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Authors: Katherine Neville

El círculo mágico (73 page)

BOOK: El círculo mágico
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Entre los intereses de Erasmus Behn figuraba una comunidad utópica que ayudaba a financiar en Suiza. Se basaba en muchas teorías nuevas, que incluían la «tría», la elección y separación genética que acaparó gran parte del interés científico de su época: la selección de la raza. En esas utopías se investigaban las técnicas para conseguir mejores variedades de plantas y de razas de ganado, y Erasmus pasaba todos los veranos en los Alpes para visitar el lugar donde invertía el dinero.

Todo eso era contrario a las ideas de Clio. Aunque criada como suiza protestante, había recibido una educación liberal, con gran variedad de gustos y poco habitual para una chica de su época. Si bien el hombre con el que se había casado era rico, inteligente y atractivo, no tardó en desilusionarse de todo lo que rodeaba a Erasmus Behn, en especial su idea de perfeccionar el mundo.

Pronto se dio cuenta de que se había atado a un calvinista adusto de principios estrictos que consideraba a mujeres y niños poco más que muebles, mientras se situaba a sí mismo y a los de su clase por encima de casi todo el mundo.

Clio descubrió también que Erasmus no se había casado con ella sólo por su belleza rubia, su cuerpo saludable o su inteligencia notable, sino para asegurarse el enorme patrimonio que ella, como hija única, recibiría a la muerte de su padre y, lo que era más importante, la colección de objetos, talismanes y rollos de gran valor histórico que ella había ayudado a reunir y que también heredaría de su familia.

Erasmus parecía fascinado hasta la obsesión por saber más sobre los secretos del pasado, así como sobre los poderes que podrían recogerse en el futuro, mientras que permanecía prácticamente ajeno a las exigencias del presente. Cuando Clio le dio una hija, dos años después de casarse, Erasmus no acudió más a su lecho, puesto que ya había cumplido con sus deberes genéticos. Al fin y al cabo, si se contaba al hijo que había tenido en su anterior matrimonio, había cumplido ese deber no sólo una, sino dos
veces.
Aunque en el siglo pasado solía darse esta situación en los matrimonios de clase alta, los progresos de nuestra familia iban pronto a dar un giro distinto e insólito.

Los veranos, Erasmus llevaba a Clio a visitar su proyecto utópico de los Alpes. Pronto resultó evidente que no podía seguir dilapidando tanto dinero en ese proyecto, año tras año. Pero eso no era lo único que atraía su interés por la región. En las cercanías, había algo que podía tener gran valor: los santuarios paganos que mencioné y también unas cuevas, algunas de ellas de la época del Neanderthal que, dada su inaccesibilidad, eran poco conocidas y permanecían inexploradas, salvo por un grupo de gitanos nómadas que en ocasiones pasaban el verano cerca de aquel lugar. Erasmus imaginaba objetos de oro y otras maravillas, incitado en gran medida por los recientes y asombrosos éxitos de Schliemann, y esperaba encontrar algo de valor o de gran poder. Curiosamente, Clio aceptó.

Clio no necesitaba que le insistieran demasiado para organizar a los gitanos de modo que la ayudaran en su gran pasión: la arqueología. El verano después de nacer su hija, partió con un grupo. Cuando exploraron las grutas alpinas juntos, Clio descubrió que los gitanos conocían muy bien el significado de los objetos que desenterraban y la historia que los rodeaba, incluso de tiempos remotos. Cada vez iba dejando una parte mayor de su colección en sus manos para que la guardaran a buen recaudo. Descubrió también una gran sabiduría en el modo de actuar de aquella gente y se sintió muy atraída por ellos, en especial por uno.

Las expediciones de Clio con los gitanos empezaron pronto a dirigirse más lejos. Regresaba con cerámicas y objetos interesantes. La pieza más extraordinaria, que encontró en una cueva entre Interlaken y Berna, era una estatuilla de una antigua diosa osa, junto con un oso totémico. En esa misma gruta, a mayor profundidad, había unas interesantes ánforas de arcilla que parecían muy antiguas y contenían unos rollos que se puso a descifrar de inmediato.

A su regreso a Holanda ese mismo otoño, Clio se enfureció cuando descubrió que Erasmus se había apropiado de parte de sus documentos y había vendido algunas piezas para impulsar los beneficios cada vez menores de inversiones poco afortunadas. Y lo que era aún peor, se había apoderado también de varias notas y traducciones de Clio, de lo que ella consideraba los documentos más valiosos desde el punto de vista histórico.

Cuando le pidió explicaciones, la réplica de Erasmus consistió en llamarle la atención por esos rollos que acababa de descubrir y que había dejado en manos de los gitanos. Esperaba que le conducirían a mayores tesoros e insistió en que, como marido, le pertenecían. Sin decírselo a Erasmus, Clio cogió cuanto le quedaba de valor y lo guardó en una caja de seguridad.

