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Authors: Katherine Neville

El círculo mágico (70 page)

BOOK: El círculo mágico
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Cuando la ecléctica carrera de Zoé por los dos milenios hubo concluido, nos contó el modo en que estaban entrelazados esos Reich de mil años.

—Desde una edad muy temprana, Hitler acudió a una escuela para chicos en la abadía benedictina de Lambach. Según contaba él mismo, cuando cantaba en el coro quedaba embriagado por el esplendor solemne de las fiestas eclesiásticas y aspiraba a convertirse en un monje negro, como se denominaba a los benedictinos.

Eso me sugirió los comentarios de Virgilio sobre san Bernardo, patrón de los templarios, quien sin la ayuda de nadie había convertido la orden benedictina en la más poderosa de Europa.

Según Zoé, Benito, coetáneo del rey Arturo y de Atila rey de los hunos, construyó trece monasterios situados en importantes centros religiosos paganos o cerca de ellos. Doce se encontraban fuera de Roma, en Subiaco, a muy poca distancia de las ruinas del palacio del emperador Nerón frente al Sacro Speco, una famosa gruta oracular donde el propio Benito había vivido varios años como ermitaño. Cuando algunos monjes de órdenes vecinas intentaron envenenar al entrometido Benito, que se había propuesto «purificarlos», éste se marchó y se estableció en el emplazamiento de la antigua ciudad de Cassino, entre Roma y Ñapóles, donde construyó su legendario decimotercer monasterio: Montecassino.

En plena Segunda Guerra Mundial, cuando los Aliados desembarcaron en Napóles, tras la caída del Gobierno de Mussolini, los alemanes estuvieron seis meses defendiendo Montecassino en una de las batallas más largas de la guerra. Los bombardeos aliados redujeron la montaña a escombros. Aun así, el ejército alemán, que ya había trasladado los muchos tesoros y archivos del monasterio para su seguridad, luchó entre las ruinas en un intento desesperado por conservar la montaña.

—Defendieron fanáticamente Montecassino por orden expresa de Hitler —afirmó Zoé—. Al igual que ocurría con el monte Pamir en Asia central, los zahones y científicos geománticos habían asegurado a Hitler que Montecassino, en Italia, era uno de los puntos clave del inmenso entramado de poder que circundaba la tierra.

—Sí, eso le comentaba a Ariel ayer por la noche —explicó Wolfgang—. Al parecer esos lugares están conectados con el eón entrante. Y las acciones de Hitler también.

—Ya lo creo —corroboró Zoé—. Un acontecimiento importante lo confirma. Desde que el horóscopo de Afortunado le predijo que sólo sería destruido por su propia mano, sus íntimos le conocían como «el hombre que no puede ser asesinado». El último atentado contra su vida, en su cuartel general «el portillo de los lobos», se produjo el 20 de julio de 1944 por obra de Claus Schenk von Stauffenberg, un atractivo héroe de guerra, aristócrata y místico. Dado que su nombre se conecta simbólicamente con la era entrante
(Schenk
significa «el que lleva una copa» y
Stauf,
«jarra»), muchos consideraron a Stauffenberg el «portador de agua» que nos conduciría hacia la nueva era mediante la destrucción del gran adversario. Más importante aún era que Stauffenberg, al igual que Wotan, había perdido, o quizás entregado, un ojo en la guerra.

»Pero de nuevo Afortunado hizo honor a su apodo —añadió Zoé—. Después, cuando se quitó la vida, eligió el cianuro, una bala y el fuego (también simbólicos), la triple muerte celta, como
die Götter-dämmerung.

—Ésa es una descripción muy artística para alguien que era un homicida maníaco —indiqué—. Sólo hay que echar un vistazo a las muertes de Mussolini y de Hitler: al primero lo colgaron en la plaza del pueblo como si fuera una salchicha, mientras que el segundo fue incinerado con una lata de gasolina. Yo no considero que esa forma de morir sea heroica ni noble, ni mucho menos un crepúsculo de los dioses. Sin olvidar los millones de personas que Hitler eliminó en el Holocausto antes de acabar consigo mismo.

—¿Sabes lo que significa la palabra holocausto? —preguntó Zoé.


Holo-kaustos
—respondió Wolfgang—. Significa totalmente quemado, ¿verdad? En griego, si se consideraba que una ofrenda animal era un buen sacrificio, la denominaban «completamente consumida por el fuego». Eso quería decir que los dioses habían aceptado lo que se les había enviado. Para los griegos, sin embargo, se trataba más de una acción de gracias por los dones ya recibidos, mientras que para los semitas este tipo de cosas eran la expiación por los pecados anteriores de la tribu.

¿Qué demonios estaban diciendo? Me recordé a mí misma que estaba emparentada con esos dos individuos que estaban ahí sentados, charlando tan tranquilos, incluso con cierta alegría, del mayor asesinato en serie como si se tratara de algún rito religioso atávico. ¿Acaso no tenían bastante con sugerir que Hitler había preparado que lo encendieran como una antorcha y que había practicado un ritual pagano en el que habían intervenido seis niños, un perro
y
un grupíto de amigos en un bunker subterráneo en la noche de
Walpurgisnacht
para que su muerte recordara el autosacrificio de un héroe teutón? Pero si lo entendía bien, lo que ahora insinuaban era aún peor.

