Authors: Lloyd Alexander
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y juvenil
—¡Porquerizo! —chilló Eilonwy indignada—. No hables nunca más de ti con esas palabras, Taran de Caer Dallben. No importa lo que haya podido ocurrir: no eres un porquerizo, ¡eres un Aprendiz de Porquerizo! Y eso por sí solo ya es todo un honor. Bueno, si vas al fondo del asunto, las dos cosas tienen el mismo significado —añadió—, pero en una hay orgullo y en la otra no. ¡Ya que puedes escoger, escoge aquella en la que hay orgullo!
Taran permaneció callado unos instantes y luego alzó la cabeza, mirando a Eilonwy.
—Adaon me dijo una vez que hay más honor en un campo bien arado que en uno empapado de sangre. —A medida que las palabras surgían de sus labios, sintió que su ánimo renacía—. Ahora me doy cuenta de que decía una gran verdad. No le envidio su trofeo a Ellidyr. También yo buscaré mi honor, pero lo haré allí donde sé que puedo encontrarlo.
Los compañeros pasaron la noche en el bosque y a la mañana siguiente fueron hacia el sur, buscando lugares más áridos. No vieron Cazadores ni gwythaints y apenas intentaron esconderse, ya que, como había dicho el bardo, las fuerzas de Arawn buscaban el Crochan y no a una harapienta banda de fugitivos. Al no llevar carga, avanzaron con mayor facilidad, a pesar de que, sin Lluagor ni Melynlas, el viaje les resultó lento y a veces doloroso. Taran caminaba en silencio, inclinando la cabeza para protegerse del frío viento. Las hojas muertas se estrellaban en su cara pero él no les hacía caso, demasiado absorto en el dolor que ocupaba todos sus pensamientos.
Un poco después del mediodía, Taran distinguió un movimiento entre los árboles que cubrían una colina. Previendo el peligro, instó a los compañeros a cruzar a toda prisa la pradera y buscar refugio entre la maleza. Pero antes de que pudieran llegar ahí, un grupo de jinetes apareció en la colina y galopó hacia ellos. Taran y el bardo desenvainaron sus espadas mientras Gurgi ponía una flecha en su arco. El agotado grupo se preparó a defenderse tan bien como le fuera posible.
De repente, Fflewddur lanzó un potente grito y agitó la espada lleno de emoción.
—¡Bajad las armas! —les dijo—. ¡Al fin estamos a salvo! ¡Son guerreros de Morgant, llevan los colores de la Casa de Madoc!
Los guerreros se acercaron a ellos haciendo retumbar el suelo con su galope. También Taran lanzó un grito de alivio, pues ciertamente eran jinetes del rey Morgant y al frente de ellos cabalgaba el mismo rey en persona. Los guerreros se detuvieron ante ellos y Taran corrió hacia el corcel de Morgant, ante el que hincó una rodilla en el suelo.
—Bien hallado seáis, mi señor —dijo—. Temíamos que vuestros hombres fueran sirvientes de Arawn.
El rey Morgant desmontó de su corcel. Su negra capa estaba rota y sucia por el viaje y en su rostro había cansancio y tristeza, pero sus ojos seguían ardiendo con el feroz orgullo de un halcón. Una leve sonrisa brilló por un segundo en sus labios.
—Y, sin embargo, os preparabais a plantarnos cara —dijo, haciendo levantar a Taran.
—¿Qué ha sido del príncipe Gwydion y de Coll? —se apresuró a preguntarle Taran, lleno de una súbita inquietud—. Nos separamos en la Puerta Oscura y no hemos tenido noticias de ellos. Adaon ha muerto, por desgracia…, y me temo que Doli también.
—No hay rastro del enano hasta ahora —le respondió Morgant—. El señor Gwydion y Coll, Hijo de Collfrewr, están a salvo. En estos mismos instantes deben de andar buscándoos. Pero —añadió Morgant, sonriendo levemente otra vez— he tenido la buena fortuna de ser yo quien os hallara.
