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Authors: James Dashner

Tags: #Fantasía, #Ciencia ficción

El corredor del laberinto (33 page)

BOOK: El corredor del laberinto
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Chuck había acabado en otra habitación y, por algún motivo, Thomas se lo imaginaba acurrucado en un rincón oscuro, llorando, apretando las mantas contra su pecho como si fueran un oso de peluche. Aquella imagen entristeció tanto al muchacho que intentó reemplazarla, pero fue en vano.

Casi todos tenían una linterna a su lado en caso de emergencia. Por otro lado, Newt había ordenado que apagaran todas las luces, a pesar del resplandor pálido y mortecino de su nuevo cielo; no tenía sentido atraer más atención de la necesaria. Todo lo que se podía preparar con tan poco tiempo contra el ataque de los laceradores se había hecho: se habían cerrado las ventanas con tablas, se habían colocado los muebles delante de las puertas, se habían repartido cuchillos para usarlos como armas…

Pero nada de aquello hacía que Thomas se sintiera a salvo. El hecho de saber lo que podía ocurrir era agobiante, un manto asfixiante de miedo y sufrimiento que empezaba a cobrar vida. Casi deseaba que aquellos cabrones llegaran y acabaran con todo. La espera era insoportable. Los gemidos distantes de los laceradores se iban acercando a medida que la noche avanzaba, y cada minuto parecía durar más que el anterior.

Pasó otra hora. Y otra. Al final, le llegó el sueño, pero en condiciones lamentables. Thomas supuso que eran las dos de la madrugada cuando se dio la vuelta para ponerse bocabajo por millonésima vez aquella noche. Colocó las manos bajo la barbilla y se quedó mirando los pies de la cama, casi una sombra bajo aquella luz tenue.

Entonces, todo cambió.

Una avalancha de maquinaria motorizada se oyó en el exterior, seguida de los familiares chasquidos de los laceradores rodando sobre el suelo de piedra, como si alguien hubiera esparcido un puñado de clavos. Thomas se puso de pie enseguida, como casi todos los demás.

Pero Newt se levantó antes que nadie y empezó a hacer señas con los brazos; luego, silenció a la habitación poniéndose un dedo en los labios. Sin forzar la pierna mala, caminó de puntillas hasta la ventana, que estaba tapada con tres tablones clavados a toda prisa. Los espacios entre ellos permitían asomarse para ver lo que ocurría fuera. Con cuidado, Newt echó un vistazo y Thomas se acercó hasta allí para hacer lo mismo.

Se agachó junto a Newt, apoyado en el tablón de madera más bajo, colocando el ojo en la rendija. Era aterrador estar tan cerca de la pared. Pero lo único que vio fue el Claro. No había bastante sitio para mirar arriba, abajo o a los lados; sólo al frente. Al cabo de un minuto, más o menos, se dio por vencido y volvió a sentarse con la espalda apoyada en la pared. Newt también se apartó de la ventana y se sentó en la cama.

Pasaron unos cuantos minutos más; varios sonidos de los laceradores penetraban las paredes cada diez o veinte segundos. El ruido de los motores venía seguido de un chirrido del metal girando. El chasquido de los pinchos contra la dura piedra. Cosas rompiéndose, abriéndose y partiéndose. Cada vez que oía algo, Thomas se encogía lleno de miedo. Sonaba como si fuera hubiese tres o cuatro. Por lo menos.

Oía cómo los retorcidos animales-máquina se acercaban todavía más y esperaban en los bloques de piedra que tenían debajo. No había más que zumbidos y traqueteos metálicos.

A Thomas se le secó la boca. Los había visto cara a cara, se acordaba de todo demasiado bien; tuvo que recordarse respirar. Los demás en la habitación estaban callados; nadie hacía ningún ruido. El miedo parecía flotar en el aire como una tormenta de nieve negra.

