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Authors: Jack Vance

El ciclo de Tschai (38 page)

BOOK: El ciclo de Tschai
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Reith le quitó el sombrero, dejando al descubierto un cráneo completamente calvo. El rostro tenía huesos finos y músculos algo blandos; la nariz era fina y flexible y estaba rematada por una pequeña protuberancia. Sus ojos, medio abiertos, parecían negros. Acercándose más, Reith creyó ver que llevaba el cráneo afeitado.

Helsse miró inquieto a ambos lados de la calle.

—Vamos, tenemos que marcharnos aprisa, antes de que la patrulla lo encuentre y dé aviso.

—No tan aprisa —dijo Reith—. No hay nadie cerca. Manten en alto la luz; aléjate un poco, allá donde puedas ver a ambos lados de la calle. —Helsse obedeció reluctante, y Reith pudo observarlo con el rabillo del ojo mientras registraba el cadáver. Sus ropas desprendían un extraño olor almizcleño; Reith sintió que se le revolvía el estómago mientras rebuscaba aquí y allá. De un bolsillo interior de la capa tomó un fajo de papeles. Desprendió una blanda bolsa de piel que colgaba de su cinturón.

—¡Vamos! —siseó Helsse—. No debemos ser descubiertos; perderíamos todo «lugar».

Regresaron al Oval y al Albergue de los Viajeros. Se detuvieron en la arcada frente a la entrada del establecimiento.

—La velada fue interesante —dijo Reith—. Aprendí mucho.

—Desearía poder decir lo mismo —dijo Helsse—. ¿Qué tomasteis del hombre muerto?

Reith abrió la bolsa, que contenía un puñado de sequins. Luego desplegó el fajo de papeles, y los dos lo examinaron a la luz que les llegaba desde la posada, para descubrir una serie de hileras de una escritura peculiar: una sucesión de rectángulos de distintas formas y tamaños.

Helsse miró a Reith.

—¿Reconocéis esta escritura?

—No.

Helsse lanzó una corta risa parecida a un ladrido.

—Es Wankh.

—Hum. ¿Qué puede significar?

—Simplemente más misterio. Settra es una colmena de intrigas. Los espías están por todas partes.

—¿Y los dispositivos de espionaje? ¿Micrófonos? ¿Células visoras?

—Cabe suponerlo.

—Entonces podemos deducir que el salón de los Refluxivos se halla monitorizado... Quizá fui demasiado atrevido con mis consejos.

—Si el monitor era el hombre muerto, entonces vuestras palabras se han perdido. Pero permitidme que tome custodia de estas notas. Haré que las traduzcan; hay una colonia de Lokhar cerca, y agunos de ellos conocen bien el Wankh.

—Iremos juntos —dijo Reith—. ¿Te parece bien mañana?

—Estupendo —dijo hoscamente Helsse. Miró hacia el otro lado del Oval—. Para terminar: ¿qué debo decirle al Señor Cizante respecto a vuestra recompensa?

—No lo sé —respondió Reith—. Tendré una respuesta mañana.

—Puede que la situación se clarifique un poco antes —dijo Helsse—. Ahí está Dordolio.

Reith se volvió en redondo y descubrió a Dordolio avanzando a largas zancadas hacia él, seguido por dos afectados caballeros. Dordolio estaba claramente furioso. Se detuvo a un metro de Reith y, adelantando el mentón, restalló:

—¡Me habéis arruinado con vuestros trucos viciosos! ¿Acaso no tenéis vergüenza? —Se quitó el sombrero y lo arrojó al rostro de Reith. Reith se echó a un lado, y el sombrero planeó y fue a caer en medio del Oval.

Dordolio agitó un dedo ante el rostro de Reith; Reith retrocedió un paso.

—Vuestra muerte está asegurada —dijo Dordolio con voz ronca—. ¡Pero no por el honor de mi espada! ¡Asesinos de baja casta enterrarán vuestro cuerpo en excrementos de ganado! ¡Veinte parias apalearán vuestro cadáver! ¡Un perro arrastrará vuestra cabeza por las calles tirando de vuestra lengua!