»Los Cazadores de Annuvin nos atacaron ferozmente en la Puerta Oscura — prosiguió Morgant—. Logramos huir de ellos al fin y empezamos el viaje hacia Caer Cadarn, donde el señor Gwydion tenía la esperanza de que acudiríais.
»No habíamos llegado aún allí —dijo Morgant—, cuando nos llegaron nuevas de vosotros y de que habíais decidido ir a los pantanos de Morva. Fue una empresa osada, Taran de Caer Dallben —añadió Morgant—; quizá tan osada como poco prudente. Deberías saber que un guerrero está obligado a rendir siempre obediencia a su señor.
—Me pareció que no podíamos hacer otra cosa —protestó Taran—. Debíamos encontrar el Crochan antes que Arawn. ¿No habríais hecho vos lo mismo?
Morgant asintió con una seca inclinación de cabeza.
—No hago reproches a tu valor, pero debiste pensar que incluso el señor Gwydion habría vacilado antes de tomar una decisión tan importante y de tal peso. Nada habríamos sabido de vuestros movimientos si no hubiera sido porque Gwystyl, del Pueblo Rubio, nos trajo noticias sobre vosotros. Entonces el señor Gwydion y yo nos separamos para buscaros.
—¿Gwystyl? —le interrumpió Eilonwy—. ¡No puede haber sido él! ¡Pero si no hizo nada por nosotros hasta… hasta que Doli amenazó con lastimarle! ¡Gwystyl! ¡Sólo deseaba que le dejáramos en paz para esconderse en su maldita madriguera!
Morgant se volvió hacia ella.
—Habláis sin pensar, princesa. Entre los guardianes de los refugios, Gwystyl del Pueblo Rubio es el más astuto y valeroso. ¿Creíais acaso que el rey Eiddileg le confiaría a cualquiera un puesto tan cerca de Annuvin? Pero —añadió—si le juzgasteis mal fue porque tal era su intención.
»En cuanto al Crochan —prosiguió Morgant mientras que Taran le miraba perplejo—, aunque no lograsteis traerlo de Morva, el príncipe Ellidyr nos ha prestado un noble servicio. Sí —añadió rápidamente Morgant—, mis guerreros le encontraron cerca del río Tewyn durante la búsqueda. Por lo que nos dijo supe que te habías ahogado y que el grupo de los compañeros había sido dispersado, en tanto que él había encontrado el caldero de Morva.
—Eso no es cierto —empezó a decir Eilonwy mientras en sus ojos se encendía una chispa de ira.
—¡Calla! —exclamó Taran.
—No, no pienso callar —le replicó Eilonwy, girando en redondo y encarándose a Taran —. ¡No pensarás decirme que sigues considerándote atado por el juramento que nos hiciste prestar a todos!
—¿A qué se refiere? —preguntó Morgant, entrecerrando los ojos y observando atentamente a Taran.
—¡Yo os diré a qué se refiere! —respondió Eilonwy, sin prestar atención a Taran, que se disponía a hablar—. Es muy sencillo.— Taran pagó por él, y el precio fue muy alto. Lo llevamos casi sobre nuestros hombros durante cada uno de los metros que hay de aquí a Morva…, hasta que apareció Ellidyr. Nos ayudó…, sí, ciertamente que nos ayudó ¡Igual que un ladrón te ayuda a limpiar tu casa! ¡Ésa es la verdad, y no me importa lo que cualquier otro pueda decir!
—¿Es cierto lo que cuenta? —le preguntó Morgant a Taran. Al ver que éste guardaba silencio, Morgant asintió lentamente y siguió hablando en tono pensativo—. Creo que es cierto aunque tú no digas nada al respecto. En la historia del príncipe Ellidyr en persona hubo muchas cosas que me sonaron a falsas. Como ya te dije una vez, Taran de Caer Dallben, soy un guerrero y conozco a mis hombres. No obstante, cuando te enfrentes a Ellidyr en persona lo sabré todo sin ninguna duda.
«Venid —dijo Morgant, ayudando a Taran a montar en su corcel—, iremos a mi campamento. Vuestra misión ha terminado: el Crochan está en mis manos.
