El cantar de los Nibelungos (30 page)

BOOK: El cantar de los Nibelungos
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—¡Desdichado de mí! qué sufrimiento —exclamó el hijo de Aldriano—. ¡Retroceded ahora, guerreros hunos! Dejadme tomar aire, que el viento me refresque, porque estoy muy fatigado del combate.

Y viose al héroe avanzar resueltamente. Cansado de luchar se precipitó fuera de aquella sala. ¡Cuántas espadas resonaron sobre su casco! Los que no vieron las maravillas hechas por su brazo, se precipitaron al encuentro del guerrero del país de Borgoña.

—Dios quiera —dijo Dankwart— que yo tenga un mensajero, para hacer saber a mi hermano Hagen a qué extremo me reducen los que me atacan. Él me libraría de ellos o caería muerto a mi lado.

Los Hunos le respondieron:

—Tú mismo serás el mensajero cuando te llevemos muerto ante tu hermano. Entonces el hombre de Gunter conocerá por fin el dolor. Tú has causado aquí muchos males al rey Etzel.

—Cesad vuestras amenazas y alejaos de mí —replicó Dankwart—, o inundaré aún de sangre la coraza de más de uno de vosotros. Yo mismo iré a la corte a dar la noticia y me quejaré a mi señor de vuestros furiosos ataques.

Se defendió tan vigorosamente contra los hombres de Etzel, que ya no osaron atacar con la espada. Lanzaron sus picas contra su escudo, que se puso tan pesado, que se vio obligado a dejarlo caer.

Creyeron vencerle ahora que no llevaba escudo, pero les hizo muchas profundas heridas a través de sus cascos. Muchos hombres valientes cayeron a sus pies. El atrevido Dankwart adquirió mucha gloria.

Por ambos lados se precipitaron sobre él, pero más de uno se lanzó demasiado pronto al combate. Corrió ante sus enemigos, como corre el jabalí ante los perros en la selva. ¿Podía mostrarse más valiente?

Señaló su camino humedeciéndole con la sangre que vertía. Jamás un guerrero solo ha combatido sus enemigos mejor que él lo hizo. Se vio al hermano de Hagen dirigirse fieramente hacia la corte.

Los reposteros y escanciadores al oír el ruido de las espadas, dejaron caer de sus manos el vino y las viandas que llevaban a los convidados. Él encontró ante las gradas de la escalera muchos vigorosos enemigos.

—¡Qué es esto! reportaos —dijo el héroe fatigado—, pensad en servir convenientemente a vuestros huéspedes, llevad buenas viandas a esos héroes y dejadme dar noticias a mis queridos señores.

Entre los que confiando en su fuerza, se avanzaron ante los escalones, pegó algunas tan fuertes estocadas, que todos por temor volvieron a las escaleras. Su poderosa fuerza habían hecho grandes prodigios.

CANTO XXXIII De cómo los Borgoñones se batieron contra los Hunos

Cuando el esforzado Dankwart llegó ante la puerta, mandó al acompañamiento de Etzel que se hiciera atrás. Todo su vestido estaba manchado de sangre y en la mano llevaba desnuda su acerada espada.

En el mismo momento en que Dankwart llegaba a la puerta pasaban a Ortlieb el elevado príncipe de mano en mano por la sala sobre las mesas: aquellos terribles acontecimientos causaron la suerte del niño. Dankwart gritó al guerrero:

—Permanecéis sentado mucho tiempo, hermano Hagen, y a Dios del cielo y a vos me quejo de nuestra desgracia; caballeros y escuderos han sido asesinados en sus alojamientos.

—¿Quién ha hecho eso? —contestó el interpelado.

—El guerrero Blodel y los que iban con él, pero he de deciros que lo ha pagado caro: con estas manos he hecho rodar su cabeza.

—Es una desgracia insignificante —respondió Hagen— cuando nos dan una noticia de que un guerrero ha sido matado por un héroe: menos tendrán que sentir las hermosas mujeres.

