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Authors: Jack Vance

El ciclo de Tschai (33 page)

BOOK: El ciclo de Tschai
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Heizari trajo a Reith un vaso de vino.

—Tengo una idea maravillosa.

—¿Cuál es?

—Abandona el barco en Wyness; ven a la Colina de los Huertos y ayuda a mi padre con su academia de esgrima. Será una vida sencilla, sin preocupaciones ni temores.

—La perspectiva es agradable —admitió Reith—, y me gustaría seguirla... pero tengo otras responsabilidades.

—¡Déjalas a un lado! ¿Son tan importantes las responsabilidades cuando uno tiene tan sólo una vida que vivir? Pero no respondas. —Apoyó una mano sobre la boca de Reith—. Sé lo que vas a decir. Eres un hombre extraño, Adam Reith, tan taciturno y tan alegre a la vez.

—Yo no me considero extraño. Tschai es extraño; yo soy completamente vulgar.

—¡Por supuesto que no! —rió Heizari—. Tschai es... —hizo un gesto vago—. A veces es terrible... ¿pero extraño? No conozco ningún otro lugar. —Se puso en pie—. Bueno, te traeré un poco más de vino, y quizá yo beba un poco también. En un día tan tranquilo, ¿qué otra cosa se puede hacer?

El capitán pasaba por allí cerca; se detuvo.

—Disfrutar de la calma mientras se puede; los vientos se acercan. Miren al norte.

En el horizonte colgaba un banco de negras nubes; el mar debajo de ellas resplandecía como cobre. Mientras miraban, un soplo de aire cruzó el mar, curiosamente frío. Las velas del
Vargaz
restallaron; los aparejos chirriaron.

Dordolio salió de su cabina. Se había cambiado de ropas; ahora llevaba un atuendo marrón oscuro, zapatos negros de terciopelo, un puntiagido sobrero también de terciopelo negro. Buscaba a Ylin Ylan; ¿dónde estaba? En el extremo de la proa, reclinada sobre la barandilla, contemplando el mar. Dordolio dudó, luego se dio lentamente la vuelta. Palo Barba le tendió un vaso de vino; Dordolio se sentó en silencio bajo la gran linterna de latón.

El banco de nubes rodaba hacia el sur, lanzando destellos de luz púrpura, y el lejano retumbar de un trueno alcanzó el
Vargaz.

Las velas triangulares fueron recogidas; el barco siguió avanzando lentamente, con sólo un pequeño foque de tormenta desplegado.

El atardecer se convirtió en una escena casi sobrenatural, con un sol marrón oscuro brillando apenas tras las negras nubes. La Flor de Cath regresó de proa: se detuvo, completamente desnuda, mirando hacia todos lados, ante los sorprendidos rostros de los pasajeros.

Llevaba una pistola de dardos en una mano, una daga en la otra. Su rostro exhibía una sonrisa peculiarmente fija; Reith, que había reconocido aquel rostro bajo las más diversas circunstancias, jamás lo hubiera reconocido. Dordolio, lanzando un grito inarticulado, corrió hacia ella.

La Flor de Cath apuntó la pistola hacia él; Dordolio se echó a un lado; el dardo pasó silbando junto a su cabeza. Ylin Ylan volvió a mirar a su alrededor; buscaba a Heizari. La descubrió y avanzó hacia ella, con la pistola nuevamente preparada. Heizari dejó escapar un grito de miedo y echó a correr tras el palo mayor. Un relámpago saltó de una nube a otra; Dordolio saltó, a su resplandor púrpura, hacia la Flor; ella le lanzó un tajo con la daga; Dordolio retrocedió tambaleándose; de su cuello brotaba sangre. La Flor apuntó la pistola de dardos; Dordolio se dejó caer de bruces tras la escotilla. Heizari echó a correr hacia el castillo de proa; la Flor la persiguió. Un marinero emergió en aquel momento del castillo... y se quedó petrificado. La Flor le lanzó un tajo al sorprendido rostro; el hombre cayó hacia atrás, rodando por las escaleras.

