Authors: Lloyd Alexander
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y juvenil
»Sin embargo, fue muy osado de tu parte ese intento de engañarme — añadió Morgant—. Me temes —dijo, acercándose a Taran—, y hay muchos en Prydain que me temen también. Pese a todo, te atreves a desafiarme… Pocos son los que se han atrevido a tanto. Sí, realmente estás hecho de un metal poco abundante que sólo espera a ser templado en el fuego.
Taran se disponía a contestarle, pero Morgant alzó la mano.
—No digas nada más y piénsalo todo cuidadosamente. Si rehúsas mi oferta, te convertirás en un esclavo sin mente y sin voz al que no le cabrá ni la esperanza de la muerte para escapar a su cautiverio.
Taran sintió que su ánimo desfallecía; a pesar de ello, alzó la cabeza con orgullo.
—Si tal es mi destino…
—Será un destino más duro de lo que crees —dijo Morgant con los ojos centelleando —. Un guerrero no teme entregar su propia vida, pero… ¿sacrificará también las de sus camaradas?
Taran emitió un apagado jadeo de horror al oír las palabras de Morgant.
—Sí —dijo el rey—, uno a uno tus compañeros morirán para ser entregados luego al Crochan. ¿A cuántos habrá devorado antes de que grites basta? ¿Será el bardo? ¿O quizá esa hirsuta criatura que te sirve? ¿O la joven princesa? Ellos partirán antes que tú mientras tus ojos lo contemplan todo. Y, por último, irás tú.
«Considéralo todo cuidadosamente —le dijo —. Volveré a buscar tu respuesta.
Envolviéndose en su negra capa, Morgant salió del pabellón.
Taran luchó con sus ataduras, pero éstas se mantuvieron firmes. Agotado, cesó en sus esfuerzos y hundió la cabeza, abatido.
El bardo, que había permanecido todo el tiempo en silencio, lanzó un melancólico suspiro.
—Si lo hubiera sabido —dijo —, le habría pedido a Orddu, en los pantanos de Morva, que me convirtiera en sapo. En esos momentos no me atraía la idea, pero ahora lo he pensado mejor y me parece una vida mucho más feliz que la de un guerrero del Caldero. Al menos habría podido bailar sobre la hierba mojada por el rocío…
—No triunfará —dijo Taran—. Debemos encontrar un modo de escapar. No podemos perder las esperanzas…
—Estoy totalmente de acuerdo —respondió Fflewddur—. Tu idea es magnífica en su aspecto general; sólo encuentro cierto problema en cuanto a los detalles.
¿Perder las esperanzas? ¡En absoluto! ¡Un Fflam siempre mantiene la esperanza! Pretendo seguir teniendo esperanza —añadió tristemente—, incluso cuando vengan para meterme en el Crochan.
Gurgi y Ellidyr seguían inconscientes, pero Eilonwy no había dejado de luchar furiosamente con su mordaza y por último logró liberarse de ella.
—¡Morgant! —jadeó —. ¡Pagará por esto! ¡Vaya, si creí que acabaría ahogándome! Puede que me impidiera hablar, pero no consiguió impedir que lo oyera todo. ¡Cuando vuelva, espero que intente meterme primero a mí en el caldero! Pronto descubrirá con quién se las está viendo. ¡Entonces deseará no haber tenido jamás la idea de fabricar sus propios Nacidos del Caldero!
Taran meneó la cabeza.
—Entonces ya será demasiado tarde, pues nos matarán antes de llevarnos al Crochan. No, sólo hay una esperanza. Ninguno de vosotros será sacrificado por mi causa. He decidido lo que debo hacer.
—¡Decidido! —explotó Eilonwy —. La única decisión que debes tomar es cómo podremos huir de esta tienda; si piensas en otras cosas, sean las que sean, estás perdiendo el tiempo. Es como preguntarse si debes rascarte la cabeza cuando tienes un peñasco a punto de caer sobre ti…
—Ésta es mi decisión —dijo Taran lentamente—. Aceptaré lo que me ofrece Morgant.
