El Consuelo (38 page)

Read El Consuelo Online

Authors: Anna Gavalda

Tags: #Romántica

BOOK: El Consuelo
13.21Mb size Format: txt, pdf, ePub
Tiró la colilla por encima de la verja y regresó al radio de alcance de los altavoces.
Caminaba despacio. No sabía muy bien adónde ir. No le apetecía volver a ver a Alexis. Oía las paridas que decía el amigo de Jean-Pierre mientras hacía la cuenta en su cabeza de las horas que le quedaban todavía antes de volver al trabajo.
Bueno... esta vez al menos sí que me voy a despedir de ella...
Goodbye, So long, Farewell
, no, si palabras no faltaban, desde luego... Con Dios, incluso, o su variante más común, adiós, que, como muchas palabras preciosas, tenía la elegancia de viajar sin pasaporte.
Sí... con Dios... eso no estaba mal para una mujer que...
En ese punto estaba de sus elucubraciones cuando Lucas se precipitó hacia él.
—¡Charles! ¡Has ganado!
—¿El karaoke gigante?
—¡No! ¡Una cesta enorme llena de patés y de salchichones!
Aggghgh, qué mala suerte...
—¿No te alegras?
—Sí, sí... Un montón...
—Te la traigo. No te muevas de aquí, ¿eh?

 

—Qué bien, entonces va a poder invitarme en mi propia casa... Charles se dio la vuelta.
Kate se estaba desatando el delantal.
—No tengo flores —le contestó, sonriendo.
—No importa... Ya le prestaré yo alguna...
Uno de los chicos que había visto en su casa la noche anterior lo saludó antes de interrumpir este galanteo:
—¿Se pueden quedar a dormir esta noche Jef, Fanny, Mickael y Leo?
—Charles —dijo Kate—, le presento a mi Samuel. Todo un hombre ya...
Y tanto... Era casi tan alto como él... Pelo largo, cutis de adolescente, camisa blanca arrugada pero tremendamente elegante cuyo primer dueño debía de ser de otra generación que la suya y llevaba las iniciales L. R. en letras de molde, pantalones vaqueros con agujeros, nariz recta, mirada directa, muy delgado y... dentro de algunos años... muy guapo...
Se dieron la mano.
—Por cierto, ¿no habrás bebido? —añadió Kate, frunciendo el ceño.
—Oye... que todo este rato no he estado sirviendo bizcocho precisamente...
—Entonces no vuelves a casa en moto...
—Que no es eso... Lo que ha pasado es que me he echado encima sin querer el fondo de un barril de cerveza... Mira... Bueno, ¿y qué me dices de lo de que se queden a dormir?
—Si a sus padres les parece bien, por mí no hay problema. Pero primero nos ayudáis a recogerlo todo, ¿vale?

 

—¡Sam! —lo llamó—. Y que se traigan sus sacos de dormir, ¿eh?
El chico levantó el pulgar para indicarle que la había oído.
Kate se volvió hacia Charles.
—¿Ve lo que le digo?... Le había anunciado media docena de niños pero siempre soy un poco pesimista... Y no tengo nada para cenar... Menos mal que ha comprado papeletas...
—Y que lo diga.
—¿Y qué tal la caseta de puntería? ¿Le ha ido...?
De nuevo los interrumpieron. Esta vez la niña a la que Kate anoche había llamado Hattie, según recordaba.
—¿Kate?
—Y ésta es Miss Harriet... Nuestra número tres...
—Hola...
Charles le dio un beso.
—¿Puede quedarse a dormir Camille? Sí... ya lo sé... El saco de dormir...
—Bueno, pues si lo sabes, perfecto —contestó Kate—. ¿Y Alice? ¿Ella también va a invitar a alguien?
—No sé, pero ¡si vieras todo lo que se ha traído del mercadillo...! Vas a tener que acercar el coche...

Good Lord, no!
¿No creéis que ya tenemos bastantes trastos?
—¡Espera, si es todo precioso! ¡Hasta hay un sillón para
Nelson!
—Ya veo, ya... Un momento —dijo, pasándole un monedero—, vete corriendo a la panadería y tráete todo el pan que les quede...

Yes, M'am...
—Qué organización... —se maravilló Charles.
—Ah, ¿así lo llama usted? Pues yo tenía la impresión de que era más bien todo lo contrario. ¿Se... se apunta aun así?
—¡Claro que me apunto!

 

—¿Quién es
Nelson?
—Un perro muy esnob...
—¿Y L. R.?
Kate se paró en seco:
—¿Qué...? ¿Por qué me pregunta eso?
—La camisa de Samuel...
—Ah, sí... Perdone. Louis Ravennes... Su abuelo... Veo que no se le escapa nada...
—Qué va, al contrario, muchas cosas, pero un adolescente con una camisa con iniciales bordadas no es algo que se vea todos los días...
Silencio.
—Bueno... —dijo Kate, como desperezándose—, recojamos todo esto y volvamos a casa. Las fieras tienen hambre, y yo estoy cansada.
Se recogió el pelo.
—¿Y Nedra? —le preguntó a Yacine—. ¿Dónde se ha metido?
—Ha ganado un pez de acuario...
—Pues sí que... No creo que un pez de acuario le vaya a soltar mucho la lengua... Hala... a trabajar...

