Read El Cortejo de la Princesa Leia Online
Authors: Dave Wolverton
Cuando hubieron terminado taparon las señales que había dejado el deslizamiento con hojas, y después cortaron algunos de los arbustos que estaban más maltrechos y aplastados y los escondieron. Hacia el amanecer Leia se sentía muy cansada. Estaba en la espesura junto al laguito, y alzó la mirada hacia las estrellas que parecían arder en el cielo. Las aguas del lago desprendían hilachas de vapor, una tenue neblina serpenteaba por entre los troncos del bosque, y una suave brisa empezó a mover las hojas de los árboles que se alzaban sobre las cimas de las montañas.
Estaba agotada. Han apareció detrás de ella y le dio masaje en la espalda.
—Bien, ¿qué opinas de mi planeta hasta el momento? —le preguntó—. ¿Te gusta?
—Creo... que me gusta más que tú —dijo Leia bromeando.
—Bueno, pues entonces debes estar enamoradísima de él —le murmuró Han al oído.
—No quería decir eso —replicó Leia, y se apartó un poco—. No estoy segura de si he de estar furiosa contigo por haberme traído aquí, o si debería darte las gracias porque seguimos con vida.
—Así que estás confusa, ¿eh? —dijo Han—. No sé por qué será, pero al parecer produzco ese efecto en muchas mujeres.
—¿Es verdad que ya habías utilizado esa misma táctica con anterioridad? —preguntó Leia—. Me refiero a lo de chocar con una nave mucho más grande que el
Halcón y
permitir que los restos te arrastren hasta un planeta sometido a un bloqueo militar...
—Bueno, en aquella ocasión el truco no funcionó tan bien como ahora —dijo Han.
—¿Y a esto le llamas tú funcionar bien?
—Es preferible a la alternativa. —Han alzó la cabeza señalando el cielo—. Será mejor que nos ocultemos. Ya vienen.
Leia alzó la mirada. Cuatro estrellas parecían estar cayendo al unísono en el horizonte. Las estrellas giraron de repente en el cielo y fueron hacia ellos. Pasaron el resto del día siguiente escondidos en el
Halcón
sin tener ninguna manera de averiguar el tamaño del grupo de búsqueda enviado, o si había un grupo de tropas de asalto rodeando el
Halcón
mientras los fugitivos se alimentaban con raciones frías. Han mantuvo el cañón desintegrador automático bajado, por si acaso. Durante la mañana oyeron docenas de veces el ruido de los cazas, que sobrevolaban la zona a tan poca altura que debían estar rozando las copas de los árboles, y hacia el mediodía un diluvio de proyectiles cayó del cielo durante una hora destrozando la fragata estrellada. Las explosiones hicieron temblar el casco del
Halcón y
los cuatro permanecieron en silencio, aturdidos y asombrados al ver que los hombres de Zsinj se tomaban tantas molestias para machacar una nave que nunca volvería a volar mientras se preguntaban si algún proyectil acabaría cayendo sobre ellos.
En cuanto el bombardeo hubo cesado todo quedó en silencio, pero media hora después oyeron a otro grupo de cazas trazando círculos por encima de la zona.
—¡Nos están buscando! —conjeturó Cetrespeó.
Han se irguió, alzó la mirada hacia el techo y aguzó el oído esperando detectar el regreso de los cazas. Algunos de esos aparatos iban equipados con sensores tan sofisticados que eran capaces de captar un susurro a un millar de metros de distancia. Leia cerró los ojos y forzó sus sentidos al máximo. Ya no podía captar la presencia de los seres oscuros que había percibido antes. De hecho, no captaba absolutamente nada, y se preguntó si no habría sido una alucinación.