—¿Qué? —gritó Eilonwy con incredulidad —. Durante un tiempo creí que habías aprendido algo del broche de Adaon. ¿Cómo puedes ni pensar en aceptar eso?
—Le juraré vasallaje a Morgant —prosiguió Taran—. Tendrá mi palabra, pero no podrá hacer que la mantenga: un juramento prestado bajo amenaza de muerte no puede atarme. De este modo ganaremos al menos un poco de tiempo.
—¿Estás seguro de que los guerreros de Morgant no te han dado algún golpe en la cabeza sin que lo notaras? —le preguntó Eilonwy secamente—. ¿Supones acaso que Morgant no adivinará tu plan? No tiene la menor intención de mantener su parte del trato; nos matará pase lo que pase. Una vez te encuentras en sus manos…, quiero decir, aún más de lo que estás ahora…, bueno, acabarás descubriendo que es peor aún que ser un guerrero del Caldero. Aunque admito que eso tampoco resulta nada atractivo…
Taran se quedó callado durante un rato.
—Temo que estás en lo cierto —acabó diciendo—, pero no se me ocurre qué otra cosa podemos hacer.
—Primero, salir de aquí —le aconsejó Eilonwy—. Ya decidiremos el resto cuando llegue el momento. No sé por qué, pero cuesta bastante pensar hacia dónde debes correr cuando estás atado de pies y manos…
Con gran dificultad, los compañeros lograron aproximarse unos a otros e intentaron desatarse. Pero los nudos resbalaban entre sus dedos entumecidos y se negaban tozudamente a ceder, y sólo consiguieron que las cuerdas mordieran aún más profundamente su carne.
Una y otra vez se esforzaron los compañeros, hasta quedar exhaustos y sin aliento. Ni siquiera Eilonwy tenía ya las fuerzas necesarias para hablar. Descansaron durante un tiempo para recobrar sus energías, pero la noche transcurría con la velocidad de un sueño inquieto y atormentado, y los momentos que pasaron entregados a un nervioso sopor nada hicieron para restaurar sus fuerzas. Además, no osaban perder demasiado rato: Taran sabía que el amanecer no tardaría en llegar. La fría y grisácea claridad del alba había empezado ya a insinuarse en el pabellón, como un hilillo de agua sobre las rocas.
Durante toda la noche, mientras luchaban con las cuerdas, Taran había oído los movimientos de los guerreros en el claro y la áspera voz de Morgant que, a gritos, daba órdenes apremiantes. Taran se arrastró dolorosamente hasta la cortina que cerraba la entrada y, con la mejilla adosada contra el frío suelo, intentó ver algo del exterior. No podía distinguir gran cosa, pues la neblina se alzaba en remolinos por encima del claro y sólo le permitía percibir sombras que iban de un lado para otro. Supuso que los guerreros estarían recogiendo sus cosas, preparándose quizá para levantar el campamento. De entre los caballos se alzó un relincho prolongado y quejumbroso que Taran reconoció: era Islimach. El Crochan seguía donde lo habían visto antes; Taran advirtió su masa oscura y fatídica y, en un fugaz instante de horror, le pareció que sus fauces se abrían en una mueca codiciosa.
Taran rodó sobre sí mismo hasta volver junto a sus compañeros. El rostro del bardo estaba muy pálido: parecía medio aturdido por la fatiga y el dolor de su herida. Eilonwy alzó la cabeza y le miró en silencio.
—¿Cómo? ¿Ha llegado ya el momento de que nos despidamos? —murmuró Fflewddur.
—Todavía no —dijo Taran—, aunque Morgant, según temo, pronto estará aquí. Entonces habrá llegado nuestra hora… ¿Cómo está Gurgi?
—El pobre sigue inconsciente —respondió Eilonwy—. Déjale, así es mejor.
Ellidyr se agitó y lanzó un débil gemido. Sus ojos se abrieron lentamente y, con una mueca de dolor, su rostro herido y cubierto de sangre se volvió hacia Taran, al que estudió durante unos instantes como si no le reconociera. Finalmente, los labios hinchados se fruncieron en su ya familiar gesto de amargura.
