Authors: Lloyd Alexander
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y juvenil
—Entonces, préstanos tu ayuda —le suplicó Taran—. Saquemos el Crochan del fango y marchémonos antes de que más esbirros de Arawn lleguen hasta aquí.
—Puede que lo haga y puede que no —le respondió Ellidyr con una extraña expresión en la mirada—. Así que pagaste un precio por conseguir el caldero, ¿no? Muy bien, entonces tendrás que pagar otro ahora.
«Escúchame, porquerizo —prosiguió—, si te ayudo a llevar el caldero a Caer Dallben, tendrá que ser según mis condiciones.
—No es momento para condiciones —gritó Eilonwy—, y no queremos oír las tuyas, Ellidyr. Encontraremos un modo de sacar el Crochan o nos quedaremos aquí junto a él mientras que uno de nosotros regresa en busca de Gwydion.
—Permaneced aquí y dejad que os maten —replicó Ellidyr—. No, debe hacerse ahora y se hará como yo diga o no se hará. —Se volvió hacia Taran y le dijo—: Éstas son mis condiciones: el Crochan es mío y se hará con él lo que yo ordene. Yo lo encontré, porquerizo, no tú. Fui yo quien luchó por él y quien lo conquistó, y eso es lo que dirás a Gwydion y a los demás. Y todos deberéis prestar el más sagrado de los juramentos.
—¡No lo haremos! —gritó Eilonwy—. ¡Nos pides que mintamos para poder robar así el Crochan y robar también con él todo nuestro esfuerzo! ¡Estás loco, Elllidyr!
—No estoy loco, criada —dijo Ellidyr con los ojos llameando—, estoy agotado…, estoy harto. ¿Me oyes? Toda mi vida he sido obligado a ocupar el segundo puesto y a ver cómo se me hacía a un lado y se me despreciaba. ¿El honor? Siempre se me ha negado, pero esta vez no dejaré que el trofeo se me escurra entre los dedos.
—Adaon vio una bestia negra sobre tus hombros —dijo Taran en voz baja—, y yo también la he visto. Ahora la estoy viendo, Ellidyr.
—¡No me importa nada tu bestia negra! —gritó Ellidyr—. Sólo me importa mi honor.
—¿Piensas acaso que el mío no me importa? —le dijo Taran.
—¿Qué es el honor de un porquerizo comparado al de un príncipe? —le replicó Ellidyr con una carcajada.
—He pagado por mi honor —dijo Taran, alzando ahora la voz— mucho más de lo que pagarías tú por el tuyo. ¿Me pides ahora que lo arroje al fango?
—Porquerizo, osaste reprocharme que buscara la gloria —dijo Ellidyr—, pero ahora te aferras a ella con tus sucias manos. No pienso discutir más. O aceptáis mis términos o no tendréis mi ayuda. Escoged.
Taran se quedó callado y Eilonwy agarró a Ellidyr por el jubón.
—¿Cómo osas pedir tal precio?
Ellidyr se apartó, haciendo que Eilonwy le soltara.
—Que decida el porquerizo. Es cosa suya pagarlo o no.
—Si presto el juramento —dijo Taran, volviéndose hacia sus compañeros—, vosotros deberéis jurar también conmigo. Nunca he roto un juramento, y hacerlo sería ahora una deshonra aún peor que en cualquier otro caso. Antes de tomar mi decisión debo saber si estáis dispuestos a comprometeros también vosotros, pues en esto debemos estar todos de acuerdo.
Nadie respondió a sus palabras hasta que, por último, Fflewddur habló en un murmullo:
—Pongo la decisión en tus manos y me someto a lo que hagas. Gurgi inclinó la cabeza con solemnidad.
—¡No mentiré por un desertor traicionero como él! —gritó Eilonwy.
—No es por él —le dijo Taran con voz tranquila—, sino por nuestra misión.
—No es justo…, —empezó a decir Eilonwy, con el llanto asomando en sus ojos.
—No estamos hablando de lo que es justo —le replicó Taran—, sino de una misión que debe ser llevada a término.
Eilonwy desvió la mirada.
—Fflewddur ha dicho que la elección es tuya —murmuró por último —. Yo debo decir lo mismo.
