El cazador de barcos (60 page)

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Authors: Justin Scott

Tags: #Aventuras

BOOK: El cazador de barcos
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La boca de la serpiente, separada de su cuerpo por efecto de la oscuridad, se introdujo fugazmente en el círculo de luz, le golpeó, desapareció, y volvió a atacar. El tiempo o el azar acabarían llevándola a lanzarse contra su cara.

Hardin tuvo que hacer un terrible esfuerzo para dejar de defenderse. Apagó la linterna y dejó caer el cuchillo. Después se cubrió la cara con ambas manos, sujetando el cabo salvavidas entre sus dedos y la mejilla para no hundirse e intentó permanecer inmóvil bajo el agua. ¿Estaría sola la serpiente? ¿O nuevos ataques sé preparaban ya para salir de un nido cercano?

Sintió los golpes de la serpiente contra sus piernas. Una y otra vez. ¿Habrían encontrado un punto por donde podía atravesar el revestimiento de vinilo del traje? el cuerpo musculoso se retorció contra sus rodillas. Se enrolló en sus músculos. La serpiente volvió a atacar, esta vez más arriba. Hardin se estremeció. La serpiente se deslizó entre sus piernas, temblando y palpitando. Le golpeó en la ingle…

Hardin retrocedió bruscamente, incapaz de contener la convulsión, y luego volvió a quedarse inmóvil, esperando el próximo golpe. El reptil le rozó la cintura.

Ya no le quedaba aire en los pulmones. Empezaban a palpitarle las sienes por falta de oxígeno y podía escuchar los latidos cada vez más fuertes de su corazón. La serpiente empezaba a moderar su ataque, golpeándole con menor frecuencia. ¿Estaba cansada o intentaba poner a prueba sus defensas? Volvió a golpearle el pecho. Después el hombro. Hardin se cubrió fuertemente la cara con las manos.

La cabeza escamosa le rozó los dedos. Hardin los apretó con fuerza, debatiéndose entre el impulso casi irresistible de intentar agarrar al reptil y hacerlo pedazos y la absoluta certeza de que sus movimientos eran demasiado lentos. La cabeza roma volvió a intentar introducirse entre sus dedos.

Hardin se aplastó la boca con las palmas de las manos para no gritar bajo el agua.

La cabeza se retiró. Hardin aguardó con un intenso dolor en el pecho. ¿Se habría ido? Sintió un golpe sobre la frente, por encima de los dedos, en la parte protegida por la caperuza de goma del traje impermeable. La serpiente le golpeó todavía varías veces, con fuerza, y luego se detuvo. Hardin aguardó a que se repitiera el ataque. Sentía palpitar la sangre bajo sus párpados. Había llegado al límite de su resistencia.

Todavía con una mano sobre la cara, fue ascendiendo lentamente a lo largo del cabo, izándose con cuidado para no sobresaltar a la serpiente con un movimiento brusco. Se deslizó junto al casco redondeado, emergió a la superficie y empezó a tragar el aire maloliente a grandes bocanadas. Con una mano asida a la cuerda y cubriéndose el rostro con la otra, aguardó el ataque de la serpiente.

¿Habría desistido de su empeño? ¿Consideraría que ya había reivindicado su territorio? ¿O había abandonado el ataque porque su instinto le indicaba que Hardin, simplemente se había retirado para subir a respirar? ¿Estaría aguardándole abajo con los pulmones llenos, preparada para reanudar la batalla en cuanto él volviera a descender?

Inspiró profundamente por última vez y se sumergió hasta alcanzar el eje de la hélice, sin soltarse de la cuerda. Sacó otro cuchilla Apretó la hoja contra la manguera, tensó el material plástico e intentó cortarlo con movimientos cortos y regulares, procurando confundirse con las sombras del agua. Reinaba un gran silencio. Hardin podía escuchar los latidos de su corazón y sentía vibrar el cuchillo sobre la manguera. Todos los demás movimientos parecían haber quedado en suspensa Siguió cortando y esperando que ocurriera algo, como si estuviera vigilando un telón de papel a través del cual algo, en cualquier momento, iba a saltar sobre él.

La serpiente continuaba allí, en algún lugar no demasiado lejano. Casi con toda certeza debía tener su nido en la cadena de la boya o sobre el oleoducto submarino. ¿Interpretaría su presencia como una nueva invasión, le consideraría un nuevo invasor y volvería a atacarle? Se puso el extremo más largo de la manguera bajo el brazo a fin de poder servirse de él para cubrirse la cara.

Los últimos fragmentos de material se separaron a disgusto, fibra a fibra, hilo a hilo, resistiéndose a la acción del cuchillo hasta el último momento. Se estaba quedando nuevamente sin aliento. Al fin el cuchillo consiguió atravesar el material plástico y rozó la superficie metálica de la hélice. Hardin soltó el extremo de la cuerda que había atado en torno al eje de la hélice y volvió a izarse hasta la roja superficie.

