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Authors: Katherine Neville

El círculo mágico (64 page)

BOOK: El círculo mágico
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Y eso me sugirió un montón de ideas sobre el posible significado de esa conexión. Para empezar, no podía pasar por alto que era Dart quien me había contratado cuando yo era una novata recién salida de la universidad, sin experiencia alguna, y me había asignado a esta misión con Wolfgang a mi regreso del entierro de Sam. Visto en perspectiva, con todos los demás datos, parecía más que oportuno.

También había sido Dart quien supuestamente había hablado con el
Washington Post
sobre mi «herencia», y quien había tenido la idea de enviar a Olivier deprisa a la oficina de correos a buscar mi paquete. Pastor Dart también había enviado a Wolfgang a perseguirme a través de dos estados hasta Jackson Hole y quien se había enfrentado a la seguridad federal para asegurarse de que me subiría a ese avión con Wolfgang. ¿Qué otra cosa podía significar, si el Tanque en persona había tomado el siguiente avión hacia Viena? Además, su encuentro secreto con Wolfgang, después de que hubiéramos ocultado los manuscritos, unido al mensaje de Olivier que indicaba que el Tanque seguía aquí en Viena, parecía tener implicaciones evidentes, aunque bien poco podía hacer al respecto yo sola esa noche.

Cuando embarcamos en el avión hacia París, algo frío y fuerte se estaba formando en mi interior. Traté de tragarme la amargura que sentía por la profundidad de la traición de Wolfgang hasta que pudiera llegar al fondo de ese lodazal de mentiras. Pero había algo más importante que no me atrevía a pensar, aunque sabía que debía hacerlo. Tenía un miedo terrible de averiguar lo que significaba el resto del mensaje de Olivier, la parte del final, porque podía ser lo más peligroso de todo.

Porque el hombre que había muerto en San Francisco en lugar de mi primo Sam se llamaba Theron, como el «jefe» de Olivier. Su nombre era Theron Vane.

FUEGO Y HIELO
DISCÍPULO:

Tenemos muchas leyendas sobre la Gran Piedra, Lama... Desde los remotos tiempos druídicos, muchas naciones recuerdan esas leyendas de verdad sobre las energías naturales ocultas en ese extraño visitante a nuestro planeta.

LAMA:

Lapis exilis... la piedra mencionada entre los viejos Meistersingers. El este y el oeste se entrelazan en muchos principios. Nosotros no necesitamos ir a los desiertos para oír cosas de la Piedra... Todo está indicado en el Ka-lacakra, pero sólo unos cuantos lo han comprendido.

Las enseñanzas del Ka-lacakra, el uso de la energía primaria, ha recibido el nombre de Enseñanza del Fuego. El pueblo hindú sabe que el gran Agni, una enseñanza ancestral, será la nueva enseñanza para la nueva era. Tenemos que pensar en el futuro.

NlCHOLAS ROERICH,

Shambala

Algunos dicen que el mundo acabará por el fuego,

otros dicen que será por el hielo.

Por lo que he probado del deseo

me inclino por los que creen en el fuego.

Pero si tuviera que morir dos veces,

Conozco bastante el odio

para afirmar que ser destruido por el hielo

es también adecuado

y sería suficiente.

ROBERT FROST,

Fire and Ice

 

Todavía no era medianoche cuando llegamos, pero el aeropuerto Charles de Gaulle estaba casi desierto. Los cambistas habían cerrado los puestos y se habían ido a casa, y las escaleras mecánicas estaban paradas para la noche dentro de sus tubos de cristal transparente. Por fortuna, no habíamos quedado con Zoé hasta el día siguiente por la mañana.

