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Authors: Jasper Fforde

Tags: #Aventuras, #Humor, #Policíaco

El caso Jane Eyre (17 page)

BOOK: El caso Jane Eyre
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—Lamento oírlo.

—Ya antes he perdido amigos —dijo Bowden; su voz nunca dejaba el ritmo normal de habla que empleaba—, pero él era un colega y amigo íntimo, y con alegría hubiese dado mi vida por la suya.

Se frotó ligeramente la nariz; era el único signo externo de emoción que había manifestado.

—Me considero un hombre espiritual, señorita Next, aunque no soy religioso. Por espiritual me refiero a que siento que tengo el bien en mi alma y me inclino por seguir el curso de acción correcto dado un conjunto prescrito de circunstancias. ¿Comprende?

Asentí.

—Dicho lo cual, sigo teniendo
muchos
deseos de acabar con la vida de la persona que cometió ese acto atroz. Últimamente he estado practicando en el campo de tiro y ahora llevo siempre una pistola conmigo; mire…

—Muéstremela más tarde, señor Cable. ¿Tienen alguna pista?

—Ninguna. Nada en absoluto. No sabemos a quién veía o por qué. Tengo contactos en Homicidios; tampoco saben nada.

—Disparar seis veces a la cara indica una persona con una pasión jubilosa por el cumplimiento de sus obligaciones —le dije—. Incluso si Crometty hubiese llevado una pistola no creo que hubiese cambiado nada.

—Podría tener razón —suspiró Bowden—. No se me ocurre ni una sola vez que se haya tenido que sacar una pistola durante una investigación literaria.

Estuve de acuerdo. Diez años atrás, en Londres, también había sido así. Pero el gran negocio y las inmensas cantidades de dinero por la venta y distribución de obras literarias habían atraído a grandes elementos criminales. Conocía al menos a cuatro detectives literarios de Londres que habían muerto cumpliendo con su deber.

—Las cosas se están poniendo violentas. No es como en las películas. ¿Oyó lo del disturbio surrealista ocurrido en Chichester la pasada noche?

—Vaya que sí —respondió—. Antes de que pase mucho tiempo Swindon tendrá problemas similares. La facultad de arte casi se encuentra con un disturbio entre manos el año pasado cuando el decano despidió a un profesor que en secreto había animado a los estudiantes a abrazar el expresionismo abstracto. Querían acusarlo bajo la ley de Interpretación del Medio Visual. Huyó a Rusia, creo.

Miré la hora.

—Tengo que ir a ver al comandante de OpEspec.

Bowden permitió que una extraña sonrisa recorriese sus rasgos serios.

—Le deseo buena suerte. Si me permite que le ofrezca un consejo, mantenga oculta su automática. A pesar de la muerte de James, el comandante Hicks no quiere ver a los detectives literarios permanentemente armados. Cree que nuestro sitio está detrás de una mesa.

Le di las gracias, dejé la automática en la gaveta y recorrí el pasillo. Llamé dos veces y un joven secretario me invitó a pasar. Le di mi nombre y me pidió que esperase.

—El comandante no tardará mucho. ¿Le apetece una taza de café?

—No, gracias.

El secretario me miró con curiosidad.

—Dicen que ha venido desde Londres para vengar la muerte de Jim Crometty. Dicen que ha matado a dos hombres. Dicen que la cara de su padre puede parar el tiempo. ¿Es cierto?

—Depende del punto de vista. Los rumores de oficina empiezan rápido, ¿verdad?

Braxton Hicks abrió la puerta de su despacho y me indicó que pasase. Era un hombre alto y delgado, con un enorme bigote y piel gris. Tenía ojeras; no parecía que durmiese mucho. La estancia era mucho más austera de la de cualquier comandante que hubiese visto nunca. Varias bolsas de golf se apoyaban contra la pared, y podía ver que una alfombra de práctica de golf había sido apartada a toda prisa.

Me sonrió afable y me ofreció asiento antes de sentarse él mismo.

—¿Cigarrillos?

—No fumo, gracias.

—Yo tampoco.

Me miró durante un momento y tamborileó con sus largos dedos sobre la mesa inmaculadamente limpia. Abrió un expediente que tenía delante y leyó en silencio durante un momento. Estaba leyendo mi expediente de OE-5; evidentemente, él y Analogy no se llevaban lo bastante bien como para compartir información entre departamentos.

—Operativo Thursday Next, ¿eh? —Sus ojos recorrieron los puntos pertinentes de mi carrera—. Vaya carrera. Policía, Crimea, se vuelve a unir a la policía, y luego se traslada a Londres en el 75. ¿Por qué?

—Avanzar profesionalmente, señor.

Braxton Hicks gruñó y siguió leyendo.

—OpEspec durante ocho años, dos veces elogiada. En préstamo reciente a OE-5. Su estancia con esa división ha sido muy censurada, sin embargo, aquí dice que fue herida en acción.

Me miró por encima de las gafas.

—¿Devolvió el fuego?

—No.

—Bien.

—Disparé primero.


No
tan bien.

