Authors: Katherine Neville
—No estamos seguros —precisó Olivier a Bambi.
Oí un ligero zumbido en los oídos como si fuera a desmayarme. Entonces escuché la voz de Bambi como si estuviera muy lejos.
—Yo sí estoy segura. Mi hermano Wolfgang asesinó a Samuel Behn. El hombre con quien había pasado esas noches de amor tempestuoso era un asesino despiadado que, mientras me tenía entre sus brazos, estaba convencido de que había matado a Sam. Me dieron ganas de tomarme un buen trago de absenta con opio, o incluso un poco de esa cicuta que llevó a Sócrates al nirvana, aunque ahora lo más oportuno sería salir a la carretera. ¿Pero hacia dónde?
Olivier iba a hacerme alguna sugerencia cuando oímos un ruido extraño. Nos miramos un instante antes de descubrir lo que era: alguien llamaba al timbre que nadie usaba, en el extremo opuesto de la casa. Puesto que la puerta delantera estaba separada de la carretera por una bajada digna de un paracaidista hacia el patio delantero, la mayoría de gente llegaba por la puerta trasera, fuera del camino de entrada.
Corrimos hacia las ventanas altas que rodeaban el salón del sótano y echamos un vistazo. Sólo alcanzábamos a ver la carretera pero no a la persona que estaba en la entrada. Había un Land Rover enorme con matrícula de Idaho aparcado detrás del coche de Bambi. Tenía la silueta de un oso pardo rampante, dibujada en el guardabarros delantero. Sonreí. Tal vez las cosas empezaban a mejorar.
—¿Lo reconoces? —me preguntó Olivier.
—El coche no, sólo el oso. Ve a abrir; mientras, Bambi y yo cogeremos a Jason, y abrigos y zapatos decentes para todos nosotros. Puede que vayamos de excursión al campo.
—¿Pero quién es? —quiso saber Olivier—. A estas alturas, no me puedo arriesgar a abrir la puerta a no ser que estés bien segura de quién es.
—Lo estoy —afirmé—. Es un oso que ha conducido hasta aquí desde Lapwai, a ochocientos kilómetros. Es un emisario de mi querido difunto primo Sam.
Bambi y Olivier parecieron algo desconcertados por el aspecto de Oso Oscuro. Como la mayoría de nez percé, era un hombre muy atractivo, con una nariz recta, barbilla hendida, rasgos marcados, piernas largas y hombros anchos, las trenzas de cabellos oscuros salpicadas de blanco y esos ojos plateados bajo unas cejas oscuras que, como los de Sam, parecían cristales que podían penetrar el corazón del tiempo.
Llevaba una chaqueta con flecos y bordada con cuentas, y una manta por encima del hombro. Avanzó hacia mí y me estrechó la mano en un saludo firme y caluroso.
Como he mencionado, yo no era santo de la devoción de Oso Oscuro, debido en gran parte a mi extraña familia. Pero ese apretón de manos me quería comunicar sin duda que sabía y valoraba que ayudara a Sam. Claro que entonces ni él ni Sam sabían todavía hasta qué punto la había fastidiado yo sólita. Presenté a Oso Oscuro a los demás.
—Ha oído tu corazón y sabe la decisión que has tomado —me dijo Oso Oscuro, que nunca se andaba con rodeos—. Lo aprueba. Te pide que vengas.
Sam me había leído los pensamientos a distancia. No me sorprendía. Siempre había sido capaz de saber lo que pensaba desde muy lejos. ¿Y no había tenido la impresión de que andaba tras las huellas de mis mocasines psicológicos todas esas semanas?
—No mencionó a nadie más —añadió Oso Oscuro, que señaló a Olivier y a Bambi—. Sólo tenía que llevarte a ti.
Eso me ponía en un dilema. Tenía a dos personas dispuestas a decirme la verdad, una verdad que podía resultar fundamental no sólo para mi seguridad, sino también para la de Sam.
