Read El camino de los reyes Online

Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

El camino de los reyes (142 page)

BOOK: El camino de los reyes
6.4Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—No te lo estás tomando en serio. Tal vez por eso la luz tormentosa te rechaza.

Kaladin se levantó y se desperezó.

—Lo siento, Teft. Solo estoy cansado.

—Vida antes que muerte —dijo Teft, agitando un dedo ante él—. El Radiante busca defender la vida, siempre. Nunca mata innecesariamente, y nunca arriesga su propia vida por motivos frívolos. Vivir es más difícil que morir. El deber del Radiante es vivir.

»Fuerza antes que debilidad. Todos los hombres son débiles en algún momento de sus vidas. El Radiante protege a aquellos que son débiles y usa su fuerza por los demás. La fuerza no te capacita para gobernar: te capacita para servir. —Teft cogió las esferas y las guardó en su bolsa. Sostuvo la última un segundo, y luego la guardó también—. Viaje antes que destino. Siempre hay varios modos de conseguir un objetivo. Fracasar es preferible a ganar por medios injustos. Proteger a diez inocentes no merece matar a uno. Al final, todos los hombres mueren. Cómo viviste será mucho más importante para el Todopoderoso que lo que conseguiste.

—¿El Todopoderoso? ¿Entonces los caballeros estaban relacionados con la religión?

—¿No lo está todo? Hubo un viejo rey que ideó todo esto. Hizo que su esposa lo escribiera en un libro o algo así. Mi madre lo leyó. Los Radiantes basaron los Ideales en lo que estaba escrito allí.

Kaladin se encogió de hombros y se dispuso a rebuscar en la pila de chalecos de cuero de los hombres del puente. En teoría, Teft y él estaban comprando los que estaban gastados o tenían las correas rotas. Unos instantes después, Teft lo imitó.

—¿Crees todo eso de verdad? —preguntó Kaladin, alzando un chaleco y tirando de las correas—. ¿Que cualquiera podía seguir esos votos, sobre todo un puñado de ojos claros?

—No eran solo ojos claros. Eran Radiantes.

—Eran personas —dijo Kaladin—. Los hombres con poder siempre pretenden cosas como la virtud, o la guía divina, o algún tipo de mandato para «protegernos» al resto. Si creemos que el Todopoderoso los puso donde están, nos resulta más fácil tragarnos lo que nos dicen que hagamos.

Teft le dio la vuelta a un chaleco. Estaba empezando a gastarse por debajo de la hombrera derecha.

—Yo no creía. Y entonces…, entonces te vi infundiendo luz, y empecé a dudar.

—Historias y leyendas, Teft. Queremos creer que hubo hombres mejores una vez. Eso nos hace pensar que podría volver a ser así. Pero las personas no cambian. Ahora están corrompidas. Estaban corrompidas entonces.

—Tal vez —dijo Teft—. Mis padres creían en todo eso. Las Palabras Inmortales, los Ideales, los Caballeros Radiantes, el Todopoderoso. Incluso el antiguo vorinismo. Especialmente en el antiguo vorinismo.

—Eso llevó a la Hierocracia. Los devotarios y los fervorosos no deberían poseer tierras ni propiedades. Es demasiado peligroso.

Teft hizo una mueca.

—¿Por qué? ¿Crees que serían peores estando al mando que los devotarios?

—Bueno, probablemente ahí llevas razón —Kaladin frunció el ceño. Había pasado tanto tiempo asumiendo que el Todopoderoso lo había abandonado, o incluso lo había maldecido, que le resultaba difícil aceptar que tal vez, como había dicho Syl, había sido bendecido en cambio. Sí, había sido preservado, y suponía que debería estar agradecido por ello. ¿Pero qué podía ser peor que obtener un gran poder y seguir siendo demasiado débil para salvar a aquellos a quienes amaba?

Nuevas especulaciones fueron interrumpidas cuando Lopen se irguió en la puerta e hizo una seña encubierta a Kaladin y Teft. Afortunadamente, no había nada más que esconder. De hecho, nunca había habido nada que esconder, excepto Kaladin sentado allí en el suelo mirando las esferas como un idiota. Hizo a un lado el chaleco y se dirigió a la entrada.