Los guerreros de Morgant hicieron montar al resto de los compañeros y el grupo se adentró rápidamente en el bosque. El rey Morgant había acampado en un gran claro bien protegido por la arboleda, al que sólo se podía llegar por una abrupta garganta. Las tiendas se confundían prácticamente con la maleza. Taran vio a Lluagor y Melynlas entre los demás caballos; un poco más lejos estaba Islimach, arañando el suelo nerviosamente con las patas y tirando de sus riendas.
Taran divisó el Crochan Negro en el centro del claro y contuvo el aliento. Ya no estaba unido a la armazón de ramas y, pese a que junto a él montaban guardia dos guerreros de Morgant con las espadas desenvainadas, no logró evitar que le invadiera una vez más la extraña mezcla de miedo y presagios fatídicos que parecía colgar como una oscura niebla sobre el caldero.
—¿No teméis que Arawn os ataque en este lugar y se apodere nuevamente del caldero? —le preguntó Taran en un susurro.
Morgant le miró con los ojos entrecerrados, y en su expresión había tanto orgullo como ira.
—Quien me desafíe será recibido adecuadamente —dijo con voz helada—, así sea el mismísimo Señor de Annuvin.
Un guerrero levantó el cortinaje que cerraba uno de los pabellones y el rey Morgant les hizo entrar en él.
Allí, atada de pies y manos, yacía la inmóvil figura de Ellidyr. Tenía el rostro cubierto de sangre y parecía haber sido golpeado de tal modo que ni siquiera Eilonwy pudo impedir que se le escapara un grito de compasión.
—¿Cómo es posible? —exclamó Taran, volviéndose hacia Morgant lleno de sorpresa y reproche —. Señor —añadió con premura—, ¡vuestros guerreros no tenían ningún derecho a hacer esto! Se le ha tratado de un modo deshonroso.
—¿Te atreves a juzgar mis actos? —le replicó Morgant—. Mucho debes aprender aún en cuanto a obediencia. Mis guerreros cumplieron mis órdenes y tú harás lo mismo. El príncipe Ellidyr osó resistirse a mi voluntad: te aconsejo que no sigas su ejemplo.
Al oír la llamada de Morgant, unos centinelas armados entraron con paso rápido en la tienda. El jefe de guerreros movió levemente la mano, señalando a Taran y a sus compañeros.
—Desarmadles y atadles bien.
Antes de que el sorprendido Taran pudiera desenvainar su espada, un centinela le agarró y le ató las manos rápidamente a la espalda. También el bardo fue capturado, y todos los gritos y pataleos de Eilonwy no pudieron librarla de idéntico destino. Gurgi, que había logrado desasirse de sus captores, se lanzó sobre el rey Morgant, pero un guerrero le golpeó brutalmente y le hizo caer al suelo; luego, montando a horcajadas sobre el inerme Gurgi, le ató concienzudamente.
—¡Traidor! —chilló Eilonwy—. ¡Mentiroso! Te atreves a robar…
—Hacedla callar —dijo fríamente Morgant.
Un segundo después, una mordaza ahogó sus gritos.
Taran luchó frenéticamente por acercarse a ella, pero acabaron derribándole y le ataron también las piernas. Morgant lo observó todo en silencio, con los rasgos hieráticos y sin expresión alguna. Finalmente, los centinelas se apartaron de los compañeros, ahora indefensos, y Morgant les indicó con una seña que salieran del pabellón.
Taran, a quien la cabeza aún daba vueltas a causa de la confusión y la incredulidad, luchó para librarse de sus ataduras.
—Ya eres un traidor —exclamó—. ¿Vas a ser ahora también un asesino? ¡Estamos bajo la protección de Gwydion y no lograrás escapar a su ira!
—No temo a Gwydion —le respondió Morgant—, y ahora su protección no os sirve de nada. Su protección, a decir verdad, ya no le sirve de nada a Prydain entera. Ni Gwydion puede hacer gran cosa contra los Nacidos del Caldero.
Taran le miró, horrorizado.
—No te atreverás a usar el Crochan contra tus propios parientes, contra tu pueblo… ¡Esa acción sería aún más repugnante que la traición y el asesinato!
