Depositó el libro sobre el escritorio y empezó a pasar páginas. Dalinar se acercó a ella, aunque, naturalmente, no podía sacarle sentido a las páginas.
—¿Qué importa?
—Aquí —dijo Navani. Miró a Dalinar—. Cuando tienes esas visiones tuyas, sabes que hablas.
—Galimatías. Sí, mis hijos me lo han dicho.
—
Anak malah kaf, del makian habin yah
—dijo Navani—. ¿Te suena familiar?
Dalinar negó con la cabeza, aturdido.
—Se parece mucho a lo que estaba diciendo padre —repuso Renarin—. Cuando tenía la visión.
—No «mucho», Renarin —dijo Navani, pagada de sí misma—. Es exactamente la misma frase. Es lo último que dijiste antes de salir de tu trance. Anoté lo mejor que pude todo lo que has farfullado hoy.
—¿Con qué propósito?
—Porque pensé que podría ser útil. Y lo fue. La misma frase aparece en la
Analéctica
, casi exactamente.
—¿Qué? —preguntó Dalinar, incrédulo—. ¿Cómo?
—Es un verso de una canción. Un cántico de los vanrial, una orden de artistas que viven en las laderas del Monte del Silencio en Jah Keved. Año tras año, siglo tras siglo, han cantado estas mismas palabras…, canciones que sostienen que fueron escritas en el
Cántico del amanecer
por los Heraldos mismos. Tienen las palabras de esas canciones, escritas en una antigua letra. Pero el significado se ha perdido. Ahora son solo sonidos. Algunos eruditos creen que la letra, y las canciones mismas, pueden ser realmente el
Cántico del amanecer
.
—Y yo…
—Acabas de pronunciar un verso de una de ellas —dijo Navani—. Aparte de eso, si la frase que me has dicho es correcta, la has…, traducido. ¡Esto podría demostrar la Hipótesis Vanrial! Una frase no es mucho, pero podría darnos la clave para traducir la letra entera. Lleva rondándome tiempo, mientras escucho estas visiones. Pensaba que las cosas que decías tenían demasiado orden para ser un galimatías. —Miró a Dalinar, sonriendo encantada—. Dalinar, puede que hayas desentrañado uno de los más acuciantes y antiguos misterios de todos los tiempos.
—Espera —dijo Adolin—. ¿Qué estás diciendo?
—Lo que estoy diciendo, sobrino —dijo Navani, mirándolo directamente—, es que tenemos tu prueba.
—Pero… —dijo Adolin—. Quiero decir, podría haber oído esa frase…
—¿Y extrapolado un idioma entero a partir de ella? —dijo Navani, alzando una hoja llena de texto escrito—. Esto no es ningún galimatías, pero no es una lengua que la gente hable ahora. Sospecho que es lo que parece, el
Cántico del amanecer
. Así que a menos que se te ocurra otra explicación de cómo ha aprendido tu padre una lengua muerta, Adolin, las visiones son ciertamente reales.
La habitación quedó en silencio. La propia Navani parecía aturdida por lo que acababa de decir.
—Ahora, Dalinar —dijo—. Quiero que describas esta visión lo más exactamente posible. Necesito las palabras exactas que pronunciaste, si puedes recordarlas. Cada fragmento que recopilemos ayudará a mis eruditas a investigar…
«En la tormenta despierto, cayendo, girando, doliendo.»
Fechado Kakanev, 1173, 13 segundos antes de la muerte. El sujeto era un guardia de la ciudad.
—¿Cómo puedes estar seguro de que era él, Dalinar? —preguntó Navani en voz baja.
Dalinar sacudió la cabeza.
—Lo estoy, sin más. Era Nohadon.
Habían pasado varias horas desde el final de la visión. Navani había dejado su escritorio para sentarse en un sillón más cómodo cerca de Dalinar. Renarin estaba sentado frente a él, acompañándolos por bien del decoro. Adolin se había marchado para recabar los informes de los daños producidos por la alta tormenta. El muchacho parecía muy perturbado por el descubrimiento de que las visiones eran reales.
—Pero el hombre que viste nunca pronunció su nombre —dijo Navani.
—Era él, Navani —Dalinar miró la pared por encima de la cabeza de Renarin, contemplando la suave roca marrón animada—. Tenía un aura de mando, el peso de grandes personalidades. Un personaje regio.
—Podría haber sido cualquier otro rey. Después de todo, rechazó tu sugerencia de que escribiera un libro.
