El cantar de los Nibelungos (31 page)

BOOK: El cantar de los Nibelungos
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CANTO XXXIV De cómo sacaron los muertos de la sala

Después de tan gran fatiga reposaron los señores, Volker y Hagen salieron del palacio. Se apoyaron en los escudos aquellos bravos, y los dos héroes conversaron largamente. Así dijo Geiselher, el héroe de Borgoña:

—Aun no podemos descansar, queridos amigos: es menester sacar los muertos del palacio, pues en verdad os digo que seremos atacados de nuevo.

»Es menester que no estén bajo nuestros pies durante más tiempo. Antes que en el combate logren vencer los Hunos, les causaremos aún muchas heridas. Esto será para mí —añadió Geiselher— una gran alegría.

—Feliz yo que tengo dos señores —dijo Hagen— El consejo que ahora nos da nuestro joven señor es digno de un héroe distinguido: por esto, Borgoñones, podéis estar contentos.

Siguieron el consejo y sacaron de la sala siete mil muertos, que echaron abajo y que cayeron delante de los escalones. Entonces se escucharon los lamentos angustiosos de sus parientes.

Muchos de ellos tenían heridas tan ligeras que si los hubieran curado se habrían salvado, pero aquella horrible caída les causó la muerte. Sus amigos gimieron, pues era para ellos amarguísima pena. Así habló el músico, el héroe valeroso:

—Ahora veo que es verdad lo que me han dicho; los Hunos son cobardes, lloran como las mujeres; mejor harían si cuidaran a sus heridos.

Escuchando esto un margrave y creyendo que lo decía de verdad, cogió a un pariente suyo que se bañaban en la sangre y quiso llevárselo para curarle las heridas, pero de una lanzada lo tendió muerto el fuerte músico.

Los demás que vieron esto, se alejaron corriendo de la sala y todos maldijeron al músico, pero éste esgrimió la dura y afilada jabalina que uno de los Hunos le había lanzado.

La arrojó lejos, más allá de la multitud, al otro extremo de la población. Además indicó a los de Etzel el extremo de la sala en que debían detenerse. Todos llegaron a temer su horrible fuerza.

Delante del palacio de Etzel permanecían muchos hombres. Volker y Hagen comenzaron a hablar al rey de los Hunos y a decirle cuanto pensaban. Después tuvieron aflicciones aquellos héroes fuertes y buenos.

—Gran consuelo es para los pueblos —dijo Hagen— ver a los reyes tomar parte en sus combates, esto hace aquí cada uno de mis señores: ellos hienden los cascos y hacen correr la sangre por las espadas.

El rey Etzel que era valiente, tomó su escudo.

—No les des tu vida —le dijo Crimilda—, ofrece mejor a los guerreros un escudo lleno de oro; si Hagen te alcanza te dará muerte con sus manos.

El rey era tan valeroso que no quería prescindir del combate, como en nuestro tiempo lo hacen muchos príncipes distinguidos. Tuvieron que retirarlo de allí cogiendo las correas de su escudo.

El furioso Hagen comenzó a burlarse.

—Un parentesco lejano —dijo Hagen haciendo ademanes— une a Etzel con Sigfrido. Amó a Crimilda antes que vos la hubierais visto; cobarde rey Etzel ¿por qué has conspirado en contra mía?

Estas palabras las escuchó la noble reina. La cólera de Crimilda se aumentó al ver que se burlaban de ella en presencia de los guerreros de Etzel. Nuevamente comenzó a maquinar contra los extranjeros. Ella dijo:

—Al que mate a Hagen de Troneja y me traiga de regalo su cabeza, le llenaré de oro el escudo de Etzel y le daré además en recompensa, buenas ciudades y campos.

—Yo no sé por qué tardan tanto —dijo el músico—. No he visto guerreros tan cobardes cuando les ofrecen rica recompensa. Por esto Etzel debía retirarles su gracia.

