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Authors: Jasper Fforde

Tags: #Aventuras, #Humor, #Policíaco

El caso Jane Eyre (22 page)

BOOK: El caso Jane Eyre
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El Ritz tenía un aspecto mucho más desvencijado. Dudaba incluso de que lo hubiesen vuelto a pintar desde la última vez que estuve allí. Las molduras de yeso pintadas de dorado que rodeaban el escenario estaban polvorientas y sucias, el telón manchado con la lluvia que se había colado. En quince años no se había representado ninguna otra obra excepto
Ricardo III
, y el teatro en sí no disponía de compañía, simplemente personal entre bastidores y un apuntador. Todos los actores se escogían de entre el público, que había visto la obra tantas veces que se la sabía del revés y del derecho. La elección de actores normalmente se realizaba media hora antes de empezar.

Ocasionalmente algunos actores y actrices experimentados realizaban apariciones especiales, aunque nunca anunciándolo de antemano. Si estaban libres un viernes por la noche, quizá después de una representación en uno de los otros tres teatros de Swindon, bien podrían venir y ser seleccionados por el director como una dádiva del momento para el público y el elenco. Justo la semana pasada, un Ricardo III del pueblo se encontró interpretando frente a Lola Vavoom, que ahora mismo aparecía en una versión musical de
Sin compromiso en Ludlow
en el Crucible de Swindon. Para él había sido todo un regalo; durante un mes no tuvo que pagar la cena.

Landen me esperaba en el exterior del teatro. Quedaban cinco minutos para que se levantase el telón y el director ya había escogido a los actores, más uno en la reserva por si alguien tenía un tremendo ataque de nervios y empezaba a vomitar en el inodoro.

—Gracias por venir —dijo Landen.

—Sí —respondí, besándole en la mejilla y respirando con fuerza su loción para después del afeitado. Era Bodmin; reconocí los olores terrosos.

—¿Cómo te fue en el primer día? —preguntó.

—Secuestro, vampiros, maté a un sospechoso, perdí un testigo frente a un pistolero, Goliath intentó asesinarme, y se me pinchó una rueda. La mierda habitual.

—¿Una rueda pinchada? ¿En serio?

—La verdad es que no. Esa parte me la inventé. Escucha, lamento lo de ayer. Creo que me estoy tomando el trabajo un poco excesivamente en serio.

—Si no fuese así —admitió Landen con sonrisa de comprensión—, la verdad es que empezaría a preocuparme. Vamos, es casi la hora de empezar.

Me tomó el brazo con un gesto familiar que me gustaba y me llevó dentro. Los asistentes charlaban haciendo ruido, los trajes de vivos colores de los actores que no habían sido escogidos daban al público un aire de gala para la ocasión. Sentí la electricidad en el aire y me di cuenta de lo mucho que lo había echado de menos. Encontramos los asientos.

—¿Cuándo fue la última vez que viniste? —pregunté una vez que nos pusimos cómodos.

—Contigo —me respondió Landen, poniéndose en pie y aplaudiendo como un loco al abrirse el telón tras una alarma chillona. Yo hice lo mismo.

Un presentador con una capa negra ribeteada de rojo se deslizó para salir al escenario.

—Bienvenidos todos vosotros, amantes de Will fans de R3, al Ritz de Swindon, donde esta noche (redoble de tambor), para su DELECTACIÓN, para su GRATIFICACIÓN, para su EDIFICACIÓN, para su ANIMACIÓN, para su SHAKESPEARIFICACIÓN, representaremos la obra de Will,
Ricardo III
, para el público, al público, ¡POR EL PÚBLICO!

La multitud vitoreó y él alargó los brazos para calmarles.

—¡Pero antes de empezar…! ¡¡¡Demos un gran aplauso a Ralph y Thea Swanavon que asisten por ducentésima vez!!!

La multitud aplaudió mientras Ralph y Thea subían al escenario. Iban vestidos como Ricardo y lady Ana, e hicieron reverencias y saludos al público, que lanzó flores al escenario.

—¡Ralph ha interpretado a Ricardito el mierda en veintisiete ocasiones y a Clearance el escalofriante en doce; Thea ha sido lady Ana en treinta y una ocasiones y Margaret en ocho!

El público golpeó con los pies y silbó.

—Por tanto, para conmemorar este bicentenario, ¡actuarán uno frente al otro por primera vez!

Los dos se inclinaron e hicieron una reverencia una vez más mientras el público aplaudía y el telón se cerraba, se atascaba, se abría ligeramente y volvía cerrarse.

Hubo una pequeña pausa y luego el telón volvió a abrirse, para mostrar a Ricardo a un lado del escenario. Cojeó de un lado a otro de las tablas, mirando al público con malevolencia por encima de una nariz postiza especialmente desagradable.

—¡Histriónico! —gritó alguien al fondo.

Ricardo abrió la boca para hablar y todo el público soltó al unísono:

—¿
Cuándo
es el invierno de nuestro descontento?