Los cazas parecieron abandonar la búsqueda a primera hora de la tarde, pero Leia se preguntó si realmente habían dejado de buscarles. Si los hombres de Zsinj creían que habían logrado bajar al planeta, seguramente no se rendirían con tanta facilidad. Una cosa estaba clara y era que si hubieran sabido que un general y una embajadora de la Nueva República viajaban en la nave nunca se habrían rendido. Así pues, eso quería decir que no sabían que el
Halcón
había logrado bajar sin sufrir daños y que ignoraban la identidad de sus pasajeros. Pero un instante después un pensamiento mucho más inquietante pasó por la mente de Leia: los hombres de Zsinj podían haber dejado de buscarles porque no creían que el grupo fuera capaz de sobrevivir en aquel planeta salvaje. Después de todo, tenía que haber alguna razón por la que un planeta aparentemente tan acogedor no había sido colonizado.
Han se levantó y se desperezó cuando el sol ya había empezado a bajar hacia el horizonte. Se puso una chaqueta protectora y un casco, y cogió un rifle desintegrador.
—Voy a salir a echar un vistazo para asegurarme de que los hombres de Zsinj se han marchado.
Leia, Cetrespeó y Chewie esperaron a bordo de la nave. Pasada media hora Chewbacca empezó a ponerse nervioso, y el wookie acabó dejando escapar un gemido quejumbroso.
—Chewbacca sugiere que vayamos en busca de Han —dijo Cetrespeó.
—No, esperad un momento —dijo Leia—. Un wookie enorme y un androide dorado son dos blancos demasiado fáciles de detectar. Yo iré a buscarle.
Se puso un mono de combate, cogió una chaqueta acolchada y un casco y salió de la nave con el desintegrador preparado para disparar a plena potencia. Empezó a avanzar por un sendero que llevaba hacia el lago, manteniéndose alerta para captar cualquier señal indicadora de que hubiese tropas de asalto cerca. Como mínimo esperaba alguna patrulla en motos voladoras, pero lo único que encontró fue a Han a unos cien metros de la nave. Estaba inmóvil junto a la orilla fangosa, y contemplaba cómo el sol se iba ocultando entre un torrente de brillantes rojos y amarillos salpicado de púrpuras apagados.
Han cogió una roca, la arrojó al lago y vio cómo rebotaba cinco veces en las aguas antes de hundirse. Alguna criatura de la fauna local gritó en la lejanía. Todo parecía tranquilo y apacible.
—¿Qué estás haciendo aquí donde todo el mundo puede verte? —preguntó Leia, furiosísima al haberle encontrado absorto en aquellos juegos.
—Oh, estaba contemplando el paisaje.
Han bajó la mirada hacia el charquito de barro que había a sus pies y dio una patada a otra piedra plana.
—¡Ponte a cubierto ahora mismo!
Han se metió las manos en los bolsillos y se dedicó a observar la puesta de sol.
—Bueno, supongo que esto es el final de nuestro primer día en Dathomir —dijo—. Ha resultado bastante tranquilo... ¿Aún me quieres? ¿Estás preparada para casarte conmigo?
—Oh, Han, por favor, basta ya... ¡Y entra en la nave de una vez!
—Tranquilízate —dijo Han—. Tengo razones para creer que las tropas de Zsinj se han marchado.
—¿Qué puede haberte inducido a pensar eso?
Han señaló la orilla fangosa del lago con la puntera de una bota.
—Que nunca se quedarían en Dathomir de noche con esas cosas acechando por ahí.
Leia ahogó un grito. Lo que había tomado por un charco de agua embarrada era en realidad una huella que medía casi un metro de longitud y había sido dejada por una criatura increíblemente grande cuyo pie tenía cinco dedos.