Uno de los laceradores sonó como si estuviera moviéndose hacia la casa. Entonces, de repente, el chasquido de sus pinchos contra la piedra se convirtió en un sonido más profundo y apagado. Thomas se lo imaginó: los pinchos de la criatura hundiéndose en los laterales de madera de la Hacienda, aquel bicho enorme rodando su cuerpo, subiendo a la habitación, desafiando la gravedad con su fuerza. Thomas oyó cómo los pinchos de los laceradores hacían añicos la madera que se ponía en su camino mientras se desenganchaban y rotaban para agarrarse de nuevo. Todo el edificio tembló.

Los crujidos y chasquidos de la madera se convirtieron en los únicos ruidos del mundo para Thomas, que estaba aterrado. Cada vez eran más fuertes y estaban más cerca. El resto de chicos se hallaba al otro lado de la habitación, lo más apartado posible de la ventana. Thomas terminó por hacer lo mismo con Newt a su lado. Todos se acurrucaron en la pared más lejana, con la vista clavada en la ventana.

Justo cuando ya no aguantaban más, justo cuando Thomas advirtió que el lacerador estaba al otro lado de la ventana, todo quedó en silencio. Thomas casi oía los latidos de su propio corazón.

Unas luces parpadearon en el exterior y proyectaron unos rayos extraños a través de las rendijas de las tablas de madera. Entonces, una fina sombra interrumpió la luz y se movió adelante y atrás. Thomas supo que las sondas y las armas del lacerador habían salido en busca de un festín. Se imaginó las cuchillas escarabajo ahí fuera, ayudando a las criaturas a encontrar su camino. Unos minutos más tarde, la sombra se detuvo; la luz se quedó quieta, proyectando tres planos inmóviles de brillo en la habitación.

Había una gran tensión en el ambiente. Thomas no oía a nadie respirar. Pensó que en las otras habitaciones de la Hacienda debía de estar produciéndose la misma situación. Luego se acordó de que Teresa se encontraba en el Trullo.

Estaba deseando que ella le dijera algo cuando la puerta que daba al pasillo se abrió de golpe. Unos gritos de sorpresa inundaron la habitación. Los clarianos esperaban que entrara algo por la ventana, no detrás de ellos. Thomas se dio la vuelta para ver quién había abierto la puerta, esperando que fuera Chuck, aterrorizado, o, quizás, Alby, que hubiese recapacitado. Pero, al ver quién estaba allí, el cráneo pareció contraérsele y estrujarle el cerebro por la impresión.

Era Gally.

Capítulo 39

Los ojos de Gally ardían de locura. Tenía la ropa hecha jirones y estaba sucio. Se dejó caer de rodillas y permaneció allí, con el pecho sacudiéndosele por la agitada respiración. Echó un vistazo a la habitación como un perro rabioso que busca a quién morder. Nadie pronunció palabra. Era como si todos creyeran, al igual que Thomas, que Gally sólo era producto de su imaginación.

—¡Os matarán! —gritó Gally, con babas volando por todos sitios—. ¡Los laceradores os matarán a todos, uno cada noche hasta que se haya acabado!

Thomas observó estupefacto cómo Gally se ponía de pie tambaleándose y avanzaba, arrastrando la pierna derecha con una fuerte cojera. Nadie en la habitación movió un músculo mientras le miraban, sin duda demasiado atónitos para hacer nada. Hasta Newt estaba boquiabierto. Thomas tenía casi más miedo de la visita sorpresa que de los laceradores al otro lado de la ventana.

Gally se detuvo a unos pasos frente a Thomas y Newt, y señaló a Thomas con un dedo lleno de sangre.

—Tú —espetó con un aire despectivo tan acusado que pasó por completo de cómico a perturbador—, ¡es todo culpa tuya!

Sin previo aviso, apretó la mano izquierda hasta convertirla en un puño para intentar pegar a Thomas y le dio en la oreja. El muchacho gritó y se cayó, más por la sorpresa que por el daño. Se puso de pie como pudo en cuanto tocó el suelo.