Braxton se acarició el bigote, pensativo.

—Era usted Operativo de Grado I en la oficina de Londres trabajando en Shakespeare, nada menos. Muy prestigioso. Sin embargo, cambia todo eso por un puesto de operativo de grado III en un lugar apartado como éste. ¿Por qué?

—Los tiempos cambian, y nosotros cambiamos con ellos, señor.

Braxton refunfuñó y cerró el expediente.

—Aquí en OpEspec mi responsabilidad no es sólo para los detectives literarios, sino también para Robo de Arte, Vampirismo y Licantropía, CronoGuardia, Antiterrorismo, Orden Civil y la perrera. ¿Juega al golf?

—No, señor.

—Una pena, una pena. ¿Por dónde iba? Oh, sí. De todos esos departamentos, ¿sabe a cuál temo más?

—No tengo ni idea, señor.

—Se lo diré. A ninguno. Lo que más temo son las reuniones regionales de presupuesto de OpEspec. ¿Comprende lo que eso significa, Next?

—No, señor.

—Significa que cuando uno de ustedes trabaja horas extras o realiza una petición especial, yo me salgo del presupuesto y la cabeza me empieza a doler justo
aquí
. —Se señaló la sien izquierda—. Y no me gusta. ¿Comprende?

—Sí, señor.

Volvió a coger mi expediente y lo agitó en mi dirección.

—Oí que tuvo un problema en la gran ciudad. Otros operativos murieron. Aquí estamos hablando de una pecera totalmente diferente, sabe. Nos ganamos la vida procesando datos. Si quiere arrestar a alguien, que lo haga un policía de uniforme. Nada de correr por ahí disparándole a los malos, nada de horas extras y definitivamente nada de operaciones de vigilancia de veinticuatro horas. ¿Comprende?

—Sí, señor.

—Ahora, sobre Hades.

El corazón me dio un salto; había pensado que de todas las cosas,
eso
lo habrían censurado.

—¿Debo entender que cree que sigue con vida?

Pensé durante un momento. Mis ojos miraron el informe que sostenía Hicks. Adivinó mis pensamientos.

—Oh, eso no está aquí, cariño. Puede que yo sea un comandante paleto de provincias, pero tengo mis fuentes. ¿Cree que sigue con vida?

Sabía que podía confiar en Victor y Bowden, pero en cuanto a Hicks no estaba segura. No creía que debiese arriesgarme.

—Un síntoma de estrés, señor. Hades está muerto.

Tiró mi expediente en la bandeja de salida, se recostó en la silla y se frotó el bigote, gesto del que evidentemente disfrutaba.

—Entonces, ¿no ha venido para intentar encontrarle?

—¿Por qué iba a estar Hades en Swindon si siguiese con vida, señor?

Braxton pareció inquieto durante un momento.

—Exacto, exacto.

Sonrió y se puso en pie, indicando que la entrevista había terminado.

—Bien, adelante. Un consejo. Aprenda a jugar al golf; descubrirá que es un juego gratificante y relajante. Aquí tiene una copia del presupuesto del departamento y aquí tiene una lista de todos los campos de golf de la zona. Estúdielos. Buena suerte.

Salí y cerré la puerta.

El secretario levantó la vista.

—¿Mencionó el presupuesto?

—No creo que mencionase nada más. ¿Tienes una papelera?

El secretario sonrió y la empujó con el pie. Sin mayor ceremonia, arrojé el pesado documento.

—Bravo —dijo el secretario.

Estaba a punto de abrir la puerta para irme cuando un hombre bajo vestido con un traje azul la atravesó sin mirar. Leía un fax y chocó conmigo antes de pasar directamente a la oficina de Braxton sin decir ni una palabra. El secretario me observaba para comprobar mi reacción.

—Bien, bien —murmuré—. Jack Schitt.

—¿Le conoce?

—No socialmente.

—Tiene tanto encanto como una tumba abierta —dijo el secretario, a quien evidentemente le caía bien desde que tiré el presupuesto—. Mantente alejada de él. Goliath, ya sabes.

Miré la puerta cerrada del despacho de Braxton.

—¿Qué hace aquí?

El secretario se encogió de hombros, me dedicó un guiño conspirativo y dijo muy significativa y lentamente:

—Traeré los cafés y eran
dos
de azúcar para ti, ¿no?

—No gracias, para mí no.

—No, no —respondió—.
Dos
de azúcar,
DOS
de azúcar.

Señalaba el intercomunicador sobre su mesa.

—¡Por amor del cielo! —explotó—. ¿Tengo que deletrearlo?

Por fin caí. El secretario me dedicó una cálida sonrisa y salió corriendo por la puerta. Me senté con rapidez, moví la palabra marcada como Dos en el intercomunicador y me acerqué para escuchar.

—No me gusta que no llame, señor Schitt.

—Estoy devastado, Braxton. ¿Sabe ella algo sobre Hades?

—Dice que no.

—Miente. Está aquí por algún propósito. Si yo doy primero con Hades, podremos librarnos de ella.