»Veo permanecer quietos a muchos cobardes que comen el pan del rey y que lo abandonan en can grande aflicción, allí veo a muchos sin vergüenza, que para siempre deben ser execrados.

Así pensaban los mejores de ellos: «Verdad es lo que Volker dice». Pero ninguno se sintió tan enardecido como el margrave Iring, el señor de Daneland y bien pronto lo hizo ver.

CANTO XXXV De cómo murió Iring

El margrave Iring de Daneland gritó:

—Con cuidado guardo mi honor desde hace mucho tiempo, y me he batido valientemente en muchas batallas sostenidas con distintos pueblos. Que me traigan mis armas, quiero batirme con Hagen.

—No os aconsejo tal cosa —le respondió Hagen—. Haced por el contrario que retrocedan los guerreros de Etzel, porque si dos o tres de ellos penetran en la sala, los arrojaré de mala manera desde lo alto.

—Lo que dices no me hará retroceder—le contestó Iring—. Yo me he encontrado en aventuras de mayor peligro, y quiero combatir contigo solo con la espada. De nada te servirá lo atrevido de tus frases.

El valiente Iring se armó muy pronto, así como también Irnfrido el fuerte de Turinga y Hawart el valeroso con mil hombres; ellos se encontraban dispuestos a socorrer a Iring en la empresa.

El músico vio avanzar una apuesta tropa que se aproximaba con Iring; llevaban ceñidos los buenos y brillantes yelmos. El arrogante Volker se sintió poseído de fogosa cólera.

—¿Ves amigo Hagen, cómo se adelanta Iring que ofreció batirse contigo solo con la espada? ¿Mienten aquí los héroes? Desprecio tal manera de obrar; traen consigo mil guerreros o más.

—No me acuses de decir mentira —dijo el vasallo de Hawart—. Estoy pronto a hacer lo que prometí, y el terror no me hará desistir de mi empeño; por terrible que sea Hagen quiero combatir con él.

Rogó Iring a sus parientes y guerreros que lo dejaran combatir solo con el héroe; accedieron con pesar, pues conocían el valor del terrible de Hagen el de Borgoña.

Tanto lo rogó que cedieron al fin, y cuando los de su acompañamiento vieron el decidido ánimo con que buscaba los honores lo dejaron ir. Entre los dos se empeñó un terrible combate.

Iring el de Daneland llevaba levantada la lanza y se encubría con el escudo el valeroso héroe; comenzó a subir los escalones para encontrarse con Hagen en la sala. Los golpes de los combatientes producían un horrible ruido.

Botaron sus lanzas contra los escudos, llegando con ellas hasta las bruñidas armaduras con tal fuerza, que las astas volaron en astillas. Furiosos los héroes, echaron entonces mano a las espadas.

La fuerza del terrible Hagen era muy grande; sobre él asestó Iring dos tajos que se oyeron en toda la ciudad. La sala y las torres retemblaban, pero el guerrero no pudo conseguir lo que se proponía.

Iring dejó a Hagen sin haberlo herido y se dirigió hacia el músico, creyendo que podría derrotarlo con sus terribles golpes, pero aquel esforzado héroe se supo defender bien de aquel ataque.

El músico descargó un golpe con tal violencia que rompió el escudo; dejando entonces a Volker, que era un hombre horrible, se dirigió contra Gunter el rey de Borgoña.

Ambos eran bravos en el combate. Por fuertes que fueran los golpes que Gunter diera a Iring y éste a Gunter, no consiguieron que la sangre brotara de las heridas. Sus armaduras que eran magníficas los preservaban.

Dejó a Gunter y se lanzó contra Gernot, haciendo brotar chispas de su cota de mallas. El fuerte Gernot de Borgoña hirió casi mortalmente al atrevido Iring.

De un salto se alejó el príncipe; era muy ágil. El héroe mató a cuatro nobles del acompañamiento de los señores venidos de Worms sobre el Rhin. Con esto se excitó el furor de Geiselher.