—¿Quién se supone que lo envía? —preguntó Olivier—. ¿Adonde te lleva y por qué no quiere que vayamos contigo?
Antes de saber cómo responder, Bambi resolvió el problema, aunque debo admitir que no sé muy bien cómo lo logró.
—Soy la hija de Halle —dijo a Oso Oscuro—. He venido desde Viena para revelar lo que sé sobre el hombre que era el padre de Sam y el padrastro de Ariel: Earnest Behn.
—¡ Ah! —soltó Oso Oscuro, inexpresivo—. Ya veo.
Metí a Jason en la mochila y le di una palmadita. No quería dejarlo solo en la casa porque no estaba segura de adonde nos dirigíamos ni del tiempo que estaría fuera. Me colgué la bolsa al hombro junto con la cartera de siempre, recogí lo que creía que podríamos necesitar en una excursión por las montañas con Jason. Me subí al asiento delantero del Land Rover de Oso Oscuro; Olivier y Bambi se sentaron detrás. Eso me permitía, mientras escuchaba la historia de Bambi, mirar por el retrovisor para asegurarme de que no nos seguían.
—Muy bien, chicos —dije a Bambi y a Olivier, una vez que salimos de la ciudad y nos dirigimos rumbo al norte por las montañas Rocosas—. No os puedo decir adonde vamos porque yo tampoco lo sé. Pero sé a qué persona nos lleva a ver Oso Oscuro, y os aseguro que vale la pena el viaje. Vamos a llegar al fondo de la cuestión de una vez por todas.
Olivier me miraba con una expresión confundida y después, poco a poco, la luz de la comprensión se fue reflejando en su rostro.
—¡Dios mío, no me digas que no está muerto! —gritó.
Asentí con un gesto. Como mínimo había logrado una cosa todo ese tiempo: mantener la existencia de Sam en secreto a todo el mundo. Pero eso debía cambiar si queríamos aclarar todo aquel lío.
—Pero si Sam está vivo, ¿a quién mató Wolfgang? —preguntó Bambi, más rápida para sacar conclusiones de lo que creí cuando la conocí.
Dirigí la mirada a Olivier, algo incómoda.
—Oh, no —dijo éste cuando lo comprendió—. En todo este mes notaba que algo iba mal. No era normal que nos comunicáramos en persona durante una misión, pero sabía que Theron Vane había ido a San Francisco la semana que mataron a tu primo. Me resultaba extraño no recibir ninguna noticia tras el brutal asesinato de alguien que nos estaba ayudando en un caso en el que llevaba trabajando cinco años. Incluso pensé en ponerme en contacto con Theron por mi cuenta, pero decidí que debía de haber algún motivo de peso para que se mantuviera en silencio.
Y tras un instante, añadió con una sonrisa triste:
—Y se ve que lo había.
Mientras remontábamos el paisaje boscoso con los ríos rápidos y oscuros y las pendientes escarpadas con cascadas centelleantes, miré entre los pinos e inspiré el aroma de la vegetación, mientras escuchaba el relato de Bambi. A medida que lo narraba, las pocas piezas que faltaban en el rompecabezas y que llevaba tanto tiempo buscando y esquivando encajaron en su sitio.
—Mi madre Halle fue educada por su padre, Hillmann von Hauser —comentó—. Como verás, Wolfgang y yo usamos también el apellido de nuestro abuelo.
—Según tenía entendido a raíz de una conversación telefónica con mi madre Jersey, tú y Wolfgang sois hijos de padres distintos —indiqué, sin querer sacar a relucir la paternidad ilegítima de Bambi por parte de mi detestable padre, Augustus. Pero me aguardaba una sorpresa más.
—De padres distintos, sí, pero con el mismo apellido —me corrigió Bambi—. El padre de Wolfgang, el marido legal de mi madre Halle, era Earnest Behn.
