El Camino de las Sombras (65 page)

BOOK: El Camino de las Sombras
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—¿Por qué diría una cosa así? No, Kylar. Durzo iba a dejar que su hija muriera.

—¿Por eso lo traicionaste?

—No podía dejarla morir, Kylar. ¿No lo entiendes? Uly es la hija de Durzo, pero no es mi sobrina.

—Entonces, ¿quién es su ra...? No.

—No podía quedármela. Eso lo sabía. Siempre odié tomar té de tanaceto, pero aquella vez directamente no pude. Me quedé sentada con la taza enfriándose en mis manos, diciéndome que pasaría algo como esto, y aun así no pude beber. Un shinga con una hija, ¿qué blanco más perfecto podría existir? Todo el mundo conocería mi debilidad. Peor, todo el mundo me vería como una mujer más. Nunca podría mantener el poder si eso sucedía. Dejé la ciudad, la tuve en secreto y la escondí. Pero ¿cómo pudo él dejar morir a Uly, aunque pensase que era de Vonda? ¿Cómo pudo? Roth lo amenazó, pero Durzo quiso ver su farol. No conoces a Roth, Kylar. Lo habría hecho. La única forma de salvar a Uly era que Durzo muriese primero. Con Durzo muerto, Roth no tendría que cumplir su amenaza. Tuve que elegir entre el hombre al que había amado durante quince años y mi hija, Kylar. Y escogí a mi hija. Durzo quería morir, de todas formas, y ahora yo también. No puedes quitarme nada que no esté dispuesta a regalar de buena gana.

—No quiso ver su farol.

Mama K no parecía comprenderlo.

—Oh, oh —balbució, sacudiendo la cabeza.

Kylar veía desmoronarse ladrillo a ladrillo el edificio de suposiciones que Mama K había construido. Un Durzo que se dejara chantajear era un Durzo al que le importaba la hija a la que nunca había visto. Un Durzo capaz de eso era un Durzo capaz de amar. Gwinvere había endurecido su corazón contra él porque pensaba que ni sentía nada por ella ni era capaz.

Así pues, durante quince años había escondido su amor por un hombre que había estado escondiendo su amor por ella. Eso significaba que había traicionado al hombre que la amaba. Al enfrentar a Kylar con Durzo, había matado al hombre que la amaba.

—Oh, oh. No.

—Su último deseo fue que la salvara. Me dijo que tú sabrías dónde está.

—Oh, dioses. —Las palabras apenas salieron en un hilo de voz, un sonido estrangulado. La recorrió otro espasmo, y pareció dar la bienvenida al dolor. Quería morir.

—La salvaré, Mama K. Pero tienes que decirme dónde está.

—Está en las Fauces. En las celdas de los nobles, con Elene.

—¿Con Elene? —Kylar se levantó como un rayo—. Tengo que volver.

Llegó a la puerta y entonces se volvió y desenvainó a Sentencia. Mama K lo observaba con la mirada vacía, todavía absorbiendo sus palabras.

—Antes siempre me preguntaba por qué Durzo la llamó «Sentencia» y no «Justicia» —dijo Kylar. Retiró el ka'kari de la espada y dejó a la vista la palabra
PIEDAD
que había grabada sobre el acero—. O, si esto era lo que había debajo de la inscripción negra de
JUSTICIA
, ¿por qué no llamarla «
PIEDAD
»? Pero ahora lo sé. Me lo has enseñado tú, Mama K. A veces la gente no debería llevarse lo que se merece. Si en el mundo no hay nada más que justicia, todo es para nada.

Metió la mano en su bolsa y sacó un frasquito con el antídoto. Lo dejó en el escritorio de Mama K.

—Esto es piedad. Pero tendrás que decidir si quieres aceptarla. Te queda media hora. —Abrió la puerta—. Espero que te lo tomes, Mama K —dijo—. Te echaría de menos.

