El caso Jane Eyre (13 page)

Read El caso Jane Eyre Online

Authors: Jasper Fforde

Tags: #Aventuras, #Humor, #Policíaco

BOOK: El caso Jane Eyre
7.77Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Alto un segundo, tío —dije—. ¿No te revocaron la Clonacencia después de aquel incidente con los langostinos?

—Una pequeña confusión —dijo con un gesto desdeñoso de la mano—. Esos idiotas de OpEspec 13 no tienen ni idea del valor de mi trabajo.

—¿Que es…? —pregunté, todo curiosidad.

—Métodos cada vez más pequeños de almacenar información. Recopilé los mejores diccionarios, tesauros y listas de vocabulario, así como estudios gramaticales, morfológicos y etimológicos, de la lengua inglesa, y lo codifiqué todo en el ADN del pequeño cuerpo del gusano. Los llamo HiperGusalibros. Creo que estarás de acuerdo conmigo en que se trata de un logro asombroso.

—Estoy de acuerdo. Pero ¿cómo se accede a la información?

La cara de Mycroft cambió por completo.

—Como dije, es un logro asombroso con un pequeño inconveniente. Sin embargo, los acontecimientos se precipitaron; algunos de mis gusanos escaparon y se reprodujeron con otros codificados con un conjunto completo de referencias enciclopédicas, históricas y biográficas; el resultado fue una nueva variedad a la que llamé HiperGusalibrosDoblePlusMejor. Esos chicos son las
verdaderas
estrellas del espectáculo.

Sacó una hoja de papel de una gaveta, rompió una esquina y escribió la palabra «asombroso» en el trocito.

—Esto te dará una
pequeña idea
de lo que pueden hacer estas criaturas.

Diciéndolo, dejó caer el trozo de papel en la pecera. Los gusanos no perdieron el tiempo y rodearon con rapidez el trocito. Pero en lugar de comérselo, se limitaron a conglomerarse a su alrededor, retorciéndose animadamente y explorando al intruso aparentemente con gran interés.

—En Londres tuve un terrario de gusanos, tío, y tampoco les gustaba el papel…

—Calla —murmuró mi tío, y me indicó que me acercase más.

¡Pasmoso!

—¿Qué dices? —pregunté, algo perpleja; pero tan pronto como miré al rostro sonriente de Mycroft me di cuenta de que no era él quien hablaba.

¡Sorprendente!,
dijo la voz en un murmullo bajo
. ¡Increíble! ¡Portentoso! ¡Prodigioso!

Fruncí el ceño y miré a los gusanos, que se habían reunido formando una bola pequeña alrededor del trozo de papel que pulsaba ligeramente.

¡Maravilloso!,
murmuraron los gusalibros
. ¡Extraordinario! ¡Fantástico!

—¿Qué opinas? —preguntó Mycroft.

—Gusanos de sinónimos… Tío, ¡nunca dejas de asombrarme!

Pero de pronto Mycroft se puso mucho más serio.

—Es más que un bio-tesauro, Thursday. Estas criaturitas pueden hacer cosas que apenas creerías.

Abrió un armario y sacó un libro grande de cuero que llevaba «PP» grabado en oro en el lomo. La cubierta estaba extremadamente decorada y venía con una tremenda banda de metal para cerrarlo. En la parte delantera había varios indicadores y botones, válvulas e interruptores, ciertamente tenía un
aspecto
impresionante, pero no todos los dispositivos de Mycroft tenían una utilidad inmediatamente compatible con su aspecto. A principio de los setenta había desarrollado una máquina extraordinariamente hermosa que no hacía nada más interesante que predecir con pasmosa precisión el número de pepitas en una naranja sin abrirla.

—¿Qué es? —pregunté.

—Esto —empezó a decir Mycroft, sonriendo ampliamente e hinchando el pecho de orgullo— es un…

Pero no pudo terminar. En ese preciso instante Polly anunció desde la puerta:

—¡La cena!

Mycroft salió corriendo, murmurando algo sobre cómo esperaba que fuesen salchichas de lata y diciéndome que apagase las luces al salir. Me quedé sola en el taller vacío. Ciertamente, Mycroft se había superado.