Ya no me sorprendían este tipo de revelaciones acerca de mi familia. Pero a la vista de lo que Bambi había mencionado antes respecto a que Wolfgang había sido el artífice de la muerte de Sam, me daba cuenta de que ese punto era de una importancia capital ya que significaba que Sam y Wolfgang compartían el mismo padre, Earnest. Eran hermanastros, igual que Bambi y yo éramos hermanas por parte de padre. Miré a Oso Oscuro, que me miró de reojo mientras conducía, y asintió para corroborarlo.
—Sí, lo sabía —afirmó—. Conocí a Earnest Behn durante muchos años. Era un hombre muy atractivo y rico. Vino al norte de Idaho mucho antes de la guerra para comprar propiedades mineras, veinte mil hectáreas al norte de Lapwai, que contenían muchas montañas sin explotar y grutas llenas de recursos minerales, un gran pedazo de la Madre Tierra. Con la guerra se hizo mucho más rico, por supuesto.
»Tras el conflicto, cuando Earnest tenía más de cuarenta años, regresó a Europa, se casó con una mujer joven llamada Halle y se quedó en ese continente cierto tiempo. Tuvieron un hijo, Wolfgang. De repente, Earnest volvió a su propiedad al norte de Lapwai sin la mujer ni el niño. Dijo que habían muerto. Pidió permiso para casarse con mi hija Nube Clara, a quien conocía desde que era una niña. Ella se sentía muy atraída por él pero no era... lo acostumbrado. Earnest Behn era un hombre blanco procedente de tierras extranjeras. ¿Cómo sabíamos que estaría dispuesto a aprender nuestras costumbres? ¿Cómo sabíamos que no se iría del país otra vez, quizá para no volver jamás?
»Cuando le pregunté si amaba a mi hija, Earnest Behn respondió que no se creía capaz de amar a nadie, observación que, para ser sincero, mi gente no puede comprender. Admitir tal cosa equivale a decir que uno ya está muerto. Aun así, me prometió que cuidaría de ella y que cualquier hijo que tuvieran crecería en la reserva, entre nuestra gente; una promesa que no cumplió. Porque cuando Nube Clara murió, Earnest se llevó a su hijo Sam de la reserva. Cuando se casó con tu madre Jersey temimos haber perdido a Sam para siempre.
Oso Oscuro lo dijo sin amargura, aunque parecía como si estuviera sumido en sus pensamientos.
—Earnest Behn dijo también algo muy extraño antes de casarse con mi hija —añadió—: «Espero poder limpiar la mancha de mi corrupción.» Nunca comentó lo que significaba, ni aceptó la tienda de sudor para purificarse.
Algo de eso encendió una bombilla.
—Has mencionado que Earnest Behn compró tierras en América antes de la Segunda Guerra Mundial —dije—. ¿Cuándo fue, exactamente?
—En 1923 —respondió Oso Oscuro.
La fecha no dejaba lugar a dudas, aunque después de unos cálculos rápidos no tenía sentido.
—Pero Earnest nació en 1902 —objeté—. En 1923 sólo tenía veintiún años. ¿Por qué iba su padre a confiar a un hombre tan joven la compra y dirección de tanto terreno en un país extranjero...?
Pero Olivier y Bambi me estaban mirando con los ojos muy abiertos.
—¡Dios mío! —exclamé.
Así que ésa era la «corrupción» de la que nuestra familia nunca había hablado, sin duda con toda la razón del mundo, como si no bastara con la bigamia, el secuestro, el incesto, el fascismo y el asesinato. Al final de nuestro trayecto de dos horas por el Bitterroot Range de las Rocosas, al aunar mis conocimientos con los de Bambi y Oso Oscuro, até muchos cabos. Y me di cuenta de que debía a mis dos abuelas una disculpa, sobre todo a Zoé.
