Read El caso Jane Eyre Online

Authors: Jasper Fforde

Tags: #Aventuras, #Humor, #Policíaco

El caso Jane Eyre (20 page)

BOOK: El caso Jane Eyre
10.9Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Bowden pensó en llamar pero no se molestó en hacerlo. Abrió la puerta sin hacer ruido y entramos.

Sturmey Archer era un personaje de aspecto frágil que había pasado demasiado tiempo en instituciones penales como para saber cuidar adecuadamente de sí mismo. Sin una hora de baño asignada, no se lavaba, y sin comidas fijadas, pasaba hambre. Llevaba gafas gruesas, prendas que no hacían juego y un rostro que era un paisaje lunar de acné curado. Se ganaba la vida moldeando bustos de escritores famosos en yeso de París, pero llevaba a las espaldas demasiada historia mala como para mantenerse en el buen camino. Otros criminales le extorsionaban para que les ayudase, y Sturmey, un hombre débil para empezar, no podía resistir demasiado. No era sorprendente por tanto que de sus cuarenta y seis años, sólo veinte los hubiese pasado en libertad.

En el interior del taller nos encontramos con un banco de trabajo grande sobre el que había colocado como quinientos bustos de treinta centímetros de alto de Will Shakespeare, todos ellos en diversos estados de compleción. Una enorme cuba de yeso de París se encontraba vacía junto a un estante que contenía veinte moldes de goma; parecía que Sturmey había recibido un gran pedido.

Archer en sí se encontraba al fondo del taller disfrutando de su segunda profesión, reparar máquinas Will-Speak. Nos acercamos mientras tenía metida la mano en la espalda de un Otelo.

La tosca laringe del maniquí chasqueó mientras Sturmey realizaba algunos ajustes menores.

Es la razón, es la razón,
(clic)
pero no derramaré ni una gota de su sangre,
(clic)
ni marcaré esa piel suya más blanca que la nieve…

—Hola, Sturmey —dijo Bowden.

Sturmey dio un salto y cortocircuitó los controles de Otelo. El muñeco abrió los ojos como platos y lanzó un grito aterrorizado de
¡ALABASTRO SEPULCRAL!
antes de quedar flácido. Sturmey miró a Bowden con furia.

—¿Arrastrándose en la noche, señor Cable? No es muy propio de un detective literario, ¿no?

Bowden sonrió.

—Digamos que estoy redescubriendo las alegrías del trabajo de campo. Ésta es mi nueva compañera, Thursday Next.

Archer me dedicó un gesto de suspicacia. Bowden siguió hablando:

—¿Oíste lo de Jim Crometty, Sturmey?

—Lo oí —respondió Archer fingiendo tristeza.

—Me preguntaba si no tendrías algo de información que quisieses comunicarnos.

—¿Yo?

Señaló los bustos de yeso de Will Shakespeare.

—Mírelos. Cinco por cada uno para una compañía japonesa que quiere diez mil. Los japoneses han levantado una réplica a siete octavos de Stratford-upon-Avon cerca de Yokohama y se mueren por esta mierda. Cincuenta mil, Cable, ésa es la literatura que me gusta.

—¿Y el manuscrito
Chuzzlewit?
—pregunté yo—. ¿Qué opinas de él?

Dio un salto visible mientras yo hablaba.

—No me interesa —dijo de forma muy poco convincente.

—Escucha, Sturmey —dijo Bowden, que había percibido el nerviosismo de Archer—, lamentaría mucho, pero mucho, tener que llevarte para interrogarte por esa estafa de
Cardenio
.

El labio inferior de Archer se puso a temblar; sus ojos se movían entre nosotros con ansiedad.

—No sé
nada
, señor Cable —gimió—. Además, no sabe usted lo que él haría.

—¿
Quién
haría
qué
, Sturmey?

