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Authors: James Dashner

Tags: #Fantasía, #Ciencia ficción

El corredor del laberinto (35 page)

BOOK: El corredor del laberinto
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Newt estaba cubierto de hollín y suciedad y tenía el pelo apelmazado por el sudor. No parecía estar de muy buen humor.

—Tommy, esto es…

—Por favor. Tú ábrela, sácala de ahí —no podía rendirse esta vez.

Minho estaba delante de la puerta con las manos en las caderas.

—¿Cómo vamos a confiar en ella? —preguntó—. En cuanto se despertó, todo este lugar se hizo pedazos. Hasta ha admitido que ha provocado algo.

—Tiene razón —asintió Newt.

Thomas señaló a Teresa a través de la puerta.

—Podemos confiar en ella. Cada vez que hablamos, es sobre cómo podemos salir de aquí. La han enviado igual que a todos nosotros. Es una tontería pensar que es la responsable de esto.

Newt refunfuñó.

—Entonces, ¿qué coño quería decir con que ha provocado algo?

Thomas se encogió de hombros; se negaba a admitir que Newt tenía razón en eso. Tenía que haber una explicación.

—Quién sabe. Su mente estaba haciendo cosas muy raras cuando despertó. Quizá todos pasamos por lo mismo en la Caja y dijimos incoherencias antes de despertarnos del todo. Tú sácala de ahí.

Newt y Minho intercambiaron una larga mirada.

—Venga —insistió Thomas—. ¿Qué va a hacer, salir corriendo y apuñalar a todos los clarianos hasta matarnos? Vamos.

Minho suspiró.

—Muy bien. Deja que salga esa tonta.

—¡Yo no soy tonta! —gritó Teresa con una voz amortiguada por las paredes—. ¡Estoy oyendo todo lo que decís, imbéciles!

Newt abrió los ojos de par en par.

—Qué chica más dulce has elegido, Tommy.

—Date prisa —repuso Thomas—. Estoy seguro de que tenemos mucho que hacer antes de que los laceradores vuelvan esta noche, si es que no vienen por el día.

Newt resopló y se acercó al Trullo mientras sacaba las llaves. Unos tintineos más tarde, la puerta se abrió.

—Vamos.

Teresa salió del pequeño edificio y fulminó a Newt con la mirada al pasar junto a él. Le lanzó la misma mirada desagradable a Minho y, luego, se detuvo al lado de Thomas. Su brazo rozó el del chico, que notó un cosquilleo y se sintió muy avergonzado.

—Muy bien, habla —dijo Minho—. ¿Qué es tan importante?

Thomas miró a Teresa mientras se preguntaba qué decir.

—¿Qué? —exclamó ella—. ¿Se lo has dicho? Pero ¡si creen que soy una asesina en serie!

—Sí, pareces muy peligrosa —farfulló Thomas, pero se centró en Newt y Minho—. Vale; cuando Teresa salió de su profundo sueño, le vinieron algunos recuerdos a la mente. Ummm… —se calló antes de soltar que se lo había dicho telepáticamente—. Más tarde me dijo que se acordaba de que el Laberinto era un código. Que, quizás, en vez de resolverlo para encontrar una salida, está intentando enviarnos un mensaje.

—¿Un código? —inquirió Minho—. ¿Cómo va a ser un código?

Thomas sacudió la cabeza, deseando poder contestar.

—No lo sé exactamente, tú estás más familiarizado que yo con los mapas. Pero tengo una teoría. Por eso esperaba que vosotros recordarais algo.

Minho miró a Newt con las cejas arqueadas, dudoso.

—¿Qué? —preguntó Thomas, harto de que aún le ocultaran información—. Vosotros dos seguís actuando como si tuvierais un secreto.

Minho se frotó los ojos con ambas manos y respiró hondo.

—Hemos escondido los mapas, Thomas.

Al principio, no lo entendió.

—¿Eh?

Minho señaló hacia la Hacienda.

—Hemos escondido los puñeteros mapas en la sala de armas; los guardamos allí por la advertencia de Alby. Y por el llamado Final que tu novia ha provocado.

Thomas se entusiasmó tanto al oír aquella noticia que, por un instante, se olvidó de lo horribles que estaban las cosas. Recordó que Minho había actuado de manera sospechosa el día anterior, cuando le dijo que le habían encomendado una tarea especial. Thomas miró a Newt, que asintió.

—Están sanos y salvos —afirmó Minho—. Todos y cada uno de esos cabrones. Así que, si tienes una teoría, empieza a hablar.

—Llevadme hasta ellos —dijo Thomas, que se moría por echarles un vistazo.

—Vale, vamos.