—Así que volvemos a estar juntos, Taran de Caer Dallben —dijo —. No esperaba que nos encontráramos tan pronto.
—No temas, Hijo de Pen-Llarcau —le respondió Taran—. No lo estaremos durante mucho tiempo.
Ellidyr inclinó la cabeza, como apenado.
—Algo que siento de veras. Me gustaría compensar todo el mal que os he causado.
—¿Habrías dicho lo mismo si el caldero estuviera aún en tus manos? —le preguntó con voz queda Taran.
Ellidyr vaciló.
—Te responderé con la verdad…: no lo sé. La bestia negra de la que hablabas es un amo cruel, y sus garras son muy afiladas. Sin embargo, no las había sentido hasta ahora.
«Pero hay algo que sí puedo decirte —prosiguió Ellidyr, intentando levantarse
—. Robé el caldero por orgullo, no por maldad: te lo juro sobre el honor que aún pueda quedarme. No lo hubiese utilizado. Sí, habría sido capaz de robarte la gloria para apropiarme de ella, pero también yo pensaba llevar el Crochan a Gwydion y ofrecérselo para que fuera destruido. Cree al menos esto.
Taran asintió.
—Te creo, Príncipe de Pen-Llarcau. Y en estos momentos quizá mi fe en ti sea mayor que la tuya propia.
Se había levantado un poco de viento que agitaba la tienda y soplaba con un gemido entre los árboles. El cortinaje se apartó por un instante y Taran vio que los guerreros se disponían en filas detrás del caldero.
—¡Ellidyr! —gritó Taran—. ¿Queda en ti aún la fuerza suficiente para romper tus ataduras y liberarnos?
Ellidyr rodó sobre sí mismo y luchó desesperadamente contra sus ligaduras. El bardo y Taran intentaron ayudarle, pero Ellidyr acabó rindiéndose, exhausto y jadeante a causa del dolor que le producían sus esfuerzos.
—Una parte demasiado grande de mi fortaleza se ha esfumado — murmuró—. Temo que Morgant me haya herido de muerte. No puedo hacer más…
El cortinaje se alzó de nuevo; un instante después Taran se vio arrojado de bruces al suelo y sintió que le daban la vuelta sin ningún miramiento. Agitando salvajemente sus piernas atadas, Taran intentó moverse; de pronto, una voz le gritó casi al oído:
—¡Estáte quieto, idiota!
—¡Doli! —dijo Taran, sintiendo que el corazón le daba un vuelco—. ¿Eres tú?
—¡Inteligente pregunta! —respondió bruscamente la voz —, ¡Deja de luchar conmigo! ¡Las cosas son ya lo bastante difíciles para que encima te revuelvas como un gusano panza arriba! ¡No sé quién hizo estos nudos, pero ojalá los tuviera ahora alrededor de su cuello!
Taran sintió que unas manos firmes tiraban de sus cuerdas.
—¡Doli! ¿Cómo has llegado hasta aquí?
—No me molestes con tus preguntas tontas —gruñó el enano.
Taran notó que una rodilla se clavaba duramente en el hueco de su espalda mientras Doli intentaba agarrar mejor los nudos.
—¿No ves que estoy ocupado? —murmuró —. No, claro, no puedes verlo, pero eso no importa. ¡Maldición! ¡Si no hubiera perdido mi hacha, habría acabado con estos nudos en un instante! ¡Oh, mis orejas! Jamás había permanecido tanto tiempo invisible! ¡Avispas! ¡Abejas!
De pronto los nudos cedieron. Taran, sentado en el suelo, empezó a soltarse las ataduras de sus piernas. Un instante después, Doli se hizo visible y empezó a liberar a Fflewddur. El fornido enano estaba sucio, cubierto de fango y con las orejas de un fuerte tono azulado. Doli cejó un momento en su lucha con los nudos y se dio dos buenas palmadas en los oídos.