El miedo y la confusión le habían hecho olvidar que debía montar una escalera de cuerda para volver a subir al barco. El casco del velero, recubierto de viscoso petróleo, parecía inmenso sobre su cabeza. Se agarró al reborde saliente de la borda e intentó izarse hasta arriba en un último esfuerzo. El ataque y los largos períodos que había tenido que resistir sin poder tomar aire le habían dejado exhausto. Contrajo los músculos de los brazos y levantó el torso hasta que su cabeza quedó a la altura de la cubierta. Imposible subir más que eso. Sus ropas chorreaban agua. Con los codos contraídos se mantuvo en esa posición con un supremo esfuerzo de voluntad y aguardó que se terminara de escurrir el agua. Cuando se sintió más ligero, agitó las piernas y se retorció, rodeó uno de los puntales de la barandilla con un brazo y deslizó trabajosamente el cuerpo bajo las cuerdas para dejarse caer finalmente en la bañera.

Se tendió jadeante sobre el asiento, observando los parpadeos del cielo rojo sobre su cabeza. Cuando se sintió con fuerzas, se incorporó y se quitó las ropas impermeables. El velero había empezado a alejarse de la boya de carga arrastrado por la corriente. La blanca silueta fusiforme ya había quedado unos cien metros más atrás y empezaba a desvanecerse tragada por la noche Hardin se secó vigorosamente y se puso unos shorts secos, orientándose a tientas en el camarote a oscuras, sin atreverse a encender la luz por temor a descubrir las diminutas señales gemelas de las mordeduras, ante lo cual ya no podría eludir la certeza de que la serpiente de mar le había matado.

El
Leviathan
ya estaba cerca. Tenía que volver al canal de navegación, soltar su señuelo y prepararse para disparar contra su blanco.

Armado de vergas, cabos, remos, un foque y las tablas del piso del salón central del velero, acercó el botecito de remos a uno de los costados del barco e introdujo las tablas del piso en el fondo. Ató un remo de un costado a otro del bote de goma y el otro de popa a proa. A modo de palo utilizó el bichero del barco que apoyó contra el crucero formado por los dos remos, atándolo fuertemente a ellos y tensándolo después con varios obenques de nailon que sujetó a la popa y a los costados.

Envergó el foque a un cabo que había enrollado en espiral alrededor del tangón del
spinnaker
. Después, colocó el tangón inclinado como si fuera el palo transversal de un laúd, ató el extremo inferior a la proa del botecito y la parte central en lo alto del palo que acababa de improvisar con el bichero. Tendió una escota desde el puño del foque hasta el interior del bote.

La improvisada vela latina empezó a flamear. Inclinándose sobre la popa del velero, Hardin acumuló la vela sobre el palo transversal y ató todos los obenques. Después instaló un remo de recambio a modo de quilla y timón todo en una sola pieza.

Regresó al canal de navegación, sujetó el aparejo de poleas a la botavara y subió el Dragón a cubierta. La radio había empezado a parlotear incesantemente. Hardin apartó el aparejo de poleas y luego se fue abajo y pasó rápidamente revista a todo el espectro de ondas radiofónicas. Los canales navales iraníes estaban desbordados. El enorme tranco de mensajes radiados sólo podía significar que un enorme número de barcos y aeroplanos se aproximaba en una maniobra concertada.

Nuevamente volvió a sentirse abandonado a la merced del azar. En cualquier momento un barco o un helicóptero en misión de patrulla podría descubrirle casualmente. Eran las diez de la noche, las 22.00 horas, y Hardin se encontraba aproximadamente unas 20 millas al este del fondeadero de Halul, lo cual significaba que el
Leviathan
, que tenía prevista su llegada a Halul a las 24.00 horas, se encontraba a unas treinta y dos millas de su destino y a unas doce de él. Si esperaba donde estaba, dentro de cuarenta y cinco minutos se encontraría cara a cara con el monstruo. Tres cuartos de hora, durante los cuales alguno de sus perseguidores podía tener un golpe de suerte.

Tenía que abreviar ese plazo.

Izó la vela mayor y puso rumbo al este, navegando a favor del viento. El
chamal
estaba amainando y las húmedas brumas se estaban espesando, tiñéndose de un rojo más intenso bajo el reverbero de las antorchas de gas encendidas. Hardin extendió el
spinnaker
, lo cazó y consiguió coger la brisa. La vela se hinchó levantando el velero sobre las aguas y lanzándolo en veloz carrera. El barco hendió las aguas encarnadas, volando al encuentro del
Leviathan
con su pequeño botecito de goma deslizándose pegado a él sobre la turbulenta estela.

Un Vosper Thorneycroft Tenacity se situó paralelamente al
hovercraft
del comandante, haciendo ronronear suavemente sus motores diesel. Al igual que el
hovercraft
, el portamisiles de fabricación británica mantenía sin esfuerzo la velocidad de dieciséis nudos marcada por el
Leviathan
. Marinos iraníes provistos de cascos de radiocomunicaciones permanecían apostados junto a sus ametralladoras gemelas.

