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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

El camino de los reyes (143 page)

BOOK: El camino de los reyes
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Remontó un peñasco encajado en el abismo. «¿Entonces ahora vuelvo a creer? ¿Así sin más?» No estaba seguro. Pero no importaba. Lo haría lo mejor que pudiera para sus hombres. Si había una Llamada en ello, así fuera.

Naturalmente, si escapaba con su equipo, Sadeas los sustituiría con otros que morirían en su lugar.

«Tengo que preocuparme por lo que puedo hacer —se dijo—. Esos otros hombres no son mi responsabilidad.»

Teft hablaba de los Radiantes, de ideales e historias. ¿Por qué no podían los hombres ser así de verdad? ¿Por qué tenían que basarse en sueños e invenciones para inspirarse?

«Si huyes…, dejarás que todos los demás hombres de los puentes sean masacrados —susurró una voz en su interior—. Tiene que haber algo que puedas hacer por ellos.»

«¡No! Si me preocupo por eso, no podré salvar al Puente Cuatro. Si encuentro una salida, la tomaremos.»

«Si os marcháis —pareció decir la voz—, ¿entonces quién luchará por ellos? A nadie le importan. Nadie…»

¿Qué era lo que había dicho su padre todos aquellos años atrás? Hacía lo que consideraba justo porque alguien tenía que empezar a hacerlo. Alguien tenía que dar el primer paso.

Kaladin notaba la mano caliente. Se detuvo en el abismo y cerró los ojos. No se podía sentir ningún calor de las esferas, pero esta que tenía en la mano parecía caliente. Y entonces, sintiendo que era algo completamente natural, Kaladin inspiró profundamente. La esfera se enfrió y una oleada de calor le corrió por el brazo.

Abrió los ojos. La esfera que tenía en la mano estaba opaca y sus dedos estaban cubiertos de escarcha. La luz brotaba de él como humo de un fuego, blanca, pura.

Alzó una mano y se sintió vivo de energía. No tenía necesidad de respirar; de hecho, contenía la respiración, atrapando la luz tormentosa. Syl recorrió el pasillo, corriendo hacia él. Lo rodeó, y luego se detuvo en el aire, adoptando la forma de mujer.

—Lo hiciste. ¿Qué ha pasado?

Kaladin sacudió la cabeza, conteniendo la respiración. Algo brotaba en su interior, como…

Como una tormenta. Rebulléndose en sus venas, una tempestad que se revolvía en el interior de su cavidad pectoral. Le hacía querer correr, saltar, gritar. Casi deseaba estallar. Se sentía como si pudiera caminar por el aire. O las paredes.

«¡Sí!», pensó. Echó a correr, saltó hacia la pared del abismo. La golpeó con los pies por delante.

Rebotó y cayó al suelo. Estaba tan aturdido que gritó, y sintió que en su interior la tormenta menguaba mientras su aliento escapaba.

Se quedó tendido de espaldas, viendo la luz tormentosa surgir de su interior más rápidamente ahora que respiraba. Permaneció allí hasta que se consumió.

Syl se posó en su pecho.

—Kaladin, ¿qué ha sido eso?

—Yo haciendo el idiota —respondió él, sentándose y notando la espalda lastimada y un agudo dolor en el codo, donde se había golpeado contra el suelo—. Teft dijo que los Radiantes podían caminar por las paredes, y me sentía tan lleno de vida…

Syl caminó por el aire, pisando como si bajara unas escaleras.

—No creo que estés preparado para eso todavía. No seas tan arriesgado. Si te mueres, volveré a ser estúpida, ya sabes.

—Intentaré recordarlo —dijo Kaladin, poniéndose en pie—. Tal vez tache morirme de la lista de cosas que tengo que hacer esta semana.

Ella hizo una mueca, saltó al aire y se convirtió de nuevo en un lazo de luz.

—Vamos, date prisa.

