Read El complot de la media luna Online
Authors: Clive Cussler,Dirk Cussler
Tags: #Aventuras, #Ciencia Ficción
—¿Algún indicio de que sea romana? —preguntó Summer desde abajo.
—Por supuesto que lo es.
Summer se quedó de piedra. Pero no por el tono frío con que se habían dicho esas palabras, sino porque no las había pronunciado Pitt.
Se giró y vio que la figura de Ridley Bannister salía de la oscuridad, con la ropa empapada del pecho para abajo. Sujetaba una pequeña cámara de vídeo. La puso en marcha y una luz azul iluminó la caverna.
—Vaya, si es el muy respetado arqueólogo Ridley «Baker» Bannister —se mofó Summer cuando él se acercó—. ¿Esta vez trae su pistola?
—Oh, no. Ese era el revólver del mariscal de campo Kitchener. Lamento decirle que no tenía balas. —Levantó la cámara de vídeo para que ella la viese—. Me alegra verla de nuevo, señorita Summer. Ahora, si es tan amable de apartarse, procederé a documentar mi descubrimiento.
—¿Su descubrimiento? —Summer notó que la sangre comenzaba a hervirle en las venas—. Cerdo mentiroso, usted no ha encontrado nada.
—Pues ahora es mío. Supongo que debo decirle que tengo muy buena relación con el director de Antigüedades de Chipre. Poseo los derechos en exclusiva de la película y los libros sobre el descubrimiento que usted con tanta amabilidad me ha ayudado a conseguir. No olvidaré dejar nota de su generosa contribución.
Bannister se acercó la cámara a un ojo y comenzó a filmar el exterior de la galera.
—Por cierto, ¿el Manifiesto está a bordo? —preguntó al tiempo que filmaba el costado de la nave.
Al enfocar la proa dañada, no advirtió que Summer echaba a correr en su dirección hasta que fue demasiado tarde. Le arrancó la cámara de las manos y la arrojó contra las piedras. Se oyó el ruido de las lentes al romperse, pero la luz azul externa de la cámara permaneció encendida.
Bannister miró la cámara rota y poco a poco montó en cólera. Sujetó a Summer, más alta que él, por las solapas de la camisa y comenzó a sacudirla, furioso. Summer, que practicaba judo, se preparaba para tumbarle cuando una ráfaga de disparos resonó por toda la caverna.
La muchacha notó que los dedos de Bannister soltaban su camisa. El arqueólogo le dirigió una mirada de dolor y luego cayó muy lentamente al suelo. Allí tirado, Summer vio que de los pantalones del hombre brotaban manchas de sangre en varios lugares.
Al mirar más allá, divisó a tres hombres en lo alto del montículo. Pese a la penumbra, vio que parecían árabes. El más alto de los tres estaba en el centro; del cañón de su metralleta Uzi salía humo. Sin prisa, dio un paso adelante; mantenía el arma apuntando fijamente a Summer mientras recorría la galera con la mirada.
—Así que ha encontrado el tesoro —dijo Zakkar en un inglés vacilante.
Summer permaneció inmóvil mientras los tres hombres se acercaban. A sus pies, Bannister se sujetaba las heridas con una mirada de sorpresa e incomprensión. Zakkar bajó la Uzi; tenía toda su atención puesta en la galera.
—Gutzman estará contento —dijo en árabe a su cómplice más cercano, Salaam, el pistolero barbudo del ataque a la Cúpula de La Roca.
—¿Qué hacemos con estos dos? —Salaam alumbró a Summer y Bannister con una linterna pequeña.
—Mátalos y arroja sus cuerpos al mar. —Zakkar pasó la mano por el casco de la antigua nave.
Bannister, que había comprendido la conversación en árabe, se arrastró por el suelo, gimiendo de dolor, e intentó ponerse detrás de Summer. Salaam no le hizo caso, se acercó a Summer y le apuntó a la cabeza.
—¡Corre!
El grito de Pitt desde la cubierta de la galera pilló a los árabes por sorpresa. Summer vio que el pistolero que tenía delante alzaba la cabeza hacia el barco y que en sus ojos aparecía de pronto una mirada de horror.
Una
pilum
, la pesada jabalina romana con punta de hierro, volaba hacia él. Salaam no tuvo tiempo de apartarse y la afilada jabalina se le clavó en el pecho. El arma, trabajada con precisión, le atravesó el torso, y la punta salió por la espalda, por debajo del riñón. El hombre, atónito, escupió una bocanada de sangre y cayó muerto en el acto.
En el momento en que la jabalina atravesaba a Salaam, Summer ya estaba calculando sus opciones. Decidió en el acto que podía o coger el arma del pistolero, correr y zambullirse en el agua, o intentar unirse a su padre en el barco. La adrenalina inundaba sus venas y reclamaba una respuesta a su cerebro. Pero Summer dejó que la lógica se impusiese antes de hacer ningún movimiento. Razonó que la pistola no serviría de nada contra la Uzi de Zakkar. Y si bien el corazón le decía que corriese para unirse a su padre, la razón le dictaba que el agua estaba mucho más cerca.