Luego lo oí. Un
clic
leve detrás de nosotros. Empujé a Bowden frente a mí; tropezó y cayó encima de Sturmey, quien emitió un gritito ahogado por la detonación de una escopeta disparándose en un espacio cerrado. Tuvimos suerte; el disparo alcanzó la pared donde habíamos estado. Le dije a Bowden que permaneciese en el suelo y me agaché detrás del banco, intentando quedar a distancia del asaltante. Cuando llegué al otro lado del taller, alcé la vista y vi a un hombre vestido con un sobretodo negro sosteniendo una escopeta de doble cañón. Me vio y me agaché mientras un disparo hacía que me lloviesen fragmentos de Shakespeare. La conmoción del disparo había puesto en marcha un maniquí de Romeo, que entonaba suplicante:
Se ríe de las heridas aquel que jamás las ha recibido. ¡Pero alto! ¿Qué luz ahí ilumina?…
hasta que un segundo disparo de la escopeta lo silenció. Miré a Bowden, quien se limpió el yeso del pelo y sacó el revólver. Atravesé corriendo el taller hasta la pared de enfrente, agachándome justo cuando el asaltante disparaba de nuevo, una vez más destrozando las estatuas que Archer había pintado cuidadosamente. Oí que el revólver de Bowden disparaba dos veces. Me puse en pie y disparé al atacante, quien se había refugiado en la oficina; mis disparos sólo lograron astillar la madera del marco de la puerta. Bowden volvió a disparar y su bala rebotó en una escalera en espiral de hierro forjado y dio a una máquina Will-Speak de Lord y Lady Macbeth; empezaron a susurrarse mutuamente sobre la conveniencia de asesinar al rey. Entreví a un hombre atravesando la estancia para atraparnos por detrás. Le vi claramente cuando se detuvo, pero justo en ese momento Sturmey Archer se puso en pie entre nosotros, bloqueándome el tiro. No podía creerlo.

—¡Felix7! —gritó Archer desesperadamente—. ¡Debes ayudarme! El doctor Müller dijo…

Archer, por desgracia, había comprendido mal las intenciones de Felix7, pero tuvo poco tiempo para lamentarlo porque el asaltante lo despachó rápidamente a corta distancia, volviéndose luego para escapar. Bowden y yo debimos de disparar simultáneamente; Felix7 consiguió dar tres pasos antes de trastabillar por los disparos y caer pesadamente contra algunas cajas.

—¡Bowden! —grité—. ¿Estás bien?

Respondió ligeramente inseguro pero afirmativamente. Avancé lentamente hacia la figura caída, que respiraba a ráfagas cortas, mirándome en todo momento con una cara desconcertantemente tranquila. Le di una patada a la escopeta y luego pasé una mano por su abrigo mientras sostenía mi pistola a unos centímetros de su cabeza. Encontré una automática en una funda bajo el hombro y una Walther PPK en un bolsillo interior. Había un cuchillo de treinta centímetros y una Derringer pequeña en los otros bolsillos. Bowden llegó a mi lado.

—¿Archer? —pregunté.

—Finito.

—Conocía a este payaso. Le llamó Felix7. También mencionó algo sobre un doctor Müller.

Felix7 me sonrió mientras le sacaba la cartera.

—¡James Crometty! —exigió Bowden—. ¿Le mataste?

—Mato a mucha gente —susurró Felix7—. No recuerdo nombres.

—Le disparaste seis veces en la cara.

El moribundo sonrió.


Eso
sí lo recuerdo.

—¡Seis veces! ¿Por qué?

—Sólo me quedaban seis balas —fue la simple respuesta.

Bowden le dio al gatillo de su revólver a cinco centímetros de la cara de Felix7. Por suerte para Bowden, el gatillo cayó sin causar daño en la parte posterior de una bala ya disparada. Lanzó la pistola a un lado, agarró al moribundo por las solapas y lo agitó.

—¿QUIÉN ERES? —exigió.

