El Cortejo de la Princesa Leia (21 page)

BOOK: El Cortejo de la Princesa Leia
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Pero cuando pensó en ello, Isolder se dio cuenta de que una parte de su ser quería obtener una victoria total sobre Solo y, sin embargo, también quería algo más. Solo le había lanzado un desafío que Isolder no podía rechazar. Mientras estaba en la cubierta de vuelo del hangar, Isolder comprendió que había ido hasta allí para arrebatarle Leia a Solo, y que se la llevaría incluso a punta de pistola si llegaba a ser necesario.

Luke ya estaba en su asiento.

—¡Voy a ir contigo, Skywalker! —gritó Isolder—. ¡Vigilaré tu cola!

Isolder sintió que la adrenalina inundaba su organismo y cruzó corriendo la cubierta de vuelo. Subió de un salto a la cabina del
Tormenta
y conectó el panel de control. Los técnicos de vuelo bajaron la burbuja de transpariacero sobre su cabeza mientras Isolder activaba los turbogeneradores y armaba sus proyectiles y desintegradores. Los técnicos se estaban tomando su tiempo y habían iniciado una nueva comprobación de los sistemas de su caza, y el príncipe aumentó la salida de energía de los generadores como si se dispusiera a despegar. Los técnicos se alejaron a toda prisa en busca de refugio, y un instante después el
Tormenta
salió despedido al espacio.

Isolder conectó su transductor para identificarse como un caza hapaniano, y después pasó a toda velocidad sobre el
Cántico de Guerra.

Desde el espacio podía ver mejor cómo se estaba desarrollando la batalla. Los Destructores Estelares habían retrocedido y se habían separado para que Astarta se viera obligada a escoger uno como objetivo primario, pero Astarta había lanzado el Dragón de Batalla contra los muelles del astillero y había empezado a machacar al indefenso Super Destructor Estelar que esperaba ser reparado, causando más daños a esa carísima maquinaria en una sola pasada de castigo del que jamás habría podido causarle en todo un encarnizado combate.

Ninguno de los destructores en activo parecía tener muchos deseos de detenerla.

Dos de los destructores de la clase Victoria atracados en los muelles debían estar en condiciones de operar aunque no fuese al cien por cien de su capacidad, pues sus cubiertas estaban lanzando escuadrillas de cazas TIE y viejos Z-95 Cazadores de Cabezas. Los cielos no tardaron en quedar repletos de enjambres de cazas, fragmentos de metralla retorcida y restos de las naves destruidas que se dispersaban formando nubes.

Isolder movió un interruptor de su radio y dejó que el sistema de búsqueda automática fuera examinando las frecuencias imperiales para poder oír el parloteo de los cazas enemigos. Luke Skywalker ya estaba dejando atrás la curva del Dragón de Batalla hapaniano, y el
Tormenta
siguió al Jedi y se pegó a su cola.

—Rojo Uno a Rojo Dos —le llegó la voz de Luke por la radio—. Hay muchos restos desprendiéndose del astillero... —Apenas acababa de pronunciar aquellas palabras cuando una sección de andamiaje de un kilómetro de longitud recibió un impacto directo y cayó girando por el pozo gravitatorio mientras otros segmentos salían despedidos de la órbita—. Voy a desconectar mis motores y seguiré algún resto en su descenso dentro de un minuto, pero antes de hacerlo quiero acabar con un par de cazas enemigos.

Isolder se lo pensó durante unos momentos. Él y Luke no podían posarse en Dathomir sin ser detectados. Tendría que eyectarse y permitir que su nave se estrellara.

—Estoy contigo, Rojo Uno —respondió por fin.

Luke aceleró hasta alcanzar la velocidad de ataque y viró lanzándose hacia una falange de veinte Cazadores de Cabezas que se aproximaba y que aparecía en los sensores bajo la forma de puntitos rojos, como otras tantas gemas llameantes. Isolder le siguió pegado a su ala derecha. Duplicó el suministro de energía a los escudos delanteros, y escuchó el continuo fluir de los códigos estratégicos de los Cazadores de Cabezas que llegaban por las bandas imperiales. Después activó sus generadores de interferencias y los pilotos de los Cazadores dejaron de hablar. Isolder echó una mirada a su monitor delantero y vio algo extraño.

—¡Luke, tus escudos deflectores no están activados! —gritó.

Los generadores de interferencias de los Cazadores de Cabezas lanzaron chorros de estática contra él.

—¡Luke, tus escudos! —volvió a gritar Isolder.

—¡Mis escudos están activados! —oyó que respondía Luke por entre los crujidos y chisporroteos de la estática.

—¡No, no lo están! —gritó Isolder.