Salió disparada por el abismo. Kaladin recogió la esfera opaca, y luego buscó otra en el bolsillo para iluminarse. ¿Las había agotado todas? No. Las demás todavía brillaban con fuerza. Seleccionó un marco de rubí, y luego corrió tras Syl.

Ella lo condujo a un estrecho abismo que contenía un pequeño grupo de recientes cadáveres parshendi.

—Esto es morboso, Kaladin —advirtió, de pie junto a los cuerpos.

—Lo sé. ¿Sabes dónde ha ido Lopen?

—Lo envié a buscar restos cerca, para que vaya cogiendo las cosas que le has pedido.

—Tráelo, por favor.

Syl suspiró, pero obedeció. Siempre ponía reparos cuando él la hacía aparecerse a otra persona. Kaladin se arrodilló. Todos los parshendi parecían iguales. La misma cara cuadrada, aquellos rasgos masivos, como de piedra. Algunos tenían barbas atadas con trozos de metal. Brillaban, pero no mucho. Las gemas talladas contenían mejor la luz tormentosa. ¿Por qué sería?

Los rumores en el campamento decían que los parshendi cogían a los humanos heridos y se los comían. Los rumores decían también que abandonaban a sus muertos, que no se preocupaban por los caídos, que nunca les levantaban las piras adecuadas. Pero esto último era falso. Sí se preocupaban por sus muertos. Todos parecían tener la misma sensibilidad que Shen, que sufría un ataque cada vez que uno de los hombres del puente tocaba siquiera un cadáver parshendi.

«Será mejor que no me equivoque en esto», pensó Kaladin, sombrío, mientras recogía el cuchillo de uno de los cadáveres. Estaba bellamente ornamentado y forjado, el acero grabado con glifos que Kaladin no reconoció. Empezó a cortar el extraño peto que crecía en el pecho del cadáver.

Kaladin determinó rápidamente que la fisiología parshendi era muy distinta a la humana. Pequeños ligamentos azules sujetaban el peto a la piel de debajo y llegaban hasta la espalda. Siguió cortando. No había mucha sangre: se había acumulado en la espalda del cadáver o se había derramado. Su cuchillo no era una herramienta de cirujano, pero hizo bien el trabajo. Para cuando Syl regresó con Lopen, ya había sacado el peto y se ocupaba del yelmo-caparazón. Este era más difícil de quitar: había crecido en partes del cráneo, y tuvo que cortar con la sección serrada de la hoja.

—Eh, gancho —dijo Lopen, que llevaba un saco colgado al hombro—. No te gustan nada, ¿no?

Kaladin se levantó y se limpió las manos en la falda del parshendi.

—¿Encontraste lo que te pedí?

—Claro que sí —respondió Lopen, soltando el saco y rebuscando en él. Sacó un peto de cuero y un casco, como los que usaban los lanceros. Luego hizo lo mismo con algunas finas correas de cuero y un escudo de madera de tamaño mediano. Finalmente sacó una serie de huesos rojo oscuro. Huesos parshendi. En el fondo del saco estaba la cuerda que había comprado y lanzado al abismo con objeto de ocultarla.

—No te habrás vuelto loco ¿no? —preguntó Lopen, mirando los huesos—. Porque, si es así, tengo un primo que hace una bebida para la gente que se vuelve loca, y eso podría hacerte mejorar, sin duda.

—Si me hubiera vuelto loco ¿lo diría? —dijo Kaladin, acercándose a un charco de agua para lavar el yelmo-caparazón.

—No lo sé —respondió Lopen, echándose atrás—. Tal vez. Supongo que no importa si estás loco o no.

—¿Seguirías a un loco a la batalla?

—Claro. Si estás loco, eres un buen tipo y me caes bien. No eres del tipo de loco que mata a la gente mientras duerme —sonrió—. Además, todos seguimos continuamente a los locos. Lo hacemos cada día con los ojos claros. —Kaladin se echó a reír—. ¿Y para qué es todo esto?

