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Authors: Katherine Neville

El círculo mágico (21 page)

BOOK: El círculo mágico
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Saqué tres lápices del cajón del escritorio, los uní con una goma elástica y los abrí en abanico para formar el diseño de un copo de nieve: la forma de un asterisco. Lo deslicé por la página para ver si, a partir de los tres ejes, se obtenía algún acróstico. No hubo suerte, pero tampoco esperaba tenerla. Hubiera sido una pista demasiado obvia y, por lo tanto, demasiado peligrosa para que Sam la dejara en el ordenador.

Mientras observaba la página de letras, me eché para atrás unos segundos para examinarlo con perspectiva. Si tienes que descifrar una clave desconocida, supone una enorme ventaja el hecho de que la persona que cifra el mensaje intente ponerse en contacto contigo. Y mucho más que hayas sido entrenado por ella, como era nuestro caso.

Ahora, por ejemplo, podía sacar algunas deducciones del mensaje que se ocultaba ante mí: Sam no habría enviado éste ni ningún otro mensaje por ordenador, método que consideraba de lo más inseguro a no ser que contuviera información importante o urgente, o ambas cosas a la vez. Es decir, a no ser que se tratara de algo que tenía que conocer sin falta antes de irme a pasar el fin de semana a Sun Valley, como Sam sabía que tenía previsto. De todos modos, había esperado una semana, para enviarlo casi a última hora del viernes por la tarde. Era evidente que no había encontrado otra forma de comunicarse y se había visto obligado a utilizar un medio en el que no confiaba. Eso me revelaba dos características fundamentales de la «personalidad» de la clave que habría usado.

En primer lugar, como pensaba que era vulnerable a la curiosidad de los demás, se trataría de una clave multicapas, con pistas falsas esparcidas en cada guía para que si otra persona intentaba descifrarla, le resultara largo y difícil.

En segundo lugar, dado que Sam había corrido ese riesgo obligado por las limitaciones del tiempo y la urgencia, habría adoptado un código lo bastante simple para que yo pudiera descifrarlo deprisa, de forma correcta y por mí misma.

La combinación de estos dos ingredientes vitales me indicaba que la clave para descifrar el mensaje tenía que ser algo que sólo yo pudiera ver.

Utilicé una regla para guiarme y busqué por la página. La primera pista se observaba de inmediato. Había dos elementos, y sólo dos, que no eran letras del alfabeto: dos signos «&», en las líneas doce y dieciséis. Puesto que ese signo se utiliza como símbolo de la palabra «y», quizá servían de conexión entre partes del mensaje. Aunque eso lo podía adivinar cualquiera, tenía la certeza de que ahí era donde empezaban las guías, tanto la verdadera como la falsa: es decir, en el medio. Y todavía estaba más segura de que encontraría una pista «personal» que me diría en qué lugar debía desviarme del camino evidente.

No quedé decepcionada. El signo «&» de la línea dieciséis unía las palabras
Escila y Caribdis,
y permitía completar el mensaje
Jackson Hole, dos p. m., Escila y Caribdis.
Era una pista falsa, no sólo porque era como yo llamaba a esas rocas (otros podían saberlo también), sino porque le había dicho a Sam que iría a Sun Valley el fin de semana, no a Jackson Hole, para encontrarme con tío Laf. Pero pista falsa o no, me indicaba que el mensaje que buscaba me diría dónde intentaría verme Sam ese fin de semana. Gracias a Dios.

Había otros mensajes diseminados que se veían con facilidad, como el que empezaba con
Grand
en la línea catorce, donde decía que nos encontraríamos el domingo en Grand Targhee, subida tres, a las cuatro p. m.

Sin embargo, me parecía mucho más probable que el mensaje real de Sam estuviera sepultado bajo el racimo de informaciones contradictorias que se abría desde el otro signo «&». Y todas ellos estaban relacionados con lugares de Sun Valley.

El signo «&» de la línea doce unía las palabras
valley
y
día.
Si se leía en orden inverso, de sudeste a norte, decía:
Sun Valley
&
Do (domingo).
Luego empezaban las bifurcaciones y la cosa se complicaba.

