Authors: Katherine Neville
En este caso, sabía que la ciudad perdida no era un simple paisaje mental. En esa misma región, se acababan de descubrir ciudades perdidas de los jazares, que Stalin había sepultado bajo el agua mediante la reconducción de ríos. Eso desencadenó en mi interior una imagen que iba adquiriendo relieve: algo que parecía saltar con cada giro metafísico-metafórico-mítico-místico en esa persecución milenaria de los «objetos sagrados»; algo que tenía que ser la esencia de la verdad oculta de los manuscritos de Pandora.
—Todas esas leyendas,
Kítezhe, Edda, Nibelungenlied,
las sagas del Grial de Wolfram von Eschenbach y de Chrétien de Troyes, están relacionadas entre sí de algún modo, ¿verdad Volga? —comenté.
Volga asintió despacio, pero siguió observándome, así que proseguí:
—Entonces debe de significar algo que, a pesar de ser un puñado de leyendas, se sitúe en el contexto de muchos datos históricos verificables. Sin olvidar que, al parecer, todo el mundo anda buscando desde hace muchísimo tiempo los objetos, los lugares y los acontecimientos descritos en esos relatos, desde poderosos líderes políticos hasta místicos misteriosos.
Me pareció ver un brillo extraño en las profundidades de los ojos negros de Volga.
—Muy bien, ya lo tengo —anuncié y me levanté de golpe.
Todavía veía mi aliento en el aire, pero no me apetecía otro traguito de
slivovitz
todavía. Anduve arriba y abajo mientras Volga seguía sentado en silencio. Empecé a hablar:
—Nórdico, teutónico, eslavo, celta, semítico, indoeuropeo, ario, grecorromano, drávida, tracio, persa, arameo, ugarítico. Pandora averiguó cómo se relacionaban, ¿verdad? Por ese motivo dividió los manuscritos entre cuatro personas de una misma familia que nunca se hablaban entre sí, de modo que nadie los reuniera y descubriera lo que ella había visto.
Me detuve y fijé la vista en Volga, a sabiendas de que quizás había revelado demasiado de lo que sabía y de lo que no sabía. Al fin y al cabo, ¿no lo había enviado Laf a que me contara cosas, y no a la inversa? Pero cuando lo miré, Volga mostraba una expresión extraña.
—Hay una cosa muy importante en lo que acaba de decir, más importante que el resto —me indicó—. ¿Sabe cuál es?
Como resultaba obvio que yo estaba perdida, prosiguió:
—El número cuatro. Cuatro personas, cuatro esquinas, cuatro cuartos, cuatro grupos de documentos. El tiempo es fundamental porque se acerca el eón. Y usted no ha visto juntas todas las partes que reunió Pandora.
—Por lo que tengo entendido, nadie las ha visto —señalé.
—Por eso he venido a Rusia esta noche —concluyó Volga con cautela.
El corazón me latía con fuerza y opté por volverme a sentar despacio.
—En Idaho, no estaba preparada para aceptar esta misión que ahora veo en sus ojos. Espero que no sea demasiado tarde. Existe una persona que ha tenido acceso a todos los documentos durante muchos años, o como mínimo a las personas que los poseían. Aunque, como ha comentado usted, esas cuatro personas (Lafcadio, Augustus, Earnest y Zoé) no estaban en contacto entre sí, en cambio estaban en contacto con ella.
Lo miré sin dar crédito a mis oídos. Sólo podía estar hablando de una persona. Pero, entonces, gracias a Dios, recordé un detalle que hacía que la sugerencia fuera imposible.
—Es verdad que Jersey estuvo casada con mi padre, Augustus, y que después lo estuvo con tío Earnest —admití—. Y también que vivimos temporadas con tío Laf durante el período que medió entre ambos matrimonios, cuando yo era una niña. Pero Jersey no tuvo nada que ver con la horrenda tía Zoé, en París. Por lo que yo sé, ni siquiera se conocen.
Si las paredes rusas tenían oídos, sería preciso contar con un «iniciado» para traducir la respuesta de Volga.
—Siento tener que ser yo quien se lo diga, pero es bastante urgente que lo sepa —sentenció Volga con firmeza—. Su madre, Jersey, es hija de Zoé Behn.
[Cuando las moiras tejen el destino], la longitud de la vida de un hombre... está representada por... lo vertical, es decir, los hilos de la urdimbre. ¿[Pero], qué hay de la trama, esos hilos que están... anudados alrededor de los hilos individuales de la urdimbre? Sería natural ver en ellos las distintas fases de la fortuna que le corresponden mientras vive, y la última de las cuales es la muerte.
Las viejas diosas noruegas, las nornas, hilan el destino de los hombres cuando nacen... Los eslavos tenían también [tales] diosas... y por lo visto, también los antiguos hindús y los gitanos... Las nornas no sólo hilan y ribetean, sino que también tejen. Su tela cuelga sobre la cabeza de todos los hombres.
RICHARD BROXTON ONIANS,
The Origins of European Thought
El budismo es a la vez una filosofía y una práctica. La filosofía budista es rica y profunda. La práctica budista se denomina tantra. Tantra es una palabra sánscrita que significa «tejer».