El
putsch
de Hitler en Munich tuvo lugar el 9 de noviembre de 1923. En esa época no se preveía ninguna guerra, pero Hieronymus Behn sabía que siempre habría una. Y también sabía en qué bando quería situarse. Envió a Earnest a Estados Unidos para establecer su presencia minera en ese país. Diez años más tarde, en 1933, el año en que Hitler se convirtió en canciller de Alemania, Hieronymus envió a su otro hijo, que por entonces ya había cumplido los veintiuno: mi padre Augustus. Ambos jóvenes hacían las veces de topo y excavaban las montañas y las cuevas del Nuevo Mundo para almacenar gran cantidad de minerales para el momento en que el mundo entrara en otra guerra.
Uno voló al este, a Pennsylvania: mi padre. El otro voló al oeste, a Idaho: Earnest. Y un tercero voló sobre el nido del cuco. Ésa fue Zoé.
Aunque Zoé hubiera dejado a sus padres para escaparse con los gitanos, parece que cuando creció, Hieronymus Behn quiso que su hija y única descendiente real «criara con sangre buena». Envió a su colega y amigo Hillmann von Hauser a París para que la sedujera. Fueran cuales fuesen las circunstancias de esa relación desde el punto de vista de Zoé, lo cierto es que le quitaron a su hija Halle para que la criaran su padre y la cumplidora aunque estéril esposa alemana de éste. Zoé se casó con un irlandés y tuvo otra hija: mi madre Jersey.
Por otra parte, además de secuestrar a mi padre Augustus de Pandora, Hieronymus Behn se apoderó también de los dos hijos que su hermana-esposa Hermione había concebido con Christian Alexander: Laf, mediante su adopción, y Earnest, al cambiar el certificado de nacimiento para figurar en él como su padre real. Eso significaba que las dos hijas de Zoé, mi madre Jersey y su hermana Halle, eran las únicas nietas reales de Hieronymus Behn. Por lo tanto, no era de extrañar que, tal como revelaba la historia, Hieronymus pretendiera casarlas con esos dos «hijos» adecuados: Halle con Earnest y Jersey con Augustus. Con esa manipulación, Hieronymus esperaba asegurar que los futuros beneficiarios de su fortuna y poder estarían ligados a su propio linaje, a través de Zoé.
El principal obstáculo fue, por supuesto, que había casado a la hermana equivocada con el hermano erróneo. Mi padre Augustus, amante del prestigio y el poder, habría resultado perfecto para Halle, que había recibido la mejor preparación aria que una chica rubia y bonita de padres nazis podría desear. El resultado de esa unión era Bambi. En cuanto a Earnest y mi madre Jersey, cuando se encontraron en una etapa posterior de su vida, fueron todo lo felices que cabe esperar de dos personas tan traumatizadas emocionalmente.
Así que la corrupción de la que Earnest no consiguió lavarse nunca era algo que sólo había comprendido después de haberse casado con Halle von Hauser. No sólo lo que el papaíto de su esposa había hecho durante la guerra como fabricante de armas, algo de lo que ella se sentía muy orgullosa, sino también dónde habían ido a parar todos los minerales que el mismo Earnest había puesto a lo largo de los años en manos de su «neutral» padre holandés, Hieronymus Behn.
Earnest empezó a descubrir, de forma lenta y dolorosa, los orígenes de la familia que nadie conocía del todo. Cuando resultó evidente que él, Augustus y Hieronymus habían amasado su enorme fortuna mediante el sufrimiento de otras personas, y en el caso de Hieronymus con pleno conocimiento de causa, le supuso un duro golpe. Pero cuando averiguó que ese hombre al que siempre había considerado su padre lo había usado no sólo para criar una raza superior, sino también para controlar el mundo, a Earnest le resultó casi imposible vivir.
La madre de las chicas, Zoé, se había adentrado en la Francia ocupada para intentar persuadir a su anterior seductor de que la dejara llevarse a su hija Halle del territorio ocupado por Alemania y quedó atrapada, al igual que Pandora y Laf en Viena. A Zoé le debió de resultar de lo más irónico sentarse a la mesa en París conmigo, al lado de mi propio y atractivo seductor nazi, como si fuera una nueva versión de su vida de entreguerras.