El Código y la Medida (7 page)

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Authors: Michael Williams

Tags: #Fantástico

BOOK: El Código y la Medida
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La firme mano de lord Boniface se posó en su hombro.

—Un plan valiente, Sturm Brightblade, y digno de tu apellido —opinó—. Yo mismo no habría trazado una ruta mejor.

—Gracias, lord Boniface —respondió el joven, con un gesto de desconcierto—. Tu confianza me da seguridad.

El caballero sonrió y se acercó más a Sturm.

—¿Te llegó a contar Angriff la disputa que tuvo con su padre? —preguntó.

Sturm sacudió la cabeza y esbozó una sonrisa. Desde su llegada a la Torre del Sumo Sacerdote, parecía que todos los caballeros tenían una historia que contar sobre lord Angriff Brightblade.

Feliz, el joven se inclinó hacia adelante, ansioso de escuchar un nuevo relato.

Una lenta sonrisa arrugó las mejillas de lord Boniface, que inició la narración…

—Tu abuelo, lord Emelin Brightblade, era un buen caballero y un buen hombre, pero era conocido por su poca paciencia y carácter brusco. Hijo de Bayard Brightblade y de lady Enid di Caela, Emelin tenía la firmeza de los Brightblade y la… ¿altanería? ¿obstinación? de los Di Caela.

Sturm frunció el entrecejo. No recordaba absolutamente nada de su abuelo Emelin, pero no estaba seguro de que le gustaran aquellas críticas. Aunque, por lo visto, Boniface estaba acostumbrado a decir su parecer a los Brightblade.

El caballero continuó, con la mirada prendida en la espada que sostenía en su regazo.

—En fin, nunca ha sido un linaje de los fáciles. Angriff temía a su padre tanto como lo respetaba, y durante los críticos años de su adolescencia eludía al viejo Emelin en los actos oficiales, prefiriendo coincidir con él sólo en las cacerías. Pues era en ellas donde sus espíritus armonizaban, como los poemas y las historias nos dicen que debe ocurrir normalmente entre padres e hijos.

Boniface se recostó en el catre, con las manos enlazadas bajo la cabeza.

—Normalmente —comentó Sturm.

—Recuerdo aquellas cacerías —prosiguió el caballero—. El olor del humo de la leña en mañanas frías como la de hoy, cuando cabalgábamos tras un jabalí. Recuerdo sobre todo el invierno de lord Torvo.

—¿Lord Torvo, señor? —preguntó Sturm. A pesar de su afición a la historia solámnica y sus tradiciones, no recordaba a ningún caballero con ese nombre.

Boniface resopló burlón.

—Un jabalí —explicó—. Torvo era un jabalí de colmillos enormes, que daba esquinazo a los mejores de nuestros cazadores en aquel invierno del trescientos diecisiete, cuando tu padre y yo teníamos diecisiete años y estábamos preparados para cualquier cosa, salvo aquel verraco. Lord Torvo nos esquivó en las montañas, en los cerros, en los llanos cubiertos de nieve donde podías rastrear días enteros.

»
Pasó Yuletide, y aún no habíamos conseguido darle caza. No fue hasta bien entrado el invierno cuando le hicimos morder el polvo, no muy lejos de aquí, en las Alas de Habbakuk. Recuerdo muy bien aquel día: la cacería, la matanza…, pero, sobre todo, lo que ocurrió a continuación.

Sturm soltó las grebas con cuidado, sin apartar la mirada del viejo amigo de su padre. Boniface cerró los ojos y guardó silencio tanto rato que Sturm temió que el caballero se hubiese quedado dormido. Pero al cabo de un tiempo Boniface retomó el hilo de la historia, y el muchacho se sumergió en ella.