—Kylar —lo llamó ella cuando estaba a punto de salir—. ¿De verdad...? ¿De verdad dijo que me amaba?

Tenía la boca recta, la cara tensa y la mirada dura, pero por sus mejillas corrían lágrimas. Era la primera vez que la veía llorar. Kylar asintió con dulzura y entonces la dejó allí, con la espalda doblada, hundida en los cojines de su butaca, con las mejillas húmedas y los ojos fijos, mirando con expresión torva la botellita de vida.

Capítulo 62

Kylar corrió hacia el castillo. Aun dándose toda la prisa que pudiera, quizá sería demasiado tarde. Los efectos del golpe de estado empezaban a notarse por toda la ciudad. Los matones del Sa'kagé habían sido de los primeros en desentrañar la consecuencia más práctica: sin nadie a quien rendir cuentas y nadie que les pagara, los guardias de la ciudad no trabajaban. Sin guardias no había ley. Los guardias corruptos que llevaban años trabajando para el Sa'kagé fueron los primeros en empezar a saquear. Después de eso, la rapiña se extendió como una plaga. Había montañeses y meisters khalidoranos apostados en el puente de Vanden y en la orilla oriental del Plith para mantener el saqueo confinado a las Madrigueras. Al parecer, los cabecillas de la invasión querían conservar la ciudad intacta, o al menos reservarse para ellos el saqueo más provechoso.

Kylar mató a dos hombres que estaban a punto de asesinar a una mujer, pero por lo demás no prestó ninguna atención a los saqueadores. Se envolvió en sombras y cruzó a hurtadillas el río, evitando a unos meisters que deberían haber estado más atentos.

Cuando llegó al lado oriental, robó un caballo. Estaba pensando en los Ángeles de la Noche. Blint había hablado de ellos durante muchos años, pero nunca le había prestado la menor atención. Siempre había creído que eran una superstición más, el último vestigio de unos dioses antiguos y muertos.

Entonces pensó en cómo se lo tomaría Elene aunque lograra rescatarla. La idea le dio náuseas. Ella estaba en el calabozo por culpa de Kylar. Elene pensaba que él había matado al príncipe. Lo odiaba. Decidió dedicar su mente a planear cómo mataría a Roth, que estaría protegido por meisters, montañeses khalidoranos y quizá algún que otro matón del Sa'kagé. Eso tampoco lo animó. Cuanto más pensaba, peor se sentía.

Ni siquiera sabía si los meisters podían verlo cuando estaba envuelto en sombras, pero la única manera que tenía de ponerlo a prueba presentaba serias desventajas. Sin embargo, por una vez había usado la cabeza y se había echado un vistazo en un espejo para ver si el ka'kari era tan eficaz como pensaba. Se había quedado boquiabierto. Los ejecutores se jactaban de ser fantasmas, de volverse invisibles, pero no era más que eso: fanfarronadas. Nadie era invisible.

El único otro ejecutor al que Kylar había visto camuflarse parecía un gran pegote de algo indeterminado. Blint lograba parecer una mancha de oscuridad moteada de un metro ochenta, suficiente a efectos prácticos si había poca luz. Cuando Blint se quedaba inmóvil, se reducía a la sombra de una sombra.

En cambio, Kylar sí era invisible. Todos los ejecutores se volvían más visibles al moverse. Cuando Kylar se desplazaba, no provocaba ni una distorsión en el aire.

Casi le irritaba haber invertido tanto tiempo en aprender a ser sigiloso sin su Talento. Parecía un esfuerzo desaprovechado. Entonces pensó en burlar a los brujos. Quizá el esfuerzo no había sido tan inútil, a fin de cuentas.

Llevó su caballo por el paseo de Sidlin hasta el camino de Horak y después dobló por la villa de los Jadwin, donde dejó su montura y se camufló con el ka'kari. El sol se ponía cuando llegó al Puente Real de Oriente.