El palanquín de Hashal avanzaba hacia el barracón de Kaladin, con su alto y silencioso marido caminando a su lado. El pañuelo en su cuello era violeta, igual que los bordados de los puños de su corta chaquetilla. Gaz no había vuelto a aparecer. Había pasado ya una semana sin rastro de él. Hashal y su marido, junto con sus ayudantes ojos claros, hacían lo que él hacía antes y no contestaban a ninguna pregunta sobre el sargento del puente.

—Tormentas —dijo Teft, situándose junto a Kaladin—. Esos dos me ponen los pelos de punta, igual que me pasa cuando sé que alguien tiene un cuchillo y está detrás de mí.

Roca había hecho formar a los hombres y esperaba en silencio, como si se tratara de una inspección. Kaladin fue a reunirse con ellos, seguido por Teft y Lopen. Los porteadores depositaron el palanquín en el suelo delante de él. Abierto por los lados y con solo un pequeño dosel en lo alto, más parecía un sillón en una plataforma. Muchas de las mujeres ojos claros los utilizaban en los campamentos.

Reacio, Kaladin le dirigió a Hashal una reverencia adecuada, instando a los demás hombres a hacer lo mismo. Este no era el momento de recibir una paliza por insubordinación.

—Tienes una banda muy bien entrenada, jefe de puente —dijo ella, rascándose ausente la mejilla con una uña rojo rubí, el codo apoyado en el reposabrazos—. Muy…, eficaz en las cargas.

—Gracias, brillante Hashal —respondió Kaladin, tratando (sin conseguirlo) de apartar de su voz el envaramiento y la hostilidad—. ¿Puedo hacer una pregunta? Hace algunos días que no vemos a Gaz. ¿Se encuentra bien?

—No. —Kaladin esperó que ampliara su respuesta, pero no lo hizo—. Mi esposo ha tomado una decisión. Tus hombres son tan buenos en las carreras con los puentes que sois un modelo para las otras cuadrillas. Por tanto, tendréis servicio de puente todos los días a partir de ahora.

Kaladin sintió un escalofrío.

—¿Y el servicio de recogida?

—Oh, habrá tiempo para eso. Tenéis que llevar antorchas de todas formas, y las carreras en las mesetas nunca suceden de noche. Así que tus hombres dormirán durante el día, siempre de servicio, y trabajarán en los abismos por la noche. Un uso mucho mejor del tiempo.

—Todas las carreras —dijo Kaladin—. Vais a hacernos participar en todas.

—Sí —dijo ella, tan tranquila, indicando a los porteadores que la levantaran—. Tu equipo es demasiado bueno. Hay que utilizarlo. Empezaréis el servicio de puente a tiempo completo mañana. Considéralo…, un honor.

Kaladin inhaló profundamente para no decir lo que pensaba de su «honor». No fue capaz de inclinarse mientras Hashal se retiraba, pero a ella no pareció importarle. Roca y los hombres empezaron a murmurar.

Todas las cargas con los puentes. Acababa de doblar el ritmo con el que iban a morir. El equipo de Kaladin no duraría otras pocas semanas más. Ya estaban tan escasos de miembros que perder uno o dos hombres más en un ataque los haría desplomarse. Los parshendi se concentrarían entonces en ellos, y los abatirían.

—¡Por el aliento de Kelek! —dijo Teft—. ¡Nos matará!

—No es justo —añadió Lopen.

—Somos hombres del puente —dijo Kaladin, mirándolos—. ¿Qué os hizo pensar que se nos aplicaba ningún tipo de «justicia»?

—Ella no nos ha matado lo bastante rápido para Sadeas —dijo Moash—. ¿Sabes que han castigado a los soldados por venir a mirarte, por venir a ver al hombre que sobrevivió a la alta tormenta? No te ha olvidado, Kaladin.

Teft seguía maldiciendo. Llevó a Kaladin a un lado, seguido de Lopen, pero los demás continuaron hablando unos con otros.