—No podéis hablar en serio —solté—. No estaréis diciendo que la muerte de Hitler formaba parte de algún terrible rito divino que implicaba el asesinato a gran escala para tratar de purificar la tierra y los linajes de todo el mundo debido a una profecía sobre un avatar de una nueva era, ¿verdad?

—Es algo un poco mas complicado —me informó Zoé—. Cuando llegaste, te dije que te explicaría lo del mago que falta en los
deux magots.
Algunos opinan que es Baltasar, que ofreció el regalo de la mirra amarga, por las lágrimas de arrepentimiento. Pero de hecho era Gaspar, cuyo regalo fue el incienso: una ofrenda de sacrificio.

—Como la muerte de Kaspar Hauser —dije, al recordar el relato de Wolfgang en nuestro viaje a la abadía de Melk.

—¿Has visitado la tumba de Kaspar Hauser en Ansbach? —preguntó Zoé—. Está en un pequeño cementerio con muros de piedra y lleno de flores. A la izquierda de la tumba, una lápida que indica
Mo
rgenstern,
«lucero del alba» en alemán, la estrella de cinco puntas de Venus. La piedra de la derecha es
Gehrig,
«el arquero», es decir el centauro celestial Sagitario, que procede de la palabra
ger,
«saeta», en alto alemán antiguo. ¿Una coincidencia? Más bien un mensaje.

—¿Un mensaje? —me extrañé.

—El centauro sacrificó su vida para intercambiar su lugar con Prometeo en el Hades. Sigue estando asociado con los sufís y las escuelas místicas orientales. La estrella de cinco puntas de Venus era el símbolo del sacrificio necesario para la iniciación a los misterios pitagóricos. Creo que el mensaje que debe leerse en la tumba de Kaspar Hauser es que, al inicio de cada nueva era, deben realizarse sacrificios, voluntarios o involuntarios.

Zoé sonrió de forma extraña y sus fríos ojos aguamarina me atravesaron.—En nuestra historia se produjo un sacrificio de este tipo: la muerte de la sobrina de Afortunado, la hija de su hermana Angela. Quizá la única mujer a quien Afortunado quiso jamás —concluyó Zoé—. Estudiaba ópera, como Pandora, y habría llegado a ser una cantante excelente. Pero se disparó un tiro con el revólver de Afortunado, por motivos que nunca llegaron a explicarse. Se llamaba Geli Raubal, un diminutivo de Angeli, «angelito». Este término procede de
ángelos,
que significa «mensajero». Como verás, al igual que en el caso de Kaspar Hauser, podía tratarse de un mensajero simbólico que murió por lo que otros andaban buscando.

—¿Y qué andaban buscando? —quise saber.

—El conocimiento del eterno retorno; el círculo mágico de Pandora — sentenció Zoé—. Sencillamente, el poder dela vida tras la muerte.

EL MENSAJERO

La creencia de [los tracios] en su inmortalidad adquiere la siguiente forma... Cada cinco años, eligen a uno de ellos al azar y lo envían a Zalmoxis como mensajero... para pedir lo que quieren,.. Algunos sostienen jabalinas y puntas de lanza apuntando hacia arriba mientras otros sujetan las manos y los pies del mensajero y lo balancean para lanzarlo sobre las puntas. Si resulta muerto, creen que el dios los bendice con su favor, pero si vive, culpan a su propio mal carácter y envían a otro mensajero en [su] lugar.

He oído un relato distinto de los griegos:... Zalmoxis era un hombre que vivió en Samos, donde era esclavo en la casa de Pitágoras... Después de ganarse la libertad y de amasar una fortuna regresó a su Tracia natal... donde se entrevistó con los dirigentes y les indicó que ni él ni ellos, ni ninguno de sus descendientes moriría jamás.

HERODOTO,

Historias

Y aquellos de los discípulos que escaparon al incendio fueron Lydis, Archippos y Zalmoxis, el
esclavo de Pitágoras quien, según se dice, había enseñado la filosofía pitagórica a los druidas celtas.

HIPÓLITO, obispo de Porto Romano,

Philosophoumena

He escapado yo solo para
anunciártelo.

Job 1,15-16-17-19

Camulodunum, Britania: primavera del año 60 d.C.

FRACTIO

Tomó Jesús pan y lo bendijo... y dándoselo a sus discípulos dijo: «Tomad y comed, éste es mi cuerpo.» Tomó luego el cáliz y dio las gradas... diciendo: «Bebed todos de él;pues ésta es mi sangre.»

Evangelio según san Mateo 26,26-28

Hará Yahvé Sebaot a todos los pueblos en este monte un convite de manjares frescos, convite de buenos vinos: manjares de tuétanos, vinos depurados; consumirá en este monte el velo que cubre a todos los pueblos y la cobertura que cubre a todas las gentes, consumirá a la Muerte definitivamente.