Kaladin no respondió. Colocó el peto sobre el chaleco de cuero, y luego lo ató por delante con las correas. Hizo lo mismo con el casco y el yelmo, aunque tuvo que serrar con el cuchillo algunas estrías del yelmo para fijarlo.

Cuando terminó, Kaladin usó las últimas correas para atar los huesos entre sí y colocarlos delante del escudo de madera. Los huesos se sacudieron cuando alzó el escudo, pero decidió que valía.

Cogió el escudo, el casco y el peto y lo metió todo en el saco de Lopen. Apenas cabían.

—Muy bien —dijo, incorporándose—. Syl, guíanos al abismo bajo.

Habían pasado algún tiempo investigando, buscando el mejor lugar para lanzar las flechas a la parte inferior de los puentes permanentes. Un puente en concreto estaba cerca del campamento de Sadeas, así que a menudo lo atravesaban al salir a correr con los puentes en las cargas, y cruzaba un abismo especialmente poco profundo. Solo unos doce metros, en vez de los treinta o más de costumbre.

Ella asintió y luego echó a volar, guiándolos hasta allí. Kaladin y Lopen la siguieron. Teft tenía órdenes de llevar a los demás de vuelta y reunirse con Kaladin al pie de la escala, pero Kaladin y Lopen irían por delante. Kaladin se pasó el trayecto escuchando a medias a Lopen hablar de su extensa familia.

Cuanto más pensaba Kaladin en lo que estaba planeando, más osado le parecía. Quizá Lopen tenía razón al cuestionar su cordura. Pero Kaladin había intentado ser racional. Trataba de ser cuidadoso. Pero había fracasado: ahora ya no quedaba más tiempo para la lógica o el cuidado. Hashal pretendía claramente que el Puente Cuatro fuera exterminado.

Cuando los planes astutos y cuidadosos fallaban, había que intentar algo desesperado.

Lopen se interrumpió bruscamente. Kaladin vaciló. El herdaziano se había puesto pálido y se detuvo sobre sus pasos. ¿Qué estaba…?

Un ruido de rozadura. Kaladin se detuvo también, mientras el pánico comenzaba a embargarle. En uno de los corredores laterales resonaba un ruido grave y rechinante. Kaladin se dio la vuelta muy despacio, justo a tiempo de ver la sombra de algo grande (no, algo enorme) que recorría el abismo a lo lejos. Sombras a la tenue luz, el contacto de patas quitinosas sobre la roca. Kaladin contuvo la respiración, sudoroso, pero la bestia no vino en su dirección.

El ruido remitió, hasta que se apagó. Lopen y él permanecieron inmóviles largo rato después de que el último sonido desapareciera.

Finalmente, Lopen habló.

—Parece que esto no está tan muerto, ¿eh, gancho?

—No —dijo Kaladin. De pronto dio un respingo cuando Syl corrió de vuelta para buscarlos. Inconscientemente sorbió la luz tormentosa al hacerlo, y cuando ella se detuvo en el aire, lo encontró brillando suavemente.

—¿Qué es lo que pasa? —preguntó, las manos en las caderas.

—Un abismoide —dijo Kaladin.

—¿De veras? —Parecía entusiasmada—. ¡Deberíamos cazarlo!

—¿Qué?

—Claro. Apuesto a que podrías combatir contra él.

—Syl…

Sus ojos tintineaban de diversión. Era solo una broma.

—Vamos.

Echó a volar.

Lopen y él pisaron ahora con más cuidado. Por fin Syl se posó en el lado del abismo, y se quedó allí de pie como burlándose de Kaladin cuando intentó caminar por la pared.

Kaladin contempló la sombra del puente de madera a doce metros de altura. Era el abismo menos profundo que habían podido encontrar: solían ser más y más profundos cuanto más al este te dirigías. Cada vez estaba más seguro de que intentar huir hacia el este era imposible. Era demasiada distancia, y sobrevivir a las riadas causadas por las altas tormentas parecía un reto demasiado grande. El plan original (combatir o sobornar a los guardias) era lo mejor.