—Ni siquiera me conozco a mí mismo —dijo Felix7 plácidamente—. Creo que una vez estuve casado; y tenía un coche azul. Había un manzano en la casa donde crecí y creo que tenía un hermano llamado Tom. Los recuerdos son vagos y poco definidos. No temo nada porque no concedo valor a nada. Mi trabajo se ha ejecutado. He servido a mi amo; nada más tiene mayor consecuencia.

Logró una sonrisa apagada.

—Hades tenía razón.

—¿Sobre qué?

—Sobre
usted
, señorita Next. Es usted una adversaria digna.

—Muere tranquilo —le dije—. ¿Dónde está Hades?

Sonrió por última vez y negó lentamente con la cabeza. Yo había intentado cerrar sus heridas mientras él agonizaba, pero sin éxito. Respiró con más trabajo y finalmente dejó de hacerlo.

—¡Mierda!

—¡Es
señor
Schitt
[6]
para usted, Next! —dijo una voz a nuestra espalda.

Nos volvimos para ver a mi segunda persona menos favorita y a dos de sus gorilas. No parecía estar de muy buen humor. Con el pie, empujé subrepticiamente la cartera de Felix7 bajo un banco de trabajo y me puse en pie.

—Háganse a un lado.

Hicimos lo que nos dijo. Uno de los hombres de Schitt se agachó y buscó el pulso de Felix7. Miró a Schitt y negó con la cabeza.

—¿Alguna identificación?

El gorila empezó a cachearlo.

—Esta vez la ha jodido de verdad, Next —dijo Schitt con una furia apenas oculta—. Mi única pista está muerta. Cuando acabe con usted, tendrá suerte si le dan trabajo colocando conos en la M4.

Sumé dos y dos.

—Usted
sabía
que estábamos aquí, ¿no?

Me miró con furia.

—El tipo podría habernos llevado hasta el jefe y
él
tiene algo que queremos —afirmó Schitt.

—¿Hades?

—Hades ha muerto, señorita Next.

—Y una mierda, Schitt. Usted sabe tan bien como yo que Hades está vivo y en perfecto estado. Lo que tiene Hades pertenece a mi tío. Y si conozco a mi tío, antes preferiría destruirlo para siempre que vendérselo a Goliath.

—Goliath no compra, Next. Goliath
apropia
. Si su tío ha desarrollado una máquina que puede ayudar en la defensa de su país, entonces tiene el deber de compartirla.

—¿Vale la vida de dos agentes?

—Eso seguro. Todos los días mueren agentes de OpEspec por nada. Si podemos, debemos hacer lo posible por que sus muertes valgan la pena.

—¡Si Mycroft muere por culpa de su negligencia, juro por Dios…!

Jack Schitt no se mostró impresionado.

—Realmente no tiene ni idea de con quién está hablando, ¿verdad, Next?

—Hablo con alguien cuya ambición ha superado a su moral.

—Incorrecto. Habla con Goliath, una empresa que en su corazón tiene sobre todo lo mejor para Inglaterra; todo lo que ve a su alrededor lo ha recibido este país por la benevolencia de Goliath. ¿Es de extrañar que la Corporación espere algo de gratitud a cambio?

—Si Goliath es tan egoísta como sugiere, señor Schitt, entonces no debería esperar
nada
a cambio.

—Bonitas palabras, señorita Next, pero el dinero es siempre el factor decisivo en todas las cuestiones de política moral; nunca se hace nada que no esté motivado por el comercio o la avaricia.

Podía oír las sirenas que se acercaban. Schitt y sus dos gorilas se fueron con rapidez, dejándonos a nosotros con los cuerpos de Felix7 y Archer. Bowden se volvió hacia mí.

—Me alegra que esté muerto y me alegra que fuese yo el que disparase el gatillo. Creía que sería difícil pero no sentí ni la más mínima vacilación.

Lo dijo como si fuese una experiencia interesante, no otra cosa; como si acabase de bajar de la montaña rusa de un parque de atracciones y le describiese la experiencia a un amigo.

—¿Suena mal? —añadió.