¡Deslumbrante!
, fue el acuerdo de los gusalibros.

La cena fue un asunto amigable. Teníamos mucho en lo que ponernos al día, y mi madre tenía muchas cosas que contarme sobre la Federación de Mujeres.

—El año pasado conseguimos recaudar siete mil libras para los huérfanos de la CronoGuardia —dijo.

—Está muy bien —respondí—. OpEspec siempre agradece las contribuciones, aunque para ser justos, hay otras divisiones en peor situación que la CronoGuardia.

—Bien, lo sé —respondió mi madre—, pero todo es
tan
secreto… ¿Qué hacen todas esas divisiones?

—Créeme, no tengo más idea que tú al respecto. ¿Puedes pasarme el pescado?

—No hay pescado —comentó mi tía—. No habrás estado usando a tu sobrina como conejillo de indias, ¿verdad, Crofty?

Mi tío fingió no oírla; yo parpadeé y el pescado desapareció.

—La única que conozco por debajo de OE-20 es OE-6 —añadió Polly—. Esa es Seguridad Nacional. Y lo sabemos
sólo
porque cuidaron muy bien de Mycroft.

Ella le dio un codazo en las costillas, pero él no se dio cuenta; estaba ocupado calculando en la servilleta una receta de huevos no revueltos.

—Me da la impresión de que en los sesenta no pasaba una semana sin que esta o aquella potencia extranjera lo secuestrase —suspiró melancólica, pensando en los emocionantes días de antaño con una pizca de nostalgia.

—Algunas cosas deben permanecer en secreto por razones de operatividad —recité como un loro—. El secreto es nuestra mejor arma.

—Leí en
The Mole
que OpEspec está llena de sociedades secretas. Los Wombats en particular —murmuró Mycroft, colocando su ecuación terminada en el bolsillo de la chaqueta—. ¿Es cierto?

Me encogí de hombros.

—No más que en cualquier otro orden de la vida, supongo. Yo no me he dado cuenta, pero en cualquier caso, siendo mujer los Wombats no me querrían.

—Me parece un poco injusto —dijo Polly con voz de «eso no se hace»—. Apoyo completamente las sociedades secretas, cuantas más haya mejor, pero creo que cualquiera debería poder unirse, hombres y mujeres.

—Los hombres se las pueden quedar —respondí—. Así al menos la mitad de la población no tendrá que quedar como completamente estúpida. Me sorprende que no te hayan ofrecido unirte, tío.

Mycroft gruñó.

—Solía serlo en Oxford hace años. Una pérdida de tiempo. Se volvió un poco tonto; la bolsa abdominal me irritaba la piel de mala manera y todo ese roer constantemente se llevaba muy mal con mi sobremordida.

Hubo una pausa.

—El comandante Phelps está en la ciudad —dije, cambiando de tema—. Me lo encontré en la nave aérea. Ahora es coronel, pero sigue repitiendo lo mismo de siempre.

Según una regla no escrita, en la casa nadie hablaba de Crimea o de Anton. Se produjo un silencio helado.

—¿En serio? —replicó mi madre aparentemente sin emoción.

—Joffy tiene parroquia en Wanborough —anunció Polly, con la esperanza de cambiar de tema—. Abrió la primera iglesia DEG de Wessex. Hablé con él la semana pasada; dice que ha resultado ser muy popular.

Joffy era mi otro hermano. La fe le había llegado a una edad muy temprana y había probado con todo tipo de religiones antes de asentarse en la DEG.

—¿DEG? —murmuró Mycroft—. En el nombre del cielo, ¿qué es eso?

—Deidad Estándar Global —respondió Polly—. Es una mezcla de todas las religiones. Creo que tiene como propósito detener todas las guerras religiosas.

Mycroft volvió a gruñir.

—La religión no es la causa de las guerras, es la excusa. ¿Cuál es el punto de fusión del berilio?

—180,57 grados centígrados —murmuró Polly, sin ni siquiera pensar—. Creo que Joffy está haciendo una gran labor. Deberías visitarle, Thursday.

—Quizá.