Reith consiguió esbozar una débil sonrisa.

—Cizante arreglará lo mismo para vos, a petición mía. Es una recompensa tan buena como cualquier otra.

—Cizante. ¡Bah! Un corrompido advenedizo, un invertido gruñón. Del Jade Azul no va a quedar nada; ¡la caída de ese palacio culminará el «rondó»!

Helsse avanzó un paso.

—Antes de que sigáis con vuestras notables afirmaciones, sabed que yo represento a la Casa del Jade Azul, y que me sentiré obligado a informar a su Excelencia el Señor Cizante de la sustancia de vuestros comentarios.

—¡No me vengáis con trivialidades! —restalló Dordolio. Hizo un gesto furioso a Reith—. ¡Recoged mi sombrero, o mañana esperad los Doce Toques!

—Una pequeña concesión —dijo Reith—, si eso me asegura vuestra partida. —Recogió el sombrero de Dordolio, lo sacudió un par de veces, se lo tendió—. Vuestro sombrero, que tirasteis a la plaza. —Rodeó a Dordolio y entró en el albergue. Dordolio lanzó una risita que era casi un croar, golpeó el sombrero contra su cadera y, haciendo una señal a sus camaradas, se alejó.

En el interior del albergue, Reith preguntó a Helsse:

—¿Qué son los «Doce Toques»?

—A intervalos, cada día, quizá cada dos días, un asesino pincha a su víctima con una varilla afilada. El doceavo toque es fatal; el hombre muere. Por acumulación de veneno, por una sola dosis final o por una sugestión mórbida, sólo la Cofradía de Asesinos lo sabe. Ahora tengo que regresar al Jade Azul. El Señor Cizante estará interesado en mi informe.

—¿Qué vas a decirle? Helsse se limitó a reír.

—¡Vos, el más reservado de los hombres, preguntándome eso! De todos modos, Cizante oirá que vos estáis dispuesto a aceptar la recompensa, y que probablemente abandonaréis pronto Cath...

—¡Yo no he dicho nada de esto!

—Sin embargo, será uno de los elementos de mi informe.

8

Reith despertó a la pálida luz del sol filtrada por los gruesos cristales ambarinos de las ventanas. Permaneció tendido en la cama poco familiar, recogiendo los dispersos hilos de su existencia. Era difícil no sentir un profundo abatimiento. Cath, donde había esperado encontrar flexibilidad, esclarecimiento y quizá incluso cooperación, era un lugar apenas menos difícil que la estepa de Amán. Obviamente era una locura soñar en conseguir una nave espacial en Settra.

Reith se sentó en la cama. Había conocido el horror, el pesar, la desilusión, pero había habido también momentos de triunfo y esperanza, incluso unos pocos instantes espasmódicos de alegría. Si tenía que morir mañana —o dentro de doce días, tras doce «toques»—, había vivido ya una vida maravillosa. Muy bien pues, pondría su destino a prueba. Helsse había predicho su partida de Cath; Helsse había leído el futuro, o la personalidad de Reith, más exactamente que el propio Reith.

Mientras desayunaba con Traz y Anacho, les contó sus aventuras de la noche anterior. Anacho consideró inquietantes las circunstancias que rodeaban todo lo ocurrido.

—Ésta es una sociedad perturbada, constreñida por la formalidad del mismo modo que un huevo podrido se ve constreñido por su cáscara. Sea cual sea tu meta, y a veces pienso que tú eres el más evidente de todos los lunáticos, no podrás conseguirla aquí.

—Estoy de acuerdo.

—Entonces —dijo Traz—, ¿qué hacemos?