—Juro a Dios, señor Iring —dijo el joven Geiselher—, que me pagaréis la muerte de los que habéis matado.

Se arrojó con tanta fuerza contra el héroe del Daneland que logró derribarlo. Cayó sobre sus manos en la sangre, y todos creyeron que aquel buen guerrero no podía dar un tajo más con su espada en el combate. Ante Geiselher yacía Iring, pero sin herida ninguna.

Con el choque en el yelmo y el ruido de la espada, había perdido el sentido y la fuerza aquel esforzado guerrero y parecía sin vida. Aquello lo había hecho con su fuerza el valiente Geiselher.

Pero cuando pasó la conmoción producida por los golpes sufridos en la cabeza pensó: «Estoy vivo y no tengo herida ninguna; ahora comienzo a conocer la fuerza del noble Geiselher.»

Escuchaba a sus enemigos cerca de sí; si hubieran sabido que vivía lo hubieran rematado. Vio también a Geiselher a su lado y pensaba en la manera de escapar con vida a sus enemigos.

¡Con cuánta fuerza saltó el héroe de la sangre! Con su gran rapidez dio un terrible salto hacia la puerta donde halló a Hagen, sobre el que descargó su férrea mano fuertes golpes.

Hagen pensó: «Es menester que seas de la muerte, y si el demonio no te protege no volverás a escaparte». Iring hirió a Hagen por debajo de la celada de su yelmo; esto lo había hecho el héroe con Waske, que era una buena espada.

Cuando el furioso Hagen sintió la herida, hizo girar en su mano la espada: el vasallo de Hawart tuvo que retroceder, y Hagen siguió persiguiéndolo por la escalera.

Levantó sobre su cabeza el escudo Iring el fuerte, pero aunque aquella escalera hubiera tenido más peldaños, Hagen no le hubiera dejado dar un solo golpe. ¡Cuántas rojas chispas brotaron de sus yelmos!

Iring llegó sin herida hasta donde estaban sus amigos. Crimilda supo la noticia de que el de Troneja había sido herido en el combate; por esto la esposa del rey le dio expresivas gracias.

—¡Dios os lo recompense, Iring, bueno y excelente guerrero; tú animas mi corazón y mi alma. Desde aquí veo enrojecida por la sangre la armadura de Hagen! —Crimilda en su agradecimiento le tomó el escudo de la mano.

—No les des las gracias tan pronto —le gritó Hagen—, si quiere comenzar ahora la lucha, hará lo que debe, y si vuelve a luchar será un hombre valiente. No te alegres de la herida que he recibido.

»Si con la sangre de mi herida veis rojo el arnés, esto me excitará para dar muerte a muchos hombres, mi cólera crece con la primera herida que Iring me ha hecho.

Iring el de Daneland, se puso al aire refrescando su armadura y desatando su yelmo. Toda la gente decía que era fuerte y bueno, por lo que el margrave se sentía orgulloso. Iring gritó entonces:

—Ahora, amigos míos, es menester que me arméis en seguida; quiero ver si puedo domeñar a ese hombre impertinente.

Su escudo estaba agujereado, por lo que le dieron uno mejor. Inmediatamente el guerrero se encontró mejor armado que la primera vez; cogió con furiosa cólera una fuerte lanza, la que en su odio quería esgrimir contra Hagen, pero fue recibido de una ruda manera.

Hagen el valeroso no lo esperó; saltó la escalera saliendo a su encuentro lanzando una jabalina y esgrimiendo su espada; terrible era su cólera. Para nada le sirvió a Iring el guerrero, su fuerza.

Golpeaban de tal modo sus escudos que parecían iluminados por rojas llamas. El vasallo de Hawart recibió de la espada de Hagen una terrible herida a través del yelmo y del escudo; ya no vivió más.