Joffy y yo jamás habíamos sido íntimos. Él me llamó Bodoque y me dio un golpe en la cabeza todos los días durante quince años. Tuve que romperle la nariz para lograr que parase.

—Si vas a visitar a gente, ¿por qué no visitas a…?

—¡Madre!

—Por lo que sé, ahora tiene bastante éxito, Thursday. Podría irte bien que le volvieses a ver.

—Landen y yo hemos acabado, mamá. Además, tengo novio.

Eso, para mi madre, fue una noticia
extremadamente
buena. Le había angustiado mucho que yo no hubiese pasado tiempo suficiente con los tobillos hinchados, hemorroides y dolores de espalda, soltando nietos y dándoles nombres de parientes lejanos. Joffy no era del tipo de persona que fuese a tener hijos, lo que básicamente me dejaba la tarea a mí. Para ser sincera, no tenía nada en contra de los niños, simplemente no iba a poder tenerlos sola. Y Landen había sido el último hombre que me había interesado ni remotamente como posible compañero para toda la vida.

—¿Un novio? ¿Cómo se llama?

Dije el primer nombre que me vino a la cabeza.

—Snood.
Filbert
Snood.

—Bonito nombre. —Mi madre sonrió.

—Un nombre chiflado —se quejó Mycroft—. Como Landen Parke-Laine, ahora que lo pienso. ¿Puedo irme? Es hora de
Los casos de Jack Spratt
.

Polly y Mycroft se levantaron y se fueron. El nombre de Landen no volvió a salir, y tampoco el de Anton. Mamá me ofreció mi viejo cuarto pero lo rechacé con rapidez. Habíamos discutido con furia cuando vivía en la casa. Además, yo tenía casi treinta y seis años. Me acabé el café y fui con mi madre hasta la entrada principal.

—Hazme saber si cambias de idea, cariño —dijo—. Tu cuarto sigue igual que siempre.

Si eso era cierto, los pósters horripilantes de mis encaprichamientos de finales de la adolescencia seguirían en las paredes. Era una idea demasiado desagradable como para seguir considerándola.

10

Hotel Finis, Swindon

«Los de Milton eran, en general, los seguidores poéticos más entusiastas. Un repaso rápido a la guía telefónica de Londres ofrecería unos cuatro mil John Milton, dos mil William Blake, unos mil Samuel Coleridge, quinientos Percy Shelley, los mismos para Wordsworth y Keats, y un puñado de Dryden. Tales cambios masivos de nombres provocaron problemas a las fuerzas de la ley. Tras un incidente en un pub, en el cual el asaltante, la víctima, el testigo, el propietario, el agente de policía que realizó el arresto y el juez se llamaban todos Alfred Tennyson, se ha aprobado una ley que obligaba a todos los tocayos a llevar tatuado tras la oreja un número de registro. No ha sido bien recibida; muy pocas medidas policiales realmente prácticas son bien recibidas.»

M
ILLON DE
F
LOSS

Una breve historia de la Red de Operaciones Especiales

Paré en el aparcamiento frente a un enorme edificio muy iluminado y cerré el coche. El hotel parecía estar muy ajetreado, y tan pronto como entré en el vestíbulo comprobé la razón. Al menos dos docenas de hombres y mujeres se movían por allí ataviados con enormes camisas y calzones holgados. Se me hundió el corazón. Un cartel grande cerca de la recepción daba a todos la bienvenida a la 112ª Convención Anual de John Milton. Respiré hondo y me abrí paso hasta el mostrador de recepción. Una recepcionista de mediana edad con pendientes demasiado grandes me dedicó su mejor sonrisa de bienvenida.

—Buenas noches, señora, bienvenida al Finis, para disfrutar de lo último en confort y estilo. Somos un hotel de cuatro estrellas con muchos servicios y características modernos. ¡Nuestro deseo más sincero es hacer que
su
estancia sea de lo más feliz!

Lo recitó como un mantra. Podía imaginármela trabajando igual de bien en un SmileyBurger.

—Me llamo Next. Tengo una reserva.

La recepcionista asintió y repasó las tarjetas de reserva.