Una ponía «mediodía», pero ahí perdí la pista. Pasado un rato, encontré la palabra
diez
escrita al revés y, si se seguía alrededor en forma de círculo, rezaba:
diez a. m. habitación treinta y siete.
Poco probable que Sam lo complicara tanto para dejar un mensaje tan sencillo. Mucho más compleja era la palabra
tarde,
que vi que se desviaba del signo «&». El mensaje que la incluía bailaba por toda la página:
Domingo tarde comedor del hotel,
ocho p.m., lleva bufanda amarilla.
¡Como si necesitara que llevara algo para identificarme! Vaya.

Además, aunque Sun Valley se extendía por tres ciudades, dos cordilleras montañosas y kilómetros de tundra esquiable donde nos podríamos encontrar, estaba segura de que Sam había dicho que nos veríamos en Baldy, la estación de esquí más importante, porque ambos nos la conocíamos al dedillo. Con todos los puntos que llevaba encima y mi actual estado físico, no me apetecía nada ponerme los esquís alpinos de nuevo. Pero parecía que no tendría más remedio.

Sabía que todavía no había encontrado el mensaje correcto. Tenía que ser el que seguía a la palabra
mediodía.
¿Adonde se dirigía? Encontré la palabra
encontrar,
que estaba unida con un tira larga que parecía formar parte de algo mayor, pero la palabra no casaba contextualmente con esa frase. Volví a mirar. Encontré
en
y, al lado,
por
y
a.
Empezaba a bizquear, a pesar de que ahora usaba el dedo para seguir el laberinto de letras en la página que tenía delante.

Entonces, encontré una palabra real:
Toussaint.
Seguía hacia el norte desde la palabra
en,
giraba hacia el este y luego volvía hacía el sur.
Toussaint,
«el día de Todos los Santos», aunque mi limitado conocimiento de cuestiones religiosas se acababa ahí. Como sólo había asistido a la iglesia de pequeña, cuando Jersey tenía que actuar en alguna, no recordaba si esa fecha era cerca del día de los Difuntos o del Carnaval pero, en cualquier caso, ninguna de las dos caía cerca del domingo siguiente. Y las pistas de esquí tenían nombre, pero no había ninguna en Sun Valley que se llamara
Halloween
ni
Martes de Carnaval.
Sin embargo, daba la casualidad que la mayoría de laderas de Baldy llevaban el nombre de cuatro ocasiones festivas:
Vacaciones, Pascua, Primero de Mayo
y
Navidades.
Tal vez no fuera simple coincidencia.

Entrecerré los ojos y volví a estudiar la cuadrícula. Había pasado una hora con el rompecabezas y el brazo, que empezaba a curarse, me dolía y me picaba a más no poder. Pude conectar la palabra
Toussaint
con algunas palabras que había encontrado antes, como
ve
y
a través,
pero me volví a perder. ¡Maldita sea, Sam!
En Toussaint ve a través,
¿a través de qué?

Había docenas de senderos y de laderas que se ramificaban desde las cuatro que he mencionado. Respiré profundamente, cerré los ojos empañados e imaginé el trazado de la montaña en tres dimensiones. Por ejemplo, si llegabas con el telesilla hasta Lookout, que daba a tres de las laderas anteriores, y esquiabas bordeando el telesilla, seguías un camino que, a vista de pájaro, se parecía mucho al modo en que las letras del mensaje se distribuían en la página. Y aun más, si retrocedía al principio mismo del mensaje, las palabras
Sun Valley
aparecían, si la memoria no me fallaba, en el mismo ángulo en que el telesilla estaba dispuesto en la montaña.

Sabía que había encontrado algo, de modo que cerré de nuevo los ojos y me concentré en la montaña. Al salir del telesilla, se llegaba a un pequeño saliente para luego cruzar un campo extenso de montículos de nieve. Abrí los ojos y busqué la palabra
montículo
cerca de donde se situaba el campo real. Tardé un minuto, pero al final la encontré, en forma de zigzag, tal y como se esquiaba por ella, después de la palabra
campo
. El corazón me empezó a latir con fuerza.

Pero todavía faltaban cosas por descifrar.