 

Charles y Yacine apilaron sillas y desmontaron carpas durante más de una hora. Bueno... sobre todo Charles... El otro era menos eficaz porque no paraba de contarle todo tipo de cosas.
—Mira, ahora, por ejemplo, al deshacer ese nudo has sacado la lengua. ¿Y sabes por qué lo has hecho?
—¿Porque es difícil y tú no me echas una mano?
—No, no, no es por eso. Es porque cuando te concentras en algo, utilizas el hemisferio de tu cerebro que se ocupa también de las actividades motoras, y por lo tanto, al bloquear
aposta
una parte de tu cuerpo, te puedes concentrar mejor... Por ese mismo motivo cuando alguien va caminando, si de repente se pone a pensar en un problema complicado, empezará a andar más despacio... ¿Entiendes?
Charles se incorporó sujetándose los riñones.
—Oye, enciclopedia con patas... y digo yo: ¿no podrías sacar tú también un poquito la lengua, como hago yo? Así iríamos más rápido...
—Y el músculo más fuerte de tu cuerpo ¿sabes cuál es?
—Sí: el bíceps cuando te estrangule.
—¡Error! ¡La lengua!
—Me lo tendría que haber figurado... Anda... ayúdame... Agarra la mesa por este lado...
Aprovechó que el niño estaba utilizando el hemisferio de marras para hacerle a su vez una pregunta:
—¿Kate es tu madre?
—Huy —replicó con esa vocecita que ponen los niños cuando nos quieren liar—, ella dice que no, pero yo sé bien que sí... al menos un poquito, ¿verdad?
—¿Cuántos años tiene?
—Dice que tiene veinticinco años, pero no nos lo creemos...
—Anda, ¿y eso por qué?
—Porque si de verdad tuviera veinticinco años ya no podría trepar a los árboles...
—Claro...
Mira, déjalo, se dijo Charles. Cuanto más lo intentas, menos entiendes las cosas. Olvídate ya de los manuales de instrucciones... Juega un poco tú también...
—¿Pues sabes yo lo que te digo? Que sí que tiene de verdad veinticinco años...
—¿Y cómo lo sabes?
—Porque se ve.

 

Terminaron de barrerlo todo, y Kate le preguntó si podía llevar en su coche a los dos pequeños.
Cuando los estaba acomodando en el asiento trasero, se le acercó una chica alta y delgada.
—¿Va a las Vespes?
—¿Cómo?
—O sea, a casa de Kate... ¿Nos puede llevar a mi amiga y a mí?
Le señalaba a otra chica alta y delgada.
—Ah... Pues claro...
Se apelotonaron todos en el cochecito de alquiler, y, mientras conducía, Charles los escuchaba parlotear, sonriendo.
No se había sentido tan útil desde hacía años.
Las autostopistas hablaban de una discoteca a la que todavía no tenían permiso para ir, y Yacine le decía a Nedra, esa niña misteriosa que parecía una princesa de Bali:
—Nunca verás dormir a tu pececito porque no tiene párpados, y te creerás que no te oye porque no tiene orejas... Pero en verdad, sí descansará, ¿sabes...? Y los peces de acuario son los que tienen mejor oído porque el agua es muy buena conductora, y ellos tienen una estructura ósea que repercute todos los ruidos hasta el oído invisible que tienen, entonces por eso, pues...
Charles, fascinado, se concentraba para oír lo que decía por encima de las risas de las otras dos.
—... podrás hablarle, ¿entiendes?
Por el retrovisor, Charles la vio asentir muy seria, moviendo la cabeza de arriba abajo.
Yacine sorprendió su mirada, se inclinó hacia delante y murmuró:
—Nedra casi nunca habla...
—¿Y tú? ¿Cómo es que sabes tantas cosas?
—No sé...
—¿Sacas buenas notas en el colé, entonces?
Yacine hizo una mueca.
Y Nedra sonrió de oreja a oreja en el espejo, moviendo la cabeza de lado a lado.

 

Charles intentó acordarse de Mathilde a esa misma edad. Pero no... Ya no se acordaba... Él que no olvidaba nunca nada, se había perdido eso por el camino. La niñez de los niños...
Y luego pensó en Claire.
En la madre que podría haber...
Yacine, al que no se le escapaba nada, apoyó la barbilla en el hombro de Charles (era su loro...) y dijo, para distraerlo de esos pensamientos:
—Bueno, ¿qué...? Estás contento de haber ganado esos salchichones, ¿eh?
—Sí —contestó—, no sabes cuánto...
—En realidad yo no puedo comer salchichón... Por mi religión, ¿sabes...? Pero Kate dice que eso a Dios le importa un pepino... Que no es la señora Varón... ¿Tú crees que tiene razón?
—¿Quién es la señora Varón?
—La que nos vigila en el comedor... ¿Tú crees que tiene razón?
—Sí.
Charles acababa de acordarse de aquella historia de la tienda de comida para pobres que Sylvie le había contado el día anterior, y eso lo perturbó sobremanera.
—¡Eh! ¡Cuidado! ¡Que ahora tienes que girar por ahí!