Ahora
—respondió Ricardo con una sonrisa cruel—
es el invierno de nuestro descontento…

Los vítores llegaron hasta las arañas de luces del techo. La obra había empezado. Landen y yo vitoreamos también.
Ricardo III
era una de esas obras que podía derogar la ley de reducción del beneficio; se podía disfrutar una y otra vez.


… convertido en glorioso verano por este hijo de York
—siguió diciendo Ricardo, cojeando hasta un extremo del escenario.

Al oír la palabra «verano», seiscientas personas se pusieron gafas de sol y miraron al astro imaginario.

—… y todas las nubes que habían descendido sobre nuestra casa yacen enterradas en el profundo seno del océano…

—¿
Cuándo
se ciñeron nuestras frentes? —aulló el público.


Ahora están nuestras frentes ceñidas por coronas victoriosas
—añadió Ricardo, pasando completamente del público.

Debíamos de haber asistido como treinta veces a este espectáculo e incluso ahora podía verme formando con la boca las palabras de los actores.


… con el lascivo deleite de un laúd…
—siguió diciendo Ricardo, pronunciando «laúd» con voz muy alta mientras varios miembros del público ofrecían sugerencias alternativas.

—¡Piano! —gritó alguien cerca de nosotros.

—¡Gaita! —dijo otro.

Alguien del fondo, que había perdido por completo la oportunidad gritó en voz alta «¡Eufonio!» en mitad de la siguiente línea, que quedó ahogada cuando el público aulló: «¡Elige una carta!» mientras Ricardo decía que él
«no estaba formado para las trucos atléticos…»
.

Landen me miró y sonrió. Yo le devolví la sonrisa instintivamente. Me lo estaba pasando bien.


Yo que estoy toscamente estampado…
—murmuró Ricardo, mientras el público se dedicaba a patalear el suelo con un estruendo que reverberó por todo el auditorio.

Landen y yo jamás habíamos querido subir a las tablas y nunca nos habíamos molestado en disfrazarnos. La producción era el único espectáculo del Ritz; el resto de la semana estaba vacío. Entusiastas actores aficionados y fans de Shakespeare venían desde todo el país para participar, y el lleno siempre era completo. Unos años antes, una compañía francesa representó la obra en francés para recibir unos aplausos extáticos; una compañía fue a Sauvignon unos meses después para devolver el gesto.

—…y tan contrahecho y tan poco popular, que los perros me ladran…

El público ladró con fuerza, provocando un alboroto como si fuese la hora de comer en la perrera. En el exterior, varios gatos callejeros recién llegados al vecindario se asustaron, mientras que los más veteranos se dedicaban miradas de suficiencia.

La obra continuó, con los actores realizando un gran trabajo y el público respondiendo con ocurrencias que iban desde lo inteligente, pasando por lo esotérico hasta lo definitivamente vulgar. Cuando Clarence explicó que el rey estaba convencido de que:

—…por la letra «G» los suyos serán desposeídos…

El público aulló:

—¡Gloucester empieza por G, tonto!

Y cuando la dama Ana tenía a Ricardo de rodillas frente a ella con la espada en su propia garganta, el público la animó a matarle; y justo antes de que uno de los sobrinos de Ricardo, el joven duque de York, aludiese a la joroba de Ricardo:

—Tío, mi hermano se burla de ti y de mí; porque yo soy pequeño como un mono, ¡¡¡él cree que tú deberías cargarme a hombros…!!!

El público aulló:

—¡No menciones la joroba, niño!

Y después de que lo hiciese:

—¡La Torre! ¡La Torre!

La obra era la versión abreviada de Garrick y duró sólo unas dos horas y media; en el campo de Bosworth, la mayor parte del público acabó en el escenario, ayudando a recrear la batalla. Ricardo, Catesby y Richmond tuvieron que terminar la obra en el pasillo mientras la batalla continuaba allá arriba. Un caballo rosa (dos hombres disfrazados), apareció justo en su momento cuando Ricardo se ofreció a cambiar su reino por tal bestia, y la batalla acabó al fin en el vestíbulo. A continuación, Richmond tomó como su Isabel a una de las chicas del puesto de helados y siguió con el discurso final en el balcón con el público abajo recibiéndole como nuevo rey de Inglaterra, los soldados que habían luchado del bando de Ricardo proclamando su nueva lealtad. La obra terminó con Richmond diciendo:

—¡Dios diga Amén!

—¡Amén! —repitió la multitud entre aplausos.

Había sido un buen espectáculo. El elenco había realizado muy buen trabajo y por suerte en esta ocasión no había habido ningún herido de importancia durante Bosworth. Landen y yo nos fuimos rápido y encontramos mesa en un café al otro lado de la calle. Landen pidió dos cafés y nos miramos.

—Tienes buen aspecto, Thursday. Has envejecido bastante mejor que yo.

—Tonterías —respondí—. ¡Mira estas arrugas…!

—Arrugas por la risa —afirmó Landen.

—No hay nada
tan
divertido.