—¡Condenación! —dijo Teft en voz baja—. Les gusta fingir que son imparciales con las cuadrillas de los puentes. Los hace parecer justos. Parece que han renunciado a eso. Hijos de puta.

—¿Qué vamos a hacer, gancho? —preguntó Lopen.

—Iremos a los abismos —dijo Kaladin—. Tal como tenemos planeado. Luego aseguraos de dormir bien esta noche, ya que al parecer mañana vamos a estar despiertos toda la noche.

—Los hombres odiarán bajar a los abismos de noche, muchacho.

—Lo sé.

—Pero no estamos preparados para…, para lo que tenemos que hacer —dijo Teft, asegurándose de que nadie podía oírlo. Estaban solo Kaladin, Lopen y él—. Serán otras cuantas semanas como poco.

—Lo sé.

—¡No duraremos otras cuantas semanas! —dijo Teft—. Con Sadeas y el otro trabajando juntos, las carreras se suceden casi a diario. Solo una mala carrera, un momento en que los parshendi nos apunten, y todo habrá acabado. Seremos aniquilados.

—¡Lo sé! —exclamó Kaladin, frustrado, inspirando profundamente y cerrando los puños para no explotar.

—¡Gancho! —dijo Lopen.

—¿Qué? —replicó Kaladin.

—Está volviendo a suceder.

Kaladin se detuvo y se miró los brazos. En efecto, captó un atisbo de humo luminiscente que brotaba de su piel. Era extremadamente débil (no tenía muchas gemas cerca), pero estaba allí. Los hilillos se desvanecieron rápidamente. Era de esperar que los otros hombres del puente no lo hubieran visto.

—Condenación. ¿Qué he hecho?

—No lo sé —dijo Teft—. ¿Es porque estabas furioso con Hashal?

—Estaba furioso antes.

—Lo absorbiste con el aliento —dijo Syl ansiosamente, revoloteando en el aire como un lazo de luz.

—¿Qué?

—Lo he visto. —Se retorció—. Estabas enfadado, tomaste aire, y la luz…, vino también.

Kaladin miró a Teft, pero naturalmente el avezado veterano no lo había oído.

—Reúne a los hombres —dijo—. Vamos a cumplir nuestro servicio en el abismo.

—¿Y lo que acaba de pasar? Kaladin, no podemos hacer tantas carreras con el puente. Nos destrozarán.

—Voy a hacer algo al respecto hoy. ¡Reúne a los hombres! Syl: necesito algo de ti.

—¿Qué? —Ella se posó delante de él y se convirtió en una mujer joven.

—Busca un sitio donde hayan caído algunos cadáveres parshendi.

—Creí que ibais a practicar con las lanzas hoy.

—Eso es lo que van a hacer los hombres —dijo Kaladin—. Los organizaré primero. Después, tengo una tarea diferente.

Kaladin dio una rápida palmada, y los hombres hicieron una correcta formación en flecha. Llevaban las lanzas que habían guardado en el abismo, aseguradas dentro de un gran saco lleno de piedras y oculto en una grieta. Volvió a dar una palmada, y se reagruparon en una formación de muralla de doble línea. Otra palmada más, y formaron en círculo con un hombre detrás de cada dos como rápida reserva.

Las paredes del abismo goteaban agua, y los hombres chapoteaban en los charcos. Eran buenos. Mejor de lo que tenían ningún derecho a ser, mejor (para su nivel de entrenamiento) que ningún equipo con el que hubiera trabajado.

Pero Teft tenía razón. No durarían mucho en un combate. Unas cuantas semanas más y los habría hecho practicar lo suficiente embistiendo y protegiéndose unos a otros como para empezar a ser peligrosos. Hasta entonces, eran solo hombres del puente que podían desplegarse en formaciones bonitas. Necesitaban más tiempo.

Kaladin tenía que conseguírselo.

—Teft, toma el mando.

El veterano le dirigió uno de aquellos saludos cruzando los brazos.

—Syl —le dijo Kaladin al spren—, vamos a ver esos cadáveres.

—Están cerca. Vamos.