 

6

 

—¡Vaya! ¡Veo que no pierde usted el tiempo! ¡Ya ha dado con las dos chicas más guapas de la región!
Las cuales soltaron unas risitas nerviositas, preguntaron dónde estaban los demás y desaparecieron por los campos.
Kate había vuelto a calzarse sus botas.
—Estaba a punto de repartir el rancho, ¿quiere acompañarme?

 

Cruzaron el patio de la granja.
—Normalmente, de dar de comer a los animales se ocupan los niños, pero bueno... hoy es un día de fiesta para ellos... Y así aprovecho para enseñarle todo esto... —Se dio la vuelta—. ¿Se encuentra bien, Charles?
A Charles le dolía todo: la cabeza, la cara, la espalda, el brazo, el pecho, las piernas, los pies, la agenda, el retraso acumulado, los remordimientos, Laurence y las llamadas pendientes.
—Muy bien, gracias.

 

Le pisaban los talones todas las gallinas; más tres chuchos; más una llama.
—No la acaricie, si no...
—Sí, sí... Ya me lo ha advertido Lucas... Que ya no me la podría quitar de encima...
—Conmigo ocurre lo mismo —se rió Kate, agachándose para coger un cubo.
No, no. No había dicho eso.
—¿A qué viene esa sonrisa? —preguntó Charles, preocupado.
—A nada... Fiebre del sábado noche... Bien, ésa es la antigua porqueriza, pero en la actualidad la utilizamos de despensa... Cuidado con los nidos... Aquí, como en todos los demás edificios, hay goteras de caca de pájaro todo el verano... Ahí almacenamos los sacos de grano y demás, y cuando digo «despensa», por desgracia me refiero más bien a que es un almacén de ratones y lirones... —Y, dirigiéndose a un gato que estaba roque sobre un viejo edredón, dijo—: ¿Qué tal, bonito? Qué vida más dura nos pegamos, ¿eh? —Levantó una tabla y llenó el cubo del agua que vertió de una lata—. Tenga... ¿puede coger usted esta regadera...?
Volvieron a cruzar el patio, esta vez en sentido contrario.
Kate se dio la vuelta.
—¿No viene?
—Me da miedo pisar a algún pollito...
—¿Un pollito? Imposible. Son patitos... Avance sin preocuparse por ellos. Mire... ahí tiene la manguera...
Charles no llenó la regadera hasta arriba. Temía no poder levantarla del suelo...

 

—Aquí está el gallinero... Uno de mis lugares favoritos... El abuelo de Rene tenía ideas muy modernas en materia de gallineros, y nada era demasiado para sus queridas gallinitas... De hecho, tengo entendido que ello daba lugar a grandes peleas con su mujer...
La primera reacción de Charles fue la de retroceder un paso, a causa del olor, pero luego se quedó fascinado... ¿Cómo decir? La atención, el cuidado con el que se había ideado ese lugar... Esas escaleras, esos dormideros y ponederos, tan bien alineados, adornados, pulidos e incluso esculpidos...
—Y mire esto... Frente a esta viga hasta abrió una ventana para que las señoritas pudieran aliviarse contemplando las vistas... Y ahora, sígame... Aquí tenemos una pajarera para que pudieran retozar a gusto, una rocalla, una charca, abrevaderos, un poco de polvo para ahuyentar a los parásitos y... mire las vistas... Mire qué hermosura...
Mientras Charles vaciaba el contenido de su regadera, Kate añadió:
—Un día... no sé cómo describirlo... un día en que estaba muy desesperada —empezó riendo—, se me ocurrió la idea disparatada de llevar a los niños a uno de esos lugares de vacaciones llamados «
center pares
», ¿los conoce?, esos en plena naturaleza, con piscina, actividades, etcétera.
—He oído hablar de ellos, pero nunca he ido a ninguno...
—Creo que fue la peor idea de mi vida... Encerrar a estos niños tan «salvajes»... Se portaron fatal... Hasta estuvieron a punto de ahogar a otro niño... Bueno, ahora nos hace mucha gracia, pero en el momento... Sobre todo teniendo en cuenta lo que costaba... Vamos, que mejor olvidarlo... Bueno, todo esto para decirle que la primera noche, después de dar una vuelta por ese... ese lugar, Samuel declaró solemnemente: nuestras gallinas están mejor cuidadas. Luego se pasaron la semana entera viendo la tele, desde que se levantaban hasta que se acostaban... Como verdaderos zombis... No les dije nada... Después de todo, era su manera de cambiar de aires...

Other books

Sips of Blood by Mary Ann Mitchell
Needing by Sarah Masters
Wolf3are by Unknown
Her Fifth Husband? by Dixie Browning
Hotline to Murder by Alan Cook
Stage Fright by Pender Mackie
The Inconvenient Bride by Anne McAllister
Lessons in French by Laura Kinsale