Taran guardó silencio durante un momento que pareció eterno y otra vez le invadió la inmensa angustia que había sentido al perder el broche de Adaon. Entonces recordó las palabras de Eilonwy en aquel instante de su más negra desesperación, y oyó de nuevo la voz de la muchacha diciéndole que nada podría quitarle lo que había hecho. Y, sin embargo, eso era exactamente lo que Ellidyr le pedía ahora.
Taran inclinó la cabeza.
—El caldero es tuyo, Ellidyr —dijo con lentitud—. Estamos a tus órdenes y todo se hará como tú digas. Así lo juramos.
En silencio, con el ánimo abatido, los compañeros siguieron las órdenes de Ellidyr y una vez más ataron las sogas a la masa medio hundida del Crochan. Ellidyr puso los tres corceles uno junto a otro y ató luego las sogas a sus sillas de montar. Mientras Fflewddur sostenía las riendas con su mano sana, los compañeros se metieron en el río.
Ellidyr, con el agua espumeante hasta las rodillas, ordenó a Taran, Eilonwy y Gurgi que se colocaran a los dos lados del Crochan y no lo dejaran resbalar de nuevo hacia las rocas. Después le hizo una seña al bardo, que esperaba en la orilla, y se dispuso a empezar su parte de la tarea.
Tal como había hecho anteriormente con Melynlas, Ellidyr metió el cuerpo debajo del caldero hasta donde se lo permitieron las rocas. Tensó los músculos y las venas parecieron a punto de estallar en su frente chorreante de sudor. Pese a todo, tanto Eilonwy como Taran tiraron en vano: el caldero no cedía.
Con la respiración trabajosa, Ellidyr se apoyó nuevamente en el Crochan. Las ramas crujieron entre las rocas y las sogas se tensaron. Ellidyr tenía los hombros cubiertos de sangre y su rostro estaba blanco como el de un muerto. Con voz ahogada dio una nueva orden a los compañeros, y sus músculos se estremecieron en un último esfuerzo.
De pronto se desplomó de bruces en el agua con un grito, intentando sin éxito recobrar el equilibrio. Después, al incorporarse, lanzó un grito más fuerte, esta vez de triunfo: el caldero había quedado libre.
Los compañeros se afanaron desesperadamente para llevar el Crochan a tierra firme. Ellidyr cogió un extremo del armazón y avanzó tirando de él: con un crujido, el caldero descansó por fin en la orilla.
Los compañeros ataron luego a toda prisa las sogas entre Melynlas y Lluagor. Ellidyr puso delante a Islimach para que guiara a los otros dos corceles y les ayudara un poco a llevar el peso.
Hasta ese momento había ardido en los ojos de Ellidyr la luz de la victoria, pero entonces su expresión cambió.
—Mi caldero ha sido recobrado del río —dijo, mirando de un modo extraño a Taran—. Pero ahora pienso que quizá obre demasiado aprisa y que tú accediste con excesiva rapidez a mis condiciones. Dime, porquerizo, ¿qué estás tramando? — Nuevamente le dominaba la ira—. ¡Lo sé muy bien! ¡Piensas engañarme otra vez!
—Tienes mi juramento de que… —empezó a decir Taran.
—¿De qué sirve el juramento de un porquerizo? —dijo Ellidyr—. ¡Puedes romperlo con la misma facilidad con que lo has pronunciado!
—Eso es lo que tú dices —le replicó airada Eilonwy—, y eso es lo que tú harías, príncipe de Pen-Llarcau. Pero nosotros no somos como tú.
—Todos éramos necesarios para sacarlo del río —prosiguió Ellidyr, bajando la voz—, pero ahora…, ¿es necesario que lo llevemos entre todos? Bastaría con unos pocos —añadió—. Sí, sí, sólo unos pocos. Quizá una sola persona, si ésta fuera lo bastante fuerte…
»¿Acaso puse un precio demasiado bajo? —siguió diciendo, dándose la vuelta y encarándose a Taran.
—¡Ellidyr, estás realmente loco! —gritó Taran.
—Sí —rió Ellidyr—. ¡Loco por haber creído en tu palabra! ¡El precio debe ser el silencio…, el silencio eterno! —Su mano avanzó hacia la espada—. Sí, porquerizo, siempre supe que con el tiempo deberíamos acabar enfrentándonos.