... Los pensadores más profundos de la civilización india descubrieron que las palabras y los conceptos sólo los llevarían hasta ahí. A partir de ese punto debía aplicarse una práctica, cuya experiencia era inefable.
... Tantra no significa el final del pensamiento racional. Significa la integración del pensamiento... en mayores espectros de consciencia.
GARY ZUKAV,
La danza de los maestros del wu li
Resultó que la revelación de Volga Dragonoff fue la primera de todas las sorpresas familiares recientes que no me provocó ninguna sensación terrible. De hecho, había algunos aspectos de esta nueva imagen, basada en lo que ahora sabía de mi familia por parte de madre, que tenían visos de ser ciertos. Esperaba que incluso me ayudarían a colocar en su lugar unas cuantas piezas del rompecabezas.
Cuando yo tenía dos años, mi madre abandonó a mi padre y me llevó con ella. En los siguientes veinte años y pico, Augustus dividió su tiempo entre su propiedad en Pensilvania y las elegantes oficinas de Nueva York que eran la sede del imperio familiar: el legado de Hieronymus Behn. Jersey volvió a su esplendorosa vida de actuaciones a través de las capitales europeas. Yo seguí su estela turbulenta durante los siguientes seis años, hasta su posterior matrimonio con tío Earnest. Apenas vi a Augustus después de la separación. El nunca había sido demasiado propenso a comentar temas familiares, así que la única información que poseía sobre el matrimonio de mis padres o de la vida anterior de mi madre me había llegado a través de los ojos color azul frío de Jersey.
Jersey nació en 1930, en el período de entreguerras, hija de madre francesa y padre irlandés, en la isla de su nombre en el canal de la Mancha. Las islas Anglonormandas, frente a la costa de Normandía, fueron indefendibles para los británicos desde el momento en que Francia se rindió a los alemanes en 1940. Los habitantes fueron evacuados a medida que lo solicitaban pero muchos pusieron reparos, en especial los residentes en Jersey, donde más de un ochenta por ciento de la población decidió quedarse. Como era de esperar fueron objeto de deportaciones o de expolios cuando Alemania ocupó y fortificó las islas para crear la «mano de hierro del muro occidental». Los que se negaron a ser evacuados no fueron liberados por los británicos hasta casi el final de la guerra. Pero para entonces, mi madre no figuraba entre ellos.
Al principio de la invasión francesa, según decía la historia, la madre de Jersey acudió en ayuda de su familia y quedó atrapada en el interior de Francia. El padre de Jersey, un piloto irlandés que protegió el cielo inglés durante la batalla de Inglaterra, fue abatido por la Luft-waffe poco después. Jersey, que en aquella época contaba diez años, se convirtió de hecho en huérfana y fue evacuada a la fuerza por los británicos hacia Londres. Luego, durante el bombardeo alemán en Gran Bretaña, en el que llovió fuego alemán sobre la población civil, para garantizar su seguridad la enviaron con otros niños ingleses (los llamados «fardos de Gran Bretaña») a familias de Estados Unidos hasta que la guerra hubiera terminado. Para entonces, la madre de Jersey, que era miembro de la Resistencia, fue declarada «desaparecida en acción» en Francia.
La historia repetida a lo largo de todos esos años siempre terminaba con una Jersey llorosa que evitaba cualquier comentario recordándonos la valentía de sus malogrados padres y el dolor que le causaba recordar esos tiempos difíciles y penosos. Para apoyar esa imagen había gran cantidad de pruebas circunstanciales, incluidos anuncios, carteles de teatro y críticas con detalles de las primerísimas apariciones públicas de Jersey en América. A los diez años fue adoptada por una familia de Nueva Inglaterra. Cuando Jersey tenía unos doce años, edad en que se descubren muchos prodigios musicales, sus nuevos padres se percataron de que poseía una increíble voz para el canto. En verano de 1945, cuando la guerra llegaba a su fin, Jersey mintió sobre su edad (quince años) para presentarse a la selección del papel protagonista de Margot en
La canción del desierto.,
un musical de Sigmund Romberg que había estado de gira por provincias desde los inicios de la historia y que necesitaba conseguir savia nueva. El difícil papel era ideal para una joven soprano como Jersey.
En la noche de estreno en un lugar recóndito, nuestra Cenicienta fue descubierta por un cazatalentos proverbial de Nueva York, que supo captar la profundidad y el registro de esos tonos frescos, como campanillas, que más adelante permitirían distinguir la voz de Jersey entre docenas de otras jóvenes sopranos. El agente firmó con Jersey y aseguró a todos que terminaría los estudios secundarios a pesar de la carrera brillante que él le pronosticaba. Le consiguió un profesor de canto de gran prestigio profesional y el resto, como suele decirse, ya es historia.
Lo que necesitaba descubrir ahora era la historia secreta, como Volga Dragonoff la definiría: la historia desconocida, si existía, que se ocultaba tras la trayectoria pública de mi madre. Pero con toda honestidad, si se tomaba dato por dato, no había demasiados detalles de la vida bien documentada de Jersey que contradijeran la afirmación de Volga: que la sensacional bailarina y mujer de vida alegre Zoé Behn era la madre de Jersey.