—¿Eso crees? —replicó Morgant—. Entonces has de aprender muchas más lecciones, aparte de la obediencia. El caldero pertenece a quien sabe conservarlo y usarlo. Es un arma siempre dispuesta que sólo espera una mano: durante años Arawn fue su amo y, sin embargo, acabó perdiéndolo. ¿No prueba ello acaso que era indigno de él, que no tenía la fuerza ni la astucia necesarias para evitar que se lo acabaran arrebatando? Ellidyr, idiota orgulloso, creyó que podía quedárselo aun cuando apenas si vale lo suficiente como para meterle dentro de él.
—¿Piensas acaso rivalizar con Arawn? —exclamó Taran.
—¿Rivalizar con él? —le preguntó Morgant sonriendo con dureza—. No…, pienso ser más que él. Sé muy bien lo que hago, aunque durante mucho tiempo me haya consumido sirviendo a hombres de menos valía que yo; ahora estoy seguro de que ha llegado el momento propicio. Muy pocos entienden para qué sirve el poder y cómo debe usarse —prosiguió con altivez—, y son menos aún los que se atreven a utilizarlo cuando se les ofrece.
»Un poder como éste le fue ofrecido una vez a Gwydion —añadió Morgant—, y lo rehusó. Yo no fracasaré ahora que puede ser mío. ¿Piensas fracasar tú?
—¿Yo? —preguntó Taran, mirando con horror a Morgant.
El rey Morgant asintió. Sus párpados entrecerrados ocultaban la expresión de sus ojos, pero todo en su rostro de halcón proclamaba una ávida codicia.
—Gwydion me habló de ti —dijo —. No me contó gran cosa, pero lo poco que dijo era interesante. Eres un joven osado…, y quizá seas algo más que eso. No lo sé con seguridad, pero sí estoy enterado de que no tienes familia, nombre ni futuro. Nada puedes esperar del mañana. Y, sin embargo —añadió Morgant—, ahora puedes esperarlo todo.
»No le haría una oferta igual a Ellidyr —siguió diciendo Morgant—. Es demasiado orgulloso y lo que él cree su mayor fortaleza es realmente su peor debilidad. ¿Recuerdas que te dije cómo sé reconocer el buen temple? Hay muchas cosas a tu alcance, Taran de Caer Dallben, y ésta es mi oferta: jura que me servirás como vasallo y, llegado el momento, tú serás mi señor de la guerra, al mando de todos mis guerreros, y en todo Prydain sólo yo estaré por encima tuyo.
—¿Por qué me ofreces todo esto? —exclamó Taran—. ¿Por qué me escoges a mí?
—Como ya he dicho —respondió Morgant—, eres capaz de hacer grandes cosas si alguien te abre camino para llevarlas a cabo. No pensarás negarme que llevas largo tiempo soñando con la gloria… Si te he juzgado bien, no te es imposible acabar encontrándola.
—Júzgame bien —le replicó con ira Taran—, ¡y sabrás cómo desprecio la sola idea de servir a un malvado traicionero!
—Ah, no tengo tiempo para escuchar cómo malgastas tu rabia —dijo Morgant—. Hay muchos planes que trazar de ahora al amanecer. Te dejaré para que pienses bien qué prefieres ser: el primero de mis guerreros, o el primero entre mis Nacidos del Caldero.
—¡Entonces, arrójame al caldero! —gritó Taran—. ¡Échame en él ahora mismo, cuando aún estoy vivo!
—Me has llamado traidor —respondió Morgant sonriendo—, pero no debes llamarme también estúpido. Conozco el secreto del caldero. ¿Piensas acaso que deseo ver el Crochan convertido en mil pedazos antes de que haya empezado su obra? Sí —prosiguió—, también yo estuve en los pantanos de Morva, mucho antes de que el caldero le fuera arrebatado al poder de Annuvin, pues sabía que más pronto o más tarde Gwydion actuaría contra Arawn. Por eso hice mis preparativos. ¿Pagasteis un precio por el Crochan? También yo pagué mi precio para saber cómo debía usarse. Sé cómo destruirlo y sé cómo hacer que me entregue una rica cosecha de poder.