Isolder estaba cenando con su madre y con Luke, y se sentía abatido y desilusionado. Su madre había llegado aquella mañana a bordo del
Hogar Estelar,
y en sólo unas cuantas horas había conseguido algo que Isolder había sido incapaz de lograr en toda una semana: averiguar dónde había llevado Han a Leia. Su razonamiento de que la existencia de muchas recompensas distintas por Solo —ofrecidas tanto por la Nueva República, que le quería vivo, como por varios señores de la guerra, que le querían muerto— hacía que las ofertas resultaran demasiado tentadoras había demostrado ser correcto. En vez de conformarse con una parte del premio proporcionando información, todos los que tenían una pista sobre el paradero de Solo se dedicarían a perseguirle en persona. En consecuencia, los espías de la Ta'a Chume se habían concentrado en la tarea de rastrear la trayectoria de las naves que habían partido del planeta, y habían seguido a varios pilotos cuya reputación no era demasiado buena. Omogg había cometido el error de adquirir un nuevo sistema de armamento pesado para su yate privado, y daba la casualidad de que se trataba precisamente de la clase de sistema que sólo se utilizaría para una misión muy peligrosa.
Isolder estaba esperando que su madre disfrutara de su victoria y emitiera alguna observación aparentemente casual pero llena de malicia concebida para demostrar la superioridad del intelecto femenino sobre el de los varones. Las mujeres de Hapes tenían una vieja máxima: «Nunca permitas que un hombre se engañe a sí mismo hasta el punto de creer que es el igual intelectual de una mujer. Eso sólo puede inducirle al mal.» Y la Ta'a Chume nunca haría nada que pudiera inducir a su hijo al mal, pero a pesar de eso se mantuvo notablemente cordial durante la cena. Habló con Luke Skywalker, y rió de manera encantadora en todos los momentos adecuados. No se quitó el velo en ningún momento, pero aun así se las arregló para resultar muy seductora. Isolder se preguntó si el Jedi se acostaría con su madre. Resultaba obvio que ella le deseaba y, al igual que todas las Reinas Madres que la habían precedido en el trono, estaba admirablemente bien conservada para su edad. Era muy hermosa.
Pero Skywalker parecía no percatarse de su belleza ni de sus velados intentos de seducción. Sus ojos azul claro no paraban de recorrer la nave, como si observarla le permitiera averiguar todos sus detalles y especificaciones técnicas. La primera Reina Madre había empezado a construir el
Hogar Estelar
casi cuatro mil años antes, y había concebido los planos de la nave basándose en su castillo. Los muros interiores de plastiacero estaban totalmente recubiertos de piedra oscura, y todos los minaretes y torres almenadas se hallaban coronados por cúpulas de cristal. El castillo del
Hogar Estelar
se alzaba sobre una gigantesca masa de basalto esculpido por el viento que había sido ahuecada en la antigüedad para que pudiera esconder las docenas de motores gigantes y los centenares de armas que formaban su arsenal.
El
Hogar Estelar
no podía enfrentarse a uno de los nuevos Destructores Estelares imperiales, pero era único y a su manera resultaba más impresionante y, desde luego, mucho más hermoso. Tendía a dejar abrumados a los forasteros, especialmente en momentos como aquel, en los que estaban cenando apaciblemente cerca de algún planeta y la brillante claridad danzarina de las estrellas se refractaba en las viejas cúpulas de cristal.
—Hacer esa clase de trabajo debe resultar fascinante —le dijo la Ta'a Chume a Luke mientras terminaban el último plato—. Siempre he sido muy provinciana y me he mantenido muy cerca de casa, pero tú... Viajar a través de toda la galaxia en busca de los archivos de los Jedi ha de ser apasionante.
—La verdad es que no llevo mucho tiempo haciéndolo —replicó Luke— y sólo me he dedicado a ello durante los últimos meses. Me temo que no he encontrado nada de valor, y estoy empezando a sospechar que nunca lo encontraré.
—Oh, estoy segura de que hay archivos y datos en docenas de mundos. Vaya, pero si recuerdo que cuando era más joven, en una ocasión mi madre concedió refugio a unos cuantos Jedi... Creo que eran aproximadamente una cincuentena. Se escondieron en las viejas ruinas de uno de nuestros planetas durante un año, y organizaron una pequeña academia. Después Lord Vader y sus Caballeros Oscuros llegaron al cúmulo de Hapes —siguió diciendo, y su voz se volvió más ronca y áspera— y buscaron a los Jedi hasta dar con ellos. Vader los mató, y he oído contar que después se limitó a dejar sus restos entre las ruinas de Reboam. Quizá tenían algún registro de las actividades que llevaron a cabo allí, pero no puedo asegurarlo.
