El Cortejo de la Princesa Leia (38 page)

BOOK: El Cortejo de la Princesa Leia
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Erredós empezó a silbar y a moverse de un lado a otro.

—Señor, Erredós está captando comunicaciones entre las naves estelares de Zsinj y la prisión —tradujo Cetrespeó.

—Bueno, ¿y qué dicen? —preguntó Han.

—Me temo que las transmisiones están en código —respondió Cetrespeó—, pero el código parece estar basado en uno que la Alianza Rebelde descifró hace varios años. Si me da unas cuantas horas, quizá consiga descodificarlas.

—Lo siento, Cetrespeó —dijo Luke—. Me gustaría saber qué estan diciendo, pero no podemos esperar tanto tiempo. ¿Por qué no te dedicas a trabajar en eso hasta que haya regresado?

—Muy bien, señor —dijo Cetrespeó—. Consagraré todos mis recursos a la tarea.

—Estupendo —dijo Luke—. Bien, Chewie, cuida de los androides... No tardaremos mucho en volver a vernos.

Chewbacca gruñó y le dio palmadas en la espalda a Han mientras se despedían. Teneniel quitó las sillas de montar y las riendas a los rancors y les dijo que fueran a cazar al bosque. Como ocurría siempre en Dathomir, el sol cayó de repente hacia el horizonte, y Han, Leia, Luke, Isolder y Teneniel avanzaron por la llanura bajo la luz purpúrea del crepúsculo manteniendo los juncos entre ellos y las torres de la ciudad. Teneniel susurró hechizos para agudizar su sentido de la vista y del oído, pero durante los primeros minutos el único sonido que pudo captar fue el graznido ocasional de un lagarto o el chapoteo de los peces gurra en sus agujeros embarrados, hasta que de repente oyó rugir a Tosh en la lejanía, una llamada solitaria y quejumbrosa que se despedía de ellos y les deseaba que todo fuese bien.

Se dirigieron hacia las desnudas colinas del sur, y llegaron a ellas después de dos horas de viaje justo cuando la primera de las pequeñas lunas de Dathomir empezaba a subir en el cielo, y después avanzaron en dirección norte atravesando las cañadas y hondonadas. Las rocas y el suelo reflejaban la débil luz plateada de la luna y todavía irradiaban el calor seco del día, pero un viento fresco procedente de las montañas ya había empezado a susurrar por entre los tallos de hierba muerta. En una cañada se encontraron con un par de criaturas con cuernos que estaban saliendo de la arena, y Luke se detuvo. Los saurios agitaron sus colas llenas de espigones óseos, pero no parecían lo bastante asustados como para luchar, y en vez de enfrentarse al grupo lo que hicieron fue esconder las cabezas en sus caparazones blindados, sacudirse los últimos restos de tierra que les quedaban encima y alejarse hacia una colina y los cañaverales para cenar y beber.

Poco después el grupo dobló un recodo en un cauce seco y se encontró con el puesto de guardia, una torre cubierta pintada de blanco que tendría unos quince metros de altura. La torre terminaba en una plataforma sobre la que había dos sillas y una montura para un cañón desintegrador, pero el cañón había sido quitado de la montura y no había nadie estacionado en el puesto de guardia.

—¿Qué crees que está pasando? —preguntó Luke—. ¿Dónde están los centinelas?

—Vimos a muchos soldados alejándose de la prisión —dijo Han—. Quizá se hayan quedado con un mínimo de efectivos y hayan tenido que retirar algunos centinelas de sus puestos.

—No —dijo Luke—. Echa un vistazo al grupo de sensores de esa torre... El plato está lleno de óxido. —De repente se dio cuenta de que ninguno de los demás podía haber percibido aquella clase de detalle en la oscuridad. Luke estaba forzando sus sentidos Jedi al máximo—. Creo que ya no utilizan este puesto, y me parece que llevan años sin tener un centinela en él. Pensad un poco: después de que el Emperador dictara su interdicto, todos se convirtieron en prisioneros. Aunque alguien consiga escapar, en realidad no puede ir a ningún sitio...

—Aun así, no querrán que los asesinos y los matones anden sueltos por ahí —dijo Luke.

Había algo equivocado en su pensamiento y Luke intentó descubrir qué podía ser, pero en aquellos momentos tenía que concentrar la atención en otras cosas.

—Bueno, ya hemos llegado —dijo, y suspiró—. Vamos a ver qué podemos averiguar.

Empezó a avanzar por el cauce seco y dejó atrás la torre de vigilancia. Un instante después salieron del cauce y se encontraron con un gran río marrón. Luke había esperado ver un lago. Al parecer su viaje por el laberinto de cañadas que giraban y serpenteaban de un lado a otro había hecho que acabaran atravesando la pequeña cordillera de montañas.

Un kilómetro más al norte había una docena de androides gigantes de los que brotaban hileras de palas, cortadoras y manos múltiples y que estaban desplazando cañerías de irrigación por varios campos muy bien cuidados. El mapa de Barukka no les había mostrado a esos androides, lo cual quería decir que había sutiles diferencias. Más allá de los campos, Luke sólo pudo ver el muro este de la prisión, una pared negra muy alta que ni siquiera un rancor podría escalar. En cada una de las dos torres, androides artilleros de apariencia vagamente humanoide atendían los cañones desintegradores. Los dos androides estaban vueltos hacia el interior del recinto, y sus cañones apuntaban a los patios.

