Read El cantar de los Nibelungos Online
Authors: Anónimo
—¿Cuánto tiempo vais a permanecer aquí, dejándoos estrujar? Id pronto a la corte y procurad saber cuáles son las intenciones del rey.
Los valientes guerreros se comenzaron a reunir. Dietrich de Berna, tomó de la mano al rico Gunter de Borgoña; Irnfrido tomó la de Gernot el fuerte caballero, y viose ir hacia la corte a Geiselher con su suegro.
De cualquier modo que fueran, no se separaron Volker y Hagen hasta la muerte, sino en un solo combate. Por esto lloraron pesarosas nobles mujeres.
Viose ir hacia la corte a los reyes con su acompañamiento de mil fuerte guerreros; además los sesenta héroes que había escogido en su país el valeroso Hagen.
Hawart e Iring, dos notables guerreros, marchaban el uno al lado del otro acompañando a los reyes. Después iban Dankwart y Wolfhart un héroe distinguido, que en altas virtudes excedían a los demás.
Cuando el rey del Rhin entró en el palacio, Etzel el rico no permaneció sentado. Se levantó de su asiento al verlos llegar, y nunca hasta entonces habían tenido mejor recibimiento los reyes.
—Bienvenidos para mí, señor Gunter, señor Gernot y vos su hermano Geiselher. Os hice ofrecer con afección y lealtad mis servicios en Worms sobre el Rhin; bienvenido sea también todo vuestro acompañamiento.
»Seáis también bienvenidos a este país para mi esposa vosotros valientes guerreros, Volker el fuerte y vos señor Hagen. Ella os envió muchos mensajeros al Rhin.
Así le contestó Hagen de Troneja.
—Ya lo he sabido. Si no hubiera venido con mis señores al país de los Hunos, lo habría hecho sólo por tener este honor.
Entonces el noble rey tomó a sus amados huéspedes de la mano y los condujo a los asientos que tenían preparados. Escanciaron con la mejor voluntad a los extranjeros, hidromel, moral y vino en copas de oro, y manifestaron contento por la feliz llegada de los guerreros.
—Puedo aseguraros —dijo el rey Etzel—; que nada me podía ser tan agradable en este mundo como el que vosotros, héroes, hayáis llegado. También la reina desechará la tristeza que posee.
«Muchas veces me preguntaba con extrañeza qué os podía haber hecho, yo que a tantos huéspedes he recibido en este país, para que no quisierais venir a mi reino. Para mí es un gran placer ver aquí a mis amigos.
Así le respondió Rudiguero, el caballeros altivo:
—Podéis recibirlos bien; su buena fe es grande: los hermanos de mi señora han querido honraros, pues han traído en su compañía muchos nobles héroes.
En los días con que media el estío, habían llegado los jefes a la corte del rey Etzel. Nunca se había oído decir que un buen rey hubiera recibido a sus huéspedes con más cariño.
Llegada la hora se dirigió a la mesa con ellos.
Nunca un rey fue tan espléndido con sus huéspedes. Diéronles que beber y que comer en abundancia, y dispuestos estaban a darles cuanto pudieran desear. De aquellos héroes se habían contado grandes maravillas.
El altivo Etzel había empleado en una morada sus cuidados, su dinero y mucho trabajo: había hecho construir en una gran población su palacio con muchas torres y un magnífico salón, que muchos guerreros venían a visitar en todos tiempos. Además del acompañamiento se hallaban cerca del rey, doce ricos y elevados reyes y muchos valientes guerreros que estaban allí en todo tiempo.
Jamás un rey tuvo cerca de sí tanta gente. Rodeado de sus parientes y vasallos, disfrutaban de una felicidad sin límites. Aquel buen jefe sentía el alma alegre con el ruido de los torneos que celebraban muchos atrevidos héroes.