—Lo que planeo es peligroso, quizá una auténtica locura. Pero no veo otra alternativa. Pretendo pedirle dinero a Cizante; lo compartiremos. Luego creo que lo mejor será que nos separemos. Tú, Traz, lo mejor que puedes hacer es regresar a Wyness, donde podrás llevar una vida no peor que la que has llevado hasta ahora. Quizá Anacho pueda hacer lo mismo. Ninguno de los dos sacaréis ningún provecho viniendo conmigo; me atrevería más bien a garantizaros lo contrario.

Anacho miró al otro lado de la plaza.

—Hasta ahora has conseguido sobrevivir, aunque sea precariamente. Me siento curioso por saber qué es lo que realmente pretendes. Con tu permiso, me uniré a tu expedición, que sospecho es a todas luces tan desesperada como quieres darnos a entender.

—Pretendo confiscar una espacionave Wankh del aeropuerto de Ao Hidis, o de algún otro lugar si parece más conveniente.

Anacho alzó sus manos en el aire.

—No me temía menos. —Empezó a enumerar un centenar de objeciones, que Reith no se molestó en contradecir.

—Todo eso es muy cierto; terminaré mis días en una mazmorra Wankh o en la barriga de algún componente de las jaurías nocturnas; sin embargo, eso es lo que voy a intentar. Os ruego encarecidamente a los dos que os dirijáis a las Islas de las Nubes y viváis de la mejor manera que os sea posible.

—Bah —se burló Anacho—. ¿Por qué no intentas algo más razonable, como exterminar a los Pnume o intentar enseñar a los Chasch a cantar?

—Tengo otras ambiciones.

—Sí, sí, tu lejano planeta, el hogar del hombre. Me siento tentado a ayudarte, aunque sea tan sólo para demostrar tu locura.

—En lo que a mí respecta —dijo Traz—, me gustaría ver ese lejano planeta. Sé que existe, porque vi la nave espacial en la que llegó Adam Reith.

Anacho examinó al joven con las cejas alzadas en evidente sorpresa.

—Nunca mencionaste esto antes.

—Nunca lo preguntaste.

—¿Cómo podía un absurdo así penetrar en mi mente?

—Una persona que llama absurdos a los hechos recibirá a menudo sorpresas —dijo Traz.

—Pero al menos ha organizado las relaciones cósmicas en categorías, lo cual lo sitúa aparte de los animales y los subhombres.

—Ya basta —intervino Reith—; dediquemos nuestras energías al trabajo, puesto que los dos parecéis inclinados al suicidio. Hoy buscamos información. Y aquí está Helsse trayéndonos importantes noticias, o al menos así parece por su aspecto.

Helsse se les acercó y les dedicó un educado saludo.

—Ayer por la noche, como sin duda habréis imaginado, tuve mucho de que informar al Señor Cizante. Os pide que hagáis alguna petición razonable, que se sentirá contento de satisfacer. Recomienda que destruyamos los papeles tomados al espía, y me siento inclinado a estar de acuerdo con él. Si aceptáis, el Señor Cizante os otorgará mayores concesiones.

—¿De qué naturaleza?

—No las ha especificado, pero sospecho que tiene en mente una cierta relajación del protocolo respecto a vuestra presencia en el Palacio del Jade Azul.

—Estoy más interesado en los documentos que en el Señor Cizante. Si desea verme siempre puede acudir aquí al albergue.

Helsse dejó escapar una quebradiza risita.

—Vuestra respuesta no es una sorpresa. Si estáis preparado os conduciré al Ebron Sur, donde encontraremos a un Lokhar.

—¿No hay eruditos Yao que lean el lenguaje Wankh?

—Una tal ciencia sería completamente inútil.

—Hasta que alguien deseara traducir un documento. Helsse hizo un gesto indiferente.

—En esta vuelta del «rondó», el utilitarismo es una filosofía extraña. El Señor Cizante, por ejemplo, encontraría vuestros argumentos no sólo incomprensibles, sino también desagradables.

—Puede que nunca tengamos oportunidad de discutir al respecto —dijo Reith tranquilamente.