Finalmente, Newt salió de su aturdimiento y empujó a Gally, que retrocedió a trompicones hasta caer encima del escritorio que había junto a la ventana. La lámpara se volcó y cayó al suelo, donde se rompió en mil pedazos. Thomas supuso que Gally contraatacaría, pero se irguió y miró a todos con sus ojos de loco.

—No puede resolverse —dijo con una voz calmada y distante que daba miedo—. El fuco Laberinto os matará a todos, pingajos… Os matarán los laceradores…, uno cada noche hasta que se acabe… Yo… Es mejor así… —bajó la vista al suelo—. Sólo matarán a uno por noche… Sus estúpidas Variables…

Thomas escuchó sobrecogido, intentando contener su miedo para poder memorizar todo lo que decía el chico desquiciado. Newt dio un paso adelante.

—Gally, cierra el maldito pico. Hay un lacerador al otro lado de la ventana. Siéntate y cállate; tal vez se marche.

Gally alzó la vista con los ojos entrecerrados.

—No te enteras, Newt. Eres demasiado estúpido, siempre has sido demasiado estúpido. No hay salida. ¡No hay manera de ganar! ¡Os van a matar a todos, uno a uno!

Al gritar la última palabra, Gally se arrojó contra la ventana y empezó a arrancar las tablas de madera como un animal salvaje que intenta escapar de una jaula. Antes de que Thomas o cualquier otro pudiera reaccionar, ya había sacado un tablón, que tiró al suelo.

—¡No! —gritó Newt, y corrió hacia él.

Thomas le siguió para ayudarle, sin dar crédito a lo que estaba ocurriendo.

Gally arrancó la segunda tabla justo cuando Newt le alcanzó. La echó hacia atrás con ambas manos, le dio a Newt en la cabeza y lo lanzó sobre la cama, donde un poco de sangre salpicó las sábanas. Thomas se detuvo de golpe y se preparó para luchar.

—¡Gally! —gritó Thomas—. ¿Qué estás haciendo?

El chico escupió al suelo, jadeando como un perro sin aliento.

—¡Cállate la fuca boca, Thomas! ¡Cállate! Sé quién eres, pero ya no me importa. Sólo hago lo correcto.

Thomas notó como si tuviera los pies pegados al suelo. Se sentía totalmente desconcertado por lo que Gally estaba diciendo. Vio cómo el chico arrancaba la última tabla. En cuanto el trozo de madera del que se había deshecho tocó el suelo, el vidrio de la ventana explotó hacia dentro como un enjambre de avispas de cristal. Thomas se tapó la cara y se tiró al suelo, arrastrándose con las piernas lo máximo posible. Cuando chocó contra la cama, se preparó y alzó la vista para ver cómo acababa su mundo.

El cuerpo palpitante y bulboso de un lacerador se retorcía a través de la ventana destrozada, con sus brazos metálicos repletos de tenazas que se abrían y cerraban en todas las direcciones. Thomas estaba tan asustado que apenas se había dado cuenta de que los que estaban en la habitación habían salido huyendo por el pasillo; todos, excepto Newt, que se hallaba inconsciente, tumbado sobre la cama.

Paralizado, Thomas observó cómo uno de los largos brazos del lacerador se extendía hacia el cuerpo inmóvil. Eso fue todo lo que le hizo falta para librarse del miedo. Se puso de pie enseguida y buscó un arma en el suelo a su alrededor. Lo único que vio fueron cuchillos, y ahora no le servían de ayuda. El pánico le inundó y le consumió.

Entonces Gally se puso a hablar de nuevo y el lacerador echó hacia atrás su brazo, como si lo necesitara para observar y escuchar. Pero su cuerpo seguía agitándose, para seguir avanzando hacia el interior.

—¡Nadie lo entiende! —gritaba el chico por encima del espantoso ruido de la criatura, que se abría camino cada vez más hacia el interior de la Hacienda y destrozaba la pared en mil pedazos—. ¡Nadie entiende lo que he visto, lo que me hizo el Cambio! ¡No vuelvas al mundo real, Thomas! ¡No querrás… recordar!

