Authors: Katherine Neville
Pero analizado en perspectiva, de pronto se me ocurrió que quizá desde esa primera llamada telefónica, en lugar de ir en pos de esa verdad que reclamaba sin cesar, tal vez había estado cerrando los ojos cada vez que la tenía delante de las narices. ¿No me había dicho Dacian Bassandes que era fundamental formular las preguntas adecuadas? ¿Y que el proceso solía ser más importante que el resultado? Había algo que relacionaba todas esas cosas aparentemente inconexas y aunque fuera como intentar encontrar una pieza que faltaba entre todo el montón del rompecabezas, tenía que solucionarlo.
Fue entonces cuando lo comprendí.
Todo ese tiempo había elegido y separado trocitos de cuerda cuando debería haber buscado lo que Sam llamaba el «tantra» de todo el conjunto, es decir, lo que mantenía unido el tapiz, como en las culturas orientales el tantra ligaba el destino a la vida y la muerte. Sam decía que existía incluso en el reino animal; que una araña hembra devora al macho si éste abandona la telaraña por el mismo camino por el que entró, de modo que demuestra que reconoce la pauta. Bueno, pues por fin reconocí la pauta que me faltaba. Sentí que se me formaba un nudo en la boca del estómago.
Aunque todos los miembros de la familia me habían contado historias que se contradecían, había una persona cuyas propias historias estaban llenas de giros, cambios y contradicciones internas. Y aunque la historia o la genealogía de cada persona podía haber acabado siendo distinta de lo que yo creía al principio, había alguien de quien ahora me daba cuenta de que no sabía casi nada consistente. Era cierto que todos me habían alertado en su contra desde el principio, incluida, como ahora me percataba de forma terrible, su propia hermana.
Era el hombre que tenía sentado a mi lado en el avión, con la cabeza oscura y despeinada reclinada sobre mi hombro, de modo que apenas distinguía sus rasgos. Era mi colega, primo y antiguo amante, Wolfgang K. Hauser de Krems, Osterreich. Y aunque hacía sólo unas semanas que había creído que Wolfgang era mi propio destino en la Tierra, a la cruda luz de la realidad me vi obligada a reconocer que cada una de sus mentiras había dado lugar a otra mentira desde el mismo momento en que había aparecido por sorpresa en Idaho mientras yo estaba en San Francisco, en el entierro de Sam.
Y hablando del entierro, ¿no me había dicho Sam que todo había sido organizado con la bendición de las más altas esferas del Gobierno estadounidense, lo que contradecía las afirmaciones de Wolfgang respecto a quiénes eran los jefes de Olivier y Theron Vane? ¿Y no había señalado Zoé que Wolfgang había acudido a ella en Viena para sonsacarle información, y no a la inversa?
Pero lo que más me costaba digerir era que Wolfgang se había apoderado de los manuscritos de Pandora ante mis propias narices, haciendo gala de la misma habilidad melosa que había utilizado para ganarse mi cuerpo y mi confianza.
Había bastantes pistas de intereses arios en su castillo tipo Valhala y en la formación que recibió de una madre que había sido educada, a su vez, por un nazi. Y esa pregunta directa de Wolfgang a Zoé: «¿No me estarás diciendo que los abuelos de Ariel eran gitanos?», ¿qué más podía significar?
Después de haberme tragado tantas mentiras como para ahogar a un jabalí, me pregunté cuándo dejaría de mentirme a mí misma.
Ahora que en los lugares mas recónditos de mi mente temía que Wolfgang Hauser fuera el eslabón perdido que unía toda esa enmarañada, mezclada y confusa telaraña de mito e intriga, esperaba ser capaz de retroceder sobre mis pasos con cuidado para sacar de ella a Sam y salir con vida.
Me gustaría ahora comentar el gran acontecimiento espiritual que se ha producido... la liberación de energía atómica... Me gustaría llamar su atención sobre las palabras «liberación de energía». La liberación consiste en la clave de la nueva era, como lo ha sido siempre con el aspirante orientado espiritualmente. Esta liberación se ha iniciado con la liberación de un aspecto de la materia y de algunas fuerzas del alma del interior del átomo... Para la materia en sí, una iniciación enorme y poderosa que iguala las iniciaciones que liberan las almas de los hombres... Ha llegado la hora de la fuerza salvadora.
Externalisation ofthe Hierarchy,
«DK the Tibetan», canalizada por
Alice Bailey, el 9 de agosto de 1945
El ciclo de Urano empieza cuando el planeta alcanza el nodulo norte, el último paso heliocéntrico de Urano sobre su nodulo norte se produjo el 20 de julio de 1945, de modo significativo cuatro días antes de laprimera explosión atómica en Alamogordo, Nuevo México, que marcó sin duda elinicio de una nueva era,para bien opara mal... Los acontecimientos no nos pasan a nosotros, nosotros pasamos a los acontecimientos.
