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Authors: Jack Vance

El ciclo de Tschai (49 page)

BOOK: El ciclo de Tschai
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Por la mañana, tras un desayuno de setas asadas, Reith abrió su bolsa.

—La expedición ha sido un fracaso, pero eso no cambia las cosas. Como prometí, cada hombre recibirá otros cinco mil sequins. Tomadlos ahora, con mi gratitud por vuestra lealtad.

Zarfo aceptó delicadamente las resplandecientes monedas púrpuras y las sopesó.

—Ante todo soy un nombre honesto, y en consecuencia, puesto que ésta era la estructura del contrato, aceptaré el dinero.

—Permíteme hacerte una pregunta, Adam Reith —murmuró Jag Jaganig—. Dijiste a los Wankh que eras un hombre de un mundo lejano, la cuna del hombre. ¿Es eso correcto?

—Eso es lo que dije a los Wankh.

—¿Eres realmente ese hombre, procedente de ese lejano planeta?

—Sí. Aunque Anacho el Hombre-Dirdir ponga esa cara de palo al oírme.

—Cuéntanos algo de ese planeta.

Reith habló durante más de una hora, mientras sus camaradas permanecían sentados en torno al fuego, mirando.

Finalmente, Anacho carraspeó.

—No dudo de tu sinceridad. Pero, como tú mismo dices, la historia de la Tierra es corta comparada con la historia de Tschai. Resulta obvio que, en un lejano pasado, los Dirdir visitaron la Tierra, y que dejaron allí una colonia de Hombres-Dirdir, de la cual descienden todos los terrestres.

—Hubiera podido probar lo contrario —dijo Reith— si nuestra aventura hubiera tenido éxito y todos nosotros hubiéramos viajado a la Tierra.

Anacho removió el fuego con una rama.

—Interesante... Los Dirdir, por supuesto, jamás venderían o cederían una nave espacial. Un robo como el perpetrado a los Wankh resultaría también imposible. Sin embargo... en los Talleres Astronáuticos del Gran Sivish puede adquirirse en estos momentos casi cualquier componente, comprándolo o a través de discretos arreglos. Solamente se necesitan sequins... una suma considerable, por supuesto.

—¿Cuánto? —preguntó Reith.

—Unos cien mil sequins harían maravillas.

—Sin duda. Pero en estos momentos apenas tengo una centésima parte de esa suma.

Zarfo le tendió sus cinco mil sequins.

—Aquí tienes esto. Me duele como la pérdida de una pierna. Pero que éstas sean las primeras monedas de la bolsa.

Reith le devolvió el dinero.

—Por el momento, no harían más que producir un ruido hueco.

Trece días más tarde el grupo bajó de los Infnets a Blalag, donde abordaron un carromato a motor y regresaron así a Smargash.

Durante tres días Reith, Anacho y Traz comieron, durmieron y observaron en la calle a los jóvenes y sus danzas.

Por la tarde del tercer día
Zarfo
se les unió en la taberna.

—Todo parece tranquilo como una balsa de aceite. ¿Sabéis las noticias?

—¿Qué noticias?

—En primer lugar, he adquirido una deliciosa propiedad en un meandro del río Whisfer, con cinco hermosos keels, tres psillas y un asponistra, sin mencionar los tay-bayas. Allí pienso terminar plácidamente mis días... a menos que vuelvas a tentarme con otra loca aventura. En segundo lugar, esta mañana dos técnicos han vuelto a Smargash de Ao Hidis. ¡Flotan grandes cambios en el aire! Los Hombres-Wankh están abandonando las fortalezas; han sido echados, y ahora viven en chozas con los Negros y los Púrpuras. Parece que los Wankh ya no toleran su presencia.

Reith dejó escapar una risita.

—En Dadiche encontramos a una raza alienígena explotando a los hombres. En Ao Hidis encontramos a unos hombres explotando a una raza alienígena. Ambas condiciones han cambiado ahora. Anacho, ¿no te importaría verte liberado de tu enervante filosofía y convertirte en un hombre cuerdo?

—Quiero una demostración, no palabras. Llévame a la Tierra.

—Es difícil ir andando hasta allí.

—En los Talleres Astronáuticos del Gran Sivish hay una docena de botes espaciales que necesitan solamente ser comprados y montados.

—Sí, pero ¿dónde están los sequins para conseguirlo?

—No lo sé —dijo Anacho.

—Ni yo —dijo Traz.

Los Dirdir

Prólogo

A doscientos doce años luz de la Tierra flotan la humosa estrella amarilla Carina 4269 y su único planeta Tschai. Al acudir a investigar la fuente de unas señales de radio recibidas en la Tierra, la nave
Explorador IV
fue destruida. Su único superviviente, el explorador estelar Adam Reith, fue rescatado, maltrecho, por Traz Onmale, joven jefe de los nómadas Emblemas.

