Tamworth sonrió. Golpeó el informe que tenía delante.
—Lo sé todo. Los de Reclutamiento Central de OpEspec realmente no tienen una buena palabra para decir «No», y se limitan a dar largas. Es lo que se les da mejor. Al contrario, son perfectamente conscientes de su potencial. Ahora mismo he hablado con Boswell y cree que podría dejarla partir si quiere usted ayudarnos en OE-5.
—Si usted es OE-5, Boswell no tiene muchas opciones, ¿no?
Tamworth rió.
—Eso es cierto. Pero
usted
sí. No recluto a nadie que no quiera unirse al equipo.
Lo miré. Lo decía en serio.
—¿Es un traslado?
—No —respondió Tamworth—, no lo es. Simplemente la necesito porque tiene información que nos es útil. Será una observadora; nada más. En cuanto comprenda a qué nos enfrentamos, agradecerá ser solo observadora.
—Por tanto, cuando acabe, ¿me volverán a tirar aquí?
Hizo una pausa y me miró durante un momento, intentando darme las mejores garantías que le fuesen posibles sin mentir. Me cayó bien por eso.
—No doy garantías, señorita Next, pero cualquiera que haya participado en una misión de OE-5 puede estar casi seguro de que no pertenecerá a OE-27 para siempre.
—¿Qué quiere que haga?
Tamworth sacó un formulario de su maletín y lo empujó sobre la mesa. Era una autorización de seguridad estándar y, una vez firmado, daba a OpEspec el derecho a casi todo lo que yo poseyese y bastantes más cosas adicionales si se me ocurría decir aunque sólo fuese una palabra a alguien de menor nivel de seguridad. Lo firmé debidamente y se lo devolví. A cambio, él me entregó una placa de OE-5 con mi nombre ya grabado. Tamworth me conocía mejor de lo que había pensado. Después de eso, bajó la voz y empezó:
—OE-5 es básicamente una oficina de Búsqueda y Confinamiento. Se nos asigna un hombre al que seguir hasta encontrarlo y confinarlo, luego nos asignan otro. OE-4 es básicamente lo mismo; ellos simplemente buscan una cosa diferente. Persona diferente. Ya sabe. En cualquier caso, esta mañana estuve en Gad’s Hill, Thursday… ¿puedo llamarte Thursday?… y di un buen vistazo de primera mano a la escena del crimen. Quien se llevase el manuscrito de
Chuzzlewit
no dejó huella, ni señales de entrada y nada en ninguna cámara.
—No había mucho con lo que trabajar, ¿verdad?
—Al contrario. Era justo la oportunidad que esperaba.
—¿Eso se lo ha dicho a Boswell? —pregunté.
—Claro que no. No nos interesa el manuscrito; nos interesa el hombre que lo robó.
—¿Y de quién se trata?
—No te puedo decir su nombre, pero puedo escribirlo.
Cogió un rotulador y escribió «Acheron Hades» en un bloc de notas y lo levantó para que yo lo viese.
—¿Te resulta familiar?
—
Muy
familiar. No puede haber mucha gente que no haya oído hablar de él.
—Lo sé. Pero tú le has visto, ¿no?
—Por supuesto —respondí—. Era uno de los profesores cuando estudié filología inglesa en Swindon en 1968. A ninguno de nosotros nos sorprendió que se pasase a una carrera criminal. Era algo sátiro. Dejó embarazada a una de las estudiantes.
—Breaburn; sí, lo sabemos. ¿Qué hay de ti?
—No me dejó embarazada, pero lo intentó.
—¿Te acostaste con él?
—No; no me parecía que acostarme con los profesores fuese mi mejor opción. La atención era elogiosa, supongo, cena y demás. Era brillante… pero un vacío moral. Recuerdo que una vez lo arrestaron por robo a mano armada mientras daba una clase muy inspirada sobre
El diablo blanco
de John Webster. En esa ocasión lo liberaron sin cargos, pero el asunto Breaburn fue suficiente para que lo echasen.