Heizari se había ocultado tras el trinquete. Un relámpago hendió el aire; el trueno le siguió casi inmediatamente.

La Flor rodeó el palo, agitando diestramente la hoja; la muchacha con el pelo naranja se aferró el costado y vaciló hacia delante, con una enorme sorpresa pintada en su rostro. La Flor apuntó la pistola de dardos, pero Palo Barba estaba ya allí y le dio un golpe seco al arma, enviándola resonando contra la cubierta. La Flor le lanzó un tajo con la daga, luego otro a Reith, que estaba intentando también sujetarla; trepó por la escalerilla de la bodega de proa, se subió al bauprés.

El barco se alzó sobre las olas y volvió a caer; el bauprés pareció elevarse y luego hundirse. El sol se hundió en el océano; la Flor se volvió para contemplarlo, sujetándose al estay del trinquete con una mano.

—¡Vuelve aquí, vuelve! —llamó Reith.

La muchacha se giró y le miró, con rostro remoto.

—¡Derl! —llamó Reith—. ¡Ylin Ylan! —Ella no dio ninguna muestra de haber oído. Reith apeló a sus otros nombres—: ¡Flor de Jade Azul! —Luego su nombre de corte—: ¡Shan Zarin!

Ella se limitó a dirigirle una triste sonrisa.

Reith intentó ablandarla. Utilizó su nombre de niña:

—Zozi... Zozi... baja de ahí.

El rostro de la muchacha cambió. Se acercó más al estay, sujetándose fuertemente a él.

—¡Zozi! ¿Por qué no me hablas? Baja, sé buena chica. Pero la mente de ella estaba muy lejos, allá donde estaba ocultándose el sol.

Reith apeló a su nombre secreto.

—¡L'lae! ¡Ven, ven conmigo! ¡Es Ktan quien te llama, L'Lae!

Ella agitó de nuevo la cabeza, sin apartar los ojos del mar.

Reith la llamó por su último nombre, aunque sonó extraño en sus labios: su nombre de amor. La llamó, pero el trueno ahogó el sonido de su voz, y la muchacha no le oyó. El sol era un pequeño segmento hundiéndose en el mar, reflejando apagados colores. La Flor se soltó del estay, pareció dar un paso, y cayó hacia un repentino surtidor de espuma. Por un instante Reith creyó ver la espiral de su oscuro pelo, luego desapareció.

Más tarde, ya entrada la noche, con el
Vargaz
trepando las empinadas laderas y hundiéndose en los profundos valles de las olas, Reith hizo una pregunta a Ankhe at afram Anacho, el Hombre-Dirdir.

—¿Crees que perdió la razón? ¿O se trató realmente del
awaile?

—Fue el
awaile.
El refugio contra la vergüenza.

—Pero... —Reith fue a decir algo, pero no pudo hacer más que un gesto inarticulado.

—Dedicaste tus atenciones a la muchacha de la Isla de las Nubes. Su campeón se puso en ridículo. Su futuro se abría a la humillación. Nos hubiera matado a todos si hubiera podido.

—Lo encuentro incomprensible —murmuró Reith.

—Naturalmente. Tú no eres un Yao. Para la Princesa del Jade Azul, las presiones fueron demasiado grandes.

Ha sido afortunada. En Settra, hubiera sido castigada en una espectacular sesión de tortura pública.

Reith se marchó tambaleándose de la cubierta. La linterna de latón crujía en sus balanceos. Miró el agitado mar. En algún lugar, muy lejos y muy profundo, un blanco cuerpo flotaba en la oscuridad.

5

Los vientos soplaron inconstantes durante toda la noche: ráfagas, suspiros, tornados, soplos. El amanecer trajo consigo una brusca calma, y el sol mostró al
Vargaz
balanceándose en un agitado mar.

Al mediodía una terrible borrasca lanzó al barco directamente hacia el sur como un juguete, hendiendo el espumoso mar con la proa. Los pasajeros se mantuvieron en el salón. Heizari, vendada y pálida, no salió de la cabina que compartía con Edwe. Reith permaneció sentado a su lado durante una hora. La muchacha no sabía hablar de otra cosa que de su terrible experiencia.