Gally le lanzó a Thomas una larga mirada de angustia, con los ojos llenos de terror; luego se dio la vuelta y se echó hacia el retorcido cuerpo del lacerador. Thomas dio un grito mientras observaba cómo todos los brazos extendidos del monstruo se retraían de inmediato para agarrar los brazos y las piernas de Gally, de modo que ni pudiera escapar ni ser rescatado. El cuerpo del chico se hundió varios centímetros en la carne blanda de la criatura con un espantoso ruido de succión. Entonces, a una velocidad pasmosa, el lacerador salió por el marco roto de la ventana y comenzó a descender hacia el suelo.

Thomas corrió hasta el agujero irregular y miró hacia abajo justo a tiempo de ver el lacerador aterrizar y desaparecer rodando. El cuerpo de Gally aparecía y desaparecía mientras aquel bicho avanzaba. Las luces del monstruo brillaban con fuerza, proyectando un extraño resplandor amarillo por la piedra de la Puerta Oeste, por donde el lacerador salió hacia las profundidades del Laberinto. Después, unos segundos más tarde, varios laceradores fueron tras él, zumbando y chasqueando como si celebrasen su victoria.

Thomas se encontraba tan mal que hasta tenía ganas de vomitar. Empezó a apartarse de la ventana, pero algo en el exterior atrajo su atención. Enseguida se asomó para verlo mejor. Una figura corría por el patio del Claro hacia la salida por la que se habían llevado a Gally.

A pesar de la poca luz que había, Thomas se dio cuenta inmediatamente de quién era. Gritó para que se detuviera, pero era demasiado tarde.

Minho, corriendo a toda velocidad, desapareció en el Laberinto.

Capítulo 40

Las luces brillaban por toda la Hacienda. Los clarianos corrían de un lado a otro, todos hablando al mismo tiempo. Un par de chicos lloraba en un rincón. Reinaba el caos.

Thomas lo ignoró todo. Corrió hacia el pasillo y bajó los escalones de tres en tres. Se abrió paso entre un grupo que había en el vestíbulo, salió de la Hacienda y se dirigió como una flecha hacia la Puerta Oeste. Se paró de golpe en la entrada al Laberinto cuando su instinto le obligó a pensárselo dos veces. A su espalda, Newt le llamó y retrasó su decisión.

—¡Minho ha ido ahí fuera! —gritó cuando Newt le alcanzó, con una toalla pequeña haciendo presión sobre la herida de la cabeza. Una mancha de sangre se había filtrado en el tejido blanco.

—Lo he visto —dijo Newt, retirándose la toalla para mirarla; hizo una mueca y volvió a ponérsela—. Foder, esto duele un huevo. Minho debe de haber perdido su última neurona, por no mencionar a Gally. Siempre he sabido que estaba loco.

Thomas sólo podía pensar en Minho.

—Voy a buscarle.

—¿Es hora de volver a ser un maldito héroe?

Thomas miró a Newt con cara de pocos amigos, dolido por la reprimenda.

—¿Crees que lo hago para impresionaros? Por favor, pingajo. Lo único que importa es salir de aquí.

—Sí, bueno, eres un tipo duro. Pero ahora mismo tenemos problemas más serios.

—¿Qué? —Thomas sabía que, si quería alcanzar a Minho, no tenía tiempo para aquello.

—Alguien… —empezó a decir Newt.

—¡Ahí está! —gritó Thomas. Minho acababa de doblar una esquina e iba directo hacia ellos. Thomas ahuecó las manos alrededor de su boca—. ¡¿Qué haces, idiota?!

Minho esperó hasta que volvió a atravesar la puerta, luego se inclinó hacia delante con las manos en las rodillas y respiró con dificultad antes de contestar.

—Sólo… quería… asegurarme.

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