—Te pidió que fueses con él y te negaste.
—Tiene buena información, señor Tamworth.
Tamworth escribió una nota. Me la enseñó.
—Pero lo importante es: ¿sabes qué aspecto tiene?
—Claro que sí —respondí—, pero está malgastando el tiempo. Murió en Venezuela en el 82.
—No; simplemente hizo que lo
creyésemos
. Al año siguiente exhumamos la tumba. No era él. Fingió la muerte tan bien que engañó a los médicos; enterraron un ataúd relleno de contrapesos. Posee poderes ligeramente desconcertantes. Es por eso que no podemos pronunciar su nombre. La llamo la Regla Número Uno.
—¿Su nombre? ¿Por qué no?
—Porque puede oír su propio nombre, incluso si se susurra, en un radio de mil metros, quizá más. Lo emplea para sentir nuestra presencia.
—¿Y por qué cree que robó
Chuzzlewit
?
Tamworth metió la mano en el maletín y sacó un informe. Estaba marcado como Secreto total - sólo con permiso OpEspec-5. La zona en la parte delantera, normalmente reservada para una fotografía, estaba vacía.
—No tenemos una foto suya —dijo Tamworth al abrir el informe—.No se le registra en película o vídeo, y nunca ha estado bajo custodia el tiempo suficiente para que le hiciesen un dibujo. ¿Recuerdas las cámaras de Gad’s Hill?
—Sí.
—No grabaron a nadie. Repasé las cintas con sumo cuidado. El ángulo de la cámara varía cada cinco segundos pero aun así no habría
ninguna forma
de que alguien pudiese esquivarlas todas durante su estancia en el edificio. ¿Comprendes a qué me refiero?
Asentí lentamente y hojeé el informe de Acheron. Tamworth siguió hablando:
—Llevo cinco años detrás de él. Tiene siete órdenes de búsqueda por asesinato en Inglaterra, dieciocho en América. Extorsión, robo y secuestro. Es frío, calculador y bastante despiadado. Treinta y seis de sus cuarenta y dos víctimas conocidas eran miembros de OpEspec o agentes de policía.
—¿Hartlepool en el 75? —pregunté.
—Sí —respondió Tamworth lentamente—. ¿Oíste hablar de ese caso?
Sí. La mayoría de la gente lo conocía. Habían arrinconado a Hades en el sótano de un aparcamiento de varias plantas tras un robo fallido. Uno de sus compinches yacía muerto en el banco cercano; Acheron había asesinado al hombre herido para evitar que hablase. En el sótano, convenció a un agente para que le diese la pistola, matando a otros seis mientras salía. El único agente que sobrevivió fue el que le dio la pistola. Era lo que Acheron entendía por un chiste. El agente en cuestión jamás ofreció una explicación satisfactoria a
por qué
le entregó el arma. Se prejubiló y seis años más tarde se asfixió en el coche después de un breve historial de alcoholismo y robos menores. Se le acabó conociendo como la séptima víctima.
—Entrevisté al superviviente de Hartlepool antes de que se quitase la vida —siguió diciendo Tamworth—, después de que me ordenasen encontrar a… al sujeto a cualquier precio. Mi descubrimiento me llevó a formular la Regla Número Dos: si alguna vez tienes la desgracia de encontrarte con él,
no creas nada de lo que diga o haga.
Puede mentir de pensamiento, obra, acción y apariencia. Posee asombrosos poderes de persuasión sobre los que tienen una mente débil. ¿Te he dicho que estamos autorizados a emplear la máxima fuerza?
—No, pero lo suponía.
—OE-5 tiene una política de disparar a matar en relación a nuestro amigo…
—Eh, eh, un segundo. ¿Tienen el poder de eliminar sin juicio?
Rió con una risa algo preocupante.
