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Authors: Jack Vance

El ciclo de Tschai (53 page)

BOOK: El ciclo de Tschai
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—Puede que yo sea un Hombre-Dirdir, y puede que ese aparato sea un aparato Dirdir. Y puede que estemos realizando un trabajo importante en el que sea necesaria una absoluta discreción.

—Aja, entiendo. —La mujer no pudo reprimir su sorpresa—. Algo que ver con los Wankh, sin duda. ¿Sabéis que han habido grandes cambios en el sur? ¡Los Wankh y los Hombres-Wankh están enfrentados!

—Así nos han dicho.

La mujer se inclinó hacia delante.

—¿Qué hay de los Wankh? ¿Se retiran realmente? Corren rumores de que sí.

—No lo creo —dijo Anacho—. Mientras los Dirdir sigan ocupando Haulk, los Wankh mantendrán sus fortalezas en Kislovan, del mismo modo que los Chasch Azules mantendrán listos sus silos de torpedos.

—¡Y nosotros, pobres miserables humanos, peones de esa gran gente, sin saber nunca hacia qué lado saltar! —exclamó la mujer—. ¡Digo que Bevol se los lleve a todos, y nos dejen tranquilos!

Agitó un puño hacia el sur, hacia el sudoeste y hacia el noroeste, las direcciones en las que localizaba a sus principales antagonistas; luego se marchó.

Anacho, Traz y Reith siguieron sentados en la antigua sala de piedra, contemplando el parpadeante fuego.

—Bien —dijo Anacho—, ¿qué hacemos mañana?

—Mis planes siguen siendo los mismos —dijo Reith—. Pretendo regresar a la Tierra. En algún lugar, de alguna manera, tengo que entrar en posesión de una espacionave. Este programa no tiene sentido para vosotros dos. Deberíais ir a un lugar donde estuvierais seguros: las Islas de las Nubes, o quizá de vuelta a Smargash. Iremos allá donde vosotros decidáis; luego quizá me dejéis continuar en el aparato aéreo.

El largo rostro de arlequín de Anacho adoptó una expresión casi formal.

—¿Y dónde irás entonces?

—Mencionaste los talleres espaciales en Sivishe; ese será mi destino.

—¿Y el dinero? Necesitarás una gran cantidad, al mismo tiempo que sutileza, y sobre todo suerte.

—Para el dinero siempre están los Carabas. Anacho asintió.

—Cualquier desesperado de Tschai te dirá lo mismo. Pero la riqueza no llega sin un gran riesgo. Los Carabas se hallan dentro de la Reserva de Caza Dirdir; los que penetran allí se convierten en presas. Y si eludes a los Dirdir, están Buszli el Bandido, la Banda Azul, las mujeres vampiro, los apostadores, los hombres-gancho. Por cada hombre que consigue un puñado de sequins, otros tres dejan allí sus huesos, o llenan la barriga de los Dirdir. Reith hizo una mueca.

—Tendré que correr el riesgo.

Los tres permanecieron sentados, mirando al fuego. Traz se agitó.

—Hace mucho tiempo desde que llevaba el Onmale, pero nunca me he librado enteramente de su peso. A veces siento que me llama desde debajo del suelo. Al principio ordenaba preservar la vida de Adam Reith; ahora, aunque quisiera, no podría abandonar a Adam Reith por miedo al Onmale.

—Yo soy un fugitivo —dijo Anacho—. No tengo vida propia. Hemos destruido la primera Iniciativa,
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pero más pronto o más tarde habrá una segunda Iniciativa. Los Dirdir son pertinaces. ¿Sabéis dónde podemos encontrar la mayor seguridad? En Sivishe, al pie de la ciudad Dirdir de Hei. En cuanto a los Carabas... —Anacho suspiró afligido—. Adam Reith parece poseer una extraña habilidad para la supervivencia. No tengo nada mejor que hacer. Correré también el riesgo.