Pero Luke intentó calmarle levantando un pulgar hacia él, y un instante después los Cazadores de Cabezas Cebra ya estaban sobre ellos y el fuego de los desintegradores iluminaba los cielos. Isolder escogió un blanco, disparó simultáneamente sus cañones iónicos y un proyectil autoguiado e inclinó la palanca de control hacia la derecha. Vio por el rabillo del ojo cómo el caza de Skywalker sufría un impacto en el ala superior derecha, empezaba a caer girando sobre sí mismo y recibía un nuevo impacto en el conjunto sensor de proa. La nave de Skywalker empezó a precipitarse por el espacio y el androide de astrogación salió despedido del vehículo. El Cazador de Cabezas que se encontraba delante de Isolder estalló, y cuatro o cinco rayos desintegradores se estrellaron contra los deflectores frontales de su caza. Los escudos cayeron. Isolder no podía seguir combatiendo.

Luke oscilaba locamente de un lado a otro dentro de su nave atrapada en una caída irremediable, y era arrojado una y otra vez contra el transpariacero como si fuese un muñeco. Isolder rezó en silencio, y después enfiló sus sensores de signos vitales hacia la cabina. Nada. Skywalker estaba muerto.

Isolder lanzó una maldición ahogada, y comprendió que lo único que podía hacer era fingir que también había muerto. Lanzó un detonador térmico por la popa y contó hasta uno. Una explosión cegadora atravesó el cielo detrás de él. Isolder desconectó su transductor, fue reduciendo la salida de energía de los motores y permitió que el
Tormenta
fuera a la deriva y empezara a caer junto al caza de Luke. La explosión tendría que haber engañado a los sensores del enemigo, y con una batalla tan encarnizada en curso los hombres de Zsinj no dispondrían de tiempo para examinar con demasiada atención los restos.

El caza de Isolder contaba con una zona de almacenamiento situada debajo de la consola visora. Isolder sacó una manta reflectante de ella, la desplegó y le dio la vuelta para que mantuviera atrapado el calor de su cuerpo. Cualquier sensor que estuviera lo bastante cerca como para detectarle indicaría que su cuerpo se había enfriado, y mostraría su muerte. Isolder contempló durante un momento cómo el cadáver de Skywalker seguía moviéndose de un lado a otro dentro de la cabina de su caza, y fue como si una serie de pequeñas explosiones resonara en su cerebro. Luke le había ayudado mucho, y el Jedi había muerto delante de sus ojos.

Isolder le había advertido de que sus escudos estaban desactivados, y Luke no le había creído. Aquel tipo de averías nunca podían ser resultado de meros errores técnicos. El caza X había tenido que sufrir alguna clase de sabotaje. Isolder estaba seguro de que la Ta'a Chume había asesinado al joven Jedi.

Tensó las mandíbulas hasta que le rechinaron los dientes, se tapó la cabeza con la manta como si fuera un sudario y esperó mientras su caza iba descendiendo hacia el planeta.

Leia se abrió paso a través de un amasijo de enredaderas protegida por la oscuridad, y alzó la mirada hacia la pendiente y la meseta que había en la cima. La luz de las lunas dobles le permitió distinguir varias enormes losas rectangulares de piedra negra. En el centro aproximado de cada rectángulo se había tallado un agujero con forma de ojo, y dentro de cada cuenca había un gran peñasco redondo colocado allí para que hiciera de pupila del ojo. Las losas rectangulares se hallaban colocadas a distintas alturas, de tal manera que ojos distintos quedaban enfilados hacia media docena de direcciones a la vez.

Leia se detuvo y contempló durante unos momentos aquel extraño espectáculo con expresión asombrada. Algo rugió en la meseta entre la espesura que se encontraba más allá de su campo visual, cruzó corriendo la extensión de piedra moviéndose sobre pies enormes que golpeaban el suelo con un ruido ahogado, saltó desde el otro lado de la colina y aterrizó sobre la espesa maleza para desaparecer casi al instante entre los árboles. Leia siguió donde estaba. El corazón le latía a toda velocidad.

—¿Qué era eso? —preguntó Han, que se había parado unos momentos para recuperar el aliento.

Chewie y Cetrespeó se habían detenido junto a Leia.

—Algo vivo..., y yo diría que más o menos tan grande como el
Halcón Milenario.
—Leia suspiró y agradeció que la gigantesca criatura hubiese huido—. Apostaría a que su pie tenía cinco dedos.

—Bueno, al menos no iba armado con un desintegrador. —Han movió el suyo señalando las esculturas que se alzaban sobre la cima de la colina—. ¿Qué crees que significan? Me refiero a todos esos ojos dirigidos hacia varias direcciones...

—No lo sé —dijo Leia, y se volvió hacia Chewie y Cetrespeó—. ¿Alguna idea?

Chewie se limitó a dejar escapar un gimoteo, pero Cetrespeó contempló las colinas que les rodeaban.

—Si se me permite decirlo —respondió el androide—, creo que es alguna variedad de escritura simbólica utilizada para instruir a criaturas de inteligencia limitada.

—¿En qué te basas para decir eso? —preguntó Leia.

—Mis bancos de datos contienen referencias a estructuras similares encontradas en otros dos planetas. Verá, un observador se coloca en un lugar determinado y vigila en cada dirección indicada por un ojo. En este caso, los ojos parecen apuntar hacia distintos valles y pasos de montaña. Utilizando este método, criaturas de inteligencia superior pueden emplear a seres de inteligencia inferior a la suya como observadores.