»Pero decidme, querido hermano, como estáis tan ensangrentado? Me parece que vuestras heridas os causarán gran dolor. ¿Quién os las ha inferido en este país? Aunque el negro demonio venga en su ayuda perderá la vida.

—Como veis, no tengo herida ninguna: mi traje está húmedo de sangre, pero es de las heridas de otros buenos guerreros. He matado a tantos hoy que no podría contarlos aunque me tomaran juramento.

—Hermano Dankwart —dijo él—, guardad la puerta y no dejéis salir a un solo hombre de los Hunos. Quiero hablar a esos guerreros como la necesidad nos obliga a hacerlo: nuestro acompañamiento ha recibido de ellos una indigna muerte.

—Por cuanto soy camarero —dijo el hombre esforzado—, creo que podré servir bien a tan ricos reyes; guardaré esta bajada con honor.

A los guerreros de Crimilda no podía suceder cosa peor.

—Me causa admiración —dijo de nuevo Hagen— lo que aún dicen entre sí los Hunos: creo que bien quisieran prescindir del que guarda la puerta y del que ha traído a los Borgoñones la horrible noticia.

»He oído decir desde hace mucho que Crimilda no podía olvidar las aflicciones de su corazón. Ahora bebamos por el amor y paguemos el vino de Etzel.

A Ortlieb el niño dio tan fuerte tajo Hagen, el valeroso héroe, que la sangre corrió a lo largo de la espada y la cabeza fue a parar a las rodillas de la reina. Entonces principió entre los guerreros una grande y espantosa carnicería.

Dio tan fuerte golpe al camarero que tenía al niño en las manos, que al momento cayó la cabeza a sus pies debajo de la mesa; triste era la recompensa que daba a aquel maestre de la corte.

Vio cerca de la mesa de Etzel a un músico y dirigiéndose hacia él con cólera, dejóle caer la mano derecha sobre la viola:

—Esto es por el mensaje que llevastes a Borgoña.

—¡Ahí ¡mi mano! —exclamó Werbel el músico de Etzel—. Señor Hagen de Troneja, yo ¿qué os he hecho? Yo fui con la mayor buena fe al país de vuestros señores ¿cómo podré hacer resonar los acordes, ahora que he perdido mi mano?

A Hagen le importaba muy poco el que nunca volviera a tocar. Poseído de horrible furor hirió a muchos guerreros del rey Etzel y dejó muertos en la sala a muchos de ellos.

Volker se levantó de la mesa de un salto e hizo crujir en sus manos el arco. El músico de Etzel hacía escuchar sones horribles ¡Oh! ¡cuántos enemigos se hizo entre los fuertes Hunos!

Se levantaron de la mesa los tres ricos reyes: ellos hubieran querido separar a los combatientes, antes que ocurrieran más desgracias. Pero nada pudieron evitar, pues la cólera de Volker y de Hagen era muy grande.

Viendo el rey del Rhin que no podía evitar el combate, hizo también profundas heridas a través de las bruñidas corazas de los enemigos. El héroe era esforzado y lo hizo ver de una manera horrible.

También se lanzó al combate el fuerte Gernot y dio muerte a muchos guerreros Hunos con la acerada espada que le había regalado Rudiguero. Muchos males causó a los guerreros de Etzel.

El más joven de los hijos de la señora Uta se arrojó también en la contienda, y lanzó su brillante jabalina a través de los yelmos de los guerreros del rey Etzel del Huneland. Grandes prodigios realizó la mano del fuerte Geiselher.

Por arrojados que fueran los reyes y sus gentes, siempre se vio a Volker delante de todos, haciendo frente al enemigo; era un héroe valeroso. Hizo rodar a muchos heridos, bañados en su propia sangre.

Con un vigor indecible se defendieron los soldados de Etzel. Los extranjeros lo recorrían todo esgrimiendo a su alrededor las aceradas espadas, y por todas partes se oía espantoso ruido de gritos y lamentos.