Por ejemplo, un cálculo rápido me indicó que si Laf había nacido a principios de siglo y Zoé tenía seis años cuando él cumplió doce, entonces, cuando mi madre nació en la isla de Jersey en 1930, Zoé habría tenido veinticuatro, la edad perfecta para escaparse a una isla con un atractivo piloto irlandés y concebir un hijo. ¿Y no me había contado Wolfgang que Zoé era miembro de la Resistencia francesa? También resultaba verosímil que Zoé, que había vivido la mayor parte de su extravagante y bien documentada vida en Francia, pudiera tener una hija de diez años en la relativa seguridad de las islas Anglonormandas, si temía por otra persona cuya integridad podía estar amenazada debido a la ocupación alemana. Pero sólo para empezar mi larga lista de preguntas, ¿quién era ese alguien? Por otra parte, aunque miles de familias habían quedado separadas por la guerra y a muchas les resultó imposible localizar a los familiares perdidos durante varias décadas, hacía casi cincuenta años desde que ocurrieron los acontecimientos descritos. Era muy sospechoso, por no decir inimaginable, que en todo ese tiempo ni Jersey ni Zoé supieran que la otra llevaba una vida de éxitos en Viena y en París respectivamente.
A eso se le tenía que añadir el hecho significativo de que mi madre había estado casada con dos hombres llamados Behn y que había vivido asimismo con un tercero, tío Laf. Por poco que Jersey afirmara saber, o supiera de hecho, sobre sus raíces, ¿cómo se le podía haber escapado el detalle de que tres de los hombres con los que había vivido eran los hermanos de su madre y, por lo tanto, sus propios tíos? Y si Volga y Laf sabían tanto de los asuntos familiares, ¿era ése también el caso de los dos maridos de Jersey, tío Earnest y mi padre Augustus?
Sin embargo, no saqué mucho más de Volga acerca de estas cuestiones. O bien no disponía de más información, o no estaba dispuesto a contármelo.
—Tendrá que preguntárselo a su madre —repetía cuando insistí sobre el tema—. Es ella quien debe decirle lo que quiera. Quizá tenía motivos para no hablar hasta ahora.
Cuando mi paciencia y mi resistencia estaban casi agotadas, mi guardiana Svetlana regresó, gesticulando frenéticamente, desesperada por volverme a encerrar en mi habitación antes de que alguien nos pillara en el comedor. Antes de despedirnos, le di las gracias a Volga por lo que me había revelado. Escribí una breve nota a tío Laf para asegurarle que intentaría avisarlo cuando regresara a Viena. Añadía como explicación que lo apretado de mi agenda y la distancia entre la OIEA y Melk me habían impedido mantener mi promesa anterior.
De vuelta en mi habitación, no pude dormir, y no sólo debido al estómago vacío, el frío que reinaba en la habitación o el agotamiento mental. Antes al contrario, ese insomnio era consecuencia de un cerebro hiperactivo. Tenía muchas cosas importantes en las que pensar sobre esa estructura de errores, omisiones, mitos y mentiras que componían mi vida. Al llegar el amanecer, sin duda volverían a ponerme en acción las importunidades de la vida que llamarían de nuevo a mi puerta. Pero no estaría a punto para atender ninguna novedad hasta que hubiera reagrupado y averiguado dónde me encontraba en ese instante. Desde el momento en que Volga mencionó a mi madre como posible contendiente en liza, se me ocurrió que, al igual que sucedía con Hermione, Jersey no era sólo un nombre sino también un lugar; un lugar, si la memoria no me fallaba, con bastantes piedras celtas erigidas como para habilitarlo como punto clave en el misterioso entramado del poder. Y me había servido para darme cuenta de que todo ese tiempo podía haber estado mirando en la dirección equivocada: hacia abajo en lugar de hacia arriba. Los constructores antiguos que diseñaron las pirámides de Egipto o el templo de Salomón no necesitaban mapas ni compases para emplazar sus estructuras. A lo largo de un período de miles de años usaron el mismo instrumental tanto para navegar por los desiertos como por los océanos. Constituía también lo único que necesitaban para señalar puntos precisos de la tierra: la bóveda celeste con sus estrellas pintadas en la noche. Así que de nuevo, historia, misterio y mitología me conducían hacia un punto clave, a la vez que me indicaban la dirección adecuada. Hacia las estrellas.
Pero antes de acostarme, rebusqué una botella de agua mineral para lavarme los dientes y observé en el fondo del bolso la Biblia que había tomado para ir a Sun Valley. Al verla recordé una conversación que había mantenido con Sam bajo las estrellas una noche antes de marcharme a la universidad. Aunque no podía saberlo entonces, fue la última vez que vi a Sam hasta el fin de semana anterior, en la cima de otra montaña de Idaho. Saqué la Biblia del bolso, la dejé sobre el borde agrietado de porcelana del lavabo y hojeé las páginas hasta que encontré el libro de Job. Oía la voz de Sam en mi interior...