El día caminaba a su fin; se aproximaba la noche. Los guerreros fatigados del camino se preocupaban por saber dónde hallarían un lecho y cuándo reposarían. De esto habló Hagen y lo tuvieron pronto.
Gunter dijo al rey:
—Dios os conceda la felicidad. Queremos retirarnos a dormir, despedidnos y si lo mandáis volveremos mañana temprano.
El rey se despidió contento de los extranjeros. Se vio a los extranjeros ir deprisa por todas partes. Volker el fuerte, dijo a los Hunos:
—¿Cómo os atrevéis a pasar delante de esos guerreros? Si volvéis a hacerlo os sucederá una desgracia.
«Dispararé sobre cualquiera de vosotros tan fuerte flechazo que si tiene algún amigo fiel lo llorará sin remedio. Vosotros debéis andar detrás de nuestros guerreros, esto es lo que debéis hacer. Todos somos guerreros, pero no todos tienen igual valor.
En tanto con gran cólera hablaba así el músico, el fuerte Hagen miró hacia atrás y dijo:
—El valiente músico os aconseja bien: volved a vuestros aposentos, soldados de Crimilda.
»Me parece que ninguno llevará a cabo lo que ha pensado, pero si queréis comenzar, esperad a mañana temprano. Dejadnos reposar ahora, pues somos extranjeros. Me parece que nunca los caballeros obrarían de otro modo.
Condujeron a los extranjeros a una espaciosa sala donde habían preparado para todos los guerreros lechos muy cómodos, anchos y largos. Contra ellos meditaba Crimilda grandes pesares.
Se veían allí muchas colchas de riquísimos tejidos y suntuosos cortinajes de Hermelin y Lobel, más brillantes que la luz del día. Nunca un rey ni su acompañamiento tuvieron morada tan rica.
—¡Oh! Desgraciado nuestro aposento de esta noche —dijo Geiselher el joven—, y desgraciados los amigos que nos han acompañado, pues aunque mi hermana nos ha invitado con tanto agasajo, temo que por su causa nos den aquí muerte.
—No tengáis cuidado —le respondió Hagen al héroe—, yo mismo quiero hacer esta noche centinela, y creo que podré protegeros hasta que sea de día. Estad sin temor; luego cada uno saldrá como pueda.
Al escuchar esto, todos le dieron las gracias. Después se retiraron a los lechos y no tardaron mucho los héroes en quedarse dormidos. Hagen el fuerte se comenzó a armar. El músico, el valeroso Volker, le dijo:
—Si no te opones, amigo Hagen, quiero hacer guardia en tu compañía hasta que brille la aurora.
El guerrero le dio las gracias con cariño. Ambos se ciñeron las brillantes armaduras, y cada cual embrazó su escudo; salieron del salón y se colocaron ante la puerta donde velaron por sus compañeros con gran lealtad.
Volker el valiente apoyó su escudo contra el muro de la sala y entró en ella para coger su laúd. Después hizo con sus amigos lo que convenía a un héroe tan magnánimo.
Sentóse en una piedra a la puerta del palacio. Nunca se había oído a un músico tan notable. Hirió las cuerdas de su instrumento y sacó sones tan dulces, que los extranjeros le dieron las gracias.
Las cuerdas resonaban en toda la sala, pues su habilidad y su fuerza eran iguales. Comenzó a tocar más suave y más melodiosamente y muchos guerreros cuidadosos se durmieron.
Cuando vio que estaban dormidos, embrazó de nuevo el escudo y saliendo del salón se colocó ante la puerta para guardar a los Borgoñones de los guerreros de Crimilda.
Hacia la media noche o más (no puedo decirlo de cierto), Volker el esforzado vio brillar en la tinieblas unos yelmos. Los guerreros de Crimilda deseaban atacar a los extranjeros. Antes de enviar a los suyos, Crimilda les había dicho:
—Si por gracia de Dios os los encontráis, os ruego que no matéis más que al traidor Hagen; dejad la vida a ios demás.