—No veo gran cosa —dijo Luke inspeccionando el terreno con sus macrobinoculares—. Hay unos cuantos androides cosechadores, y una estación de bombeo. Veo el puesto de entrada en la parte de atrás de la prisión, pero desde aquí no hay forma de averiguar si está bien vigilado.

Luke se dispuso a guardar sus macrobinoculares, pero Teneniel se los quitó de la mano, los alzó y sonrió al ver que la luz color amatista mostraba el mundo mejor de lo que jamás podrían llegar a hacerlo sus hechizos.

—Entremos por esa puerta —dijo Isolder.

—No podemos ir caminando hasta ella como si tal cosa —protestó Han.

—Podemos utilizar uno de los androides cosechadores como medio de transporte —dijo Isolder—. Son androides de un modelo muy sencillo. Si saltas a sus recogedores, pensarán que han obtenido una carga de cosecha y te llevarán directo a la planta procesadora de alimentos.

—¿Estás seguro de que funcionará? —preguntó Han—. ¿Y si los guardias del puesto de entrada inspeccionan los recogedores? ¿Y si esos androides del muro nos ven y empiezan a disparar? ¿Y si los androides cosechadores tienen trituradores incorporados para desmenuzar la cosecha? ¡Se me ocurre un millón de cosas que podrían ir mal!

—¿Tienes alguna idea mejor? —replicó Isolder—. Para empezar, los guardias intentan impedir que la gente salga de la prisión, y no hay ninguna razón por la que deban dedicar su tiempo a pensar en si de repente llegará alguien que intente entrar en ella, ¿verdad? En segundo lugar, no tenemos que preocuparnos por la posibilidad de que los centinelas de los muros nos vean, porque nos arrastraremos y quedaremos ocultos por la cosecha. Ah, y en tercer lugar, sé que esos androides cosechadores no tienen trituradores internos, ¡porque da la casualidad de que son del modelo HD dos treinta y cuatro C y se fabrican en Hapes!

Han fulminó con la mirada a Isolder y Luke se volvió hacia Leia para ver cómo reaccionaba. Estaba claro que lo dos hombres trataban de impresionarla, y de momento Isolder acababa de anotarse el primer tanto..., suponiendo que su plan funcionara.

—Estupendo —dijo Han—. Bien, yo iré el primero.

Desenfundó su desintegrador y fue siguiendo un pequeño risco cuesta abajo, manteniendo un promontorio entre ellos y los androides centinelas del muro. Cuando se hubieron arrastrado hasta el extremo de los campos embarrados, Han corrió lo más inclinado posible por entre las hileras de plantas cargadas de bayas y alargó la mano varias veces hacia ellas para coger bayas y metérselas en la boca.

No tardaron en llegar a un androide cosechador. Tenía docenas de pequeñas garras y las utilizaba para ir metiendo bayas en un recogedor con forma de boca. El androide sólo medía tres metros de altura, y caminaba sobre dos gruesas piernas. Han lo contempló con expresión un poco aturdida mientras Isolder subía por una escalerilla de acceso que había en un lado del androide y metía cautelosamente medio cuerpo en su interior. El androide no pareció enterarse de su presencia y siguió introduciendo bayas dentro del agujero, con el resultado de que Isolder tenía que irlas echando fuera.

—Venid —dijo Isolder—. El depósito de éste se encuentra prácticamente vacío.

Han, Leia y Luke se apresuraron a seguirle. Teneniel vaciló, y Luke pudo captar su miedo. La idea de meterse en esa boca y precipitarse a una habitación sumida en la oscuridad no le gustaba nada.

El androide giró sobre sí mismo y empezó a caminar hacia la prisión, aparentemente convencido de que su depósito estaba lleno. Luke sacó la cabeza por el orificio del recolector.

—¡Deprisa, Teneniel! —susurró.

La joven subió corriendo por la escalerilla y saltó al interior del androide.

Con cinco personas dentro apenas quedaba algo de espacio en el depósito, y Luke se encontró con bayas hasta las rodillas, atrapado entre Isolder y Teneniel. Luke percibió la desesperación de Teneniel, y le cogió la mano.

—Todo va bien —le murmuró—. No te ocurrirá nada.

Han se levantó y echó un vistazo por la «boca» del androide mientras éste les llevaba hacia los muros de la prisión.

—Parece que hay dos guardias en el puesto de entrada —susurró, y volvió a dejarse caer sobre las bayas.

El corazón de Teneniel latía a toda velocidad, y la joven hizo un gran esfuerzo para calmar su respiración. Quería sentirse tranquila y sentir la Fuerza, tal como le había dicho Luke. Luke observó sus esfuerzos. Teneniel acabó consiguiendo respirar más despacio y de manera más calmada.

—Muy bien —murmuró Luke, y le apretó la mano.

