dos es igual al tres? Segunda pregunta: ¿el número cuatro o el cinco son iguales al dos? Sólo se puede juzgar por el tamaño y la forma y, además, las huellas son muy débiles. ¿Qué te parece?

–Creo que el cinco debiera dejarse a un lado –dijo Parker meneando la cabeza–. Es un dedo pulgar excesivamente largo y estrecho, pero observo un parecido marcado entre el ancho del dos de la botella de agua y el tres en el baño. Y no veo razón para que el cuatro no sea igual que el dos, aunque hay poca base para juzgar.

–Tu opinión y mis reflexiones nos han conducido a la misma conclusión, si así puede llamarse –dijo lord Peter.

–Otra cosa –añadió Parker–. ¿Por qué demonio hemos de relacionar el dos con el tres? El hecho de que tú y yo seamos amigos no obliga a que nuestros dos respectivos casos estén relacionados entre sí. La única persona que lo cree así es Sugg, pero no tiene ninguna razón para ello. Sería distinto si el hombre encontrado en el baño fuese Levy, pero sabemos con certeza que no era él. Es ridículo suponer que se utilizó al mismo individuo para cometer dos crímenes absolutamente diferentes, en la misma noche, uno en Battersea y otro en Park Lane.

–Ya lo sé –contestó Wimsey–, pero no debemos olvidar que Levy estuvo entonces en Battersea y ahora sabemos que no regresó a su casa a las doce, según se supuso, de modo que no existe razón para imaginar que salió de Battersea.

–Cierto es, pero en Battersea hay otros muchos lugares, además del baño de Thipps, y Levy no estuvo allí. En realidad, podemos asegurar como cierto que es el único punto del mundo en que no estuvo. ¿Qué tuvo, pues, que ver el baño de Thipps con eso?

–No lo sé –confesó lord Peter–. Quizá hoy averigüemos algo más.

Se reclinó en su sillón y fumó pensativo unos instantes, mientras examinaba los periódicos que Bunter le había señalado.

–Te han puesto en primer plano –dijo–. Gracias a Dios, Sugg me odia tanto, que no ha querido darme ninguna publicidad. ¡Caramba! Han llamado a la puerta. Sin duda, será la respuesta de Scotland Yard.

En efecto, lo era, y en el interior del sobre había un informe técnico de un óptico, idéntico en absoluto al enviado por el señor Crimplesham, y añadía que aquellos cristales no eran de tipo corriente, en primer lugar por ser muy fuertes y, además, porque eran distintos uno de otro.

–Eso está bastante bien –dijo Parker.

–Sí –contestó Wimsey–. La tercera posibilidad queda destruida, pero sigue en vigor la primera, accidente o mala inteligencia, y también la segunda. Crimen intencionado, por un hombre atrevido y calculador, algo característico en el autor o en los autores de nuestros dos problemas. Siguiendo los métodos que se inculcan en la Universidad, de la que tengo el honor de ser miembro, examinaremos ahora separadamente las sugestiones permitidas por la posibilidad segunda. Ésta puede ser subdividida en dos o más hipótesis. En la primera, el criminal, a quien designaremos por la letra X, no es idéntico a Crimplesham, pero utiliza este nombre como escudo o protección. Esta hipótesis puede ser dividida en dos alternativas. Alternativa A: Crimplesham es un cómplice inocente e inconsciente y X está empleado en su casa. X escribe en nombre de Crimplesham con su papel de cartas y así recupera los lentes, que son enviados a las señas de Crimplesham. Está en situación de interceptar el paquete antes de que llegue a manos de su titular. Se supone que X es el secretario, el «botones», la criada o el portero de Crimplesham, y eso ofrece un amplio campo de investigación. El método de llevarlo a cabo será interrogar a Crimplesham a fin de averiguar si envió esta carta y, en caso contrario, quién tiene acceso a su correspondencia. Alternativa B: Crimplesham se halla bajo la influencia de X o en su poder, y ha sido obligado a escribir la carta por: a) soborno; b) falsificación de la verdad, o c) amenazas. X, en tal caso, podría ser un pariente o un amigo, así como también un acreedor, un chantajista o un asesino; Crimplesham, por otra parte, es evidentemente venal o tonto. En este caso, el método de investigación que yo aconsejaría es interrogar a Crimplesham, exponerle los hechos de este caso y asegurarle, en los términos más enérgicos y capaces de intimidarlo, que se ve expuesto a ser condenado a una larga prisión, en su calidad de cómplice del asesinato. Y ahora, señores, puesto que me han prestado atención hasta este momento, vamos a examinar la hipótesis número dos, hacia la cual me inclino, puesto que indica la posibilidad de que X sea el mismo Crimplesham.

»En este caso, Crimplesham, que es hombre de recursos y de gran sagacidad, deduce correctamente que la última persona que debería contestar a este anuncio, según nuestra opinión, sería el mismo criminal. Por lo tanto, hace una jugada temeraria, inventa una ocasión en la que los lentes podrían haber sido extraviados o robados, y los reclama. En caso necesario, nadie mostrará mayor sorpresa que él cuando se le diga dónde fueron encontrados. Presentará testigos para demostrar que salió de la estación Victoria a las cinco y cuarenta y cinco y que se apeó del tren en Balham, a la hora de llegada, y que durante toda la noche del lunes estuvo jugando al ajedrez con un respetable caballero muy conocido en Balham. En este caso, el método de investigación será interrogar al respetable caballero, soltero, que tiene un ama sorda, será muy difícil impugnar la coartada, porque, al revés de las novelas detectivescas, en la vida real, pocos empleados de estación, encargados de recoger los billetes, y cobradores de autobús, recuerdan a los pasajeros que circulan entre Balham y Londres durante cada una de las noches de la semana.