—No diré nada más —murmuró Reith—. Os agradezco vuestra compañía.

Durante un tiempo los tres siguieron contemplando las llamas. Afuera, el viento soplaba y silbaba.

—Bien, nuestro destino son los Carabas —dijo Reith—. ¿Por qué no debería proporcionarnos la nave una ventaja? Anacho agitó los dedos.

—No en la Zona Negra. Los Dirdir la captarían y estarían inmediatamente sobre nosotros.

—Tiene que existir algún tipo de táctica que disminuya el peligro —dijo Reith.

Anacho lanzó una lúgubre risita.

—Cada cual que visita la Zona tiene sus propias teorías. Algunos entran de noche; otros llevan camuflajes y botas con la suela acolchada para disimular su rastro. Algunos organizan brigadas y avanzan como una unidad; otros se sienten más seguros solos. Algunos entran por Zimle; otros bajan desde Maust. Las eventualidades son normalmente las mismas.

Reith se frotó reflexivamente la mandíbula.

—¿Se unen los Hombres-Dirdir a la caza? Anacho sonrió a las llamas.

—Los Inmaculados conocen la caza. Pero tu idea no tiene ningún valor. Ni tú ni Traz podéis aparentar con éxito a un Inmaculado.

El fuego se convirtió en cenizas; los tres se retiraron a sus altas y oscuras habitaciones y durmieron en duros colchones bajo sábanas que olían a mar. Por la mañana tomaron un desayuno de bizcochos salados y té, pagaron la cuenta y abandonaron la posada.

El día era melancólico. Fríos tentáculos neblinosos se enroscaban en torno a los chimax. Los tres hombres subieron al aparato aéreo. Se elevaron hacia el encapotado cielo, y finalmente surgieron a la amabarina luz solar. Se orientaron hacia el oeste, por encima del océano Draschade.

4

El gris Draschade se deslizaba a sus pies: el mismo océano que Reith había cruzado —le parecía que hacía eones de ello— a bordo del
Vargaz.
Anacho volaba cerca de la superficie, para minimizar el riesgo de ser detectados por las pantallas rastreadoras Dirdir.

—Tenemos importantes decisiones que tomar —anunció—. Los Dirdir son cazadores; nosotros vamos a convertirnos en presas. En pricipio, una vez iniciada, una caza debe consumarse, pero los Dirdir no son tan cohesivos como los Wankh; sus programas son el resultado de iniciativas individuales, los llamados
zhna-dih.
Esto significa «un gran salto impetuoso, acompañado de destellos como relámpagos». El celo consumido en encontrarnos depende de si el jefe cazador, el que realizó el primitivo
zhna-dih,
estaba a bordo de la nave y ahora ha muerto o no. En el primer caso hay una considerable disminución del riesgo, a menos que otro Dirdir desee afirmar su
h'so,
una palabra que significa «maravilloso predominio», y organice otro
tsau'gsh,
en cuyo caso las condiciones serán las mismas que antes. Si el jefe de la caza está aún vivo, se ha convertido en nuestro mortal enemigo.

—¿Y qué era antes? —preguntó Reith, maravillado. Anacho ignoró la observación.

—El jefe de la caza tiene la fuerza de la comunidad a su disposición, aunque impone su
h'so
más enfáticamente a través del
zhna-dih.
Sin embargo, si sospecha que estamos utilizando el vehículo aéreo, puede ordenar que sean utilizadas las pantallas rastreadoras. —Anacho señaló despreocupadamente un disco de metal gris a un lado del panel de instrumentos—. Si somos interceptados por una pantalla rastreadora, veréis aquí un entramado de líneas anaranjadas.

Pasaron las horas. Anacho condescendió a explicar la forma en que operaba el aparato; Traz y Reith se familiarizaron con los controles. Carina 4269 ascendió en el cielo, pasó por encima de la nave y empezó a descender hacia el oeste. El Draschade se deslizaba a sus pies, una enigmática extensión gris amarronada, que se confundía y mezclaba a lo lejos con el cielo.