Cuando Iring el héroe sintió la herida, el fuerte hombre levantó el escudo hasta el casco. Le parecía que el rajo recibido era mortal, pero aun le dio uno mayor el guerrero del rey Gunter.

Hagen vio a sus pies una lanza tendida; la esgrimió contra Iring del Daneland con tal fuerza, que el asta le atravesó la cabeza. Terrible muerte le había dado Hagen.

Iring tuvo que retirarse hacia sus Daneses, y antes que pudieran quitarle el caso tuvieron que sacarle la lanza de la cabeza; estaba próximo a morir, su parientes lloraron, grande era la aflicción de ellos.

Llegó la esposa del rey y se inclinó sobre él, llorando al fuerte Iring, afligida por sus heridas. Así dijo ante sus parientes aquel guerrero fuerte y vigoroso:

—Dejad vuestro doloroso llanto, muy noble reina. ¿Para qué sirven vuestras lágrimas? Tengo que perder la vida por las heridas que he recibido. La muerte no me quiere dejar más tiempo a vuestro servicio y al de Etzel. —Luego dirigiéndose a los de Turinga y a los Daneses—: Nunca reciban vuestras manos los regalos de la reina, ni toméis su oro rojo; y si atacáis a Hagen es lo mismo que si corrierais ante la muerte.

En sus pálidas mejillas tenía los signos de la muerte Iring el valeroso; todos los que estaba allí sentían pena por la muerte del héroe de Hawart; los Daneses querían comenzar de nuevo el combate.

Irnfrido y Hawart se dirigieron contra el palacio con mil guerreros; por todas partes se escuchaba un grande y terrible ruido. ¡Oh, cuántas flechas se lanzaron contra los Borgoñones!

Irnfrido el fuerte se dirigió hacia el músico, pero recibió grave daño de su mano: el noble músico hirió al margrave a través de su templado yelmo; su furor era indecible.

Él hirió al valiente músico, de tal modo que la armadura del guerrero brilló como si en el arnés tuviera una roja hoguera. A pesar de todo, el músico dio muerte al margrave.

Hagen y Hawart se habían encontrado y el que logró verlos pudo admirar maravillas. Las espadas se agitaban con rapidez en las manos de los Borgoñones.

Cuando los de Turinga y los Daneses vieron muertos a su señor, comenzó ante el palacio una horrorosa lucha antes de que llegaran a la puerta con sus fuertes brazos. Allí quedaron agujereados muchos yelmos y escudos.

—Atrás —exclamó Volker—, dejadlo entrar en la sala que ellos no conseguirán jamás lo que han pensado: aquí perecerán en poco rato y con la muerte ganarán lo que les ofreció la reina.

Cuando los valerosos penetraron en la sala, muchos perdieron la cabeza y fueron muertos por los golpes. A muchos mató el fuerte Gernot y lo mismo hizo Geiselher el héroe.

Mil cuatro habían entrado en el palacio: las espadas en rápidos molinetes despedían chispas. Todos los que habían entrado fueron muertos por los extranjeros; de los Borgoñones podrían contarse maravillas.

Cesó el tumulto y reinó el silencio; la sangre de los guerreros muertos corría por las aberturas y por los caños que daban salida a las aguas. Esto habían hecho los del Rhin con su terrible fuerza.

Sentáronse para descansar los Borgoñones y dejaron sus escudos y sus espadas. Allí delante del palacio se estaba el fuerte músico esperando que alguno lo invitara al combate.

El rey lloraba desesperado y lo mismo hacía la reina; doncellas y mujeres sentían turbada el alma. La muerte me parece que se había conjurado contra ellos; pronto los extranjeros les hicieron perder muchos más guerreros.

CANTO XXXVI De cómo la reina mando incendiar la sala

—Ahora aflojad vuestros cascos —dijo Hagen el héroe—, yo y mi compañero velaremos por vosotros y si los guerreros de Etzel quieren combatir nuevamente, avisaré a mis señores lo más pronto posible.

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