—¿Reboam? —preguntó Luke con repentina atención—. ¿Dónde están esas ruinas?
—Es un mundo pequeño de clima bastante duro y relativamente deshabitado... De hecho, se parece bastante a tu Tattoine.
Isolder pudo ver como un repentino anhelo que no parecía obedecer a ninguna razón ni lógica iluminaba los ojos de Luke, como si lo que más deseara en aquellos momentos fuese seguir hablando del tema.
—Ven a Hapes cuando todo haya terminado y hayas rescatado a Leia —sugirió la Ta'a Chume—. Uno de mis consejeros, que ya es de edad bastante avanzada, podría enseñarte las cavernas. Se te permitiría quedarte con todo lo que encontraras en ellas.
—Gracias, Ta'a Chume —dijo Luke, y se puso en pie. Estaba claro que se sentía demasiado nervioso para poder comer—. Creo que será mejor que me prepare para la partida, pero antes de que lo haga... ¿Puedo pediros otro pequeño favor?
La Ta'a Chume asintió invitándole a hablar.
—¿Puedo ver vuestra cara?
—Me halagas —dijo la Ta'a Chume, y dejó escapar una suave risita.
Su belleza quedaba oculta detrás del velo dorado, y en Hapes ningún hombre jamás habría osado pedirle que mostrara su rostro. Pero Luke no era más que un bárbaro, e ignoraba que acababa de pedir algo que estaba totalmente prohibido. Para gran sorpresa de Isolder, su madre se levantó el velo.
Durante un momento eterno el Jedi contempló sus asombrosos ojos verde oscuro y las cascadas de cabello rojizo, y contuvo el aliento. En todo Hapes había muy pocas mujeres que pudieran rivalizar con la belleza de la Ta'a Chume. Isolder se preguntó si Skywalker no habría percibido las discretas insinuaciones de su madre a pesar de todo. Después la Ta'a Chume dejó caer su velo.
Luke se inclinó ante ella, y su rostro pareció endurecerse de repente mientras lo hacía, como si sus ojos hubieran sido capaces de ir más allá del hermoso rostro de la Ta'a Chume y no le hubiera gustado demasiado lo que habían visto.
—Ahora comprendo por qué vuestro pueblo os venera —dijo en voz baja, y se marchó. Isolder sintió que se le erizaba el vello de la nuca, y comprendió que acababa de ocurrir algo muy importante y que no había sido capaz de captar en qué consistía.
—¿Por qué le contaste esa mentira sobre la academia al Jedi? —preguntó cuando Luke ya estaba lo suficientemente lejos como para no poder oírle—. Tu madre odiaba a los Jedi tanto como el mismísimo Emperador, y nada le habría gustado más que perseguirles hasta acabar con ellos.
—La gran arma del Jedi es su mente —le advirtió la Ta'a Chume—. Cuando un Jedi está distraído, cuando pierde la concentración... Es entonces, y sólo entonces, cuando se vuelve vulnerable.
—¿Planeas matarle?
La Ta'a Chume puso las manos sobre la mesa.
—Representa lo último que queda de los Jedi —dijo—. Escúchale cuando habla de sus preciosos registros... No queremos ver cómo los Jedi surgen de sus tumbas, ¿verdad? El primer grupo ya nos dio bastantes problemas. No voy a permitir que nuestros descendientes se inclinen ante los suyos, y que acaben siendo gobernados por una oligarquía de lectores de auras capaces de doblar cucharillas con la mente. No tengo nada contra el chico en el aspecto personal, pero debemos asegurarnos de que quienes estamos mejor adiestrados para gobernar podamos seguir gobernando.