—No —le aseguré—. En absoluto. Hubiese seguido matando hasta que alguien le detuviese. No hay ni que pensarlo más.

Me agaché y recogí la cartera de Felix7. Examinamos el contenido. Había lo que esperarías encontrar, como billetes, sellos, recibos y tarjetas de crédito; pero era todo papel blanco; las tarjetas de crédito no eran más que trozos de plástico blanco con ceros donde habitualmente van los números.

—Hades tiene sentido del humor.

—Mira esto —dijo Bowden, señalando las huellas digitales de Felix7. Borradas con ácido. Y esto, esta cicatriz que baja por el borde del cuero cabelludo.

—Sí —admití—, puede que ni siquiera sea su cara.

Hubo un chirrido de ruedas en el exterior. Dejamos las armas y alzamos las placas para evitar cualquier malentendido. El agente al mando era un hombre seco llamado Franklin que en la cafetería de la comisaría había oído historias ligeramente distorsionadas sobre la nueva detective literaria.

—Usted debe de ser Thursday Next. He oído cosas. Detective literaria, ¿eh? Un buen bajón desde OE-5, ¿no?

—Al menos, llegué hasta allá arriba.

Franklin rezongó y miró los dos cuerpos.

—¿Muerto?

—Mucho.

—Los detectives literarios se están volviendo personas de acción. No puedo recordar la última vez que un detective literario disparase un arma con ganas. Que no se convierta en costumbre, ¿vale? No queremos que Swindon se convierta en un campo de muerte. Y si quiere un consejo, tómeselo con tranquilidad con Jack Schitt. Hemos oído que el tipo es un psicópata.

—Gracias por el consejo —dije—. No me había dado ni cuenta.

Eran más de las nueve cuando al fin nos permitieron irnos. Victor se había presentado para hacernos algunas preguntas lejos de los oídos de la policía.

—¿Qué repámpanos pasa? —preguntó—. Braxton me ha estado gritando por el teléfono durante media hora; se necesita algo muy importante para apartarle del club de golf AGM. Quiere un informe completo del incidente sobre su mesa a primera hora de la mañana.

—Fue Hades —dije—. Jack Schitt estaba aquí con la intención de seguir a uno de los asesinos de Acheron después de que se encargase de nosotros.

Victor me miró durante un momento y estaba a punto de hacer un comentario cuando llegó una llamada por la radio de un agente que precisaba ayuda. Era la inconfundible voz de Spike. Fui a coger el micrófono, pero Victor me agarró por la muñeca con una velocidad asombrosa. Me miró con gravedad.

—No, Thursday. Con Spike no.

—¡Pero es un agente que precisa ayuda…!

—No se implique. Spike va por su cuenta y es mejor así.

Miré a Bowden, quien asintió para dar su acuerdo y dijo:

—Los poderes de la oscuridad no son para cualquiera, señorita Next. Creo que Spike lo comprende. Oímos su llamada de vez en cuando, pero a la mañana siguiente le vemos en la cafetería, tan regular como un reloj. Sabe lo que hace.

La radio calló; el canal era abierto y quizás entre sesenta y setenta agentes habían oído la llamada. Nadie había respondido.

La voz de Spike volvió a aparecer en las ondas.

—¡Por amor de Dios, chicos…!

Bowden hizo un movimiento para apagar la radio pero yo le detuve. Me metí en el coche y activé el micro.

—Spike, habla Thursday. ¿Dónde estás?

Victor agitó la cabeza.

—Fue agradable conocerla, señorita Next.

Los miré a los dos con furia y conduje a la noche.

Bowden fue hasta donde estaba Victor.

—Toda una mujer —murmuró Victor.

BOOK: El caso Jane Eyre
10.9Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Decent Proposal by Kemper Donovan
The Winter People by Jennifer McMahon
The Case of the Baited Hook by Erle Stanley Gardner
Another Chance by Cooper, Janet
Silk Stalkings by Diane Vallere
The Inn at the Edge of the World by Alice Thomas Ellis