Como se esperaba, la seguridad era impresionante. Había una veintena de soldados khalidoranos regulares apostados ante las puertas. Entre ellos se paseaban dos meisters. Otros dos conversaban al otro lado de las puertas. Al menos cuatro barcas patrullaban la isla de Vos, a la que daban vueltas reglamentadas.

Era una suerte que Kylar no planeara entrar en el castillo. Era una suerte que llevase encima un pequeño arsenal. Saltando de roca en roca, de árbol en arbusto, Kylar llegó hasta el puente y sacó de su macuto la ballesta pesada. Odiaba las ballestas. Eran aparatosas y lentas, y podía dispararlas cualquier idiota capaz de apuntar.

Colocó el virote especial, comprobó el carrete de cuerda de seda y apuntaló el cuerpo contra el costado del puente. ¿Qué era lo que solía decirle Blint? ¿Que debía practicar más con las armas que no le gustaban?

Frunció el ceño y apuntó. Por culpa del revestimiento de hierro que tenían los pilares del puente, su blanco era minúsculo. Tendría que acertar en el pilar más lejano y por encima de la capa de hierro, donde la madera estaba expuesta, un blanco de diez centímetros de ancho a cuarenta pasos de distancia, con una ligera brisa. A ese alcance la ballesta tenía un margen de error de cinco centímetros, de modo que como mucho podía desviarse otros cinco.

Si fallaba, tenía que asegurarse de pasarse por la derecha. Si erraba por alto o por bajo, el proyectil chocaría contra el hierro y el ruido despertaría a los muertos. Si se le iba a la izquierda, el virote pasaría de largo el puente y daría en las rocas del castillo, probablemente rebotaría y caería al río con un chapoteo.

Kylar odiaba las ballestas.

Esperó hasta que la barca estuvo casi directamente debajo del puente. Si acertaba el blanco —cuando acertara el blanco, se corrigió—, aprovecharía que los tripulantes acababan de dejar atrás el resplandor del sol poniente y entraban en la sombra del castillo. No verían bien. Respiró una vez y tiró con suavidad del disparador hasta que saltó el resorte.

El virote salió disparado de la ballesta, el carrete zumbó levemente al desenrollarse... y el proyectil pasó diez centímetros a la derecha del último pilar.

Kylar agarró la cuerda que iba desenrollándose cuando empezaba a tensarse. El proyectil se detuvo en seco a menos de un metro de la muralla del castillo.

El virote empezó a caer y Kylar lo recogió tirando de la cuerda con ambas manos tan rápido como pudo. La cuerda había pasado sobre un travesaño horizontal a la derecha del pilar, y ahora el virote se balanceaba por su propio peso de vuelta hacia él. Kylar recogió cuerda tan deprisa como pudo, pero aun así el virote acabó tintineando contra el revestimiento de hierro.

Los garfios del virote se engancharon y Kylar tensó la cuerda cuanto pudo y la alineó con la parte inferior de la pasarela.

Un meister se asomó por el borde, agarrado con nerviosismo a la barandilla. Miró abajo y vio la barca que pasaba bajo el puente.

—¡Eh! —gritó—. ¡Cuidado!

Un tripulante con armamento ligero alzó la vista, entrecerrando los ojos en la semipenumbra.

—Anda y que te... —Se tragó sus palabras al descubrir que se dirigía a un meister.

El brujo desapareció y el barquero empezó a arengar a sus remeros. Tanto él como el meister pensaban que el otro había causado aquel ruido.

Sin detenerse a pensar en la suerte que tenía, Kylar ató su extremo de la cuerda y escondió la ballesta. La siguiente barca estaba todavía a bastante distancia. Pasó una pierna por encima de la cuerda, se acercó al precipicio que caía hasta el río y se deslizó al vacío.