—No era todavía el momento oportuno para escribirlo. Tanta muerte… Estaba afligido por una gran pérdida. ¡Padre Tormenta! Nueve de cada diez personas muertas en la guerra. ¿Puedes imaginar una cosa igual?
—Las Desolaciones —dijo Navani.
«Une al pueblo… Viene la Auténtica Desolación…»
—¿Conoces alguna referencia a las Desolaciones? —preguntó Dalinar—. No las historias que cuentan los fervorosos. Referencias históricas.
Navani tenía en la mano una copa de vino violeta caliente. Había perlas de condensación en el borde del cristal.
—Sí, pero no soy la más adecuada para responder a eso. La historiadora es Jasnah.
—Creo que vi las consecuencias de una. Yo…, puede que viera los cadáveres de los Vaciadores. ¿Podría darnos eso más pruebas?
—Nada tan bueno como la lingüística —Navani tomó un sorbo de vino—. Las Desolaciones son asuntos de leyendas antiguas. Podría argumentarse que imaginaste lo que esperabas ver. Pero esas palabras…, si podemos traducirlas, nadie podrá discutir que estás viendo algo real.
Su tablero de escritura yacía en la mesita baja que había entre ellos, la caña y la tinta cuidadosamente dispuestas sobre el papel.
—¿Pretendes hablarles a otros de mis visiones?
—¿Cómo si no explicaremos lo que te está sucediendo?
Dalinar vaciló. ¿Cómo podía explicarlo? Por un lado, era un alivio saber que no estaba loco. ¿Pero y si alguna fuerza estaba intentando desviarlo con estas visiones, usando imágenes de Nohadon y los Radiantes porque las consideraba dignas de confianza?
«Los Caballeros Radiantes cayeron —se recordó—, nos abandonaron. Algunas de las otras órdenes pueden haberse vuelto contra nosotros, como dicen las leyendas.» Había algo inquietante en todo aquello. Tenía otra piedra para reconstruir los cimientos de quién era, pero lo más importante estaba aún por decidir. ¿Confiaba en sus visiones o no? No podía volver a creer en ella a pies juntillas, no ahora que los retos de Adolin le habían causado auténticas preocupaciones.
Hasta que no conociera su origen, consideraba que no debía hablarlo.
—Dalinar —dijo Navani, inclinándose hacia delante—. En los campamentos se habla de tus ataques. Incluso las esposas de tus oficiales se sienten incómodas. Creen que temes a las tormentas, o que tienes alguna enfermedad mental. Esto te reivindicará.
—¿Cómo? ¿Convirtiéndome en una especie de místico? Muchos pensarán que la brisa de estas visiones sopla demasiado cerca de la profecía.
—Ves el pasado, padre —dijo Renarin—. Eso no está prohibido. Y si el Todopoderoso las envía, ¿entonces cómo pueden cuestionarlas los hombres?
—Adolin y yo hemos hablado con los fervorosos —respondió Dalinar—. Dijeron que es muy improbable que esto proceda del Todopoderoso. Si decidimos que las visiones son de fiar, muchos estarán en desacuerdo conmigo.
Navani se echó hacia atrás, bebiendo su vino, la mano segura sobre el regazo.
—Dalinar, tus hijos me han contado que una vez buscaste la Antigua Magia. ¿Por qué? ¿Qué le pediste a la Vigilante Nocturna, y qué maldición te dio a cambio?
—Les dije que la vergüenza es mía. Y que no la compartiré.
Guardaron silencio. Los restos de lluvia tras la tormenta habían dejado de caer sobre el tejado.
—Podría ser importante —dijo Navani por fin.
—Fue hace mucho tiempo. Mucho antes de que comenzaran las visiones. No creo que estén relacionadas.
—Pero podrían estarlo.
—Sí —admitió él. ¿Nunca dejaría de acosarlo ese día? ¿No era suficiente perder la memoria de su esposa?
¿Qué pensaba Renarin? ¿Condenaría a su padre por un pecado tan escandaloso? Dalinar se obligó a levantar la cabeza y mirar a su hijo a la cara.
Curiosamente, Renarin no parecía molesto. Solo pensativo.
—Lamento que tuvieras que descubrir mi vergüenza —dijo Dalinar, mirando a Navani.
Ella hizo un gesto de indiferencia.
—Solicitar la Antigua Magia es ofensivo para los devotarios, pero sus castigos por ello no son nunca severos. Supongo que no tuviste que hacer mucho para expiarlo.