Había encontrado la palabra
baja
después de
montículo
, pero sabía que había cinco laderas mas que partían de ese campo y no recordaba sus nombres, del mismo modo que me habría sucedido con el primer grupo si no hubiera encontrado
Toussaint
. Siempre me acordaba de las características geográficas, los números de las subidas y cuantas subidas necesitabas, y también el grado de dificultad marcado en cada pista: verde, azul o negro; círculo, cuadrado o rombo. Pero eso no servía mucho en este caso.

Recordé que Sam me conocía muy bien. Tras la palabra
baja
estaba la letra
r
, y la seguí por el contorno serpenteante que formaba dos palabras:
rombo negro
. La pista con el rombo negro en la parte inferior del campo de montículos desembocaba en la base de otra subida. Si continuaba por allí, llegaría a la parte alta de la siguiente pista. Seguí las palabras de la página hasta ese punto. Ponía:
sigue este camino a través de
, y la palabra que iba hacia el norte era:
bosque
. Dado que, cuando una palabra acababa en el borde de la página, significaba
salida
llegué a la conclusión de que ese era el final del mensaje. Y que indicaba el lugar donde vería a Sam el domingo a mediodía.

Ahora se veía el dibujo entero: cogería el telesilla tres en Lookout, esquiaría a través del campo de montículos y seguiría la ramificación a la izquierda hacia la pista con rombo negro, es decir, la de mayor dificultad. Era todo muy sencillo, a excepción de lo escarpada que era esa ladera, si me caía con el brazo así. La pista me conduciría por la ladera de la montaña, lejos de los turistas, hacia un bosque con pasos estrechos, donde sería fácil leer las marcas que Sam me dejara, de modo que no correría peligro si quisiera cambiarlas en el último minuto, si era preciso, para modificar mi camino.

Estaba muy orgullosa de mí misma por haber descifrado toda esa información a partir de una matriz de 26 x 26, aunque sabía que Sam era el verdadero genio, por ponerla en contexto geográfico para que sólo pudiera leerla alguien que conociera el terreno tan bien como él.

Cuando iba a borrar la matriz, que seguía en pantalla, me acordé de buscar otra capa, más profunda. Hice doble clic con el ratón en el asterisco, sin resultado. Luego, probé la primera letra de Sun Valley y, por último, hice clic en la letra de salida, la
e
de
bosque.
Acto seguido, la pantalla desapareció y mostró un mensaje:

La gnosis puede traer lamentos cerca.
Firmado:
Ben Sigur.

Ben Sigur era un anagrama de Nube Gris, el nombre del espíritu sagrado de Sam, que sólo yo conocía, al igual que I. S. Gruben y Gus B. Rein y el resto de combinaciones de las letras de nuestros nombres que usábamos para deslumhrarnos el uno al otro cuando éramos niños. Eso significaba que la otra mitad era también un anagrama y contenía la otra mitad del mensaje que me enviaba Sam.

Iba a ser una noche muy larga.

No tan larga, de hecho. Yo era muy hábil en la resolución de anagramas crípticos, algo con lo que Sam contaba.

La primera palabra clave del anagrama era
lamento
que, según el diccionario que tenía a mano, significaba queja con llanto y otras muestras de aflicción. Muy apropiado, si se tenía en cuenta que Sam estaba oficialmente muerto y que en ese instante eso era lo que yo hubiese hecho, lamentos, aunque sabía que mi hermano estaba vivo.

La otra palabra,
gnosis,
quería decir conocimiento, en especial el de tipo secreto, oculto y esotérico necesario en las transformaciones. Una vez más, se adecuaba al contexto de mi complicada genealogía, carrera profesional y la situación en que me veía a mí misma en esos momentos, sentada frente al ordenador.

La forma más sencilla y rápida de descifrar un anagrama consiste en coger todas las letras y formar grupos con ellas para ver luego qué palabras generan en común. Por ejemplo, en el mensaje de treinta y una letras de Sam
La gnosis puede traer lamentos cerca,
había el siguiente número de vocales y de consonantes: a = 4, e = 5, i = 1, o = 2, u = l, c = 2, d = l, g = 1, l = 2, m = l, n = 2, p = 1, r = 3, s = 3 y t = 2. No se podrían construir demasiadas frases coherentes con ello. Para simplificar las opciones, me había proporcionado dos pistas en las palabras
lamento
y
gnosis.

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