Pero que aquí fuera medianoche quería decir que en el elegante ático de Jersey en Nueva York era antes de las seis de la tarde, bastante pronto en el horario del cóctel para que fuera capaz de concentrarse si la llamaba de inmediato. Se me ocurrió también que sería mejor telefonear desde una cabina en el aeropuerto que intentar hacerlo desde el hotel que Wolfgang hubiera reservado. Una semana atrás mi pensamiento principal había sido cuándo y dónde podríamos pasar otra larga y apasionada noche delante de la chimenea del castillo, pero ahora traté de borrar todo eso de mi mente.

Averigüé cómo usar la tarjeta telefónica en la cabina. Wolfgang esperaba el equipaje en las cintas de recogida internacional de al lado, donde lo veía a través de la pared de cristal. Tras unos cuantos timbrazos, Jersey descolgó. Su voz sonaba tan clara como si estuviera a sólo unos metros de distancia y sonaba sobria, lo que no era nada habitual.


Bon soir
desde París, madre —la saludé con educación pero no demasiado afectuosa—. Laf insistió en que te llamara en cuanto llegara de Viena. Estoy en una cabina en medio de Charles de Gaulle, es algo más tarde de la medianoche y no estoy sola. Pero ya te habrás imaginado lo que me ha traído aquí, un pequeño asunto familiar que por lo visto olvidaste mencionarme a lo largo de estos veinticinco años. ¿Te gustaría ahorrarnos tiempo y esfuerzo y contarme lo que consideres necesario?

Jersey guardó silencio tanto rato que llegué a pensar que se le habría caído el auricular.

—¿Madre?—pregunté por fin.

—Ariel, cariño, no sabes cuánto lo siento —respondió en un tono de auténtica contrición, aunque por supuesto, no se me olvidaba que las divas son también actrices—. Verás, esperaba que si te mantenía al margen, quizá podrías disfrutar de una vida normal a pesar de todo.

Se rió y luego añadió con cierta amargura:

—Sea lo que sea eso.

—No quiero que me expliques los motivos de todo lo que has hecho o dejado de hacer todos estos años. Eso puede esperar —le aseguré.

«A mucho después —pensé—. De hecho, si tenía suerte podía llegar a ahorrarme el placer de oír esa confesión.»

Así que sugerí:

—Lo que me gustaría son algunos hechos desnudos sin más. Un breve resumen, una pista aquí y allá de lo que pasa en tu familia, en nuestra familia. ¿Te parece que es pedir demasiado?

—No sé por qué esperaba que nunca llegaría este día —soltó Jersey, casi irritada—. Pero no me había imaginado que mi propia hija me tendería una emboscada a larga distancia antes de haber tenido tiempo de tomarme una bebida preparatoria. ¿Esperas que me disculpe por toda una vida en tres minutos?

—De acuerdo, tómate el tiempo que necesites —acepté—. Laf quería que hablara contigo antes, lo que nos deja toda la noche, porque no veré a mi queridísima abuelita hasta por la mañana.

—Muy bien. ¿Qué tipo de «hechos desnudos sin más» tienes en mente? —me preguntó con frialdad.

—Por ejemplo, por qué tu madre fue a Francia y te abandonó durante la guerra y por qué te casaste o viviste con no sólo uno, sino sus tres hermanos...

—Para eso necesito un trago —interrumpió Jersey con brusquedad y me dejó colgada de la línea a cinco mil kilómetros de distancia, pagando yo.

Cuando volvió un momento después, se oía el tintineo de los cubitos en el vaso como diminutos signos de puntuación mientras hablaba. Quizá fuera el alcohol, pero su voz adquirió un tono férreo, como si acabara de colocarse una armadura.

—¿Qué te han contado exactamente? —me preguntó Jersey.

—Demasiado para mi gusto, te lo aseguro —dije—. No hace falta que vayas con miramientos a estas alturas.

—Así ya sabes lo de Augustus —sugirió.

—¿Augustus? —me extrañé.