Helsse había llegado en un medio de transporte extremadamente elegante: un carruaje azul con seis ruedas escarlatas y una profusión de festones dorados. El interior era como un lujoso salón, con un tapizado gris verdoso, una pálida moqueta gris, un techo en forma de arco cubierto de seda verde. Los asientos estaban mullida-mente acolchados; a un lado, bajo las ventanillas de pálido cristal verde, un bufete ofrecía bandejas de golosinas. Helsse
hizo
subir a sus invitados con la mayor cortesía; hoy llevaba un traje verde pálido y gris, como haciendo juego con la decoración del carruaje.

Cuando todos estuvieron sentados, pulsó un botón para cerrar la portezuela y replegar los escalones. Reith observó:

—Aunque desprecie el utilitarismo como doctrina, al parecer al Señor Cizante no le importa aprovecharse de sus aplicaciones.

—¿Os referís al mecanismo de cierre de las portezuelas? No es consciente de que exista. Siempre tiene a alguien a mano para que pulse el botón por él. Como otros de su clase, solamente toca los objetos para jugar o para obtener placer. ¿Lo encontráis extraño? No importa. Debéis aceptar la aristocracia Yao tal como es.

—Evidentemente tú no te consideras como un miembro de la aristocracia Yao.

Helsse se echó a reír.

—Hubiera sido más delicada la conjetura de que me gusta lo que hago. —Habló a través de una rejilla—: Al Mercado de Ebron Sur.

El carruaje se puso en movimiento. Helsse sirvió copas de jarabe e indicó las golosinas.

—Vais a visitar nuestro distrito comercial: de hecho, la fuente de nuestra riqueza, aunque es considerado vulgar discutirlo.

—Extraño —murmuró Anacho—. Los Dirdir, en su nivel más alto, no se muestran nunca tan arrogantes.

—Son una raza distinta —dijo Helsse—. ¿Superior? No estoy convencido. Los Wankh nunca estarían de acuerdo, en caso de que alguna vez se molestaran en examinar el concepto.

Anacho se alzó despectivamente de hombros, pero no dijo nada más.

El carruaje avanzó por una zona mercantil: el Mercado, luego por un distrito de pequeñas moradas de una maravillosa diversidad de estilos. Finalmente se detuvo ante un grupo de achaparradas torres cuadradas de ladrillo. Helsse señaló un cercano jardín donde había sentados una docena de hombres de apariencia espectacular. Llevaban camisas y pantalones blancos, y su pelo, largo y abundante, era también blanco, en sorprendente contraste con la lustrosa negrura de sus pieles.

—Los Lokhar —dijo Helsse—. Mecánicos emigrados de las tierras altas al norte del lago Falas en el Kislovan Central. Ésa no es su coloración natural: blanquean su pelo y tiñen su piel. Algunos dicen que los Wankh impulsaron en ellos esa costumbre hace miles de años para diferenciarlos de los Hombres-Wankh, que naturalmente tienen la piel blanca y el pelo negro. En cualquier caso, van y vienen, trabajando allá donde obtienen unos mejores emolumentos, puesto que son una gente notablemente avariciosa. Algunos, después de trabajar en las tiendas y los talleres Wankh, han emigrado al norte, a Cath; algunos de ellos conocen algo del lenguaje Wankh, y ocasionalmente pueden descifrar el sentido de los documentos Wankh. Observad al hombre más viejo del fondo, el que está jugando con el niño; tiene la reputación de ser uno de los mejores expertos en lenguaje Wankh. Pedirá una suma exorbitante por sus esfuerzos, y a fin de evitar que pida sumas aún más exorbitantes en el futuro hay que regatear con él. Si tenéis la bondad de aguardar aquí, iré a hacer los arreglos necesarios.

—Un momento —dijo Reith—. A un nivel consciente estoy convencido de tu integridad, pero no puedo controlar mis instintivas sospechas. Hagamos los arreglos juntos.

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