Anacho empezó a hablar de los Carabas:

—La mayoría de los buscadores de sequins entran por Maust, a ochenta kilómetros al sur del Primer Mar. En Maust están las tiendas de equipamiento más completas, los mejores mapas y manuales, y otros servicios. Considero que es un destino tan bueno como cualquier otro.

—¿Dónde se encuentran normalmente los bulbos?

—En cualquier lugar dentro de los Carabas. No hay ninguna regla, ningún sistema para descubrirlos. Donde hay mucha gente buscando, los bulbos son naturalmente pocos.

—Entonces, ¿por qué no elegir una entrada menos popular?

—Maust es popular debido a que es la más conveniente.

Reith miró al frente, hacia la aún invisible costa de Kislovan y el desconocido futuro.

—¿Y si no utilizamos ninguna de esas entradas, sino algún punto intermedio?

—¿Y qué ganaremos con ello? La Zona es la misma en cualquier dirección.

—Tiene que existir alguna forma de minimizar los riesgos y maximizar los beneficios.

Anacho agitó despectivamente la cabeza.

—¡Eres un hombre extraño y obstinado! ¿No es esta actitud una forma de arrogancia?

—No —dijo Reith—. No lo creo así.

—¿Por qué deberías tener tú éxito con tanta facilidad allá donde muchos otros han fracasado? —argumentó Anacho.

Reith sonrió.

—No es arrogancia el que uno se pregunte por qué han fracasado.

—Una de las virtudes Dirdir es el
zs'hanh —
dijo Anacho—. Significa «indiferencia desdeñosa hacia la actividad de otros». Hay veintiocho castas de Dirdir, que no voy a enumerar, y cuatro castas de Hombres-Dirdir: los Inmaculados, los Intensivos, los Estranes y los Clutes. El
zs'hanh
es considerado como un atributo de los grados cuatro a trece de los Dirdir. Los Inmaculados practican también el
zs'hanh.
Es una noble doctrina.

Reith agitó sorprendido la cabeza.

—¿Cómo han conseguido los Dirdir crear y coordinar una civilización técnica? Con una mezcla tal de voluntades en conflicto...

—Lo has comprendido mal —dijo Anacho con su voz más nasal—. La situación es más compleja. Para ascender de casta un Dirdir debe ser aceptado en el siguiente grupo más alto. Consigue esta aceptación a través de sus logros, no ocasionando conflictos. El
zs'hanh
no es siempre adecuado para las clases inferiores, ni tampoco para las más altas, que utilizan la doctrina del
pn'hanh:
«la sagacidad corrosiva o roedora del metal».

—Yo debo pertenecer a una casta alta —dijo Reith—. Tengo intención de utilizar el
pn'hanh
antes que el
zs'hanh.
Tengo intención de explotar cualquier posible ventaja y evitar todo riesgo.

Reith miró de soslayo al gran rostro lúgubre.
Desea señalar que mi casta es demasiado baja para tales pretensiones,
pensó,
pero sabe que me reiré de él.

El sol se hundió con una anormal deliberación, con su índice de inmersión en el mar frenado por el avance hacia el oeste del aparato. A última hora de la tarde una masa gris violácea surgió en el horizonte, como acudiendo al encuentro del disco solar marrón pálido. Era la isla Leume, muy próxima a la parte inferior del continente de Kislovan.

Anacho hizo girar ligeramente el aparato hacia el norte y aterrizó en un destartalado pueblo en el arenoso cabo norte. Pasaron la noche en la Hostería del Soplador de Vidrio, una estructura hecha a base de botellas y jarras desechadas por las tiendas y las canteras de arena de la parte de atrás de la ciudad. La hostería era húmeda y estaba empapada de un peculiar olor ácido; la sopa de la cena, servida en una pesada sopera de vidrio verde, desprendía el mismo aroma. Reith observó la similitud a Anacho, que llamó al camarero Gris
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y le preguntó altivamente. El camarero señaló a un largo insecto negro que se escurría por el suelo.