Aunque parecía evidente que debía de referirse a que el padre de Augustus era Dacian Bassarides, ¿no era yo quién debía hacer las preguntas? Tampoco estaba segura de que tuviera que soltar todo lo que sabía a una mujer, por muy madre mía que fuera, que me había mantenido en la ignorancia sobre sus ascendientes durante tanto tiempo. Al siguiente comentario inesperado de Jersey me alegré de haber tenido por una vez el sentido común de morderme la lengua.

—Me refiero a si Lafcadio te ha explicado por qué dejé a tu padre —prosiguió Jersey, todavía capaz de articular las palabras con cuidado a pesar de la bebida.

Bueno, pues aunque no tenía ni idea de hacia dónde se dirigía la cosa, en cambio estaba segura de una cuestión: fuera lo que fuese lo que se me venía encima, era fundamental que no metiera la pata.

—¿Por qué no me das tu versión? —sugerí. Era lo único que se me ocurrió para no responder ni sí ni no.

—Está claro que no lo sabes —adivinó Jersey—. Y para serte sincera, si lo tengo que decidir yo, no sé qué hacer. Sería mucho mejor no contarte nada. Pero si tenemos en cuenta que acabas de decir que has estado en Viena y ahora te encuentras en París, mantener más tiempo el secreto podría colocarte en un grave peligro...

—¡Ya estoy en grave peligro, madre! —estallé indignada. ¡Dios mío, me habría lanzado a su cuello!

Wolfgang me echó un vistazo con una ceja levantada a través de la pared de cristal de la cabina. Me encogí de hombros como si no pasara nada e intenté sonreír.

—Me doy cuenta de que tienes todo el derecho del mundo a saberlo —comentó Jersey.

Sin embargo volvió a sumirse en el silencio como si ordenara los pensamientos. Lo único que oía era el tintineo de los cubitos de hielo a miles de kilómetros. Había pensado que ya estaba preparada para lo que me echaran. Pero cuando por fin habló, como me pasaba siempre con la familia, deseé que no lo hubiera hecho.

—Ariel, tengo una hermana... —empezó y, al ver que yo no decía nada, prosiguió—: Sería más correcto decir que tenía una hermana. No estábamos nada unidas, no la había visto en años y ahora está muerta. Pero debido a una infidelidad imperdonable de tu padre, todos esos años...

Al llegar a este punto, se le ahogaron las palabras, ¡y no era de extrañar!

—Tú también tienes una hermana, de casi tu misma edad —finalizó.

No me lo podía creer. ¿Por qué nadie me lo había dicho? Todas esas generaciones de mentiras y engaños que emergían por la garganta operística de mi diva madre me ponían enferma, aunque la culpa no era sólo suya, desde luego. Augustus había encubierto también a la perfección el asunto.

Habría hecho bien en colgar y simular que se había cortado la línea. Pero presentía que ése era sólo el gancho de izquierda y que ahora se me acercaba con rapidez el directo a la mandíbula. Contuve la respiración y esperé. Sabía que la madre en cuestión, la
«partenaire»
en la infidelidad de mi padre, no podía haber sido su actual esposa, Grace. Habría sido demasiado joven hacía unos veintipocos años, cuando Jersey dejó a mi padre. Pero Jersey seguía hablando.

—Sé que tu padre y yo te lo tendríamos que haber contado hace tiempo...

Se detuvo como si tuviera que tragarse una gran cantidad de la bebida antes de proseguir. Miré en dirección a Wolfgang, cerca de la cinta transportadora, y di gracias a Dios de que el sistema de recogida de equipajes francés fuera uno de los más lentos de Europa, lo que me daría tiempo para llegar al fondo del asunto, aunque no sabía muy bien si quería hacerlo.

—Me preguntaste por qué mi madre me abandonó —explicó Jersey—. No fue exactamente así. Zoé fue a Francia a buscar a mi hermana Halle, a quien su padre había llevado a París. Eran tiempos de guerra y...

—¿Su padre? —la interrumpí—. ¿El padre de tu hermana no era el tuyo, el piloto irlandés?