Desde un principio, la más urgente finalidad de Adam Reith fue regresar a la Tierra, con la noticia de la existencia de Tschai y su extraño conglomerado de razas. En su búsqueda de una espacionave para tal fin se le unieron primero Traz, luego un tal Ankhe at afram Anacho, un Hombre-Dirdir fugitivo.

Reith no tardó en saber que Tschai había sido escenario de antiguas guerras entre tres razas extraplanetarias: los Dirdir, los Chasch y los Wankh. En la actualidad existía un incierto punto muerto, en el que cada raza mantenía su área de influencia, con las vastas tierras interiores abandonadas a los nómadas, fugitivos, bandidos, señores feudales y otras comunidades más o menos civilizadas. Indígenas de Tschai eran los solitarios Phung, y los Pnume, una raza furtiva que vivía en cavernas, túneles y pasadizos bajo las ciudades en ruinas que jalonaban el paisaje del planeta.

Cada una de las razas alienígenas había adoptado o esclavizado a los hombres, los cuales, a lo largo de miles de años, habían evolucionado hacia la correspondiente raza anfitriona, de tal modo que ahora existían los Hombres-Dirdir, los Hombres-Chasch, los Hombres-Wankh y los Pnumekin, además de las otras y más obvias poblaciones humanas.

Reith se sintió desde un principio maravillado ante la presencia de hombres en Tschai. Una tarde, en la posada del recinto para caravanas de la Estepa Muerta, el Hombre-Dirdir Anacho aclaró el asunto:

—Antes de que llegaran los Chasch, los Pnume gobernaban en todas partes. Vivían en poblados de pequeños domos, pero toda huella de esos poblados ha desaparecido. Ahora moran en cuevas y pasadizos bajo las viejas ciudades, y sus vidas son un misterio. Incluso los Dirdir consideran que trae mala suerte molestar a un Pnume.

—Entonces, ¿los Chasch llegaron a Tschai antes que los Dirdir? —inquirió Reith.

—Es bien sabido —dijo Anacho, maravillándose de la ignorancia de Reith—. Sólo un hombre de una provincia aislada... o de un mundo lejano, ignoraría el hecho. —Lanzó a Reith una mirada interrogadora—. Pero los primeros invasores fueron de hecho los Viejos Chasch, hará un centenar de miles de años. Diez mil años más tarde llegaron los Chasch Azules, procedentes de un planeta colonizado en una era anterior por los viajeros espaciales Chasch. Las dos razas Chasch lucharon por el dominio de Tschai, y apelaron a los Chasch Verdes como tropas de choque.

»Hace sesenta mil años llegaron los Dirdir. Los Chasch sufrieron grandes pérdidas hasta que los Dirdir llegaron en tan gran número que se volvieron vulnerables, a partir de cuyo momento se estableció un equilibrio. Las razas siguen siendo enemigas, con pocos intercambios entre ellas.

»En un tiempo comparativamente reciente, hace diez mil años, estalló una guerra espacial entre los Dirdir y los Wankh, y se extendió hasta Tschai, donde los Wankh construyeron fuertes en Rakh y en el sur de Kachan. Pero ahora la lucha es escasa, excepto alguna que otra escaramuza y emboscada. Cada raza teme a las otras dos y anhela la hora en que pueda eliminarlas y conseguir la supremacía. Los Pnume son neutrales y no toman parte en las guerras, aunque observan con interés y toman notas para su historia.

—¿Y qué hay de los hombres? —preguntó Reith con circunspección—. ¿Cuándo llegaron a Tschai?

Los hombres —dijo el Hombre-Dirdir a su manera más didáctica— se originaron en Sibol y vinieron a Tschai con los Dirdir. Los hombres son tan plásticos como la cera, y algunos se metamorfosearon, primero en hombres de las marismas, luego, hace veinte mil años, en este tipo. —Y aquí Anacho señaló a Traz, que le devolvió una fulgurante mirada—. Otros, esclavizados, se convirtieron en Hombres-Chasch, Pnumekin, incluso Hombres-Wankh. Hay docenas de híbridos y razas extrañas. Existen multitud de variedades incluso entre los Hombres-Dirdir. Los Inmaculados son casi Dirdir puros. Otros exhiben menos refinamiento. Éste es el entorno que rodeó mi propia desafección: exigí prerrogativas que me fueron negadas, pero que adopté pese a todo...

Anacho siguió hablando, describiendo sus dificultades, pero la atención de Reith no estaba con él. Ahora resultaba claro cómo habían llegado los hombres a Tschai. Los Dirdir conocían el viaje espacial desde hacía más de setenta mil años. Durante este tiempo habían visitado evidentemente la Tierra, dos veces al menos. En la primera ocasión habían capturado una tribu de proto-mongoloides: la naturaleza aparente de los hombres de las marismas a los que había aludido Anacho. En la segunda ocasión —hacía veinte mil años, según Anacho— habían recogido un cargamento de proto-caucasianos. Esos dos grupos, bajo las especiales condiciones de Tschai, habían mutado, se habían especializado, habían vuelto a mutar, habían vuelto a especializarse, hasta producir la sorprendente diversidad de tipos humanos que podían hallarse en el planeta.