Controló sus impulsos emocionales, dio un rápido paso a la derecha y saltó. Los disparos resonaban en el aire cuando sus manos extendidas rompieron la superficie del agua y el resto de su cuerpo la siguió. La pendiente de arena se hundía bruscamente, y Summer se zambulló en las profundidades sin partirse el cuello.
El instinto la empujó a sumergirse siguiendo la suave corriente, que la apartó de la entrada de la cueva. Era una buena nadadora, y la adrenalina la ayudó a bajar aún más, hasta que su mano tocó el suelo del canal a cinco metros de profundidad. Ahí abajo estaba oscuro como boca de lobo, así que intentó utilizar la corriente para que la guiase hacia delante, tocando de vez en cuando las paredes de roca.
Nadó con fuerza una docena de brazadas, impulsándose con suavidad a través del agua. Cuando el aire comenzó a acabársele empezó a subir hacia la superficie; confiaba en que se había alejado lo suficiente de los pistoleros para salir a respirar. Los pulmones comenzaban a dolerle, levantó un puño por encima de la cabeza, al modo de los submarinistas, y movió las piernas. Subió unos cuatro metros, y la mano alzada de pronto tocó roca. Una sensación de inquietud la dominó mientras palpaba la áspera superficie. Poco a poco, acercó la cara a su mano hasta que la mejilla tocó la piedra, con la corriente de agua ondeando contra su rostro.
El corazón le dio un vuelco cuando comprendió que el canal se había convertido en un túnel sumergido; no había aire.
La Uzi de Zakkar abrió fuego en el instante en que Summer se zambulló en la piscina de la gruta. Sin embargo, había apuntado a la galera, y una costura de plomo recorrió la borda un segundo después de que Pitt se hubiese tumbado detrás. Pitt corrió un par de metros por la cubierta y cogió un escudo redondo de madera que había cerca de sus pies. Lo agarró con fuerza y luego lo arrojó hacia Zakkar como si fuese un Frisbee con la esperanza de mantener su atención apartada de Summer. Zakkar esquivó el escudo, disparó de nuevo y a punto estuvo de alcanzar a Pitt con una breve ráfaga.
En un vistazo fugaz por encima de la borda, Pitt había visto a Summer lanzarse al canal y había oído el chapoteo. El agua permanecía en calma, y como los pistoleros no malgastaban proyectiles en el canal, creyó que su hija se había apartado del peligro.
Bannister también demostró que era capaz de eludir las balas. Aprovechando la confusión que había causado el ataque de Pitt, se arrastró hasta detrás de unas rocas y permaneció allí escondido mientras recobraba y perdía el conocimiento como consecuencia de las heridas. En cualquier caso, los árabes no le prestaban atención. Les preocupaba más vengar la muerte de su compañero.
—¡Sube por la popa! —gritó Zakkar a su cómplice después de mirar al pistolero muerto—. Yo iré por la proa.
Cogió la linterna del muerto y fue hacia la proa de la galera, siempre atento a la presencia de Pitt en la cubierta.
Pitt solo había visto entrar en la cueva a tres hombres armados, y confiaba en que no hubiese más. No tenía ni idea de quiénes eran, pero su predisposición para matar era más que evidente. Pitt sabía que tenía que liquidarlos antes de que lo liquidaran a él.
En la penumbra, observó la cubierta principal de la galera, y vio las escalerillas que bajaban a cada lado a la cubierta de los remeros. Fue hasta la escalerilla de popa y cogió una espada y otro escudo de los restos de la batalla que había diseminados por cubierta. Notó el escudo muy pesado, y al darle la vuelta vio que tenía clavados tres dardos muy gruesos. Eran dardos arrojadizos, los que llevaban los soldados romanos a finales del imperio. Cada dardo tenía unos treinta centímetros de longitud, un pesado peso de plomo en el centro y una punta con lengüeta de bronce en el extremo. Pitt se puso el escudo bajo el brazo y luego pasó por encima del mástil caído que atravesaba la cubierta de popa.
Cuando avanzaba hacia la sección elevada de popa, oyó los ruidos de los dos pistoleros mientras intentaban subir por los dos extremos de la nave. Al acercarse al centro tropezó con el esqueleto de un legionario romano y a punto estuvo de caer por la escotilla abierta a la cubierta inferior. Se maldijo por el estrépito, pero el accidente le dio una idea.
Cogió la espada y la clavó en la cubierta, para que se mantuviese vertical. Luego levantó el torso del esqueleto y lo colgó en la cruz de la espada. A continuación lo envolvió con los restos de una capa que había debajo de los huesos, y entonces vio cerca una lanza rota. Pasó la lanza entre las costillas del esqueleto, y luego ocultó la base en la capa mientras que la punta afilada asomaba de forma amenazadora. En la penumbra, el viejo guerrero casi parecía estar vivo.
Por encima de él, Pitt oyó el golpe contra el suelo cuando el pistolero que subía por el espejo de popa saltó a la cubierta elevada. Se retiró con sigilo hasta el mástil caído, pasó por encima del grueso tronco y se ocultó en las sombras. En silencio quitó los tres dardos del escudo y luego buscó una moneda en su bolsillo. Encontró una, la apretó en el puño y esperó.