—¡Ya está bien de invisibilidad! —exclamó—. Aquí no hace falta…, al menos, todavía no. ¡Tábanos, tengo una colmena entera en las orejas!
—¿Cómo lograste encontrarnos? —preguntó Eilonwy mientras el enano la desataba.
—Bueno, si tanto os interesa —le replicó Doli con impaciencia—, no os encontré. Al menos, no os encontré primero a vosotros, sino a Ellidyr. Le vi llegar por el río un poco antes de que Morgant le cogiera. Iba de camino a Caer Cadarn, después de haber despistado a los Cazadores, para conseguir ayuda de Gwydion. No me atrevía a perder más tiempo recorriendo los pantanos en vuestra busca. Ellidyr tenía el caldero y también vuestros caballos, lo que me hizo entrar en sospechas. Por lo tanto, me hice invisible y le seguí a pie. Apenas comprendí lo que había ocurrido volví a buscaros. Mi poni se había escapado…, la verdad es que esa condenada bestia y yo nunca llegamos a apreciarnos…, por lo que llegasteis aquí antes que yo.
El enano se arrodilló junto a Gurgi, que empezaba a dar señales de vida, y le desató; al tocarle el turno a Ellidyr, Doli vaciló.
—¿Qué hay de éste? —les preguntó —. Me parece que está mejor así —añadió con voz enfadada—. Ya sé lo que intentaba hacer.
Ellidyr alzó la cabeza.
Taran le miró a los ojos y le hizo un rápido gesto a Doli.
—Libérale —ordenó Taran.
Doli siguió inmóvil, no muy decidido, y Taran repitió lo que había dicho. El enano meneó la cabeza y luego se encogió de hombros.
—Si tú lo dices… —murmuró, empezando a desatarle.
Mientras Eilonwy le daba masaje a Gurgi en las muñecas, el bardo se acercó a la entrada de la tienda y atisbo cautelosamente por el cortinaje. Taran examinó en vano el interior del pabellón buscando armas.
—Veo a Morgant —dijo Fflewddur—, y viene hacia aquí. Bueno, se llevará una sorpresa.
—¡Estamos desarmados! —exclamó Taran —. ¡Nos superan enormemente en número, estaremos a su merced!
—¡Desgarrad la tela del pabellón por atrás! —exclamó Doli—. ¡Podéis huir corriendo por el bosque!
—¿Y dejar el Crochan en manos de Morgant? —le replicó Taran—. ¡No podemos hacerlo!
Ellidyr se había puesto en pie.
—No tuve la fuerza suficiente para romper mis ligaduras —dijo—, pero aún puedo prestaros un servicio.
Antes de que Taran pudiera detenerle, Ellidyr salió corriendo del pabellón. Los centinelas dieron la alarma y Taran vio a Morgant retroceder un paso, sorprendido, para desenvainar luego su espada.
—¡Matadle! —ordenó Morgant— ¡Matadle, no permitáis que se acerque al caldero!
Con el bardo y Doli pisándole los talones, Taran salió también de la tienda y se arrojó sobre Morgant, luchando ferozmente para arrancarle la espada de las manos. Con un rugido salvaje, Morgant le agarró por el cuello y le arrojó al suelo, volviéndose luego para perseguir a Ellidyr. Los guerreros habían roto su formación y corrían tras él.
Taran logró levantarse y vio a Ellidyr luchando denodadamente con uno de los guerreros. Taran sabía que en esos instantes el Príncipe de Pen-Llarcau combatía como jamás lo había hecho antes, apelando a las últimas fuerzas que aún le quedaban. Ellidyr derribó al guerrero, pero estaba demasiado débil y no logró esquivar el mandoble que éste le dio en el costado, haciéndole lanzar un grito. Se cubrió la herida con las manos y siguió avanzando con pasos vacilantes.
—¡No, no! —gritó Taran—. ¡Ellidyr, no lo hagas, escapa!
Cuando apenas le separaba un metro del caldero, Ellidyr, debatiéndose como un loco, consiguió liberarse de los guerreros que intentaban retenerle y, con un grito, se arrojó a las abiertas fauces del Crochan.