—Ocurrió hace veinticinco años, lejos de la Torre, al sur. Lord Agion Pathwarden, pariente tuyo, nos condujo a los cerros. Un Pathwarden tan fornido como nunca lo hubo en ese linaje ahora desaparecido. Bautizado con ese nombre en memoria de un amigo centauro de su excéntrico padre. Era el mejor amigo de tu abuelo, y un gran camorrista. En no pocas ocasiones se enzarzaron a puñetazos, aunque las peleas eran limpias y acababan tan amigos como antes. Agion parecía un centauro, como su tocayo; un hombretón sobre la silla de montar, cabalgando como un viento del sur por las cuestas y declives de las Alas.

»
Habíamos encontrado el rastro poco después de amanecer; los alanos, nuestros mejores perros de caza, aullaron al percibir el olor del Torvo, corrieron cuesta arriba entre las peñas, se abrieron en un amplio abanico y volvieron a converger para cruzar por un angosto paso, hacia un breñal de achaparrados arbustos donde aguardaba el jabalí. Los cazadores tuvimos que emplearnos a fondo para contener a la jauría. Ladraban, aullaban y se agitaban frente a aquel pequeño parche de vegetación. Todo el grupo sabía que Torvo se encontraba allí, pero nadie parecía muy animado a acercarse y ser el primero en… dar la cara.

Sturm asintió con un cabeceo y contuvo un escalofrío al recordar su primera cacería de jabalí, el pasado otoño, en la que se había librado de sufrir un percance por muy poco.

—Por fin, cuatro de nosotros desmontamos y entramos a pie en el matorral: Agion, Emelin, tu padre y yo —continuó Boniface—. Angriff y yo íbamos como escuderos, más o menos. Se suponía que nuestro cometido se limitaba a llevar las lanzas, mantenernos firmes y guardar silencio. Pero Angriff no era de esa clase. Cuando Agion entró con gran estrépito entre los matorrales y acosó al jabalí desde cubierto, tu padre ya se había echado sobre él como una pantera, veloz e intimidante, arrojando hasta tres lanzas contra el animal. Torvo era viejo y tenía una piel muy dura, y los lanzazos de tu padre eran los de un joven, rápidos y precisos, pero carentes de la fuerza requerida para atravesar cartílagos y huesos.

—Así que lo único que consiguió fue enfurecer al jabalí —dedujo Sturm, y Boniface asintió con un cabeceo.

—Torvo cargó contra Agion, que se dio media vuelta y echó a correr a trompicones entre los espesos matorrales, con el animal casi pisándole los talones. Entretanto, tu abuelo había rodeado al jabalí y esperaba la oportunidad para arrojar su lanza.

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Esa oportunidad no se presentó, porque Angriff era impaciente. Persiguió a Torvo a través del breñal, y lo perdí de vista repetidas veces entre la neblina y los arbustos. Al cabo, oí un roce en el suelo, una especie de tos, y rodeé a trompicones un denso entramado de hojas y ramas… para darme de cara con el viejo Torvo en persona.

Boniface hizo una pausa. Se puso de pie y empezó a pasear por el cuarto, en tanto que Sturm contenía el aliento y escuchaba con atención.

—Era tan greñudo como el bisonte de Kiri-Jolith, y goteaba rocío y fango, medio oculto entre la bruma y el matorral. Parecía una criatura de leyenda, algo salido de la Era de los Sueños y de los cantos de los bardos. Recuerdo que pensé, justo antes de que cargara contra mí, que, si la naturaleza tomara forma y cuerpo, sería esa bestia que tenía ante mí, con su salvajismo, su peligro y su extraña y horrible indiferencia.

De nuevo el caballero hizo una pausa. Cerró los puños, como si intentara aferrar algo o apartarlo lejos de sí.

—¿Cargó…, cargó contra ti? —preguntó por fin Sturm—. ¿El gran jabalí te atacó?

Boniface asintió en silencio.

—Desenvainé mi espada en un santiamén —dijo—. Pero no llegué a usarla.

El semblante del caballero se ensombreció. Sturm aguardo expectante, convencido de que el hombre estaba recordando aquel momento, la horrible carga del jabalí.