—Estupendo —dijo Han—. En ese caso, fuera lo que fuese esa cosa que se largó antes de que llegáramos, habrá ido a decirle a su jefe que estamos aquí, ¿verdad?

—Eso parece, señor —dijo Cetrespeó.

Han tragó saliva y bajó la mirada hacia el valle del que habían venido. El bosque era muy frondoso, y acababan de abrirse paso por un grueso lecho de plantas con tallos muy altos y gruesos y enormes hojas redondas.

—Estupendo... Bien, no he oído ningún caminante imperial desde que atravesamos esa zona de jungla. Creo que quizá les haya obligado a ir más despacio.

—Llevamos horas corriendo —dijo Leia, y se limpió la transpiración que le cubría la frente—. Pronto tendremos que parar y descansar un rato.

Chewie gruñó una pregunta.

—Quiere saber por qué aún no nos hemos encontrado con ninguna moto aérea —tradujo Cetrespeó.

Han asintió.

—Sí, yo tampoco lo entiendo... Si Zsinj quiere capturarnos, podría enviar motos aéreas y serían una manera muy efectiva de atravesar esos bosques; pero hasta el momento se han limitado a usar los caminantes. No es que tenga mucho sentido. ¿Por qué perseguirnos con caminantes?

—Puede que los hombres de Zsinj piensen que necesitan el blindaje o el armamento pesado —dijo Leia.

—O las dos cosas a la vez —dijo Han. Señaló la cima del risco y las viejas estatuas de piedra cuyos ojos parecían contemplarlo todo con expresión cansada desde las alturas—. Quiero subir hasta allí.

Empezó a trepar por la pendiente agarrándose a raíces y a los troncos de los arbolillos para ir subiendo.

—¡Han, espera! —gritó Leia.

Pero era demasiado tarde. Han ya había recorrido una tercera parte de la distancia. Leia echó a correr detrás de él y se abrió paso a través de unos espesos zarzales que le habrían destrozado las manos si no los hubiera visto a tiempo.

Cuando llegó a la cima de la pequeña colina iluminada por la luna, Han estaba en el puesto de observación. Se encontraban en la base de una montaña donde se encontraban tres valles, y aquella pequeña colina con forma de meseta consistía en una sola roca pulimentada por el viento. Una estrella tallada en la piedra indicaba el sitio en el que debía colocarse el vigía y, tal como había dicho Cetrespeó, si Leia se ponía allí y miraba a su alrededor, cada ojo apuntaba hacia un paso o un valle que debía ser vigilado. Eran unas instrucciones muy simples, y lo único que resultaba un poco inquietante era que un rápido cálculo de triangulación informó a Leia de que el vigía debía medir entre doce y quince metros de altura. Un agujero tallado en la piedra estaba lleno de agua de lluvia, y Leia bebió un sorbo.

Han recorrió el perímetro de la meseta con el desintegrador desenfundado y escudriñó las laderas mediante sus gafas infrarrojas.

—No sé qué clase de ser había aquí arriba, pero se ha ido —dijo por fin—. De todas maneras, en un sitio así no hay mucho que ver... Un ejército entero podría atravesar esos bosques y no ser detectado en ningún momento.

—Quizá no estén demasiado interesados en vigilar todos los pasos —dijo Leia—. Puede que este valle ocupe una posición estratégica, y sea más importante estar aquí para vigilar este punto que el vigilar todos esos riscos.

Un rugido lejano flotó hasta ellos transportado sobre las montañas por una leve brisa, y un estremecimiento recorrió todo el cuerpo de Leia dejándola helada hasta los huesos.

—Está volviendo —afirmó Han—. Yo diría que está a dos o tres kilómetros de distancia...

Leia salió corriendo de la meseta y bajó la pendiente de una docena de zancadas. Chewie y Cetrespeó ya habían iniciado el descenso, y Han fue detrás de ellos.

—¡Vamos, chicos, vamos! —gritó—. Quiero una retirada organizada, ¿de acuerdo?

—Me parece una idea estupenda, señor —replicó Cetrespeó—. Dedíquese a organizarla mientras yo me retiro.

El androide descendió hacia un valle abriéndose paso a través de la espesura tan deprisa como podían llevarle sus piernas de metal. Chewie volvió la cabeza para lanzar una rápida mirada a Han y Leia, y después siguió a Cetrespeó.

Han echó a correr dejando atrás a Leia, y oyó que murmuraba con voz irritada «¡Menudo héroe estás hecho!». Logró alcanzar a Chewie y Cetrespeó y trató de que fueran más despacio, pero los dos estaban muy asustados y siguieron corriendo. Leia no quería quedarse atrás y no paró de mirar por encima de su hombro mientras bajaban por una pendiente, llegaban a un valle y empezaban a seguir el curso de un arroyo que serpenteaba entre un bosquecillo de gruesos troncos. En un momento dado Leia estuvo segura de haber oído un gruñido gutural a su espalda, pero las sombras que se agazapaban debajo de los árboles eran tan espesas y oscuras que podía haberlo imaginado.

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