—Los skarats son criaturas que exhalan un fuerte olor. Bevol nos los envió como una plaga, hasta que decidimos utilizarlos y descubrimos que eran nutritivos. Ahora apenas conseguimos capturar los suficientes.

Desde hacía tiempo Reith había adoptado la costumbre de no preguntar acerca de la comida que le era puesta delante, pero ahora no pudo evitar un mirada a la sopera.

—¿Quieres decir que... la sopa...?

—Naturalmente —afirmó el camarero—. La sopa, el pan, los adobos: todo está aromatizado al skarat, y si no los utilizáramos para esto nos infestarían con el mismo efecto, así que hacemos de la conveniencia una virtud y realzamos al mismo tiempo los sabores.

Reith apartó la sopa de delante. Traz comió imperturbable. Anacho resopló irritadamente y comió también. Reith pensó que los melindres no eran propios de Tschai, o él al menos no los había detectado. Lanzó un profundo suspiro, y puesto que no había otra comida, tragó la sopa de rancio sabor.

A la mañana siguiente el desayuno fue de nuevo sopa, con una guarnición de plantas marinas. Los tres hombres partieron inmediatamente después, cruzando el golfo de Leume hacia el norte y penetrando en las pedregosas extensiones de Kislovan.

Anacho, normalmente impertérrito, empezó a mostrarse ahora inquieto, mirando hacia el suelo, escrutando las protuberancias y las burbujas, las zonas de pelaje marrón y terciopelo rojo y los temblorosos espejos que constituían los instrumentos.

—Nos acercamos a los dominios Dirdir —dijo—. Nos desviaremos hacia el norte en dirección al Primer Mar, luego hacia el este a Khorai, donde deberemos abandonar el aparato y cruzar el Zoga'ar zum Fulkash am
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hasta Maust. Luego... los Carabas.

5

El vehículo aéreo volaba por encima del gran Desierto de Piedra, paralelo a los picos negros y rojos de la Cordillera de Zopal, sobre resecas llanuras de polvo, campos de pedregal, dunas de arena rosa oscuro, un oasis solitario rodeado por las plumas de los blancos árboles de humo.

A última hora de la tarde una tormenta de viento alzó torbellinos de polvo cobrizo sobre el paisaje, sumergiendo a Carina 4269 en la oscuridad. Anacho desvió el aparato hacia el norte. Finalmente, una línea azul negruzca en el horizonte señaló el Primer Mar.

Anacho aterrizó inmediatamente en medio de la aridez, a unos quince kilómetros del mar.

—Khorai está aún a horas de distancia; mejor no llegar después de oscurecer. Los Khor son una gente suspicaz, que saca sus cuchillos a la primera palabra fuerte. Por la noche golpean sin ninguna provocación.

—¿Es esa gente la que va a cuidar de nuestro aparato?

—¿Qué ladrón sería lo bastante loco como para molestar a los Khor?

Reith miró los desolados alrededores.

—Prefiero la cena de la Hostería del Soplador de Vidrio que nada en absoluto.

—¡Ja! —dijo Anacho—. En los Carabas recordarás con añoranza el silencio y la paz de esta noche.

Se echaron sobre la arena. La noche era oscura y muy despejada. Directamente sobre sus cabezas brillaba la constelación de Clari, en la que, invisible a los ojos, estaba el Sol. ¿Volvería a ver alguna vez la Tierra?, se preguntó Reith. ¿Cuántas veces tendría ocasión se tenderse bajo el cielo nocturno y alzar la vista hacia Argo Navis en busca del invisible sol amarronado Carina 4269 y su pequeño planeta Tschai?

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