El complot de la media luna (52 page)

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Authors: Clive Cussler,Dirk Cussler

Tags: #Aventuras, #Ciencia Ficción

BOOK: El complot de la media luna
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—Menudo par de demonios —opinó Lazlo.

Una atractiva enfermera entró en ese momento en la habitación para darle su medicación y luego se marchó seguida por su atenta mirada.

—¿Está deseando volver a casa, teniente? —preguntó Giordino.

—No especialmente —contestó Lazlo con una sonrisa—. Por cierto, ahora soy el comandante Lazlo. Acaban de informarme de mi ascenso.

—Deje que sea el primero en felicitarlo —dijo Giordino, y le pasó una botella de whisky que había entrado a escondidas en el hospital—. Quizá encuentre por aquí alguien con quien compartirlo —añadió con un guiño.

—Ustedes, los estadounidenses, son la monda —afirmó Lazlo con una sonrisa.

—¿Cuál es el pronóstico? —preguntó Pitt.

—Me intervendrán en Tel Aviv dentro de una semana, y luego me esperan varias semanas de terapia. Pero la recuperación será total; espero volver al servicio antes de final de año.

Los interrumpió la entrada de un hombre en silla de ruedas con una pierna escayolada.

—Hombre, Abel... —saludó Lazlo—. Es hora de que conozcas a los hombres que ayudaron a salvarte la vida.

—Abel Hammet, capitán del
Dayan
o, mejor dicho, ex capitán. —Saludó a Pitt y Giordino con afecto—. Lazlo me ha contado todo lo que hicieron. Se metieron en un buen lío..., mi tripulación y yo les estaremos eternamente agradecidos.

—Lamento que su buque tanque acabase hundido —replicó Pitt.

—El
Dayan
era un buen barco —dijo Hammet con nostalgia—. Pero la buena noticia es que nos darán un buque nuevo. El gobierno turco se ha comprometido a construirlo; al parecer lo pagarán con los fondos requisados a un tal Ozden Celik.

—¿Quién dice que no hay justicia en este mundo? —preguntó Giordino.

Mientras se reían, Pitt consultó su reloj.

—El
Aegean Explorer
zarpará dentro de una hora —dijo—. Me temo que debemos marcharnos.

Estrechó la mano de Hammet y se volvió hacia Lazlo.

—Comandante, me alegrará tenerlo a mi lado cuando se presente la ocasión.

—Para mí sería un honor —afirmó Lazlo.

Cuando Pitt y Giordino se dirigían ya hacia la puerta, Lazlo les preguntó:

—¿Adónde van? ¿Vuelven al pecio?

—No —respondió Pitt—. Nos vamos a Chipre.

—¿A Chipre? ¿Qué los aguarda allí?

Pitt le miró con una sonrisa enigmática.

—Espero que una revelación divina.

IV.

DESTINO MANIFIESTO
.

86

St. Julien Perlmutter acababa de sentarse en su sillón de cuero cuando sonó el teléfono. Su asiento de lectura favorito estaba hecho a medida para que pudiese acomodar en él su corpachón de casi doscientos kilos. Miró el reloj de péndulo y vio que era casi medianoche. Deslizó la mano junto a una copa de oporto que había en la mesa auxiliar y cogió el teléfono.

—Julien, ¿cómo estás? —preguntó una voz conocida.

—Vaya, pero si es el salvador de Constantinopla —respondió Perlmutter con voz resonante—. Lo pasé muy bien leyendo tus hazañas en el Cuerno de Oro, Dirk. Espero que no resultases herido.

—No, estoy bien —dijo Pitt—. Por cierto, ahora lo llaman Estambul.

—Pamplinas. Se llamó Constantinopla durante seiscientos años. Es ridículo cambiarlo ahora.

Pitt se rió; su viejo amigo pasaba la mayor parte de su tiempo viviendo en el pasado.

—Espero no haberte pillado en la cama.

—No, en absoluto. Acababa de sentarme con un ejemplar de los documentos del capitán Cook en su primer viaje al Pacífico.

—Un día de estos tendríamos que buscar lo que queda del
Endeavor
—comentó Pitt.

—Esa sería una noble misión —afirmó Perlmutter—. ¿Dónde estás, Dirk, y cómo es que me llamas a estas horas?

—Acabamos de amarrar en Limassol, en Chipre, y tengo un misterio en el que me vendría bien tu ayuda.

Los ojos del hombre barbudo brillaron. Era uno de los principales historiadores marítimos del mundo, y su afición por los enigmas náuticos superaba su apetito por la comida y la bebida. Conocía a Pitt desde hacía años, y sabía que cuando su amigo le llamaba era porque se traía entre manos algo apasionante.

—Por favor, cuéntame —pidió Perlmutter con su voz de bajo.

Pitt le habló del pecio otomano y de los objetos de la época romana, y a continuación le soltó la historia del Manifiesto y su lista de contenidos.

—Santo cielo, eso es una carga épica —dijo Perlmutter—. La pena es que no debe de haber sobrevivido casi nada después de dos mil años bajo el mar.