—¿Vas a quedarte definitivamente? —me preguntó de pronto.

—No lo sé —respondí. Bajé la vista. Me había prometido a mí misma que no me sentiría culpable por irme, pero…—. Depende.

—¿De…?

Le miré y alcé una ceja.

—… de OpEspec.

El café llegó justo en ese momento y sonreí con alegría.

—Bien, ¿cómo te ha ido a ti?

—Me ha ido bien —dijo, y luego añadió en tono más bajo—. También me he sentido solo. Muy solo. Tampoco es que esté haciéndome más joven. ¿Cómo
has
estado tú?

Quería decirle que yo también me había sentido sola, pero algunas cosas no se pueden decir con facilidad. Quería decirle que lo que él había hecho seguía sin parecerme bien. Perdonar y olvidar está muy bien, pero nadie iba a perdonar y olvidar a mi hermano. El nombre de Anton era puro lodo y el único responsable era Landen.

—He estado bien. —Me lo pensé—. En realidad, no.

—Te escucho.

—Ahora mismo lo estoy pasando mal. En Londres perdí a dos colegas. Persigo un lunático que el mundo cree muerto, Mycroft y Polly han sido secuestrados, siento el aliento de Goliath en el cuello y puede que el comandante regional de OpEspec se quede con mi placa. Como puedes ver, las cosas van geniales.

—Comparado con Crimea, esto no es nada, Thursday. Eres más fuerte que toda esa mierda.

Landen vertió tres de azúcar en el café y yo volví a mirarle.

—¿Tienes la esperanza de que volvamos a estar juntos?

Le tomó por sorpresa una pregunta tan directa. Se encogió de hombros.

—No creo que realmente nos separásemos del todo.

Sabía exactamente a qué se refería. Espiritualmente, nunca lo estuvimos.

—No puedo disculparme más, Thursday. Perdiste un hermano, yo perdí a algunos buenos amigos, a todo mi pelotón y una pierna. Sé lo que Anton significa para ti, pero le vi indicar el valle equivocado al coronel Brobisher justo antes de que avanzase la columna blindada. Fue un día de locos con circunstancias dementes, pero sucedió, ¡y tuve que decir lo que vi…!

Le miré directamente a los ojos.

—Antes de ir a Crimea, creía que la muerte era lo peor que podía pasarle a alguien. Pronto comprendí que eso no era más que el principio. Anton murió; eso puedo aceptarlo. La gente muere en la guerra; es inevitable. Vale, también fue una debacle militar de proporciones increíbles. Eso también pasa de vez en cuando. En Crimea ya había pasado varias veces antes.

—¡Thursday! —me imploró Landen—. ¡Lo que dije era cierto!

Me volví contra él con furia.

—¿Quién sabe lo que es la verdad? La verdad es aquello que nos resulta más cómodo. ¡El polvo, el calor, el ruido! Independientemente de lo que sucediese ese día, la verdad es lo que la gente lee ahora en los libros de historia. ¡Lo que tú le contaste a la comisión militar! Podría ser que Anton cometiese un error, pero no fue el único ese día.

—Le vi señalar el valle equivocado, Thursday.

—¡Él nunca hubiese cometido ese error!

Sentí una furia que no había sentido en diez años. A Anton le habían echado la culpa de todo, así de simple. Los líderes militares habían logrado una vez más escapar a sus responsabilidades y el nombre de mi hermano había entrado en la memoria nacional y en los libros de historia como el del hombre que perdió la Brigada Ligera Blindada. El oficial al mando y Anton habían muerto los dos en la carga. Sólo había quedado Landen para contar la historia.

Me levanté.

—¿Vuelves a irte, Thursday? —dijo Landen sardónico—. ¿Va a ser siempre así? Tenía la esperanza de que te hubieses tranquilizado, que hubiésemos ganado algo de todo este desastre, que todavía quedase amor suficiente como para que pudiese funcionar.

Le miré con furia.

—¿Qué hay de la lealtad, Landen? ¡Era tu mejor amigo!

—Y aun
así
dije lo que dije. —Landen suspiró—. Algún día tendrás que aceptar que Anton la cagó. Eso pasa, Thursday. Eso pasa.

Le miré fijamente y él me miró fijamente.

—¿Podremos
superarlo
alguna vez, Thursday? Me gustaría saberlo con cierta prisa.

—¿Prisa? ¿Qué prisa? No —respondí—, no, no, no podremos. ¡Lamento que hayas malgastado tu precioso tiempo de mierda!

Salí corriendo del café, con los ojos llorosos, y furiosa conmigo misma, furiosa con Landen y furiosa con Anton. Pensé en Snood y Tamworth. Tendríamos que haber esperado a los refuerzos; Tamworth y yo la jodimos entrando y Snood la jodió enfrentándose a un enemigo que sabía le superaba física y mentalmente. A todos nos había podido la emoción de la caza; era el tipo de decisión impetuosa que Anton habría tomado. Yo misma lo había sentido en una ocasión en Crimea y también entonces me había odiado por ello.

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