Miles Donner intentó calcular su dotación de misiles. El navío se movía en lanzadera de un costado a otro del buque, pero cada vez que pasó frente a él estaba demasiado oscuro para poder ver nada. Por fin una llama de gas más alta que las demás recortó la silueta del Tenacity. Los misiles estaban ocultos bajo cubiertas de lona. Frustrado en sus intentos de descubrir algo, Donner volvió a concentrar la atención en el puente de mando a oscuras del
hovercraft
y en el grupo de oficiales reunidos en torno a las pantallas de radar.

El
Leviathan
era una enorme presencia negra media milla más atrás. El enorme casco y la imponente estructura de la torre de mando avanzaban entre los parpadeos de las llamas de gas como una nube sobre un campo de estrellas. Doscientos metros a la derecha de Donner, otro
hovercraft
cubría la proa del petrolero por el lado de estribor. Y otros dos seguían en la retaguardia. La escolta empezó a virar aproximándose más al buque, pues el canal de navegación pronto empezaría a estrecharse al atravesar un yacimiento petrolífero.

Una majestuosa fragata avanzaba justo delante del
Leviathan
, que hendía orgulloso las aguas del golfo. A Donner le pareció interesante observar que el comandante iraní se encontraba a su lado, a bordo del
hovercraft
que vigilaba el lado de babor de la proa del
Leviathan
y no en la fragata. El hombre cambiaba con toda facilidad de vehículo, pasando de los navíos a los helicópteros para utilizar el que más le conviniera en cada momento, confiando en su sofisticado sistema de comunicaciones para controlar la situación desde dondequiera que estuviese. En aquella moderna marina de guerra, el poder residía en la velocidad, no el tamaño, de las embarcaciones.

El éxito de Donner había superado todas sus esperanzas. El
Leviathan
estaba a salvo; todo había terminado excepto el tiroteo final. Además, había conseguido establecer una buena relación con el comandante iraní, un oficial competente, bien situado y a todas luces con grandes posibilidades de ascenso en su carrera que podrían ponerle fácilmente al frente de esa excelente escuadra. Y, además, se le ofrecía la oportunidad de presentar a la Mossad un completísimo informe sobre la Marina del Sha.

Un oficial lanzó una exclamación. Los demás se acercaron todavía más a las pantallas. Donner se introdujo entre ellos.

—¿Qué sucede? —le preguntó al comandante.

—Blanco a una milla de aquí.

El comandante dio una orden en persa. El
hovercraft
inició una zumbante carrera. El portamisiles Tenacity que avanzaba a su lado aceleró las turbinas de gas de su motor Rolls Royce y ambas naves avanzaron paralelamente a una velocidad de cuarenta y cinco nudos.

El comandante terminó de dar sus instrucciones a través del radioteléfono. Hizo una seña al oficial que estaba a cargo de los controles. El
hovercraft
salió lanzado a toda velocidad. Sesenta y cinco nudos, conjeturó Donner. Una rápida ojeada al indicador de velocidad le señaló que ésta era aún superior. Dejaron atrás al Tenacity y pasaron volando junto a la fragata, la cual también parecía haber aumentado su velocidad, a juzgar por la alta y encrespada ola de proa, brillantemente iluminada por una llama de gas. Los oficiales del puente cogieron el teléfono para hablar con sus artilleros.

Donner se acercó un poco más a la pantalla de radar. Los parpadeos más intensos señalaban los buques, los menos brillantes marcaban las torres del yacimiento petrolífero que circundaba el canal.

—¿Cómo se explica que le hayamos descubierto de manera tan repentina? —le preguntó al comandante—. No habíamos detectado la menor señal de su barco hasta ahora.

—Puede que sólo sea un fallo del radar. O tal vez se trate de otro barco.

—No es posible —replicó Donne—. Ya he registrado meticulosamente esa zona. No puede haber otro barco allí. Y los fallos del radar no suelen mantenerse tanto rato sobre la pantalla, ¿no cree?

—Dentro de treinta segundos podremos saberlo con certeza —respondió el comandante.

Donner observó cómo iba aumentando progresivamente la intensidad del destello que marcaba su blanco. Y de pronto comprendió lo que había ocurrido.

—¡Es su cañón! Lo ha subido a cubierta. Se está preparando para disparar.

El rostro del iraní se puso tenso.

—Naturalmente.

Dijo unas rápidas palabras en persa a través del teléfono.

—He dado orden de disparar sobre él en cuanto le avistemos.

A Donner le sorprendió descubrir una expresión de disgusto en la cara del iraní, como si no le complaciera la idea de dirigir tal despliegue de artillería contra un hombre solo. El israelí sonrió indicándole que comprendía sus sentimientos.

—No hay más remedio. No puede correr usted ningún riesgo sabiendo que él también está preparado para disparar.

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