Capítulo 42

Minho encendió la luz, lo que hizo a Thomas entrecerrar los ojos un instante hasta que se acostumbró a la iluminación. Unas sombras amenazadoras se aferraban a las cajas de las armas esparcidas por la mesa y el suelo; los cuchillos, los palos y demás artefactos de aspecto desagradable parecían estar esperando allí, preparados para quitarle la vida a cualquiera de ellos y matar al primer estúpido que se acercase lo suficiente. El olor a humedad no hacía más que acrecentar la escalofriante sensación que embargaba al entrar en aquel cuarto.

—Hay un armario oculto ahí detrás —explicó Minho al pasar por las estanterías de un rincón oscuro—. Sólo unos cuantos sabemos que existe.

Thomas oyó el crujido de una vieja puerta de madera y Minho sacó a rastras una caja de cartón. El sonido que hacía al rozar el suelo era como un cuchillo sobre un hueso.

—Puse el contenido de los baúles en cajas, ocho en total. Están todas ahí.

—¿Cuál es esta? —preguntó Thomas. Se arrodilló junto a ella, ansioso por empezar.

—Ábrela y lo verás. Las hojas están marcadas, ¿recuerdas?

Thomas tiró de las tapas entrecruzadas hasta abrirla. Los mapas de la Sección 2 se hallaban en un montón desordenado. Thomas metió la mano y sacó una pila.

—Vale —dijo—. Los corredores siempre los han comparado día a día para ver si había algún patrón que les ayudara a averiguar dónde estaba la salida. Tú mismo dijiste que no sabías lo que estabais buscando, pero seguíais estudiándolos de todas formas, ¿no?

Minho asintió de brazos cruzados. Parecía como si estuviera esperando que alguien fuera a revelar el secreto de la vida eterna.

—Bueno —continuó Thomas—, ¿y si todos los movimientos de las paredes no tenían nada que ver con un mapa, un laberinto o algo por el estilo? ¿Y si en vez de un patrón deletreaban unas palabras? Algún tipo de pista para ayudarnos a escapar.

Minho señaló los mapas que Thomas tenía en la mano, dejando escapar un suspiro de frustración.

—Tío, no tienes ni idea de cuánto hemos estudiado estos chismes. ¿No crees que nos habríamos dado cuenta si estuviesen deletreando focas palabras?

—Quizá cueste mucho verlo a simple vista si se compara un día con otro. Quizá no teníais que comparar un día con otro, sino mirarlos todos a la vez.

Newt se rió.

—Tommy, puede que no sea el más perspicaz del Claro, pero lo que estás diciendo me parece una chorrada.

Mientras Thomas iba hablando, su cabeza no dejaba de trabajar, incluso más rápido que antes. La respuesta estaba ahí mismo; sabía que ya casi la tenía, sólo que era muy difícil expresarla con palabras.

—Vale, vale —dijo, volviendo a empezar—. Siempre has asignado una sección a un corredor, ¿verdad?

—Sí —contestó Minho. Parecía realmente interesado y dispuesto a entenderlo.

—Y ese corredor dibuja un mapa cada día y lo compara con los de los días anteriores, de esa misma sección. ¿Y si hubierais comparado cada día las ocho secciones entre ellas? ¿Y que cada día fuera una pista por separado o un código? ¿Alguna vez habéis comparado una sección con otra?

Minho se restregó la barbilla y asintió.

—Sí, algo parecido. Tratamos de ver si hacían algo cuando las juntábamos. ¡Claro que lo hemos hecho! Lo hemos intentado todo.

Thomas se sentó sobre las piernas y estudió los mapas que tenía en su regazo. Apenas podía ver las líneas del Laberinto dibujadas en la segunda hoja a través de la que había arriba del todo. En aquel instante, supo lo que tenían que hacer y alzó la vista hacia el resto.

—Papel encerado.

—¿Eh? —balbuceó Minho—. ¿Qué…?

—Confía en mí. Necesitamos papel encerado y unas tijeras. Y todos los rotuladores negros y los lápices que encuentres.

• • •

A Fritanga no le hizo mucha gracia que le quitaran dos cajas de papel encerado, y menos aún ahora que les habían dejado de mandar suministros. Dijo que era una de las cosas que siempre pedía, que lo usaba para cocinar en el horno. Al final, tuvieron que contarle para qué lo necesitaban y así consiguieron que se callara.

Al cabo de diez minutos de buscar lápices y rotuladores —antes, la mayoría estaba en la Sala de Mapas y el fuego los había destruido—, Thomas se sentó con Newt, Minho y Teresa en la mesa de trabajo del sótano de las armas. No habían encontrado unas tijeras, así que Thomas había cogido el cuchillo más afilado que encontró.

—Más vale que merezca la pena —dijo Minho con aire amenazador, pero sus ojos mostraban interés.

Newt se inclinó hacia delante y apoyó los codos en la mesa como si quisiera ver un truco de magia.

—Empieza de una vez, verducho.