Una luz brilló sobre sus cabezas por la abertura cuando llegaron al puesto de entrada, y el androide se detuvo.

—Tengo un cargamento de bayas hwotha para entregar en los procesadores —rechinó su voz metálica.

—¿Tan pronto? —preguntó uno de los guardias—. Esas plantas deben estarse partiendo de aguantar tanto peso... Bueno, adelante.

El androide entró en la prisión, y Luke pudo oír las voces de los dos guardias.

—Ya que hay tantas bayas, ¿crees que conseguiremos algunas?

—No —dijo el otro guardia—. Los jefazos se las comerán todas.

El androide avanzó por salas y pasillos brillantemente iluminados, dejando atrás máquinas que siseaban y escupían vapor, y después se detuvo durante unos momentos. El suelo se abrió debajo de ellos, y Luke se encontró deslizándose a través de la oscuridad por un tubo de metal pulimentado. Teneniel soltó una exclamación ahogada de puro terror, y Luke le cogió la mano.

—Todo va bien —le susurró.

Una cinta transportadora fue llevándoles hacia adelante mientras unos rociadores incrustados en el techo les lanzaban agua. No tardaron en dejar atrás el sistema de lavado, y de repente unos chorros de aire helado cayeron sobre ellos.

Y un momento después vieron luz que llegaba por una abertura en el metal situada justo delante de ellos. Luke rodó sobre sí mismo saliendo de la cinta transportadora y arrastró a Teneniel consigo, y se ocultaron entre una masa de maquinaria que zumbaba y chasqueaba. Unas patas metálicas sostenían los procesadores de comida al nivel de la cintura. El aire estaba caliente e impregnado de humedad, pero Luke no podía ver gran cosa. Aguzó el oído, y pudo oír voces a su derecha, murmullos que llegaban por un pasillo bastante angosto.

—¿Dónde estamos? —preguntó Teneniel.

—Estamos debajo de las cocinas, en el túnel de mantenimiento de los procesadores de comida —respondió Han—. Ahora lo único que debemos hacer es encontrar una salida.

—Por aquí —susurró Luke, que había seguido escuchando las voces.

Les precedió a rastras por entre un bosque de patas metálicas y maquinaria, por debajo de un suelo de cañerías y sobre una alfombra de bolas de polvo y pelusa. Seis minutos después llegaron a una abertura protegida por una gruesa rejilla atornillada al suelo. A través de ella pudo ver a centenares de siluetas en un enorme comedor. Todas vestían monos anaranjados. Había muchos seres humanos, pero Luke vio a varios reptiles sin vello y de ojos enormes cuyo rostro tenía una forma muy parecida a la un cucharón.

—Ithorianos —gruñó Han.

—¿Y qué están haciendo unos ithorianos en una prisión? —preguntó Leia.

Echó un vistazo por la rejilla y vio acercarse a una mujer de piel verde. Había una pasarela encima de las cocinas, y varios soldados imperiales con armadura iban y venían por ella vigilando a los prisioneros con sus rifles desintegradores preparados para hacer fuego.

Luke bajó la mirada hacia el bosque de maquinaria y vio otra luz.

—Por aquí —dijo, y empezó a arrastrarse.

Unos minutos después llegaron a una segunda rejilla. Al otro lado había una habitación que olía a calor y humedad. Un anciano estaba supervisando a varios androides que llevaban uniformes a hileras de colgadores con ruedas. Los otros se detuvieron detrás de Luke y se pegaron a él para contemplar la salida.

—¿Y ahora qué? —preguntó Han.

El viejo encargado de la lavandería ordenó a los androides que se llevaran las ropas por una salida, y los androides no tardaron en marcharse.

—¡Tú, ven aquí y abre esta rejilla! —ordenó Luke en voz alta y tranquila al único ocupante de la habitación.

—¡Oh, Luke, por favor! —le susurró Leia con voz apremiante—. No intentes utilizar ese truco... ¡Nunca te sale bien!

El hombre fue hacia la rejilla y miró por ella.

—¿Qué estáis haciendo ahí?

—¡Debes abrir esta rejilla! —dijo Luke, dejando que su Fuerza entrara en el anciano.

—No conozco el código de acceso —murmuró el anciano en el tono de un conspirador que se dirige a otro—. Si lo conociese me encantaría ayudaros, pero... ¿Qué estáis haciendo ahí? ¿Os habéis perdido o algo por el estilo?

Luke comprendió que sus trucos Jedi no darían resultado con aquel anciano, pero que para el prisionero sería un placer ayudarles.

—Espera un momento, Luke —dijo Han—. Veo la placa de acceso aquí arriba... ¡Quizá consiga hacer un puente en los circuitos!

—¡Oh, no te molestes en intentarlo! —dijo Leia—. ¡Probablemente sólo conseguirás disparar una alarma!

Han desenfundó su desintegrador y destruyó la placa. Unas cuantas chispitas azules cayeron sobre el rostro de Luke. Todo el mundo contuvo la respiración y aguzó el oído.

—¿Veis? —les tranquilizó Han—. No ha sonado ninguna alarma.

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