—Como dicen:
Si quieres ser de OpEspec, actúa de forma algo extraña.
No tendemos a andarnos con chiquitas.
—
¿Es legal?
—En absoluto. Es La Estación Central del Gran Ojo Ciego por debajo de OpEspec 8. Tenemos un dicho:
Por debajo de ocho, por encima de la ley.
¿Lo has oído alguna vez?
—No.
—Lo oirás mucho. En cualquier caso, lo convertimos en la Regla Número Tres: El apresamiento tiene una importancia mínima. ¿Qué pistola llevas?
Se lo dije y garabateó una nota.
—Te conseguiré algunas balas estriadas expansivas.
—Se desatará el infierno si nos pillan con ésas.
—Sólo en defensa propia —explicó Tamworth con rapidez—.
Tú
no lidiarás con este hombre; sólo quiero que lo identifiques si se presenta. Pero escucha: si pasa lo peor, no quiero que mi gente se tenga que enfrentar al rayo con flechas y arco. Y cualquier cosa menos potente que una bala expansiva vale como usar cartón mojado como chaleco antibalas. No sabemos casi nada sobre él. No hay certificado de nacimiento, ni tampoco una edad fiable, y ni siquiera sabemos quiénes eran los padres. Apareció en escena en el 54 como un pequeño criminal con matices literarios y ha ido subiendo con calma hasta convertirse en el número tres en la lista de los más buscados del planeta.
—¿Quiénes son uno y dos?
—No lo sé y me han informado en toda confianza que es mejor
no
saberlo.
—Entonces, ¿qué hacemos ahora?
—Yo te llamaré. Mantente alerta y lleva el busca siempre contigo. Desde ahora estás de permiso de OE-27, así que disfruta del tiempo libre. ¡Te veré!
Desapareció en un instante, dejándome con la identificación de OE-5 y un corazón desbocado. Boswell volvió, seguido de una Paige curiosa. Les mostré la placa.
—¡Así se hace! —dijo Paige, dándome un abrazo, pero Boswell parecía menos feliz. Después de todo, tenía que pensar en su propio departamento.
—Las cosas se pueden poner muy difíciles en OE-5, Next —dijo Boswell con tonos paternales—. Quiero que vuelvas a tu mesa y lo medites con mucha tranquilidad. Tómate una taza de café y un bollo. No,
dos
bollos. No tomes ninguna decisión precipitada, y repasa los puntos a favor y en contra. Cuando hayas terminado, estaré encantado de aceptar. ¿Comprendes?
Comprendía. En las prisas por salir de la oficina casi olvidé la foto de Landen.
Acheron Hades
«… La mejor razón para cometer actos odiosos y detestables —y admitámoslo, se me considera un experto en ese campo— es puramente por sí mismos. La ganancia monetaria está muy bien, pero diluye el sabor de la maldad a un nivel inferior que puede alcanzar cualquiera con un sentido excesivamente desarrollado de la avaricia. El mal verdadero y sin fundamento es tan raro como el bien puro, y todos sabemos lo raro que es…»
A
CHERON
H
ADES
Depravación por placer y beneficio
Tamworth no llamó esa semana, ni tampoco la semana siguiente. Intenté llamarle al comienzo de la tercera semana, pero me topé con una denegadora bien entrenada que se negó por completo a admitir la
existencia
de Tamworth u OE-5. Aproveché el tiempo para ponerme al día de algunas lecturas, archivando, arreglando el coche y también —debido a la nueva legislación— registrando a Pickwick como animal de compañía y no como dodo salvaje. Le llevé al ayuntamiento, donde un inspector veterinario examinó con mucho cuidado al que había sido un ave extinta.
Pickwick
devolvió la mirada triste, ya que a él, en común con muchos animales de compañía, no le gustaban excesivamente los veterinarios.
—Ploc-ploc —dijo
Pickwick
nervioso mientras el inspector expertamente cerraba el enorme anillo de metal alrededor de su pequeña pata.