—Vale —Thomas tenía muchas ganas de hacerlo, pero le daba muchísimo miedo que al final todo se quedara en nada. Le pasó el cuchillo a Minho y, luego, señaló el papel encerado—. Empieza a cortar rectángulos de más o menos el tamaño de los mapas. Newt y Teresa, podéis ayudarme a coger los diez primeros mapas de la caja de cada sección.

—¿Qué son todas estas manualidades infantiles? —Minho levantó el cuchillo y lo miró con cara de asco—. ¿Por qué no nos dices por qué foño estamos haciendo esto?

—Estoy en ello —contestó Thomas, pues sabía que sólo necesitaban ver lo que tenía en la cabeza. Se levantó para rebuscar en el trastero—. Así es más fácil enseñártelo. Si me equivoco, pues me equivoco y volveremos a correr por el Laberinto como ratones.

Minho suspiró, sin duda irritado; luego masculló algo. Teresa llevaba callada un rato, pero habló dentro de la cabeza de Thomas:

Creo que sé lo que estás haciendo. De hecho, es brillante.

Thomas se sobresaltó, pero hizo cuanto pudo por ocultarlo. Sabía que tenía que fingir que no oía voces en su cabeza porque los demás pensarían que estaba loco.

Ven… a… ayudarme…
—intentó decir, pensando las palabras por separado, tratando de visualizar el mensaje, de enviarlo. Pero la chica no respondió.

—Teresa —dijo en voz alta—, ¿puedes ayudarme un segundo? —señaló hacia el trastero.

Los dos entraron en el pequeño cuarto polvoriento, abrieron tollas las cajas y cogieron un montoncito de mapas de cada una. Al volver a la mesa, Thomas se encontró con que Minho ya había cortado veinte trozos y hecho una pila desordenada a su derecha mientras seguía amontonando más encima.

Thomas se sentó y cogió unos cuantos. Puso uno de los papeles a la luz para ver cómo lo atravesaba un brillo lechoso. Era exactamente lo que necesitaba. Cogió un rotulador.

—Muy bien, que todo el mundo calque los últimos diez días en un trozo como este. Aseguraos de escribir la información en la parte superior para que sepamos qué es qué. Cuando hayamos acabado, tal vez veamos algo.

—¿Qué…? —empezó a decir Minho.

—Tú sigue cortando, foder —ordenó Newt—. Creo que sé adonde quiere ir a parar con esto.

Thomas se sintió aliviado de que alguien por fin lo hubiera captado.

Se pusieron a calcar los mapas originales en el papel encerado, uno a uno, tratando de que quedara limpio y bien a la vez que iban lo más rápido posible. Thomas utilizó el lado de una tabla suelta como regla improvisada para que no se torcieran las líneas. No tardó en completar cinco mapas y, luego, otros cinco más. Los demás llevaban el mismo ritmo, trabajaban febrilmente.

Mientras Thomas dibujaba, empezó a sentir cierto temor, una extraña sensación de que lo que estaban haciendo era una completa pérdida de tiempo. Pero Teresa, que estaba sentada a su lado, era un modelo de concentración; su lengua asomaba por una comisura de la boca mientras trazaba líneas arriba y abajo, de un lado a otro. Parecía estar segurísima de que iban a averiguar algo.

Continuaron, caja por caja, sección por sección.

—Yo ya estoy —anunció finalmente Newt, rompiendo el silencio—. Me arden los dedos. Mira a ver si funciona.

Thomas dejó su rotulador y dobló los dedos con la esperanza de haber acertado.

—Vale, dadme los últimos diez días de cada sección. Haced montones ordenados en la mesa, desde la Sección 1 hasta la Sección 8. La 1, aquí —señaló a un extremo— y la 8, allí —señaló al otro extremo.

En silencio, hicieron lo que les pidió, revisando lo que habían dibujado hasta colocar en fila ocho montones bajos de papel encerado sobre la mesa.

Nervioso, Thomas cogió una hoja de cada pila, se aseguró de que todas fueran del mismo día y las mantuvo en orden. Entonces las puso unas encima de otras para que todos los dibujos del Laberinto coincidieran con los del mismo día por arriba y por abajo hasta ver las ocho secciones del Laberinto a la vez. Lo que vio le dejó atónito. Casi como por arte de magia, como una imagen desenfocada que pasa a verse con nitidez, algo empezó a distinguirse. Teresa dejó escapar un gritito ahogado.

Las líneas se entrecruzaban, arriba y abajo, de modo que lo que Thomas sostenía en las manos era una especie de cuadrícula. Pero había unas líneas en medio, unas líneas que aparecían casualmente con más frecuencia que las demás y dibujaban una imagen más oscura que el resto. Era sutil, pero no cabía duda de que estaba allí. Justo en el centro de la hoja estaba la letra E.

Capítulo 43

Thomas sintió un torrente de emociones distintas: alivio porque había funcionado, sorpresa y entusiasmo, pero también se preguntó adonde les conduciría.

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