Los que estaban fuera, querían entrar al lado de sus amigos, pero avanzaban muy poco hacia la puerta. Los que estaban dentro querían salir de la sala; Dankwart no dejaba a ninguno ni subir ni bajar.

Junto a la puerta se formó una enorme barricada y las espadas crujían al caer sobre los cascos. El fuerte Dankwart estuvo en gran peligro, pero su hermano veló por él con grande afecto. Hagen gritó a Volker en alta voz:

—Compañero, mira allá abajo cómo lucha mi hermano contra muchos Hunos. Salva a mi hermano, amigo mío o perderemos al héroe.

El músico le respondió:

—Inmediatamente lo haré.

Y esgrimiendo el arco comenzó a atravesar la sala: una terrible espada llevaba desnuda en la mano y resonaba a los golpes. Los guerreros del Rhin hacían lo mismo en el interior. Volker el fuerte dijo a Dankwart:

—Habéis sufrido aquí fuertes ataques, y vuestro hermano me encarga que venga en vuestro socorro. Poneos detrás de mí, yo me pondré a la parte de afuera.

Dankwart el atrevido se puso fuera de la puerta, y arrojaba por la escalera a los que se presentaban para subir. Las fuertes espadas resonaban en las manos de los héroes. En el interior hacía lo mismo Volker el borgoñón. Así gritó el fuerte músico por encima de todos:

—La casa está muy bien cerrada, amigo Hagen; han corrido los cerrojos a la puerta del rey Etzel, las manos de los héroes y ellas valen más que mil barras.

Cuando Hagen de Troneja vio la puerta tan bien guardada, el atrevido buen héroe se puso el escudo a la espalda y comenzó a vengar los males hechos a sus amigos. Su cólera era terrible, muchos caballeros perecieron en el combate.

Cuando el señor de Berna vio maravillado que Hagen hendía tantos yelmos, el rey de los Amelungos gritó desde su banco: —Aquí vierte Hagen la más amarga de las bebidas. El rey estaba en gran cuidado, su esposa desolada. ¡Cuántos queridos amigos fueron matados ante sus ojos! El mismo pudo librarse con mucho trabajo de sus enemigos. Estaba sentado con gran angustia: ¿de qué le servía ser rey? Crimilda la rica, gritó a Dietrich:

—Sálvame la vida, noble caballero, por todos los príncipes que habitan el Amelungo, pues si Hagen me alcanza me dará muerte al instante por su mano.

—¿Cómo ayudaros aquí noble reina? —le respondió Dietrich—. Tengo que defenderme yo mismo. Tan grande es la cólera de los que acompañan a Gunter, que en este momento no puedo salvar a ningún amigo.

—En manera alguna, señor Dietrich, noble y buen caballero. Poned hoy de manifiesto vuestro valor y virtud ayudándome a salir, pues si no me darán muerte. Salvadme a mí y al rey, o de lo contrario pereceremos.

—Quiero probar si me es posible ayudaros: ha mucho tiempo que no he visto en parte ninguna a tantos caballeros enfurecidos de esta suerte. ¡Yo veo salir la sangre a través de los yelmos a cada tajo!

Con toda su fuerza comenzó a gritar el caballero en tan alta voz, que resonaba como un cuerno de bisonte, y toda la ciudad retemblaba. La fuerza de Dietrich era horriblemente grande.

Escuchando el rey Gunter gritar a aquel hombre sobre la tempestad, prestó atención y dijo:

—La voz de Dietrich ha llegado a mis oídos: nuestros héroes deben haber matado a alguno de sus guerreros.

»Lo veo sobre la mesa haciendo señas con la mano. Amigos y parientes míos de Borgoña, haced alto en el combate, dejadme escuchar y ver lo que han hecho a Dietrich mis hombres.

Entonces el rey Gunter, mandando y rogando, consiguió que cesaran las espadas en el combate, e hizo aún un esfuerzo mayor para que nadie hiriera. Pidió al de Berna que le dijera lo que ocurría. Le dijo:

—Muy noble Dietrich, ¿qué os han hecho mis amigos? Estoy dispuesto a vengaros, será para mí una amarguísima pena.