El pistolero avanzó con cautela y observó con detenimiento la cubierta principal, atento a cualquier movimiento. Luego descendió por una de las dos escalerillas que había a cada lado de la escotilla de los remeros. Por suerte para Pitt, eligió la escalerilla más próxima a él.
Pitt permaneció en las sombras hasta que oyó que los zapatos del hombre golpeaban la cubierta principal. Levantó la mano, giró la muñeca y arrojó la moneda muy alto. Cayó justo donde Pitt había apuntado, cerca de la base del esqueleto, y su tintineo sonó muy fuerte en el silencio de la cubierta.
El pistolero se volvió, sorprendido, hacia el ruido y vio una figura con una capa sujetando una lanza. De inmediato efectuó dos disparos con su pistola automática y observó perplejo que el esqueleto se desintegraba en una nube de polvo. Su sorpresa fue efímera, pues Pitt ya se había levantado y le lanzaba uno de los dardos desde seis metros de distancia.
Pitt, que ya se había dado cuenta de que la antigua arma estaba sorprendentemente bien equilibrada, acertó al primer lanzamiento y alcanzó al hombre cerca de la cadera. El pistolero gimió de dolor al sentir la punzada del afilado proyectil, y se volvió en el momento en que un segundo dardo pasaba junto a su pecho. Mientras intentaba quitarse el primero, miró a Pitt y vio que un tercer dardo volaba en su dirección. Demasiado abrumado para disparar, en un movimiento instintivo se apartó para eludir el dardo. Pero no había cubierta bajo sus pies.
Cayó donde Pitt no lo había hecho, y se hundió por la escotilla abierta con un gemido. El desagradable sonido de los huesos al partirse resonó desde la cubierta de los remeros un segundo más tarde, seguido por un silencio siniestro.
—¡ Alí! —gritó Zakkar desde la proa.
Pero no hubo respuesta a su llamada.
Por segunda vez en pocos minutos, Summer se vio enfrentada a una decisión de vida o muerte. ¿Debía volver o seguir adelante? No tenía idea de a qué distancia se había sumergido el techo. Podían ser dos metros o quince. Pero nadar contra la corriente, por ligera que fuese, podía hacer que quince metros parecieran un kilómetro. Esta vez se dejó llevar por el instinto y tomó una decisión instantánea. Seguiría adelante.
Se impulsó con brazadas y patadas, y en más de una ocasión los brazos y la cabeza golpearon contra la piedra. Con cada brazada levantaba un brazo por encima de la cabeza con la esperanza de salir a una bolsa de aire. Sintió que el corazón le latía más fuerte y luchó contra el súbito reflejo de exhalar mientras el pánico comenzaba a dominarla. ¿Cuánto tiempo llevaba bajo el agua? ¿Un minuto? ¿Dos minutos? Le parecía una eternidad. Fuera cual fuese la respuesta, ¿cuántos segundos más podría aguantar?
Intentó mover las piernas con más fuerza, pero le parecía que nadaba a cámara lenta porque su cerebro reclamaba oxígeno. Notaba una extraña sensación ardiente en los brazos y las piernas a medida que los efectos de la hipoxia castigaban sus músculos. El agua negra parecía aún más oscura delante de sus ojos, y ya no notaba en ellos el escozor del agua salada. Una voz interna le gritaba que no desfalleciese, pero ella sentía que se estaba dejando ir.
Entonces lo vio. Un leve resplandor verde apareció en el agua delante de ella. Quizá solo era una trampa de sus ojos o las primeras etapas del desvanecimiento, pero no le importó. Exhaló el poco de aire que le quedaba en los pulmones, y recurrió a los últimos restos de energía para dirigirse hacia la luz.
Las extremidades le ardían y notaba un ruido ensordecedor en los oídos. Le parecía que su corazón estaba a punto de estallar y los pulmones amenazaban con reventar. No hizo caso del dolor, las dudas y el impulso de abandonar, y continuó avanzando a través del agua.
El resplandor verde se convirtió poco a poco en una luz cálida, lo bastante intensa para mostrar partículas y sedimentos en el agua. Justo por encima, un resplandor plateado le llamó la atención; parecía un cuenco lleno de mercurio. Casi sin energía, pateó hacia arriba con la última y desesperada descarga de fuerza.
Summer emergió del agua como un delfín en el Sea World, se elevó en el aire y cayó de nuevo con un fuerte chapoteo. Nadó jadeando hasta una piedra cercana y se agarró a la superficie cubierta de lapas mientras su cuerpo privado de oxígeno intentaba recuperar la normalidad. Descansó unos cinco minutos, hasta que sintió que volvía a tener fuerzas para moverse. Entonces oyó los disparos a lo lejos y pensó en su padre.
Intentó orientarse y vio que se encontraba en un afloramiento rocoso semisumergido a unos cien metros al oeste de la cueva. No tardó en ver la Zodiac de la NUMA, amarrada en los peñascos junto a otras dos embarcaciones pequeñas. Se soltó de la piedra, dio la vuelta alrededor de los peñascos y nadó hacia las embarcaciones.