—Amigo Hagen —dijo el músico—, nos conviene luchar juntos contra el peligro. Me parece que se acercan unos guerreros y si no me engaño quieren atacarnos.
Un guerrero Huno vio que en la puerta había centinela y dijo el atrevido.
—Debemos desechar nuestro propósito; el músico está de guardia en la entrada.
»Lleva en la cabeza un yelmo brillante duro y bruñido, fuerte y de una sola pieza. Su coraza brilla también como el fuego. A su lado está Hagen: los extranjeros tienen buena guardia.
Se retiraron inmediatamente. Cuando lo advirtió Volker, dijo con cólera a su compañero:
—Déjame que vaya detrás de esos guerreros; Ies preguntaré noticias de la gente de Crimilda.
—Si me quieres no hagas tal cosa —le replicó Hagen al momento—. Si os alejáis de la sala tal vez os ataquen esos guerreros hasta tal punto que me será necesario acudir a vuestra defensa aunque cueste la muerte a todos mis parientes.
»Cuando los dos estemos en la pelea, dos o cuatro de ellos se arrojarán al momento sobre esta habitación y asesinarán a nuestros amigos de modo que jamás podremos olvidarlo.
—Hagamos por lo menos de modo que comprendan que los hemos visto —respondió en seguida Volker—, a fin de que los hombres de Crimilda no puedan negar que han querido ser desleales con nosotros.
El músico gritó a los Hunos:
—¿A dónde vais armados de ese modo, atrevidos guerreros? ¿Vais de merodeo, acompañantes de Crimilda? Si es así iremos en vuestra ayuda yo y mi compañero de armas.
Nadie dijo una palabra; por lo cual se puso furioso.
—¡Oh! ¡malvados cobardes! —exclamó el buen héroe—. ¿Habéis querido asesinarnos durante nuestro sueño? Rara vez ha sucedido semejante desgracia a guerreros tan bravos.
Dieron a la reina la noticia de que nada habían hecho sus enviados: ¡se afligió con razón! Ella pensó en otros medios, pues su alma estaba furiosa. Quería hacer morir a guerreros fuertes y buenos.
—De tal modo siento frío en mi arnés —dijo Volker—, que pienso que la noche no debe durar mucho. Por lo frío del aire opino que no tardará en ser de día.
Velaron por los muchos que aún dormían. La brillante mañana iluminó a los extranjeros en la sala. Hagen comenzó a despertar a los guerreros para que fueran a misa a la iglesia. Según las costumbres cristianas, las campanas comenzaron a tañer.
Se escuchaban distintos cantos, marcándose así la diferencia entre cristianos y paganos. La gente de Gunter quería ir a la iglesia; todos habían dejado el lecho al mismo tiempo.
Avanzaron los guerreros llevando trajes tan magníficos como nunca los habían llevado héroes. Hagen experimentó pena y dijo:
—Aquí es menester gastar otros vestidos, pues bien sabéis lo que sucede. En vez de rosas hay que llevar en las manos las espadas; en lugar de capacetes adornados, los brillantes y bien templados yelmos. Ya sabemos cuál es el ánimo de Crimilda.
»Tai vez tengamos que combatir, quiero que lo sepáis. En vez de túnicas de seda, vestios buenos tabardos; y en vez de ricas capas, llevad vuestros acerados escudos: si alguno os ataca, que podáis defenderos.
»Mis queridos señores y amigos, id a la iglesia y rogad a Dios con todo corazón por vuestros cuidados y penas pues estad seguros de que se acerca vuestra muerte.
»No olvidéis nada de lo que habéis hecho y sed ante Dios humildes y sumisos. Quiero que sepáis, valerosos guerreros que si el Dios del cielo no os salva, no volveremos a oír misa.
Los príncipes y sus gentes se dirigieron a la iglesia. El terrible Hagen hizo que se detuvieran junto al santo cementerio para que no se separaran y les dijo:
—Nadie sabe todavía lo que nos pasará con los Hunos.