Saltó hacia adelante alzando la espada y, antes de que Taran pudiera desenvainar la suya, Ellidyr le lanzó un potente mandoble que a duras penas logró esquivar. Acosado por Ellidyr, Taran retrocedió tambaleándose por la orilla y trepó de un salto a un peñasco, intentando durante todo ese tiempo desesperadamente sacar su arma. Ellidyr se metió en el agua mientras los compañeros avanzaban hacia él para detenerle.
En el mismo instante en que Ellidyr golpeaba de nuevo, Taran perdió el equilibrio; intentó levantarse, pero las piedras resbalaron bajo sus pies, haciéndole caer de espaldas. Alzó las manos, al sentir que la corriente se apoderaba de él, y se hundió. El agudo borde de una roca se alzó bruscamente ante él y Taran perdió el conocimiento.
Cuando Taran despertó ya era de noche. Se encontró recostado en un tronco, cubierto con una capa. Sentía un sordo latido en la cabeza y le Dolia todo el cuerpo. Eilonwy, inclinada sobre él, le observaba preocupada. Taran pestañeó un par de veces e intentó sentarse. Durante unos instantes, su memoria fue un confuso torbellino de imágenes y sonidos: el estruendo del agua, una piedra, un grito… La cabeza aún le daba vueltas. Un resplandor amarillo le deslumbraba. A medida que su mente iba aclarándose comprendió que la muchacha había encendido su esfera dorada y la había colocado sobre el tronco. Junto a él ardía una pequeña hoguera en la cual estaban echando ramas el bardo y Gurgi.
—Me alegro de que hayas decidido despertar —dijo Eilonwy, intentando parecer alegre, mientras Fflewddur y Gurgi se arrodillaban junto a Taran—. Tragaste tal cantidad de agua que temimos que sería imposible hacértela escupir, y el golpe que recibiste en la cabeza no fue precisamente una ayuda.
—¡El Crochan! —jadeó Taran—. ¡Ellidyr! —Miró a su alrededor—. Esta hoguera… —murmuró—, no podemos correr el riesgo de tener encendida una luz…, los guerreros de Arawn…
—O encendíamos una hoguera o te dejábamos morir congelado —dijo el bardo—, así que, naturalmente, nos decidimos por lo primero. La verdad es que, dada la situación —añadió con una triste sonrisa—, dudo que represente ninguna diferencia tenerla encendida o no. Con el caldero fuera de nuestras manos, no creo que Arawn siga sintiendo ningún interés por nosotros. Afortunadamente, podría añadir…
—¿Dónde está el Crochan? —preguntó Taran mientras se levantaba, sin hacer caso del vértigo que aún sentía.
—Lo tiene Ellidyr —dijo Eilonwy.
—Y si piensas preguntar dónde está él —añadió el bardo—, te podemos contestar en seguida: no lo sabemos.
—El príncipe malvado se fue con la olla mala —dijo Gurgi—, ¡sí, sí, con galopadas y carreras!
—Que tengan buen viaje —dijo Fflewddur—. No sé quién es peor, si el Crochan o Ellidyr. Al menos ahora están los dos juntos.
—¿Le dejasteis marchar? —gritó Taran lleno de alarma, llevándose las manos a la cabeza—. ¿Habéis permitido que robara el Crochan?
—Permitido no me parece exactamente la palabra adecuada, amigo mío —respondió el bardo con tristeza.
—Pareces haber olvidado que Ellidyr intentaba matarte —añadió Eilonwy—. Fue una suerte que cayeras al río, porque, la verdad, las cosas no te iban demasiado bien en la orilla.
»De hecho, fue terrible —prosiguió la muchacha—. Nos habíamos lanzado detrás de Ellidyr y en esos momentos tú ya estabas a la deriva en el río como una ramita en…, bueno, como una ramita en un río. Intentamos salvarte, pero Ellidyr nos atacó.