—Sí, el osario podría ser el mejor de los hallazgos.

—Sin duda removerías un avispero —señaló Perlmutter.

—Si todavía queda algo, merece ser encontrado —afirmó Pitt.

—Por supuesto. Incluso sin la carga, una galera romana intacta sería toda una perla. ¿Tienes un punto de partida para la búsqueda?

—Por eso te he llamado. Espero que conozcas algunos pecios no identificados en la costa sur de Chipre. Cualquier información sobre las rutas comerciales históricas alrededor de la isla sería también de mucha ayuda.

Perlmutter pensó un momento.

—En las estanterías tengo algunas cosas que podrían ayudar. Dame un par de horas, a ver qué puedo conseguir.

—Gracias, Julien.

—Oye, Dirk —añadió Perlmutter antes de colgar—, ¿sabes que Chipre producía los mejores vinos del Imperio romano?

—No me digas.

—He oído decir que una copa de Commandaria tiene el mismo sabor que hace dos mil años.

—Te conseguiré una botella, Julien.

—Eres un buen hombre, Dirk. Hasta luego.

Perlmutter colgó el teléfono y bebió un sorbo de su oporto, saboreando su profundo y dulce sabor. Luego levantó su corpachón y se acercó a unas estanterías altas hasta el techo y llenas de libros náuticos. Comenzó a canturrear mientras buscaba entre los títulos.

Menos de dos horas más tarde sonó el teléfono en el
Aegean Explorer
con la llamada de Perlmutter.

—Dirk, hasta ahora he encontrado muy poco, pero podría ser un principio —dijo el historiador.

—Todo ayuda —manifestó Pitt.

—Es un barco naufragado del siglo
IV
. Lo descubrieron unos buceadores aficionados en los años sesenta.

—¿Romano?

—No estoy seguro. El informe arqueológico aporta una datación, pero indica que encontraron algunas armas romanas entre los objetos recuperados. Como sabes, Chipre nunca tuvo gran importancia militar para los romanos, pero sí como fuente de abastecimiento de cobre y cereales. Y también vino, por supuesto. Por lo tanto, la existencia de armas en el pecio puede ser significativa.

—Aunque sea un disparo a ciegas, vale la pena echarle una ojeada. ¿Dónde se encuentra el pecio?

—Lo localizaron frente a una ciudad llamada Pissouri, cerca de donde estás tú, en la costa sur. El barco se halla a unos cuatrocientos metros de la playa pública. He encontrado una referencia posterior que indica que el lugar fue excavado parcialmente en los noventa y que los objetos se exhiben en el Museo Arqueológico de Limassol.

—Eso nos pilla muy a mano —dijo Pitt—. ¿La ubicación concuerda con las rutas comerciales romanas?

—Los barcos mercantes de la época que navegaban desde Judea seguían la costa de levante de camino a Constantinopla. Lo mismo vale para las galeras romanas, que por lo general navegaban de cabotaje para aprovechar las aguas calmas. Pero nuestro conocimiento de las prácticas marítimas de la época es limitado.

—Tal vez no pretendían navegar a Chipre —señaló Pitt—. Gracias, Julien, investigaremos ese pecio.

—Continuaré buscando. Mientras tanto, buena caza.

En el momento en que Pitt colgaba el teléfono, sus dos hijos entraron en el puente, cada uno de ellos con una pequeña mochila a la espalda.

—¿Abandonáis el barco antes de que comencemos la búsqueda? —preguntó Pitt.

—¿Tienes un punto de partida? —preguntó Summer a su vez.

—El bueno de Perlmutter acaba de ayudarme para que diseñe una cuadrícula de búsqueda.

—Le he pedido a Dirk que me ayude a buscar en los archivos locales —dijo Summer—. Podríamos encontrar algunas referencias locales al Manifiesto, o quizá sobre la historia de la piratería local. ¿No te importa si nos reunimos contigo dentro de un par de días?

—No, parece buena idea. ¿Cuál es vuestra primera parada?

—La verdad es que no sabemos de ninguna fuente local. No tendrás por casualidad alguna sugerencia...

Pitt no pudo evitar sonreír mientras miraba el papel en el que había tomado notas durante la conversación con Perlmutter.

—Resulta —dijo guiñándoles un ojo— que sé exactamente adónde deberíais ir.

87

Summer y Dirk encontraron el Museo Arqueológico de Limassol en un edificio moderno situado al este del centro de la ciudad, no muy lejos de los bonitos jardines municipales. Una amplia colección de cerámicas y objetos de la larga historia de Chipre, algunos anteriores a 2000 a. de C., se exhibían en sencillas urnas de cristal en las tres salas del edificio.

Summer admiró una exposición de figurillas de animales de terracota del período arcaico mientras esperaban al conservador del museo.

—Soy Giorgos Danellis. ¿En qué puedo ayudarlos? —preguntó un hombre de cara redonda y acento griego.

Summer se presentó.

—Nos interesa un pecio del siglo
IV
que se descubrió cerca de Pissouri —explicó.