—¿Pero por qué haría algo tan terrible?

—Al parecer los Yao son propensos a tales actos.

—Ya he oído eso; pero incluso la locura tiene una razón.

—El Hombre-Dirdir dice que se vio abrumada por la vergüenza.

—¡Qué estupidez! ¿Una persona tan hermosa como ella? ¿Qué pudo haber hecho para que la afectara tanto?

—No me atrevo a especular —murmuró Reith.

Las olas se convirtieron en gigantescas colinas que alzaban al
Vargaz,
empujando su redondo casco, burbujeando y crujiendo, bajando sus largas laderas. Finalmente, una mañana, el sol brilló en un cielo marrón claro libre de nubes. La marejada persistió un día más, luego recedió gradualmente, y el barco desplegó todas sus velas ante una alegre brisa del oeste.

Tres días más tarde una lejana isla negra surgió al sur, y el capitán informó que se trataba de un refugio de corsarios; mantuvo una atenta vigilancia desde el palo mayor hasta que la isla se desvaneció en la oscuridad del anochecer.

Los días fueron pasando sin nada que los distinguiera los unos de los otros: días curiosamente antisépticos dominados por lo incierto del futuro. Reith empezó a ponerse nerviosamente intranquilo. ¡Qué lejanos parecían los acontecimientos de Pera, una época tan inocente y desprovista de complicaciones! Por aquel entonces, Cath había parecido un paraíso de civilizada seguridad, con Reith convencido de que el Señor del Jade Azul facilitaría sus planes a través de la gratitud. ¡Qué absurda esperanza!

El barco se acercaba a la costa de Kachan, donde el capitán esperaba aprovechar las comentes que fluían hacia el norte para penetrar en el Parapan.

Una mañana, al salir a cubierta, Reith descubrió una isla de aspecto notable a estribor: un lugar no demasiado extenso, menos de medio kilómetro de diámetro, rodeado en el mismo borde del agua por un muro de cristal negro de treinta metros de altura. Al otro lado se alzaban una docena de enormes edificios de distintas alturas y proporciones carentes de gracia.

Anacho el Hombre-Dirdir se detuvo de pie a su lado, con los estrechos hombros hundidos y el largo rostro malhumorado.

—Estás contemplando la fortaleza de una raza maligna: los Wankh.

—¿Maligna? ¿Porque están en guerra con los Dirdir?

—Porque no quieren poner fin a la guerra. ¿Qué beneficio ofrece esa confrontación ni a los Dirdir ni a los Wankh? Los Dirdir ofrecen cesar las hostilidades; los Wankh se niegan. ¡Son un pueblo duro e inescrutable!

—Naturalmente, desconozco los raíces del conflicto —dijo Reith—. ¿Por qué el muro en torno a la isla?

—Para mantener alejados a los Pnume, que infestan Tschai como las ratas. Los Wankh no son una gente sociable. De hecho... mira bajo la superficie.

Reith escrutó el agua y vio una oscura silueta de apariencia humana deslizándose junto a la nave a una profundidad de tres o cuatro metros, con una estructura metálica fijada a su cintura y avanzando sin efectuar aparentemente ningún movimiento. La silueta hizo de pronto como una contorsión, se deslizó hacia un lado y desapareció en la oscuridad del agua.

—Los Wankh son una raza anfibia, que utilizan propulsores eléctricos para sus deportes bajo el agua.

Reith tomó una vez más el sondascopio. Las torres de los Wank, como los muros, eran de cristal negro. Las redondas ventanas eran discos más negros que la negrura; una serie de balcones y galerías de frágil y retorcido cristal se convertían en pasarelas que conducían a otras estructuras más alejadas. Reith captó un movimiento: ¿un par de Wankh? Amplió el alcance y vio que eran hombres —Hombres-Wankh, sin la menor duda—, con pieles tan blancas como la harina y negros pellejos colgando de unos cráneos casi planos. Sus rostros parecían lisos, con rígidos rasgos taciturnos; llevaban lo que parecían ser trajes negros de una sola pieza, con anchos cinturones de piel negra de los que colgaban pequeños accesorios, herramientas, instrumentos. Cuando entraban en el edificio, volvieron sus miradas hacia el
Vargaz, y
por un instante Reith pudo ver completamente sus rostros. Apartó de golpe el sondascopio.