—Veamos. Milton, Milton, Milton, Milton, Milton, Next, Milton, Milton, Milton, Milton, Milton, Milton. No, lo lamento. Parece que no tenemos su reserva.

—¿Podría comprobarlo de nuevo?

Volvió a mirar y la encontró.

—Aquí está. Alguien accidentalmente la puso entre los Milton. Necesitaré el número de una tarjeta de crédito importante. Aceptamos: Babbage, Goliath, Newton, Pascal, Breakfast Club y Jam Roly-Poly.

—¿Jam Roly-Poly?

—Lo lamento —dijo tímidamente—, lista equivocada. Ésa es la selección de pudines para esta noche. Me volvió a sonreír y le pasé mi tarjeta de débito Babbage.

—Tiene la habitación 8128 —me dijo, pasándome una llave colgando de un llavero tan grande que yo apenas podía levantarlo—. Todas nuestras habitaciones disponen de aire acondicionado y están equipadas con minibar y material para preparar el té. ¿Aparcó su coche en nuestro espacioso aparcamiento, con desagüe, de trescientas plazas?

Oculté una sonrisa.

—Gracias, lo hice. ¿Tienen instalaciones para animales de compañía?

—Por supuesto. Todos los hoteles Finis disponen de completas instalaciones para animales. ¿Qué tipo de animal?

—Un dodo.

—¡Qué dulce! Mi primo Arnold tuvo una vez un alce imperial llamado
Beany
… Era versión 1.4, así que no vivió mucho. Tengo entendido que hoy en día son mucho mejores. Le reservaré un sitio a su amiguito. Disfrute de su estancia. Espero que le interesen los poetas líricos del siglo diecisiete.

—Sólo profesionalmente.

—¿Profesora?

—Detective literario.

—Ah.

La recepcionista se me acercó y bajó la voz.

—Para decirle la verdad, señorita Next,
odio
a Milton. Sus primeras obras están bien, pero se perdió en su propio culo cuando le cercenaron el tarro a Charlie. Lo que demuestra el daño que te puede hacer un exceso de republicanismo.

—Mucho.

—Casi lo olvido. Son para usted.

Sacó un ramo de flores de debajo del mostrador, como si se tratase de un truco de magia.

—De un tal señor Landen Parke-Laine…

Explosión. Estruendo.

—… y hay dos caballeros esperándola en el Gato de Cheshire.

—¿El Gato de Cheshire?

—Nuestro bar completamente aprovisionado y animado. Atendido por un equipo profesional y servicial, es una agradable zona de bienvenida para relajarse.

—¿Quiénes son?

—¿El equipo del bar?

—No, los dos caballeros.

—No dejaron nombre.

—Gracias, ¿señorita…?

—Barrett-Browning —dijo la recepcionista—. Liz Barrett-Browning.

—Bien, Liz, quédate con las flores. Que tu novio se ponga celoso. Si el señor Parke-Laine vuelve a llamar, dile que me he muerto de fiebres hemorrágicas o algo así.

Me abrí paso como pude por la multitud de Miltons y entré en el Gato de Cheshire. Fue fácil dar con él. Sobre la puerta había un enorme gato de neón rojo subido a un árbol de neón verde. Cada par de minutos, el neón rojo parpadeaba y se apagaba, dejando sólo la sonrisa del gato sobre el árbol. Mientras atravesaba el vestíbulo me llegó a los oídos el sonido de una banda de jazz que tocaba en el bar, y sonreí al escuchar el piano inconfundible de Holroyd Wilson. Era un hombre de Swindon, de pura cepa. Con una llamada de teléfono podría haber tocado en Europa, pero había decidido quedarse en Swindon. El bar estaba lleno pero no atestado, con una clientela en su mayoría de Miltons, sentados por ahí bebiendo y bromeando, lamentando la Restauración y llamándose unos a otros John.

Other books

Naughty New Year by Easton, Alisa
The Square of Revenge by Pieter Aspe
The Jungle Warrior by Andy Briggs
Sara's Song by Sandra Edwards
The Viceroy's Daughters by Anne de Courcy
03 - The First Amendment by Ashley McConnell - (ebook by Undead)
Agatha's First Case by M. C. Beaton