Las peleas que tuvieron los siguientes seis meses fueron repetidas, acaloradas e interminables, tal como pudo comprobar el hijo de nueve años de Erasmus, Hieronymus. Esas discusiones entre su padre y lo que él consideraba una madrastra difícil y tempestuosa, que se negaba a cumplir las peticiones de su padre, plantó en la mente joven del niño unas semillas que más adelante producirían un fruto sombrío y peligroso.

El verano de 1870, cuando Hieronymus tenía diez años y su hermanita acababa de cumplir dos, el padre de Clio murió y ésta heredó su valioso tesoro en manuscritos y objetos. Con gran sensatez, el padre de Clio dejó el dinero en fideicomiso para ella y sus descendientes, junto con un mensaje privado que sólo ella podía abrir. Basada en esta última carta de su padre, Clio organizó una larga excursión con los gitanos más allá de la frontera suiza hacia Italia, de modo que dejaba a los niños al cuidado de su padre. Pero esa vez Erasmus insistió en acompañarla. Empezaba a sospechar que su joven esposa le ocultaba gran parte de lo que descubría y creía saber por qué.

Una noche Clio desapareció con los gitanos y dejó una nota indicando que regresaría al acabar el verano. Pero no fue así. A partir de ese momento, los acontecimientos se sucedieron con tal rapidez que era como si los dirigiera una mano invisible.

El 19 de julio de 1870 estalló la guerra franco-prusiana, seguida de un caos terrible. La comunidad utópica se disolvió cuando los fondos que recibía quedaron interrumpidos por la guerra. Erasmus Behn, con dos niños a su cargo, una mujer que se había marchado y una fortuna en decadencia, decidió que debía volver a casa sin demora para intentar poner a salvo los documentos y objetos de Clio que obraban aún en su poder, por si Holanda era invadida.

Erasmus resultó herido al cruzar la zona de combate entre Suiza y Bélgica. Apenas consiguió entrar en Holanda con los niños antes de morir. La iglesia local utilizó el poco dinero que le quedaba para proporcionar estudios a su hijo. La hija que había tenido con Clio fue enviada a un orfanato. Que la guerra nos separe parece ser el destino eterno de nuestra familia, como el de muchas otras. En este caso, sin embargo, nunca se llegó a saber si la separación permanente de Clio fue accidental o premeditada. Si no hubiera estallado la guerra, ¿habría vuelto?

Ocho años después de la muerte de Erasmus Behn, su hijo Hieronymus terminó los estudios y se preparó para la única profesión posible para un muchacho con recursos limitados, si se exceptúa la milicia: el ministerio calvinista. Esa preparación no hizo más que fortalecer unas creencias muy arraigadas ya a lo largo de los diez años de convivencia con su padre. Las ideas que le inculcó la Iglesia se convirtieron en su principal pasión.

Hieronymus Behn se sentía muy dolido con su madrastra Clio. Estaba convencido de que había robado a su padre, y también a él, todo aquello para lo que, en el sentido calvinista, habían sido «elegidos». Había abandonado a su padre cuando la guerra para irse con los gitanos y llevarse cualquier cosa de valor que poseyera la familia. En lo más profundo de su alma, Hieronymus sospechaba cosas aún peores de ella porque, ¿quién podía saber a qué conducirían las pasiones desenfrenadas de una mujer así? Lástima que su padre no se hubieraimpuesto a su esposa, como sin duda era su derecho a los ojos de Dios y de la ley. Hieronymus creía que todo lo que Clio poseía, incluso antes de casarse con su padre, le pertenecía por derecho.

Por culpa de su madrastra Clio, él no había recibido más que una pobre formación. No le importaba en absoluto lo que había sido de su hermanastra pequeña, que había sido enviada Dios sabía dónde. Al fin y al cabo, tenía parte de la sangre de Clio. Lo que él quería era su herencia. Examinó los papeles de su padre, que la Iglesia le había guardado. Tenía pues una idea muy precisa de la naturaleza y el valor de los objetos y documentos que su madrastra había atesorado y que había impedido que su padre viera o vendiese. Ahora serían mucho más preciados, puesto que el valor de tales cosas era más conocido. Decidió que algún día encontraría a su madrastra y recuperaría lo que por nacimiento le correspondía. Tal vez habían de pasar años, pero ese día había de llegar.

En 1899 todos los países de Europa celebraban de forma prematura el fin del último siglo de nuestro milenio, lo que no sucedía en realidad hasta el año 1901. El palacio Schónbrunn de Viena estaba iluminado por primera vez con electricidad, en las orillas de los ríos de muchas ciudades se prepararon nonas Ferris y en todas partes florecía la tecnología moderna.

Sin embargo, ningún invento tuvo una acogida tan formidable de la prensa y la opinión pública como un hallazgo que se produjo el día de Navidad de 1899, cuando unos trabajadores reparaban una conducción de agua en los cimientos del castillo que domina la ciudad de Salzburgo y dieron con una gran fuente dorada que se suponía mil años anterior a la época de Cristo.