—A mí no me han hecho nada —le respondió Dietrich—. Dejadme salir en paz de la sala con mi acompañamiento, y que abandone esta horrible lucha. Siempre os quedaré agradecido, guerrero.

—¿Por qué suplicar tan pronto? —preguntó Wolfhart—. Ese músico ha cerrado la puerta de una manera tan fuerte que no podemos abrirla, tan ancha como es.

—Callaos pronto —le dijo Dietrich—. Estáis haciendo de demonio.

—Quiero permitíroslo —le respondió el rey Gunter—, sacad de la sala muchos o pocos, pero que no sean mis enemigos; ésos deben quedar aquí, pues me han hecho gran mal en el país de los Hunos.

Cuando escuchó esto el de Berna, tomó del brazo a la noble reina cuya angustia era grande; del otro lado tomó a Etzel y salió de la sala. Muchos más guerreros acompañaron a Dietrich.

Así dijo el margrave Rudiguero:

—Si alguno más de los que están en la sala y os sirve quiere salir, hacédnoslo saber: una paz constante debe reinar entre buenos amigos.

A estas palabras su suegro respondió Geiselher:

—Paz y buena fe reinará entre nosotros, pues nos habéis sido fieles vos y vuestra gente. Salid de aquí sin ningún cuidado con vuestros amigos.

Cuando el margrave Rudiguero salió de la sala de Etzel, lo siguieron quinientos hombres o más. Los héroes habían consentido con buena fe, pero luego resultó desgracia para el rey Gunter.

Viendo un guerrero Huno salir al lado de Dietrich al rey Etzel, quiso marchar también, pero el músico le dio tan horrible tajo que su cabeza fue volando a los pies del rey. Cuando el rey del país hubo pasado por Ja puerta de la sala se volvió y dijo mirando fijamente a Volker:

—Terrible desgracia es para mí la llegada de esos huéspedes: ¡por ellos todos mis guerreros tienen que recibir la muerte!

«¡Desgraciada fiesta! —añadió el elevado rey— dentro hay uno que se llama Volker, que se bate como un furioso jabalí y es músico; yo no me he salvado sino librándome de ese demonio.

»Sus cantos son fúnebres, sus acordes sangrientos y a sus sones mueren muchos héroes. No sé porqué nos odia ese músico, pero en la vida he tenido un huésped más malvado.

Dietrich de Berna y el margrave Rudiguero, los dos héroes distinguidos, se fueron a sus alojamientos. No querían mezclarse en el combate y rogaron a sus guerreros que no perturbaran la paz.

Si los extranjeros hubieran sabido todos los males que los dos habían de causarles, no los hubieran dejado salir tan fácilmente del palacio y les hubieran hecho sentir su fuerza.

A todos los que querían los dejaron salir de la sala. Los extranjeros se vengaron de todo lo que les había ocurrido. ¡Cuántos yelmos hizo pedazos el fuerte Volker! El rey Gunter se volvió hacia donde se oía el ruido:

—Hagen, ¿escuchas los cantos que Volker canta a los Hunos cuando se acercan a la puerta? El arco de su viola está empapado de sangre.

—Siento mucho —respondió Hagen— haber estado separado de ese guerrero. Yo era su compañero y él el mío; si volvemos alguna vez quiero ser siempre su amigo.

«Ahora mira, noble rey, como te es fiel Volker; como merece abundantemente tu oro y tu plata. Su arco corta el duro acero y parte sobre los yelmos los adornos que brillan a lo lejos.

«Nunca vi a un músico que combatiera tan bravamente como hoy lo ha hecho Volker, el guerrero valeroso. Sus canciones se escuchan a través de los yelmos y los escudos: buenos caballos debe montar y vestir magníficos vestidos.

De todos los Hunos que estaban en la sala ninguno pudo escapar con vida. Cesó el ruido, pues ninguno sostenía el combate; los fuertes guerreros dejaron las espadas con que habían luchado.

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