»Finalmente, señores, con la mayor franqueza, señalaré el punto débil de todas esas hipótesis, o sea que ninguna de ellas da la menor explicación de la causa de que esos lentes fuesen colocados en la nariz del cadáver.

Parker escuchó con admirable paciencia aquella exposición académica.

–¿Y no podría, ser –indicó– que X fuese un enemigo de Crimplesham y quisiera hacerlo sospechoso?

–Desde luego, en tal caso no sería difícil descubrir a ese X, puesto que vive muy cerca de Crimplesham y de sus lentes, y este último, temeroso de perder la vida, sería un valioso aliado del fiscal.

–¿Y qué me dices con respecto a la primera posibilidad? Es decir, mala inteligencia o accidente.

–Desde luego, muy poco, porque realmente no ofrece datos que se puedan discutir.

–En cualquier caso –dijo Parker–, lo que debemos hacer es dirigirnos a Salisbury.

–Eso me parece muy indicado –contestó lord Peter.

–Bien, ¿voy yo? ¿Vas tú? ¿Vamos los dos?

–Iré yo –contestó lord Peter–. Y eso por dos razones. Primero, porque si (posibilidad segunda, hipótesis número uno, alternativa A) Crimplesham es inocente, la persona que contestó al anuncio es la misma a quien debe entregarse ese objeto. En segundo lugar, porque si adoptamos la hipótesis dos, conviene no pasar por alto la siniestra posibilidad de que Crimplesham-X dispone una cuidadosa trampa para librarse de la persona que, con tan poca precaución, anuncia en la Prensa diaria su interés en tener la solución del misterio de Battersea Park.

–Este argumento parece indicar la conveniencia de que vayamos los dos –contestó el detective.

–Nada de eso –dijo lord Peter–. ¿Por qué presentarnos a la vez a Crimplesham-X para darle a conocer a los dos hombres de Londres que tienen las pruebas y la capacidad necesaria para relacionarlo con el cadáver hallado en Battersea?

–Pero si avisamos a Scotland Yard del lugar adonde nos dirigimos, y nos ocurriese algo –observó Parker–, eso sería una prueba convincente de la culpabilidad de Crimplesham, y aun en el caso de que no lo ahorcasen por haber asesinado al individuo del baño, lo ahorcarían por habernos asesinado a nosotros.

–Bueno –dijo lord Peter–, si únicamente me asesinaba a mí, tú podrías hacerlo ahorcar, pero ¿qué beneficio resulta de estropear a un varón joven, sano y casadero como tú? ¿Y qué me dices del viejo Levy? En el caso de que resultaras incapacitado, ¿crees que hay alguien más capaz de encontrarlo?

–Podríamos asustar a Crimplesham amedrentándolo con Scotland Yard.

–Si no es más que eso, yo puedo encargarme de asustarlo, y si en realidad no hay nada en el fondo de todo eso, habrás perdido un tiempo precioso, que pudieras emplear mejor. Es preciso hacer algunas cosas determinadas.

–Bueno –dijo Parker dándose por vencido–, ¿y por qué no puedo ir?

–Mira, a mí me ha empleado la señora Thipps, que me merece el mayor respeto, para que trabaje en este caso, y sólo por cortesía consiento tu intromisión.

–¿Te llevarás, por lo menos, a Bunter? –preguntó Parker.

–En deferencia a tus sentimientos –contestó lord Peter–, me llevaré a Bunter, aunque más útil sería tomando fotografías o repasando mi ropero. ¿A qué hora sale un buen tren para Salisbury, Bunter?

–Hay uno excelente a las diez y cinco, milord –contestó el eficiente ayuda de cámara.

–Hazme el favor de tomar billete –dijo lord Peter quitándose el albornoz mientras se dirigía al dormitorio–. Tú, Parker, si no tienes nada más que hacer, vete en busca del secretario de Levy y examina el asunto del petróleo del Perú.

Lord Peter se llevó consigo, para leer en el tren, el diario de sir Reuben Levy. Era muy sencillo y, a la luz de los hechos recientes, un documento patético. El terrible luchador de la Bolsa, que con un movimiento de cabeza podía trastornar un mercado, enriquecer o sumir en la ruinar a muchas personas y aun anular a los potentados financieros, era en su vida privada un individuo bondadoso, doméstico, inocentemente orgulloso de sí mismo y de cuanto poseía, confiado, generoso y algo tonto.

Registraba día por día sus pequeños ahorros o economías, al mismo tiempo que consignaba los caros regalos que hacía a su hija o a su mujer. A veces aparecían en el Diario pequeños sucesos domésticos, como: «Vino un hombre a reparar el tejado del invernadero». O bien: «Ha llegado el nuevo mayordomo Simson, recomendado por los Goldberg. Creo que se portará bien».

Estaban allí registrados debidamente todos los visitantes, las fiestas a que asistía, desde un almuerzo magnífico, dado a lord Dewsbury, ministro de Negocios Extranjeros, y el doctor Jabez K. Wort, plenipotenciario americano, y una serie de comidas diplomáticas a eminentes financieros, así como también las reuniones familiares de personas mencionadas por sus nombres de pila o sus apodos. En mayo había una nota acerca del estado nervioso de lady Levy, que también se mencionaba en meses subsiguientes. En septiembre se decía que «Freke vino a visitar a mi querida esposa y le aconsejó completo descanso y cambio de ambiente. Ella se propone ir al extranjero con Rachell». Más o menos, una vez por mes, aparecía el nombre del famoso especialista neurólogo, que cenaba o tomaba el aperitivo con sir Reuben, y se le ocurrió a lord Peter que convendría preguntar a Freke acerca de Levy.

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