No entiendo por qué me sorprendía tanto, dada la reputación de Zoé.

—Mi madre estuvo casada con otro hombre, o tal vez debería decir que tuvo un hijo con él, mi hermana. Como nuestros padres estaban en bandos opuestos durante la guerra, resulta comprensible que Halle y yo creciéramos separadas; llevamos vidas separadas. Pero cuando me dijiste que habías estado en Viena, pensé que tu tío Lafcadio te la habría presentado...

—¿A quién? —pregunté.

Noté un nudo en la boca del estómago. ¿Los padres de ambas hijas estaban en bandos opuestos durante la guerra? Pero si la hermana de Jersey estaba muerta, ¿qué mujer podría haberme presentado Laf en Viena? Entonces, Jersey me lanzó el directo que había estado esperando.

—Nunca perdonaré a tu padre Augustus, ni a mi hermana, por su traición —sentenció—. Pero la niña que tuvieron juntos, tu hermana, se ha convertido en una chica preciosa y de un talento excepcional. Durante los últimos diez años, Lafcadio ha sido su protector y una especie de Svengali. Por eso suponía que la habrías conocido: viajan juntos a todas partes.

Me puse el teléfono contra el pecho y empecé a respirar con dificultad al tiempo que deseaba que se me derrumbara el aeropuerto encima o algo por el estilo. No me podía creer lo que estaba pasando. Despacio, me volví a llevar el aparato al oído, justo a tiempo de oír cómo Jersey decía:

—El nombre de tu hermana es Bettina von Hauser.

Laf había dicho: «Espero que os llevéis como hermanas», cuando Bettina Brunhilde «Bambi» von Hauser y yo nos conocimos, ¿no? Después, esa misma noche, cuando vino a mi habitación en el hotel, Bambi habló del «peligroso interés» de su hermano Wolfgang por mí, aunque si no recordaba mal dijo que nos podía poner en peligro a todos. ¡Dios mío! ¿Significaba eso que Wolfgang era también mi hermano?

Por fortuna, no. La madre de Wolfgang, Halle, se casó con un austríaco que murió poco después de que Wolfgang naciera, pero felizmente antes de que ella intimara con mi padre, Augustus. Pero eso no simplificaba la complejidad de la familia.

Cuando por fin colgué el teléfono, unos veinte minutos más tarde, sabía muchas más cosas sobre asuntos familiares. A mi muy trillada frase «en mi familia las relaciones son bastante complicadas» se le podría añadir con toda tranquilidad la coletilla «y no lo sabía ella bien». Pero esta vez, cuando el caldo hervía, gracias a aplicarle un poco de calor a Jersey, flotaba algo más que aire caliente en la superficie.

Según Jersey, su madre Zoé Behn, la menor de los hijos y única chica de Hieronymus y Hermione, se marchó con Pandora y, a los quince años, se había convertido en una excelente bailarina. Al igual que Isadora Duncan, una generación mayor que ella, que fue su amiga, tutora y protectora, Zoé creó pronto su estilo personal de actuación. Cuando se produjo la trágica muerte de Isadora en 1927, Zoé sólo contaba veinte años y ya era una estrella del Folies Bergére, la Opera Comique y muchos otros locales. Fue el año en que conoció a Hillmann von Hauser.

Hillmann von Hauser rondaba los cuarenta y era rico, poderoso, caballero de la Orden Teutónica, miembro de varios grupos nacionalistas alemanes clandestinos como la
Thulegesellsckaft
y la
Armanenschaft
y ya en 1927 proporcionaba un importante apoyo financiero al Partido Nacionalsocialista de Adolf Hitler. Era rubio como Zoé, atractivo, corpulento y llevaba diez años casado con una mujer que pertenecía a una familia tan noble y respetada como la suya propia en Alemania; un matrimonio que tendría más adelante un hijo.

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