DANE RUDHYAR,
Astrological Timing
Lo más importante en la vida de cualquier hombre es descubrir el objetivo secreto de su encarnación y seguirlo con tanta cautela como pasión... el Urano que hay en nosotros es la Santa Lanza de la leyenda. En las manos del rey santo construyó el templo del Grial, en las de Klingsor, el jardín de los hechizos malvados... Urano es la serpiente Ureo del simbolismo egipcio, Lento aunque súbito señor de la vida y la muerte. Cuesta mucho moverlo, pero una vez en marcha, es irresistible... Si
no se le permite crear, devora
ALEISTER CROWLEY,
Uranus
Antes de formular ningún plan real de acción tenía que encontrar a Sam. Por terrible que fuera enfrentarme a él y revelarle mis múltiples y estrepitosos fracasos, entre los que destacaban mis jueguecitos con Wolfgang mientras Roma ardía en llamas, de repente caí en la cuenta de que, gracias a mí, Sam podía encontrarse en mayor peligro que cuando lo dejé si alguien se había enterado de que seguía con vida.
Durante el resto del viaje Wolfgang guardó silencio, algo poco usual en él y que me fue de perlas. Cuando aterrizamos en Idaho, acordamos que iríamos a la oficina para avisar al Tanque de que ya habíamos vuelto de Viena sanos y salvos. Yo me pasaría un momento por casa para dejar el equipaje antes de ir al trabajo. La única arma que me quedaba en mi muy reducido arsenal era que Wolfgang no sospechaba aún que yo sospechaba de él, así que tenía que actuar deprisa.
Sabía que Olivier estaría en la oficina a esa hora, pasadas las diez de la mañana, lo que me permitiría llamar al abuelo de Sam, Oso Oscuro, desde casa. Aunque la línea estuviera pinchada podría intentar hacerle llegar a Sam el mensaje de que había regresado a la ciudad.
Al subir por la carretera vi el coche de Olivier en el camino de entrada y también otro automóvil aparcado arriba, cerca de los buzones. Se trataba de un utilitario que, según se deducía de la matrícula, era de alquiler. Puesto que la casa más cercana estaba bastante más adelante, supuse que Olivier tenía compañía, lo último que me faltaba en ese momento. Me había adentrado en el camino para dar la vuelta y pensar otro plan cuando Olivier asomó la cabeza por la puerta trasera con una expresión algo salvaje y los cabellos rizados más despeinados que de costumbre. Lanzó una mano hacia mí y gesticuló para que me diera prisa en entrar. En contra de lo que aconsejaba la sensatez, apagué el motor, bajé y cogí el abrigo y el bolso. Pero antes de que pudiera decir palabra, Olivier salió y me agarró con fuerza del brazo.
—¿Dónde demonios te habías metido? —siseó algo histérico—. No has contestado a uno solo de mis mensajes en estas dos semanas. ¿Tienes idea de lo que ha pasado por aquí?
—Pues no —admití, mientras empezaba a sentir auténtico miedo. Señalé en dirección al coche aparcado en la carretera y pregunté—: ¿Quién es tu invitado?
—Es tu invitada, querida mía —me informó Olivier—. Llegó desde Salt Lake ayer por la noche y estuvo en mi piso, donde había calefacción, hasta hace un momento, que la bajé a tu sótano junto con el pequeño argonauta.
«¿Invitada; así pues, una mujer?», pensé.
—Me da la impresión de que nos hemos ido todos al monte Carajo gracias a ti —añadió Olivier apesadumbrado, mientras me seguía escaleras abajo hacia mi piso.
Cuando entré en el salón de mi sótano, me esperaba más de una sorpresa. En la mesa del rincón estaba mi nueva hermanastra con la que había hablado tan sólo dos días antes desde una cabina en el aeropuerto de Viena: Bettina Brunhilde von Hauser.
Olivier tenía razón: su presencia en mi casa era un mal augurio. Pero no tuve que contener el aliento. Bambi se levantó y cruzó la habitación hacia mí. Llevaba otro de esos monos increíbles, éste de un tono
biscotti
que le daba el aspecto de haberse sumergido en una cuba llena de caramelo. Jason trotó a su lado y no me hizo el menor caso. Colgué el abrigo y el bolso en el perchero, fuera de su alcance.
—Fráulein Behn, quiero decir, Ariel —empezó Bambi, que se corrigió enseguida—. Tu
Onkel
me ha enviado en cuanto ha comprendido la gravedad que ha adquirido la situación.
Echó un vistazo a Olivier con esos ojos moteados de oro y se sonrojó un poco.
—Supongo que ésta es la señal para que desaparezca —dijo Olivier.
—¿Por qué? —le pregunté, para añadir—: ¿No tienes micrófonos en el piso además de haberme pinchado el teléfono? Si no, ¿por qué iba a tenerte tu jefe aquí tanto tiempo espiándome?
—Me parece que deberías contárselo —me sorprendió Bambi al informar a Olivier—. Explícale lo que me dijiste ayer por la noche. Luego, le contaré el resto lo mejor que pueda.