Durante un buen rato pensó que iba a morir porque la cuerda de seda bajaba hacia el agua. «¡Se ha soltado!» Sin embargo, se mantuvo agarrado y la cuerda al final aceptó su peso. Salvó la distancia restante casi boca arriba, tirando de su cuerpo con las manos y con las piernas cruzadas sobre la cuerda. La cuerda se había distendido demasiado, así que a partir de la mitad tuvo que trepar de lado y hacia arriba.

En vez de luchar contra la gravedad, se contentó con llegar al penúltimo pilar. Observó el revestimiento de hierro. Estaba corroído por el tiempo y las inclemencias. Además, era vertical. No podía decirse que fuera la superficie de escalada ideal.

No había una alternativa buena. Kylar tenía que abandonar la cuerda antes de que llegara la siguiente barca. El era invisible, pero la cuerda colgante no.

Se lanzó desde la cuerda hacia el pilar... y cayó. Rodeó con brazos y piernas el revestimiento de hierro, pero tenía tanto diámetro que no pudo sujetarse bien. La desigual superficie metálica no raspaba lo suficiente para detener su descenso, pero sí para desgarrarle la piel del interior de los brazos y los muslos mientras se deslizaba.

Chocó contra el agua relativamente despacio, y el chapuzón fue discreto. Volvió a salir a la superficie agarrándose al pilar, contra el que se escondió mientras pasaba la siguiente barca.

Con la cantidad de armas que llevaba no podía nadar pero, cuando se apartó del pilar, se impulsó lo bastante cerca de la orilla para poder caminar por el fondo del río y salir arrastrándose del agua antes de ahogarse. Por poco.

Avanzó hacia el norte, siguiendo la misma ruta de la noche anterior. Se alegraba de que Blint estuviera muerto. El ejecutor jamás le habría dejado olvidar aquello. Entre el disparo fallido y los cortes indudablemente embarazosos que tendría en los muslos, Blint le hubiese tomado el pelo durante una década. A Kylar le parecía oírlo: «¿Te acuerdas de aquella vez que intentaste cepillarte al puente?».

Encontró un buen punto de observación dentro del cobertizo de los botes, donde secó sus armas. Tendría que actuar con la suposición de que el agua se había llevado todos sus venenos... por segundo día consecutivo. Escurrió su ropa, pero no se atrevió a dejarles tiempo para que se secaran del todo. Ya que estaba allí, quería entrar y salir, bien deprisa. Miró alrededor del cobertizo. No estaba vigilado. Los khalidoranos debían de opinar que bastaba con las patrullas.

Dos hombres custodiaban la larga rampa descendente que llevaba a las Fauces. Estaban tensos, claramente incómodos con su cometido. Kylar no los culpaba. Entre el hedor, los gritos periódicos y los ocasionales temblores de tierra, él tampoco se habría encontrado a gusto.

Sentencia cortó a izquierda y derecha y los centinelas murieron. Escondió sus cuerpos entre la maleza y cogió las llaves de la puerta.

La entrada de las Fauces estaba diseñada para aterrorizar a los hombres y las mujeres que encarcelaran allí. Al abrir las puertas, Kylar vio que la rampa parecía en verdad una lengua que bajara por una garganta gigantesca. Habían tallado dientes curvados en el negro cristal volcánico que tenía alrededor, y dos antorchas dispuestas tras sendos vidrios rojos parecían un par de ojos titilantes y demoníacos.

«Qué bonito.» Kylar se desentendió de todo salvo de los sonidos procedentes de personas. Bajó a paso ligero por la lengua y giró por un pasillo hacia las celdas de los nobles. Oyendo a amigos de Durzo se había formado una idea aproximada de la distribución del lugar, pero desde luego jamás había sentido el menor deseo de visitarlo.

Encontró la celda que buscaba, examinó la puerta en busca de trampas y esperó un momento en el pasillo, simplemente escuchando. Era una locura: le daba miedo abrir la puerta. Le daba más miedo vérselas con Elene y Uly que colarse entre brujos y luchar contra el Sa'kagé.

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