Isaías 25, 6-7

La hierba a sus pies formaba una tupida alfombra verde esmeralda que aliviaba su alma tras otro largo y arduo invierno bajo el yugo romano. Se mantenía bien erguida y orgullosa en el carro de mimbre, sobre el montículo de césped, mientras sujetaba las riendas con suavidad y la brisa matinal le levantaba de los hombros los cabellos pelirrojos, que le caían hacia la cintura como una ola.

Ese último año había sido peor que los quince anteriores bajo la ocupación romana, porque el joven emperador Nerón había resultado ser más codicioso que su padrastro Claudio, a quien él mismo había envenenado según apuntaban los rumores.

Ahora, muchos colonos romanos oportunistas echaban a los bretones nativos de sus tierras con el apoyo de guarniciones de soldados legionarios. Hacía pocos meses, cuando murió su marido, ella misma, una reina orgullosa de la casa real de icenios, y sus dos hijas pequeñas, habían sido violadas por oficiales romanos, que las sacaron de su hogar y las golpearon en público con barras de hierro. El emperador Nerón había confiscado sus vastas tierras, y las riquezas y posesiones más preciadas de la familia partían, junto con las de muchos más, hacia Roma. Pero a pesar de todas esas tragedias, sabía que había salido mejor parada que muchos otros: los bretones eran capturados en todas partes y los vendían en grupos encadenados para construir ciudades romanas, cuarteles romanos, acueductos romanos y carreteras romanas. ¿Qué elección les quedaba como bretones? Sólo la libertad o la muerte.

Se mantuvo en silencio, junto a sus hijas que la acompañaban en el carro, mientras los caballos pateaban el césped. Supervisó la multitud que formaba un amplio círculo alrededor de los límites del extenso campo abierto y que la observaba: todos aguardaban para ver lo que haría.

Cuando por fin guardaron silencio, ató las riendas en la perilla, abrió los pliegues de su túnica multicolor, sacó la liebre y la mantuvo por encima de su cabeza para que todos la vieran. Era una liebre blanca sagrada, criada por los druidas para este fin. Entre los ochenta mil hombres, mujeres y niños congregados en la hierba no se oyó el menor ruido. Sólo el relincho de un caballo rompió el silencio interminable. Entonces, soltó la liebre.

Al principio, el animal permaneció en el montículo de hierba, aturdido ante los miles de humanos que lo rodeaban, plantados como árboles de piedra, esperando en silencio. Luego, se lanzó en una alocada carrera montículo abajo y cruzó sin pensárselo el campo abierto: una mancha blanca por encima del manto verde. Corrió en dirección al suroeste, alejándose del sol, y cuando la muchedumbre lo vio, se unieron todos en una sola voz para soltar alaridos de júbilo y de guerra a la vez que lanzaban los tartanes al aire como sí fuera una lluvia de cuadros escoceses.

Porque habían visto que la liebre profética avanzaba en dirección a Camulodunum. Los ejércitos de Budicca ahí reunidos podrían llegar a esa localidad al caer la noche si se daban prisa. Y al amanecer, dieciséis años de abusos padecidos por los bretones y sus tierras quedarían eliminados en una orgía alimentada con sangre romana.

Isla de Mona, Britania: primavera del año 60 d.C.

CONSIGNATIO

Aquí, en el extremo del mundo, en su último palmo de libertad, hemos vivido sin ser abordados hasta la fecha, defendidos por la lejanía y el olvido. Ahora, los lugares más alejados de Britania se ven expuestos... nada más que el mar, las rocas y los romanos hostiles, cuya arrogancia no puede engañarse con la docilidad ni con el modesto autocontrol. Predadores del mundo...

[Ni] el Este ni el Oeste los ha saciado... saquean, asesinan, roban, lo que denominan de forma errónea imperio. Han convertido el mundo en un páramo yermo y lo llaman paz.

TÁCITO,
Agrícola,

«cita del jefe británico Calgaco, acerca de los romanos»

Es un derecho básico del hombre morir y matar por la tierra donde vive, y castigar con excepcional severidad a todos los miembros de su propia estirpe que se hayan calentado las manos en el hogar de los invasores.

WlNSTON CHURCHILL,

Historia de los pueblos de habla inglesa

No era una simple cuestión de lograr el control o la sumisión de los nativos a corto plazo, como Suetonio Paulino sabía de sobra. Había empezado su carrera en las montañas Atlas subyugando los alzamientos beréberes contra la ocupación romana. Como había capeado muchas campañas de ese tipo, Suetonio estaba bien preparado para el combate en terreno difícil o para una feroz oposición en la lucha hombre a hombre.

Pero en los dos años transcurridos desde que el emperador Nerón lo había nombrado gobernador de Britania, Suetonio había entendido que esos druidas eran distintos. Gobernantes, a la vez que profetas, fueran hombre o mujer, ostentaban el más elevado rango sacerdotal en la tierra y su pueblo los consideraba casi como dioses. Suetonio sabía sin duda alguna que a la larga sólo había una forma de controlarlos: tenían que ser aniquilados por completo.

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