—Trabajo para un grupo que me envió aquí hace cinco años, cuando el Tanque te contrató —explicó Olivier—. No estábamos seguros de qué miembros de tu familia estaban implicados en este asunto tan complejo, pero teníamos mucha información sobre Pastor Darty sus esbirros. Los observábamos muy de cerca. Nos pareció sospechoso que Dart te contratara en cuanto acabaste los estudios para ponerte directamente a sus órdenes, a pesar de que tu curriculum no era nada excepcional. Excepto, claro está, lo más importante: la estrecha relación que te unía a tu primo Sam.
La cosa iba a peor. El Tanque era el malvado que me temía y que su apodo de Príncipe de la Oscuridad había proclamado siempre. Se me ocurrió una pregunta importante.
—¿Sabía Sam que me espiabais? ¿O le espiabais también a él, aunque trabajara para tu jefe, Theron Vane?
—No somos espías —me aclaró Olivier—. Somos un organismo internacional como la Interpol, que coopera para detectar actividades ilegales, sobre todo el contrabando de armas espaciales. Hemos averiguado que muchas de las personas dedicadas a este tipo de actividades han conseguido infiltrarse en cargos de importancia en las instituciones encargadas de controlarlos. Entre los primeros de la lista se encuentran los departamentos dedicados a la lucha contra el narcotráfico e incluso el KGB y la CÍA. Creemos que es posible que en poco tiempo vendan en el mercado «productos peligrosos», incluidos materiales nucleares, del mismo modo que en estos momentos están vendiendo a sus propios agentes secretos al mejor postor.
Ese era el discurso más largo que le había oído a Olivier y el más serio, pero no había respondido a mi pregunta.
—Si no me espiabais, ¿por qué tenía el teléfono pinchado? —insistí—. ¿Por qué trabajabas en secreto? ¿Por qué no recogiste el manuscrito de la oficina de correos antes de que yo fuera a buscarlo?
—Me enviaron aquí para protegerte en cuanto supimos lo que andaban buscando —me contó Olivier—. Aunque la mayoría de veces, he acabado protegiéndote de ti misma.
«Alusiones a Herr Wolfgang», pensé.
—Cuando vi el manuscrito rúnico por la ventanilla del coche, comprendí que no eran los documentos que tu primo había descrito a mi gente. Cuando te quedaste hasta tarde a trabajar en la oficina, te observé para ver dónde planeabas esconderlo, en la Normativa del Departamento de Defensa, ¡una magnífica elección! Lo extraje, naturalmente, e hice copias para que no se perdiera para siempre. Bambi dice que Lafcadio teme que los otros documentos, los que pertenecían a tu primo, hayan caído ya en manos de su hermano.
Me sentí aliviada al saber que por lo menos un documento, el manuscrito rúnico, obraba en otras manos aparte de las de mi familia. Y también que Olivier estuviera, como esperaba, en mi bando. Pero mi preocupación por la verdad me había llevado a una observación clave: que el verdadero peligro de esos documentos emanaba de otro aspecto. No podía olvidar lo que Sam me había contado después de describir cómo Theron Vane había muerto en su lugar cuando estalló esa bomba, algo que me repitió cuando me advirtió que fuera discreta al controlar la oficina de correos o el buzón. Dijo que si alguien sabía dónde conseguir una copia de esos manuscritos, le podía resultar más sencillo si uno de nosotros estaba muerto. Ahora comprendía que esa advertencia precavida no estaba motivada por que aquel material fuera la única versión existente, sino más bien porque Sam era la única persona que sabía dónde se ocultaban los originales de Pandora. Lo cual sugería que los individuos que andaban tras los documentos no sólo querían saber su contenido, sino asegurarse de que nadie más lo sabía. De modo que los documentos ahora en manos de Wolfgang y el Tanque serían la única versión si Sam estuviese muerto. No costaba mucho imaginarse lo que venía después de eso. Por una vez, intenté no cerrar los ojos.
—El Tanque está metido en esto. Tu telegrama me previno pero me llegó demasiado tarde —informé a Ohvier—. Wolfgang tiene los manuscritos, aunque ambos intentasteis advertirme respecto a él.
—Tengo la impresión de que mi hermano se ha enamorado de ti de verdad —comentó Bambi—. Si te hubiera conocido antes es posible que ese amor le hubiera obligado a reconsiderar su escala de valores y lo hubiera salvado. Wolfgang es una persona instruida con ideales elevados, aunque equivocados. Me imagino que lo sorprendió descubrir que también es capaz de albergar pasiones fuertes. Pero es demasiado tarde para la salvación o para charlar. ¿Dónde está ahora mi hermano?
—Fue a la oficina desde el aeropuerto —indiqué—. Tengo que reunirme con él enseguida.
—Pues debemos actuar sin demora —afirmó Bambi—. Si descubre que Olivier tampoco está ahí, vendrá hacia aquí. Si cree que sabes dónde escondió tu primo los manuscritos originales, estarás en un peligro terrible. Tenemos que detener a mi hermano antes de que mate a otra persona.
La miré horrorizada mientras Olivier me ponía una mano con suavidad en el brazo. ¿Qué me estaba diciendo? Pero por supuesto, lo sabía. Supongo que de algún modo lo había sabido desde el principio.