Anacho lo miró sorprendido.

—¿Qué ocurre?

—Vi dos Hombres-Wankh... Incluso tú, un extraño fenómeno de mutación, pareces normal comparado con ellos.

Anacho dejó escapar una sardónica risa.

—De hecho, no son muy distintos de los subhombres típicos.

Reith no discutió aquello; en primer lugar, no podía definir la cualidad exacta que había visto tras aquellos rígidos rostros blancos. Miró de nuevo, pero los Hombres-Wankh habían desaparecido. Dordolio había salido a cubierta y ahora contemplaba fascinado el sondascopio.

—¿Qué instrumento es ése?

—Un dispositivo óptico electrónico —dijo Reith sin el menor énfasis.

—Nunca había visto nada parecido. —Miró a Anacho—. ¿Es una máquina Dirdir?

Anacho hizo un gesto inconclusivo.

—Creo que no.

Dordolio lanzó a Reith una mirada llena de desconcierto.

—¿Es Chasch a Wankh? —Observó el estuche—. ¿Qué escritura es ésta?

Anacho se alzó de hombros.

—Ninguna que yo pueda leer.

—¿Puedes leerla tú? —preguntó Dordolio a Reith.

—Sí, creo que sí. —Animado por un repentino y malévolo impulso, leyó:

Agencia Federal del Espacio

División de Equipo e Instrumentos

Telescopio Binocular a Fotomultiplicación Mark XI

Ix-lOOOx No proyectivo, inoperable en oscuridad total

BAF-1303-K-29023

Utilizar únicamente cargas de energía Tipo D5. En luz escasa, conectar el compensador de luz. No mirar directamente al sol o a cualquier otra fuente de iluminación intensa; si el protector automático falla, pueden producirse daños oculares.

Dordolio no consiguió apartar la vista del instrumento.

—¿Qué idioma es ése?

—Uno de los muchos dialectos humanos —dijo Reith.

—¿Pero de qué región? En Tschai hay hombres por todas partes, pero según tengo entendido todos ellos hablan el mismo idioma.

—Antes que poneros a ambos en una situación difícil, prefiero no decir nada —indicó Reith—. Seguid pensando en mí como en un amnésico.

—¿Nos tomas por estúpidos? —gruñó Dordolio—. ¿Acaso somos niños para que nuestras preguntas sean contestadas con evasivas?

—A veces —dijo Anacho, hablándole al aire— forma parte de la sabiduría el mantener un mito. Demasiados conocimientos pueden convertirse en una carga.

Dordolio se mordisqueó el bigote. Miró con el rabillo del ojo el sondascopio, luego se dio la vuelta y se alejó bruscamente.

Ante ellos habían aparecido otras tres islas, alzándose agrestes sobre el mar, cada una de ellas con su muro y su núcleo de excéntricos edificios negros. Una sombra se extendía en el horizonte más allá: la tierra firme de Kachan.

A medida que transcurría la tarde la sombra fue adquiriendo densidad y detalle, convirtiéndose en un hacinamiento de montañas que se alzaban del mar. El
Vargaz
las costeó hacia el norte, casi refugiado en sus sombras, con negros milanos de caídas alas trazando círculos en torno a los mástiles y emitiendo gritos que eran casi lamentos y haciendo chasquear sus mandíbulas. A última hora de la tarde las montañas desaparecieron para dejar paso a una bahía de estrecha embocadura., Una indescriptible ciudad ocupaba la orilla sur; en un promontorio al norte se alzaba una fortaleza Wankh, como una excrecencia de indisciplinados cristales negros. Un espacio-puerto ocupaba la llanura al este, y en él eran visibles un cierto número de naves espaciales de distintos tamaños y estilos.

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