»Estoy segura de que pretendía matarnos —dijo Eilonwy—, tendrías que haber visto su cara y sus ojos. Estaba furioso…, peor que furioso. Fflewddur intentó detenerle y…
—¡Ese villano tiene la fuerza de diez hombres! —dijo el bardo—. A duras penas si podía desenvainar mi espada…, es algo muy incómodo cuando tienes un brazo roto, ¿comprendes? ¡Pero me enfrenté a él! ¡El estruendo de las armas al chocar fue espantoso! ¡Ah, jamás has visto las proezas de que es capaz un Fflam ultrajado! Un segundo más y le habría tenido a mi merced…, bueno, es un modo de hablar —añadió con premura el bardo—. Me dejó inconsciente de un golpe.
—¡Y Gurgi también luchó! ¡Sí, sí, con porrazos y mordiscos!
—El pobre Gurgi hizo todo lo que pudo —dijo Eilonwy—. Pero Ellidyr le cogió en vilo y le arrojó contra un árbol. Cuando quise utilizar mi arco me lo arrebató y lo partió en dos con las manos desnudas.
—Después nos persiguió por el bosque —dijo Fflewddur—. Jamás he visto a un hombre en tal estado. Gritaba a pleno pulmón y nos llamaba perjuros y ladrones, decía que intentábamos mantenerle siempre en segundo lugar… Al parecer, es lo único que en estos momentos puede decir o pensar, si a eso quieres llamarle pensar.
Taran meneó la cabeza tristemente.
—Temo que la bestia negra le ha devorado, tal como Adaon le advirtió que ocurriría —dijo—. Le compadezco en lo más hondo de mi corazón.
—Yo sentiría un poco más de compasión por él —murmuró Fflewddur—si no hubiera intentado dejarme sin cabeza.
—Le odié durante largo tiempo —dijo Taran—, pero en las escasas horas que tuve el broche de Adaon creo que llegué a ver con más claridad. Es desgraciado y su corazón sufre. Tampoco logro olvidar lo que me dijo: que le acusé de buscar la gloria pese a que yo también me aferraba a ella —Taran extendió las manos ante él, contemplándolas—. Con mis sucias manos… —añadió lentamente, con la voz llena de cansancio.
—No hagas ningún caso de sus palabras —exclamó Eilonwy—. Después de lo que nos ha hecho, no tiene ningún derecho a culpar a nadie de nada.
—Y, pese a todo —dijo Taran en voz muy baja, cual si hablara consigo mismo—, era la verdad.
—¿Ah, sí? —le preguntó Eilonwy—. Pues en cuanto a él, acertó de pleno y se quedó corto: nos habría matado a todos por su honor.
Logramos huir de él —continuó diciendo Fflewddur—. Es decir, finalmente dejó de perseguirnos. Cuando volvimos, tanto los caballos como el Crochan y Ellidyr habían desaparecido. Luego seguimos el curso del río en tu busca: no habías ido muy lejos. ¡Pero sigue asombrándome que alguien pueda tragar tanta agua en un trayecto tan corto!
—¡Debemos encontrarle! —exclamó Taran—. ¡No podemos correr el riesgo de que posea el Crochan! Tendríais que haberme abandonado para seguirle. —De nuevo intentó ponerse en pie —. ¡Vamos, no hay tiempo que perder!
Fflewddur meneó la cabeza.
—Me temo que es inútil, como diría nuestro amigo Gwysyl. No hay el menor rastro de él y no tenemos ninguna idea de adonde planeaba dirigirse o cuáles eran sus intenciones. Nos lleva demasiada ventaja y, aunque odie admitirlo, creo que ninguno de nosotros…, bueno, ni todos nosotros juntos podríamos hacer gran cosa contra él. —El bardo contempló su brazo roto—. No estamos precisamente en muy buena forma para tratar con el Crochan o con Ellidyr, aun si lográramos encontrarlos.
Taran se quedó callado, con los ojos clavados en el fuego.
—También tú dices la verdad, amigo mío —le respondió; su voz estaba impregnada de tristeza y desánimo—. Todos vosotros habéis hecho mucho más de lo que tenía derecho a pediros. Ay, os habéis portado mucho mejor que yo… Sí, ahora sería inútil buscar a Ellidyr…, sería tan inútil como lo ha sido toda nuestra misión. Lo hemos entregado todo a cambio de nada: el broche de Adaon, nuestro honor y ahora el mismísimo Crochan. Volveremos a Caer Dallben con las manos vacías. Quizá Ellidyr tenía razón —murmuró—. No es bueno que un porquerizo busque los honores de un príncipe.