Zigzagueó por el abismo, un lazo brillante. Kaladin echó a andar tras ella.

—Señor —llamó Teft.

Kaladin se detuvo. ¿Cuándo había empezado Teft a llamarlo «señor»? Era extraño, lo adecuado que parecía.

—¿Sí?

—¿Quieres una escolta?

Teft estaba a la cabeza de los hombres reunidos, que cada vez parecían más soldados, con sus chalecos de cuero y empuñando sus lanzas.

Kaladin negó con la cabeza.

—Estaré bien.

—Los abismoides…

—Los ojos claros han matado a todos los que se acercan por nuestro emplazamiento. Además, si me topo con uno, ¿qué diferencia sería con dos o tres hombres más?

Teft sonrió, pero no puso más objeciones. Kaladin continuó siguiendo a Syl. En su bolsa llevaba el resto de las esferas que habían descubierto en los cadáveres mientras rescataban material. Habían tomado por costumbre quedarse parte de cada descubrimiento y pegarlas a los puentes, y ahora, con Syl ayudando a localizarlas, encontraban más que antes. Tenía una pequeña fortuna en la bolsa. Esperaba que esa luz tormentosa le sirviera bien hoy.

Sacó un marco de zafiro para iluminarse, evitando los charcos de agua repletos de huesos. Un cráneo asomaba en uno, el ondulante verdín le crecía como si fuera pelo, los vidaspren flotando encima. Tal vez debería de haberle parecido extraño recorrer estos laberintos oscuros solo, pero no le molestaba. Este era un lugar sagrado, el sarcófago de los pobres, la cueva de enterramiento de los hombres de los puentes y los lanceros que morían por los edictos de los ojos claros, derramando su sangre por los bordes de estas picudas paredes. Este lugar no era extraño, era sagrado.

En realidad, se alegraba de estar solo con su silencio y los restos de aquellos que habían muerto. A estos hombres no les habían importado las disputas de quienes habían nacido con ojos más claros que ellos. Se habían preocupado por sus familias o, como mínimo, por sus bolsas de esferas. ¿Cuántos había atrapados en esta tierra extranjera, en esas mesetas interminables, demasiado pobres para escapar y volver a Alezkar? Cientos morían cada semana, ganando gemas para hombres que ya eran ricos, vengando a un rey que llevaba mucho tiempo muerto.

Kaladin pasó ante otro cráneo al que le faltaba la mandíbula inferior, la coronilla abierta por un golpe de hacha. Los huesos parecían observarlo, curiosos, la luz tormentosa azul en su mano le daba un tono espectral al irregular terreno y las paredes.

Los devotarios enseñaban que cuando los hombres morían, los más valientes (aquellos que cumplían mejor sus Llamadas) se levantaban para ayudar a reclamar el cielo. Cada hombre haría lo que había hecho en vida. Los lanceros lucharían, los granjeros trabajarían en las granjas espirituales, los ojos claros gobernarían. Los fervorosos tenían cuidado de señalar que la excelencia en cualquier Llamada produciría poder. Un granjero podría agitar la mano y crear grandes campos de cosechas espirituales. Un lancero sería un gran guerrero, capaz de causar truenos con el escudo y rayos con la lanza.

¿Pero y los hombres de los puentes? ¿Pediría el Todopoderoso que todos los que habían caído se alzaran y continuaran con su penoso trabajo? ¿Cargarían Dunny y los demás los puentes en la otra vida? Ningún fervoroso venía a verlos para poner a prueba sus habilidades o concederles Elevaciones. Tal vez los hombres de los puentes no serían necesarios en la Guerra por el Cielo. Solo los más habilidosos iban allí de todas formas. Los demás simplemente dormirían hasta que los Salones Tranquilos fueran recuperados.

BOOK: El camino de los reyes
6.4Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

A Barlow Lens by Elizabeth Noble
B008AITH44 EBOK by Hamann, Brigitte
Afloat by Jennifer McCartney
MARKED (Hunter Awakened) by Rascal Hearts
Close Knit Killer by Maggie Sefton
Christmas with Two Alphas by Vanessa Devereaux
Despertar by L. J. Smith