—Los fervorosos pidieron esferas para entregárselas a los pobres —dijo Dalinar—. Y tuve que encargar una serie de oraciones. Nada de eso eliminó mi sentimiento de culpa.
—Creo que te sorprendería cuántos devotos ojos claros recurren a la Antigua Magia en un momento u otro de sus vidas. Los que pueden abrirse paso en el Valle, al menos. Pero me pregunto si esto está relacionado.
—Tía —dijo Renarin, volviéndose hacia ella—. Últimamente he pedido que me lean bastante sobre la Antigua Magia. Estoy de acuerdo con él. Esto no parece obra de la Vigilante Nocturna, que da maldiciones a cambio de conceder pequeños deseos. Siempre una maldición y un deseo. Padre, supongo que sabes cuáles fueron.
—Sí —respondió Dalinar—. Sé exactamente cuál fue mi maldición, y no está relacionada con esto.
—Entonces es improbable que la Antigua Magia tenga la culpa.
—Sí, pero tú tía hace bien al cuestionarlo. La verdad es que no tenemos ninguna prueba de que esto sea cosa del Todopoderoso. Algo quiere que sepa de las Desolaciones y los Caballeros Radiantes. Tal vez deberíamos empezar preguntándonos por qué.
—¿Qué fueron las Desolaciones, tía? —preguntó Renarin—. Los fervientes hablan de los Vaciadores. De la humanidad, y los Radiantes, y de lucha. ¿Pero qué eran realmente? ¿Sabemos tal vez alguna cosa en concreto?
—Hay folkloristas entre las escribanas de tu padre que te informarían mejor de este tema.
—Tal vez —intervino Dalinar—, pero no estoy seguro de en cuál de ellas puedo confiar.
Navani vaciló.
—Muy bien. Por lo que tengo entendido, no quedan relatos de primera mano. Esto fue hace mucho, mucho tiempo. Recuerdo que el mito de Parasaphi y Nadris menciona las Desolaciones.
—Parasaphi —dijo Renarin—. Es la que buscó las piedras-semilla.
—Sí. Para repoblar su pueblo caído, subió a los picos de Dará (el mito cambia y cita cordilleras modernas como los verdaderos picos de Dará) para buscar piedras tocadas por los Heraldos mismos. Se las llevó a Nadris en su lecho de muerte y recogió su semilla para dar vida a las piedras. Engendraron diez hijos, que ella usó para fundar una nueva nación. Marnah, creo que se llamaba.
—Origen de los makabaki —dijo Renarin—. Madre me contó esa historia cuando era niño.
Dalinar sacudió la cabeza.
—¿Nacidos de las rocas?
Las antiguas historias rara vez tenían mucho sentido para él, aunque los devotarios habían canonizado muchas de ellas.
—La historia menciona las Desolaciones al principio —dijo Navani—. Las acusa de haber aniquilado al pueblo de Parasaphi.
—¿Pero qué eran?
—Guerras —Navani tomó un sorbo de vino—. Los Vaciadores venían una y otra vez, intentando expulsar a la humanidad de Roshar y arrojarla a Condenación. Tal como una vez expulsaron a la humanidad (y a los Heraldos) de los Salones Tranquilos.
—¿Cuándo se fundaron los Caballeros Radiantes? —preguntó Dalinar.
Navani se encogió de hombros.
—No lo sé. Tal vez eran algún grupo militar de un reino concreto, o tal vez fueron originalmente una banda de mercenarios. Así sería fácil comprender cómo se convirtieron en tiranos.
—Mis visiones no dan a entender que fueran tiranos —dijo él—. Tal vez ese sea su verdadero propósito. Hacerme creer mentiras sobre los Radiantes. Hacer que confíe en ellos, quizás intentando guiarme para que imite su caída y traición.
—No sé —respondió Navani, escéptica—. No creo que hayas visto nada falso respecto a los Radiantes. Las leyendas tienden a estar de acuerdo en que no siempre fueron tan malos. En la medida en que las leyendas están de acuerdo en algo, al menos.
Dalinar se levantó, cogió la copa vacía de Navani, se acercó a la mesa y la llenó. Descubrir que no estaba loco tendría que haberle ayudado a despejar las cosas, pero en cambio se sentía más perturbado. ¿Y si los Vaciadores estaban detrás de las visiones? Algunas historias que había oído decían que podían poseer los cuerpos de los hombres y hacerlos cometer maldades. O, si eran del Todopoderoso, ¿cuál era su propósito?
—Tengo que pensar en todo esto —dijo—. Ha sido un día largo. Por favor, quisiera quedarme solo ahora.