—Nunca la usé —repitió Boniface—. La lanza de Angriff se hincó limpiamente entre los omóplatos de Torvo, el animal trastabilló, se incorporó, y volvió a trastabillar. Créeme, yo estaba ya fuera de su alcance cuando tropezó por segunda vez. Pero vi cómo se desarrolló toda la escena: tu abuelo y Agion irrumpiendo en el claro, la espada de lord Emelin centelleando a la luz del sol invernal como un relámpago de plata cuando la hoja descendió y dio en el blanco.

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Durante un rato, todos nos quedamos de pie junto al jabalí. Los alanos ladraban en alguna parte, fuera del círculo del soto, tan lejanos en nuestras mentes que nos sonaban como si fueran un mero recuerdo.

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Entonces habló lord Agion. "Un final apropiado para nuestro adversario, lord Torvo, cuyo trofeo adornará el salón de lord Emelin, su matador."

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Tu abuelo sonrió y movió la cabeza arriba y abajo, muy complacido. Pero tu padre se puso pálido y rígido, y en aquel momento supe que estaba a punto de ocurrir algo muy desagradable entre los dos, algo quizás irreparable. "Pero, lord Agion, espero que la historia contará que fue mi lanza la que dio el primero y contundente golpe", protestó tu padre, abordando el asunto con la misma impetuosidad y estupidez con que intervenía en cada caza, cada torneo.

»"
Tonterías. Mi espada atravesó al jabalí y lo mató. No hay más que hablar", respondió lord Emelin.

»
No había más que hablar, desde luego. Pero comprendí que Angriff iba a hacerlo, a pesar de todo. Empezó a replicar y a defender su honor. Lord Emelin no quería saber nada del asunto.

Boniface hizo una pausa y contempló al muchacho que estaba frente a él. Sturm lo miraba boquiabierto, con los puños apretados. «¡Imagínate, qué injusticia por parte de lord Emelin! ¡Va completamente en contra del Código y la Medida!», pensó furioso Sturm.

—En absoluto, Sturm Brightblade —lo contradijo Boniface, como si hubiese leído sus pensamientos—. Las reglas de cacería son simples. Tan simples como lord Emelin las estableció aquella mañana en las Alas de Habbakuk. Angriff estaba muy pálido. Sentía que había en esto algo que iba más allá de las reglas y el protocolo, pero las reglas y el protocolo decían que el resto era silencio. Extrajo su lanza… —Boniface sacudió la cabeza, un poco triste.

»
Yo enfundé mi espada y montamos en nuestros caballos. Observé a mi amigo cabalgar cada vez más encolerizado desde las colinas Virkhus hasta el castillo Brightblade. Estaba tan mudo como una oveja ante el esquilador, y no pronunció una sola palabra durante el resto del día. Es sabido que desafiar a un padre va más en contra del Código y la Medida que cualquier cosa injusta que Emelin hubiera hecho en el claro conforme a las reglas de caza.

»
Agion le tomó el pelo al joven Angriff todo el camino de regreso al castillo Brightblade, llamándolo «montero» y «sabueso» y «alano», como si la participación del muchacho en la cacería hubiera sido simplemente localizar al animal. Angriff echaba chispas, pero se mantuvo encerrado en su mutismo. Sin embargo, yo sabía que el asunto no había acabado todavía.

»
Fue en el banquete de aquella noche por el triunfo de lord Emelin. Todas las familias principales se encontraban presentes, los Markenin, los Jeoffrey, los Celeste, y la conversación giraba en torno a la cacería y la ceremonia.

»
Cuando se sirvió la cena y los invitados se habían acomodado en el arrullo del vino y la comida, Angriff se acercó al sillón de su padre. Agion, sentado a la izquierda de Emelin, resopló burlón al ver aproximarse al muchacho y dijo en un tono en exceso alto: "Aquí viene el chico para pedir la parte del sabueso".