—
¿No tiene alas? —preguntó el funcionario con curiosidad, mirando la forma ligeramente extraña de
Pickwick
.
—Es versión 1.2 —le expliqué—. Uno de los primeros. No completaron la secuencia hasta la 1.7.
—Debe de ser muy mayor.
—Doce años este octubre.
—Tengo uno de los primeros tilacinos —dijo abatido el funcionario—. Versión 2.1. Cuando lo combinamos no tenía orejas. Sordo como una piedra. Sin garantía ni nada. Maldita libertad, digo yo. ¿Lee
Nuevo Clonador
?
Tuve que admitir que no.
—La semana pasada secuenciaron una vaca marina de Steller. ¿Cómo voy a meter uno de ésos por la puerta?
—¿Engrasando los costados? —propuse—. ¿Y ofreciéndole un plato de quelpo?
Pero el funcionario no me escuchaba; había dedicado su atención al siguiente dodo, una criatura rosada de cuello largo. El dueño me miró y sonrió con timidez.
—Cadenas redundantes completadas con flamenco —explicó—. Debería haber usado paloma.
—¿Versión 2.9?
—2.9.1 en realidad. Un poco mezcolanza pero para nosotros es simplemente
Chester
. No lo cambiaríamos por nada.
El inspector comenzó a examinar los documentos de registro de
Chester.
—Lo lamento —dijo al fin—. Los 2.9.1 caen bajo la nueva categoría de quimera.
—¿Qué quiere decir?
—No hay dodo suficiente para ser un dodo. Sala siete, pasillo abajo. Siga al dueño del pukey, pero tenga cuidado; esta mañana mandé a una quarkbestia.
Dejé al dueño de
Chester
y al funcionario discutiendo y me llevé a
Pickwick
a pasear por el parque. Le solté la correa y persiguió algunas palomas antes de fraternizar con algunos dodos salvajes que enfriaban las patas en un estanque. Agitaron el agua con emoción y se dijeron
ploc-ploc
unos a otros hasta la hora de irse a casa.
Dos días después, cuando ya se me habían acabado las formas de reorganizar el mobiliario, tuve la suerte de que llamase Tamworth. Me dijo que estaba en una vigilancia y que necesitaba que fuese con él. Garabateé con rapidez la dirección y me encontré en el East End en menos de cuarenta minutos. La vigilancia se realizaba en una calle de mala pinta de almacenes reconvertidos que llevaban dos décadas esperando la demolición. Apagué los faros y salí, oculté cualquier objeto de valor y cerré el coche meticulosamente. El Pontiac hecho polvo estaba lo suficientemente viejo y asqueroso como para no levantar sospechas en un entorno tan mugriento. Miré a mí alrededor. El enladrillado se desmoronaba y grandes manchas de algas verdes marcaban las paredes allí donde antes habían estado los desagües. Las ventanas estaban rotas y sucias, y la pared de ladrillos de la planta baja estaba manchada alternativamente con grafiti y las cenizas de fuegos recientes. Una salida de incendios oxidada trepaba en zigzag por el edificio oscuro y proyectaba una sombra en
staccato
sobre la carretera adornada con baches y varios coches quemados. Me abrí paso hasta una puerta lateral siguiendo las instrucciones de Tamworth. En su interior, se habían abierto enormes grietas en las paredes y la humedad y la podredumbre se mezclaba con el olor a fluido limpiador y el puesto de curry de la planta baja. Una luz de neón destellaba regularmente, y vi a varias mujeres con faldas ajustadas arremolinadas en el portal oscuro. Los ciudadanos que vivían en la zona eran una mezcla curiosa; la falta de casas baratas en Londres y alrededores atraía a un segmento de población, desde personas de la zona hasta profesionales e indigentes. No era genial desde el punto de vista de la ley y el orden, pero permitía a los agentes de OpEspec moverse sin levantar sospechas.