—Deja el
plural
, Jack —dijo Braxton irritado—. Por favor, recuerda que he ofrecido mi total cooperación a Goliath, pero trabajas bajo mi jurisdicción y sólo tienes los poderes que yo te concedo. Poderes que puedo revocar en cualquier momento. Lo hacemos a mi modo o no lo hacemos. ¿Comprendes?

Schitt ni se inmutó. Respondió de forma condescendiente.

—Claro que sí, Braxton, siempre que tú comprendas que si esto sale mal, la Corporación Goliath te considerará personalmente responsable.

Volví a sentarme ante mi mesa vacía. Parecía que en esa oficina pasaban muchas cosas que se me escapaban. Bowden me colocó la mano sobre el hombro y yo di un salto.

—Lo siento, no pretendía pillarla por sorpresa. ¿Recibió el discurso sobre el presupuesto del comandante?

—Y más. Jack Schitt entró en su despacho como si fuese el dueño de todo esto.

Bowden se encogió de hombros.

—Considerando que pertenece a Goliath, es posible que lo sea.

Bowden recogió la chaqueta del respaldo de la silla y se la dobló cuidadosamente sobre el brazo.

—¿Adónde vamos? —pregunté.

—A almorzar, luego a comprobar una pista sobre el robo
Chuzzlewit
. Lo explicaré por el camino. ¿Tiene coche?

Bowden no se mostró muy impresionado al ver el Porsche multicolor.

—No es lo que uno usaría para pasar desapercibido.

—Al contrario —respondí—, ¿quién podría pensar que un detective literario conduciría un coche así? Además,
tenía
que conducirlo.

Se subió al asiento del pasajero y miró a su alrededor ligeramente desdeñoso por el interior espartano.

—¿Algún problema, señorita Next? Se me ha quedado mirando.

Ahora que Bowden ocupaba el asiento del pasajero, comprendí de pronto dónde le había visto antes. Había sido el pasajero cuando el coche había aparecido frente a mí en el hospital. Efectivamente, los acontecimientos empezaban a alinearse.

13

Almuerzo con Bowden

«Bowden Cable es el tipo de operativo honrado y fiable que forma la columna vertebral de OpEspec. Nunca ganan distinciones o medallas, y el público no los conoce en absoluto. Cada uno de ellos vale por diez como yo.»

T
HURSDAY
N
EXT

Una vida en OpEspec

Bowden me guió a un restaurante de carretera en la vieja calle Oxford. Me pareció una elección curiosa para almorzar; los asientos eran de un plástico duro de color naranja, y las mesas amarillentas cubiertas de melanina empezaban a levantarse por los bordes. Las ventarías estaban casi opacas por la suciedad y las cortinas de nailon colgaban pesadamente a causa de los depósitos de grasa. Del techo colgaban varios papeles cazamoscas, habiendo perdido hacía mucho tiempo la capacidad de atrapar nada, y las moscas que tenían pegadas hacía tiempo que se habían convertido en polvos. Alguien se había esforzado porque el interior fuese ligeramente más alegre pegando algunas fotografías apresuradamente recortadas de antiguos calendarios; sobre la chimenea colgaba una foto firmada del equipo de fútbol inglés de 1978, acompañada de muchas otras cosas y un jarrón lleno de flores de plástico.

—¿Estás seguro? —pregunté, sentándome con cuidado frente a una mesa cerca de la ventana.

—La comida es buena —respondió Bowden, como si eso fuese lo único importante.

Una camarera masticando chicle se acercó a la mesa y nos colocó los cubiertos. Tenía unos cincuenta años y vestía un uniforme que bien podría haber sido de su madre.

—Hola, señor Cable —dijo con un tono plano que sólo manifestaba una ligera indicación de interés en la voz—, ¿todo bien?

—Muy bien, gracias. Lottie, me gustaría presentarte a mi nueva compañera, Thursday Next.

Lottie me miró de forma curiosa.

—¿Algún parentesco con el capitán Next?

—Era mi hermano —dije en voz alta, como si quisiese que Lottie tuviese claro que no me avergonzaba la relación—, y no hizo lo que dicen que hizo.

La camarera me miró durante un momento, como si quisiese decir algo pero no se atreviese.

—Entonces, ¿qué van a tomar? —preguntó en su lugar, con alegría forzada. Presentía que la camarera había perdido a alguien en la Carga.

—¿Cuál es el especial? —preguntó Bowden.

—Soupe d’Auverge au Fromage —respondió Lottie—, seguido de Rojoes Cominho.

—¿Qué es eso? —pregunté.

—Es cerdo frito y luego cocido a fuego lento con comino, cilantro y limón —respondió Bowden.

—Suena genial.

—Dos especiales y una jarra de agua mineral.

Asintió, garabateó una nota y me dedicó una sonrisa triste antes de irse.

Bowden me miró con interés. Con el tiempo habría acabado dándose cuenta de que había estado en el ejército. Se me notaba por todas partes.

—Veterana de Crimea, ¿eh? ¿Sabes que el coronel Phelps está en la ciudad?

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