»Dejad, amigos míos, vuestros escudos a los pies
y
si alguno os hiciera el saludo con hostilidad, causarle heridas mortales; este es el consejo de Hagen. Así aprenderán que sabéis portaros de una manera digna de encomio.
Volker
y
Hagen fueron a colocarse ambos ante la anchurosa iglesia. Hacían esto porque sabían que la reina tenía que pasar por allí. Sentían terrible furia en su alma.
Llegaban ya el soberano del reino y su hermosa esposa, cubiertos los cuerpos con suntuosos trajes y acompañados de muchos esforzados guerreros que formaban su séquito. La caballería de Crimilda levantaba el polvo del camino
Cuando el rico rey vio armados a los príncipes y a los de su acompañamiento, dijo:
—¿Cómo es que mis amigos llevan sus yelmos? Esto me causa pena, a fe mía, pues no los he ofendido.
»Os daré satisfacción de la manera que os parezca buena. Si os ha causado alguien pesar en el corazón o en el alma, le haré saber que me ha ofendido. Cuanto pidáis estoy dispuesto a concedéroslo.
A estas palabras respondió Hagen:
—Nadie nos ha hecho mal, pero es costumbre de mis señores permanecer armados durante tres días en todas las fiestas. Si alguien nos ofendiera lo haríamos saber a Etzel.
La reina comprendió lo que Hagen quería decir y miró al héroe con rencorosos ojos. A pesar de todo, no dijo cuál era la costumbre en su país, aunque mucho tiempo hacía que conocía a los Borgoñones.
Por grande y fuerte que fuera la cólera de la reina, si cualquiera hubiera dado a Etzel noticias de lo que pasaba hubiera evitado lo que sucedió después, pero por grande orgullo nadie quería confesarlo.
Crimilda se dirigió a la iglesia rodeada de la multitud, y los dos compañeros no quisieron ceder un paso de la anchura de dos manos; esto causó gran pesar a los Hunos. Ella se vio obligada a rozar con los fuertes guerreros.
A los camareros de Etzel no pareció bien esto. Si se hubiesen atrevido a ello habrían provocado el furor de los guerreros ante el noble rey. La multitud se apretó mucho, pero no hubo nada más.
Cuando terminó el servicio divino, e iban a salir, llegaron a caballo muchos Hunos. Al lado de Crimilda se veían muchas hermosas doncellas y más de siete mil caballeros acompañaban a su reina.
Crimilda, con sus mujeres, estaba sentada a la ventana al lado de Etzel, lo cual le agradaba mucho. Quería ver pasar a caballo a los héroes esforzados. ¡Oh! ¡cuántos altivos caballeros pasaron ante ella por la corte!
El mariscal había llegado con sus caballos. El fuerte Dankwart llevaba todo el acompañamiento que sus señores habían traído de Borgoña. Admiraron las monturas que llevaban los caballos de los Nibelungos.
Los príncipes y sus guerreros habían ido a caballo; el atrevido Volker les comenzó a aconsejar que hicieran un torneo como tenían por costumbre en su reino. Los guerreros comenzaron entonces a esgrimir armas.
No se arrepintieron de hacer lo que el héroe les aconsejaba: el ruido de los choques de las lanzas se hizo muy grande. En la corte se reunieron muchos hombres, a los que también comenzaron a mirar Etzel y Crimilda.
Llegaron al torneo diferentes hombres, guerreros de Dietrich, para encontrarse con los extranjeros. Querían justar con los Borgoñones y con placer lo hubieran hecho si le hubieran dado permiso.
¡Oh! ¡qué de buenos caballeros habían ido con ellos! Hicieron saber al héroe Dietrich que no permitiera a los suyos justar con el acompañamiento de Gunter; temía por sus gentes y esto era una desgracia.