—Sí, el pecio Pissouri —asintió Danellis—. Se exhibe en la sala tres. —Mientras los guiaba hasta la sala, preguntó—: ¿Pertenecen al Museo Británico?

—No, trabajamos para la National Underwater and Marine Agency —contestó Dirk.

—Ah, perdón —dijo el conservador—. Hace unos días estuvo aquí un hombre que preguntó por la misma cuestión. Creí que estaban relacionados.

Se acercó a una gran urna de cristal que contenía docenas de objetos. Summer vio que la mayoría eran recipientes de cerámica, junto con algunos trozos de fragmentos de madera con molduras de hierro oxidadas.

—¿Qué puede decirnos del barco? —preguntó.

—Data de la primera mitad del siglo
IV
—respondió el conservador, y señaló una moneda de plata corroída en un estante inferior—. Este denario romano encontrado en el naufragio muestra al emperador Constantino con laureles, lo que indica que la nave se hundió alrededor del año 330.

—¿Era una galera romana? —preguntó Dirk.

—Se barajaron varias hipótesis en ese sentido cuando lo descubrieron, pero la mayoría de los expertos creen que era una galera mercante. Los análisis de las muestras de madera indican que se construyó con pino del Líbano, y eso apoya la hipótesis. —Señaló un dibujo colgado en la pared de una galera con la proa muy alta y velas cuadradas—. Los arqueólogos creen que era un barco mercante que transportaba cereales o aceite de oliva.

Dirk señaló una empuñadora de espada que había detrás de una vasija de arcilla.

—¿Llevaba armas a bordo?

—Al parecer había muchas más, pero ese fragmento de espada es lo único que recuperamos —explicó el conservador—. Los arqueólogos tuvieron que realizar una excavación urgente cuando se descubrió que el pecio estaba siendo saqueado sistemáticamente por ladrones. Se dice que muchas armas ya habían desaparecido del pecio cuando llegaron los arqueólogos.

—¿Cómo explica la presencia de tantas armas en una nave mercante? —preguntó Summer.

El conservador se encogió de hombros.

—La verdad es que no lo sé. Quizá formaban parte de la carga. O quizá un oficial de alto rango viajaba a bordo.

—Hay otra posibilidad —intervino Dirk.

Danellis y Summer le miraron, curiosos.

—En mi opinión, esta nave bien podría ser un barco pirata. Me recuerda el relato que leí en Cesarea de la captura de un barco pirata chipriota que llevaba armas romanas a bordo.

—Sí, podría ser el caso —admitió el conservador—. Algunas de las pertenencias de la tripulación eran bastante lujosas para la época —añadió, y señaló un plato de cristal y una elegante copa de cerámica.

—Señor Danellis, ¿se conocen otros naufragios de aquellos años en aguas chipriotas? —preguntó Summer.

—No. Se sospecha que en la costa norte hay un pecio de la Edad del Bronce, pero hasta el momento este es el más antiguo del que tengo conocimiento. ¿Qué les interesa exactamente?

—Estamos investigando una galera romana que navegaba en representación de Constantino y que pudo haberse perdido en aguas chipriotas. Debió de ser más o menos por la misma época que el pecio de Pissouri.

—No sé nada al respecto —reconoció el conservador—. Pero quizá quieran hacer una visita al monasterio de Stavrovouni.

Summer le dirigió una mirada escéptica.

—¿Por qué un monasterio?

—Aparte de su hermosa ubicación, el monasterio alojó a la madre de Constantino, Helena, en su viaje de regreso de Tierra Santa con la Vera Cruz.

88

El
Aegean Explorer
se acercó poco a poco a la costa y luego viró y se dirigió de nuevo a mar abierto al mismo ritmo lento. Un cable delgado se extendía tenso por la popa y desaparecía debajo de la superficie. Cincuenta metros más allá, el cable tiraba de una pequeña cápsula con forma de puro que se deslizaba por el agua a un par de metros del fondo. Dos transductores instalados en el interior enviaban ondas sonoras que rebotaban en el fondo y grababan el tiempo de retorno. Los procesadores a bordo del barco convertían las señales del sonar en una imagen visual del relieve del fondo marino.

Pitt, sentado en el puente, observaba en una pantalla de vídeo las imágenes del sonar: una superficie ondulada y sembrada de rocas. Giordino dejó de mirar por encima del hombro de Pitt y examinó la playa con unos prismáticos.

—¿Disfrutando de las vistas? —preguntó Gunn.

—No están mal —respondió Giordino—. Un par de bellas jovencitas refugiándose del sol en una cueva marina...

La playa de Pissouri era una estrecha franja de arena con altos acantilados y, arriba, el pueblo del mismo nombre. Aunque muy popular entre los soldados británicos de la cercana base de Akrotiri, esa playa todavía era una de las más tranquilas de la costa sur.

—Por lo que parece, pronto nos quedaremos sin frente marítimo —comentó Giordino al ver que el barco se alejaba hacia el este en su rastreo por la cuadrícula de búsqueda.

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