Llegaron expertos y se elaboraron diversas teorías acerca del origen de la fuente. Algunos creían que procedía del primer templo de Salomón; otros, que había figurado entre los objetos fundidos para elaborar el becerro de oro y que después había recuperado su forma original. Había quien afirmaba que el diseño era griego y quien aseguraba que era macedonio o frigio. Puesto que esas culturas habían comerciado entre sí durante miles de años, lo único en lo que hubo consenso era en que la fuente era antigua y de origen oriental. Iba a mostrarse al público en el castillo Hohensalzburg durante todo el mes de enero de 1900 antes de llevarla a la tesorería real de Viena.

Hieronymus Behn, que tenía ya casi cuarenta años, se había pasado los últimos veinte buscando a la mujer que le había robado la herencia y arruinado toda su existencia. Cuando vio la noticia en la prensa holandesa con la descripción de la fuente de Salzburgo, estuvo seguro de cómo encontrarla. Uno de los pocos rollos que su padre había conseguido arrebatar a Clio obraba aún en poder de Hieronymus,junto con la única copia de la investigación exhaustiva que su madrastra había llevado a cabo sobre el documento. Si no se equivocaba, ese rollo estaba directamente relacionado con la fuente de Salzburgo que acababa de aparecer.

Cogió un tren de Amsterdam a Salzburgo y llegó el día antes de que se inaugurara la exposición. Se dirigió a pie de la estación al castillo y se puso en contacto con el conservador. No estaba interesado en la fuente, sino en la mujer que sin duda viajaría a Salzburgo para verla, de modo que quería tirar el anzuelo con rapidez y eficacia.

Después de entregar el rollo al conservador, Hieronymus le proporcionó los papeles de Clio, afirmando que pertenecían a su difunto padre, Erasmus Behn, un reputado mecenas de Schhemann. Hieronymus aceptó de buen grado la petición del museo de que estipulara que los documentos no habían sido todavía autentificados y sólo pidió que en la inauguración de la exposición se hiciera público como mínimo el contenido general y el nombre del donador, su padre. Como había estudiado las notas de la investigación a fondo, Hieronymus sabía que cuando salieran a la luz, atraerían la atención de todos, incluida la de su madrastra.

En el rollo que Clio y su padre habían encontrado en una ánfora de arcilla en Tierra Santa se afirmaba que en su día la fuente había formado parte de la decoración de un escudo griego y que más adelante se había incorporado a los tesoros de Herodes el Grande. Estaba guardada en el reino del hijo de Herodes, Herodes Antipas, en el palacio de Machareus, cuando en ese lugar se encarceló y decapitó a Juan Bautista. Después, Antipas llevó la fuente a Roma, donde pasó por las manos de tres emperadores: Calígula, Claudio y Nerón.

Las investigaciones posteriores de Clio indicaban que Nerón creía que la fuente poseía propiedades ocultas insólitas y la había transportado de Roma a Subiaco para colocarla en la famosa cueva oracular, al otro lado del valle, frente a su palacio de verano. Tras el asesinato de Nerón, la fuente permaneció en la gruta durante casi quinientos años. Esa misma cueva en Subiaco se convirtió en el año 500 d.C. en el famoso retiro ermitaño de san Benito. Según Clio, una vez descubierta la fuente, pasó a manos de la orden benedictina, los monjes negros, y sus poderes de reliquia sagrada les permitió convertir con éxito las tierras alemanas hasta constituir la fuerza monástica más poderosa de la Europa continental.

El primer encuentro entre Hieronymus Behn y su largo tiempo ausente madrastra Clio no fue lo que ninguno de ambos había imaginado. Ella, que a sus cincuenta y cinco años seguía siendo una belleza, y él, un holandés rubio y atractivo que no llegaba a los cuarenta, formaban una pareja increíble. Al poco tiempo Hieronymus averiguóque, del mismo modo que él quería compensar injusticias pasadas, Clio también. Injusticias para con ella.

Clio le explicó que regresó a la comunidad utópica al final del verano como había prometido, y que allí le informaron que se había disuelto por falta de fondos y que su marido se había llevado los niños de vuelta a Holanda. Tras la guerra, se puso en contacto con el Gobierno de Países Bajos y éste le informó que su familia, desaparecida en zona de guerra, se daba por muerta.

Durante los treinta años que Hieronymus se había sentido molesto con Clio y planeaba exigir la indemnización y retribución correspondiente, ella había vivido en Suiza entre los gitanos, como antes, convencida de que su familia llevaba tiempo muerta. Hacía poco había adoptado incluso a una niña para sustituir a su única hija y esperaba enseñarle las mismas lenguas y técnicas de investigación que ella misma, bajo la tutela de su padre, había adquirido también a muy temprana edad.

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