Tras fracasar en su intento de apoderarse de una nave espacial Wankh, Reith y sus compañeros buscaron refugio en Smargash, en las tierras altas de los Lokhar, en Kachan.

1

El sol Carina 4269 había penetrado en la constelación Tartusz, marcando el comienzo del Balul Zac Ag, el «tiempo del sueño innatural» en el que la carnicería, el esclavismo, el pillaje y el incendio se detenían en las tierras altas de los Lokhar. El Balul Zac Ag había dado origen a la Gran Feria de Smargash, o quizá la Gran Feria había venido antes, generando finalmente el Balul Zac Ag tras ignorados centenares de años. De todas las tierras altas los Lokhar, y de las regiones circundantes los Xar, Zhur-veg, Seraf y Niss acudían Smargash para mezclarse y comerciar, resolver disputas territoriales, recoger información. El odio colgaba en el aire como un hedor; miradas de soslayo y maldiciones susurradas, silbidos contenidos y aborrecimiento acentuaban el color y la confusión del
bazar.
Tan sólo los Lokhar (los hombres con la piel negra y el pelo blanco, las mujeres con la piel blanca y el pelo negro) mantenían sus expresiones de plácida despreocupación.

El segundo día del Balul Zac Ag, mientras Adam Reith vagabundeaba por el bazar, se dio cuenta de que estaba siendo vigilado. La convicción le llegó como un shock de desánimo; en Tschai, la vigilancia siempre conducía a una ominosa conclusión.

Quizá estuviera equivocado, se dijo a sí mismo Reith. Tenía docenas de enemigos; para muchos otros representaba el desastre ideológico; ¿pero cómo podía alguno de ellos haber seguido su rastro hasta Smargash? Reith siguió avanzando por las atestadas callejuelas del bazar, deteniéndose en los tenderetes para mirar hacia atrás por encima del hombro. Pero quien le seguía, si de hecho existía, estaba perdido entre la confusión. Había Niss con ropajes negros y sus más de dos metros de altura, caminando como aves rapaces; Xar, Seraf; nómadas Dugbo acuclillados junto a sus fuegos; Cosas Humanas inexpresivas tras sus máscaras de cerámica; Zhurveg con caftanes color marrón café; los propios Lokhar de Smargash. Había un extraño sonido sincopado; el golpear del hierro, el chirriar del cuero, voces duras, estridentes llamadas, el rasposo gemido aletargado de la música Dugbo. Había olores: especia de helecho, secreciones glandulares, submusgo, polvo alzándose y posándose, el vaho de nueces picadas, el humor de la carne a la parrilla, el perfume de los Seraf. Había colores: negro, marrón opaco, naranja, escarlata, azul oscuro, dorado viejo. Reith abandonó el bazar y cruzó la pista de baile. Se detuvo en seco, y con el rabillo del ojo divisó una figura deslizándose en el interior de una tienda.

Regresó pensativo a la posada. Traz y el Hombre-Dirdir, Ankhe at afram Anacho, estaban sentados en el refectorio comiendo pan y carne. Comían en silencio; dos seres antagónicos, cada uno de los cuales consideraba al otro incomprensible. Anacho, alto, delgado y pálido como todos los Hombres-Dirdir, estaba completamente desprovisto de pelo, una cualidad que ahora tendía a minimizar bajo un suave casquete lleno de borlas al estilo de los Yao. Su personalidad era impredecible; se sentía inclinado hacia la locuacidad, las bromas fuera de tono, las repentinas petulancias. Traz, cuadrado, robusto y sombrío, era en muchos aspectos el reverso de Anacho. Traz consideraba a Anacho vano, demasiado sutil, demasiado civilizado; Anacho pensaba que Traz era carente de tacto, severo y excesivamente literal. Cómo conseguían los dos viajar juntos en una relativa amistad era un misterio para Reith.

Se sentó a la mesa.

—Creo que estoy siendo vigilado— anunció. Anacho se echó desanimado hacia atrás.

—Entonces debemos prepararnos para el desastre... o la huida.

—Prefiero la huida —dijo Reith. Se sirvió cerveza de una jarra de piedra.

—¿Sigues con la intención de viajar por el espacio hasta ese mítico planeta tuyo? —Anacho habló con la voz de alguien que está razonando con un chiquillo obstinado.

—Quiero regresar a la Tierra, por supuesto.

—Bah —murmuró Anacho—. Eres víctima de un engaño o de una obsesión. ¿No puedes curarte por ti mismo? El proyecto es más fácil de discutir que de realizar. Las naves espaciales no son tijeras de extirpar verrugas, que puedes encontrar en cualquier tenderete del bazar.

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