Pero tenían que permanecer con vida el tiempo suficiente para intentarlo. El puente de ahí arriba ofrecía una oportunidad, en caso de poder alcanzarlo. Sopesó su pequeña bolsa de esferas y se echó al hombro el saco lleno de huesos y armaduras. Su intención original era que Roca disparara al puente una flecha con una cuerda atada, y luego hacerla caer por el otro lado del abismo. Con algunos hombres sujetando un extremo, otro podría escalar y atar el saco debajo del puente.

Pero con ese plan se corría el riesgo de que una flecha saliera del abismo y pudiera ser vista por exploradores. Se decía que tenían una visión muy aguda, ya que los ejércitos dependían de ellos para localizar a los abismoides que hacían sus crisálidas.

Kaladin creía tener un modo mejor que la flecha. Tal vez.

—Necesitamos piedras —dijo—. Del tamaño de puños. Un montón de ellas.

Lopen se encogió de hombros y empezó a buscar. Kaladin lo imitó, encontrándolas en los charcos y sacándolas de las grietas. No escaseaban las de piedras en los abismos. En poco tiempo, tuvo un buen montón de piedras dentro de un saco.

Cogió la bolsa de piedras con una mano y trató de pensar lo mismo que antes, cuando absorbió la luz tormentosa. «Esta es nuestra última oportunidad.»

—Vida antes que muerte —susurró—. Fuerza antes que debilidad. Viaje antes que destino.

El Primer Ideal de los Caballeros Radiantes. Inspiró profundamente, y una sacudida de poder le recorrió el brazo. Sus músculos ardieron de energía, deseosos de moverse. La tempestad se extendió en su interior, tirando de su piel, haciendo que su sangre bombeara con un poderoso ritmo. Abrió los ojos. Un humo brillante se alzaba a su alrededor. Pudo contener gran parte de la luz, reteniéndola al contener la respiración.

«Es como una tormenta interior.» Parecía como si pudiera hacerlo pedazos.

Dejó en el suelo el saco con las armaduras, pero envolvió la cuerda alrededor de su brazo y se ató el saco de piedras al cinturón. Cogió una piedra del tamaño de un puño y la sopesó, sintiendo sus lados alisados por la tormenta. «Será mejor que esto funcione…»

Infundo la piedra de luz tormentosa, la escarcha cristalizando en su brazo. No estaba seguro de cómo lo hacía, pero parecía natural, como verter líquido en una copa. La luz parecía acumularse bajo la piel de su mano, y luego transferirse a la piedra, como si estuviera pintando con un líquido vibrante y brillante.

Apretó la piedra contra la pared de roca. Se quedó allí, filtrando luz tormentosa, aferrada con tanta fuerza que no pudo soltarla. Probó su peso en ella, y aguantó. Colocó otra un poco más abajo, y otra un poco más arriba. Entonces, deseando tener a alguien que quemara una plegaria por su éxito, empezó a escalar.

Trató de no pensar en lo que estaba haciendo. Escalar apoyándose en rocas pegadas a la pared por… ¿Por qué? ¿Luz? ¿Spren? Siguió adelante. Era muy parecido a escalar con Tien las formaciones rocosas que había cerca de Piedralar, excepto que podía poner los asideros exactamente donde quería.

«Tendría que haber buscado polvo de roca para cubrirme las manos», pensó, aupándose, y luego sacando otra piedra del saco para pegarla a la pared.

Syl caminaba junto a él, su forma casual de andar parecía burlarse de la dificultad de su ascenso. Mientras apoyaba su peso en otra piedra, oyó un ominoso chasquido abajo. Se arriesgó a mirar. La primera de las piedras se había soltado. Las que estaban cerca filtraban luz tormentosa muy débilmente ahora.

Las piedras conducían hasta él como un conjunto de pisadas ardientes. Su tormenta interior se había apaciguado, aunque todavía soplaba y ardía en sus venas, emocionante y absorbente al mismo tiempo. ¿Qué sucedería si se quedaba sin luz antes de llegar arriba?

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