Sturm dio un respingo. En las cacerías, cuando se desollaba y limpiaba al animal, las vísceras, las pezuñas y todas las partes indelicadas se dejaban para los perros. Las palabras de Agion no sólo habían sido insultantes, sino realmente crueles.

—Emelin se volvió hacia Agion y dijo algo cortante, aunque inaudible —continuó Boniface—; pero Angriff parecía no prestar atención al fornido patán. Se quedó parado ante su padre, en silencio, hasta que Emelin levantó la vista tras el intercambio con su primo. Entonces Angriff empezó a hablar; su alocución era suave, moderada y elaborada con detalle, pero tan perentoria como ninguna otra palabra pronunciada en el castillo Brightblade antes o después.

»"
Mi señor padre sabe que, a veces, la Medida y la verdadera justicia están reñidas. También sabe que, sin reparar en espada y golpe de gracia, fue mi lanza la que asestó a lord Torvo el golpe mortal", dijo.

»
Fue engreído y grosero, pero dejó clara su postura. Se alzó un murmullo general en el salón, y lord Emelin se incorporó con brusquedad.

»"
¿Estás diciendo, Angriff, que tu padre…, que yo… te he robado un trofeo abatido por ti?"

»"
Robado no es la palabra que yo utilizaría", replicó Angriff, cuya ira estalló, mandando al traste su actitud tranquila y cortés. "Prefiero decir incautado".

»
Fue entonces cuando lord Emelin se echó hacia adelante sobre la mesa y abofeteó a su hijo.

—¿Lo abofeteó? —preguntó Sturm, levantando la voz por la indignación—. ¿Delante de sus compañeros, en un banquete oficial? Pero… no hay… no hay…

—Respuesta a tal indignidad —dijo con calma Boniface—. Parecería que no. Empero, Emelin había sobrepasado todos los límites, había ido en contra de la norma de la Medida que dice: «Aunque el honor adopta cualquier forma y aspecto, el padre debe honrar al hijo como el hijo al padre». Devolver el golpe a su padre era impensable, al igual que responder con palabras demasiado duras al insulto. Tampoco podía quedarse allí y tolerar la bofetada, pues quedaría deshonrado.

»
Emelin enrojeció al comprender las consecuencias de su acción. Sabía que se había pasado de la raya, pero ya no podía retractarse. Parecía que Angriff no tenía recurso. Pero, escucha.

»
Estaba ante su padre, ardiendo en cólera, con la marca de la mano de Emelin todavía señalada y rojiza en su mejilla. Entonces Angriff se volvió con deliberada lentitud y estrelló su puño en la nariz de Agion.

»
Sonó como si una rama gruesa se hubiese partido con la fuerza del viento. Agion salió despedido hacia atrás y cayó pesadamente al suelo, donde yació inconsciente. Volvió en sí media hora más tarde, balbuceando despropósitos sobre medias y pasteles de ruibarbo.

—¡Mi padre golpeó a Agion! —exclamó Sturm, conmocionado y gratamente sorprendido por igual—. Pero ¿por qué? Y…, y…

—Atiende —lo interrumpió Boniface con una sonrisa—, pues éstas fueron las palabras de Angriff: "Ofrécele esto a mi padre la próxima vez que os peleéis. El golpe que reciba será mío en la misma medida en que lo fue el suyo a lord Torvo".

Sturm sacudió la cabeza
,
admirado.

—¿Cómo se le ocurrió algo así, lord Boniface?

El caballero abrió la bolsa que tenía a los pies y lentamente, con cierto esfuerzo, sacó un peto y un escudo.

—Era su modo de entender las cosas, Sturm. Me entregó esto… para que te lo diera en su nombre cuando tuvieras edad de utilizarlo. Lo mandó hacer para ti, cuando aún eras un chiquillo.

Falto de aliento, Sturm alargó la mano hacia el escudo y el peto.

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